21. Es hora de dar las buenas noches
El segundo día fue aún más largo que
el primero para Justice. Había interrogado a Pen, quien, por supuesto, no había
soltado prenda. Lo llevó con su habitual sentido del humor y su
prepotencia, esquivando todas las cuestiones sin despeinarse ni ponerse
nervioso. A Justice le quedó muy claro desde el principio que era ese tipo de
persona al que no le iba a sacar absolutamente nada, sin importar el método que
decidiera emplear. Pen era Pen, y siempre estaría al mando.
Miguel, por otro lado, confesó haber colaborado con el Imperio en
beneficio del orden. Insistió mucho en que no era un agente, que él era dueño
de sus propias acciones. Dijo que el plan era secar el pueblo y desalojarlo
poco a poco. Dejarlo listo para que Duvos lo ocupase y, tal y como había
previsto Grace, usarlo como punto estratégico durante la guerra, cortando
además el suministro entre las dos principales ciudades de la Alianza. Sus
argumentos eran los que siempre le había escuchado, solo que ahora les ponía el
nombre del Imperio, y eso le puso la piel de gallina. Duvos era orden; unificaría
a todas las naciones bajo una misma bandera. Duvos rechazaba la tecnología del
Viejo Mundo, y la Alianza iba a sucumbir por culpa de ella. No nos dábamos
cuenta de lo cerca que estábamos de sumirnos de nuevo en la oscuridad, en una
nueva Calamidad, desatada por nuestro afán de avanzar depositando nuestra fe en
máquinas y armas.
Etcétera, etcétera, etcétera…
Miguel había traído un mal mayor a Sandrock para limpiarlo y acelerar el
proceso de cambio, haciéndolo así menos doloroso y más llevadero. Se había
quedado seco contándolo todo. Todo, excepto lo que a ellos les interesaba
escuchar.
—¿Y Tiger? —le preguntó, al borde ya de perder la paciencia, con el
dolor incipiente de cabeza convirtiéndose en un martillo dentro de ella.
—¿Tiger? —Miguel parecía desorientado por primera vez en todo el
interrogatorio. Mal asunto.
—Hemos interceptado mensajes de alguien que se hace llamar Tiger.
Concretamente dos, justo antes de lo de la torre del agua.
—No sé de qué me hablas.
—¿Estás completamente seguro, Ministro?
—Ya te lo he contado todo, ¿qué más me daría contarte eso si lo supiese?
—parecía asquerosamente sincero—. Yo contacté con un agente de Duvos hace años.
Mi parte era llevar a cabo el desecamiento del pueblo, tal y como te he dicho.
—¿Cómo contactabas con ellos?
—Hay un telégrafo oculto en una de las reliquias del almacén, pero solo
lo usaba yo, y hace mucho que no lo hago.
—Bueno, Miguel, como te digo yo: lo usaron dos días antes del incidente
de la torre del agua. ¿Y Pen?
—Pen estaba aquí para ayudarme a conseguir mi objetivo.
—Me temo que todo apunta a que te han usado y te han estado tomando el
pelo… Aunque no sepamos por qué.
Miguel entrecerró los ojos y pareció pensar en lo que le decía. Esas palabras
le habían hecho mella. Su ignorancia había quedado clara, y además se le
empezaba a ver muy molesto al respecto.
—¿Eres consciente de que casi matas a una persona tratando de matar a
otra?
—No es lo único que lamento —dijo, lacónico.
Y esas fueron sus últimas
palabras.
Así que lo devolvió a la celda.
Cuando, a la hora de comer, llegó
Grace, lo hizo con todo lo que había encontrado revolviendo las pertenencias de
los dos detenidos —las de Yan estaban desparramadas desde el día anterior sobre
dos mesas en forma de pilas y pilas de papeles—.
Nada para Miguel, salvo su libro de sermones con anotaciones claramente
propagandistas y pro-Duvos. A la nueva luz de los hechos, todo cobraba otro
sentido. Justice no iba al templo, no lo había hecho nunca, pero entendía
perfectamente la importancia de las palabras correctas, y esa había sido
precisamente el arma de Miguel.
Con respecto a Pen, un puñado de cartas de admiradoras escritas de su
propio puño y letra, y una lista de todos los vecinos con símbolos al lado de
sus nombres.
—¿Se escribía cartas a sí mismo? —preguntó a Grace, perdida ya toda
capacidad de sorpresa.
—No, son mensajes encriptados, mucho más complejos que los anteriores…
Parece que lo de la torre de agua fue una trampa para sacarnos a la luz, y casi
funciona… Hay más: un cifrado para frecuencias. Necesito más tiempo con esto,
pero si es lo que creo que es, podría servirnos para contactar con ellos.
Tirarles una miga de pan y ver si pican.
—No sé si eso me suena bien o mal, Grace. Solo sé que me queda muy
grande… ¿Y esta mierda? —dijo, señalando la lista.
—Parece que marcaban a los vecinos en función de su interés en ellos.
Podría ser un posible reclutamiento, posibles aliados útiles como Yan, o…
—¿O?
—O que ellos también buscaban a alguien.
—¿Qué quieres decir? —preguntó con la boca seca.
—Supongo que podrían buscar al espía. A mí —dijo Grace, apretando los
dientes—. Está claro por los mensajes de Pen que ellos también han detectado
nuestras comunicaciones, aunque no he mandado ninguna desde que los arrestaste.
Justice miró la lista detenidamente. El nombre de Grace tenía un puntito
a su lado, idéntico al de Rian.
—Parece que has hecho muy bien tu trabajo, ¿no? Estar a la altura del
mismísimo Rian es para que te den una medalla —dijo, echándose a reír.
—Sí —dijo Grace, sin reírse en absoluto y poniendo un dedo sobre un
nombre con tres puntos y una marca distinta a las demás.
—Oh, mierda. Menos mal que los hemos pillado antes de que se les
ocurriese hacer algo.
El resto de la tarde la pasó patrullando para relevar a Unsuur, que no
había parado desde que él se había encerrado el día anterior. Las patrullas
ahora eran importantes, ya que todo estaba demasiado revuelto y reciente.
Por la noche, tras llevar la cena a las celdas, fue a la Luna Azul a
buscar a Owen. El chef le había pedido a Grace que se quedase en su lugar y
ella había aceptado. Había aceptado ese último turno del día, reforzando su
tapadera.
—¿Estás listo? —le preguntó a Owen cuando salían.
—No, pero no voy a esperar otro maldito día.
—Está bien… vamos allá.
*
* *
Segundo día. Logan se había
parapetado tras la valla del taller, dejando que la tormenta del exterior
amainase en pequeñas olas que rompían contra ella. Los vecinos habían ido
pasando a verlos poco a poco, y recibirlos allí había sido lo mejor. No estaba
preparado para afrontarlos a todos de golpe. Para otra escena como la de la
plaza del día anterior. Así, en pequeñas dosis, ellos quedaban complacidos,
Logan podía respirar sin perder el control y Haru podía descansar arriba, cerca
y lejos de todo a la vez. Estaban contentos de tenerlos de vuelta, y ellos
estaban agradecidos.
Justice y Owen no habían ido. Aún.
Al día siguiente, a primera hora, iría al rancho de Cooper a echar una
mano con un semental demasiado nervioso. Podía hacer eso. Era algo que hacía en
su otra vida, y que el ranchero había echado en falta. Haru y él se habían
encargado de la doma de muchos de los caballos de Cooper, y esa sería una buena
forma de recordarse que aún valía para algo más que para apuntar con su
revólver. Algo con lo que mantenerse ocupado.
Estaban cenando, sentados a la mesa
de la cocina. Haru parecía estar un poco mejor; incluso se había tomado el
caldo que Vivi le había preparado. El oído le dolía, a pesar del algodón
empapado con el ungüento de Fang, aunque él insistía en que no era para tanto
—sí lo era, todos lo veían apretar los dientes a ratos—. Logan había
contemplado lo que se escondía tras los vendajes y, aunque lo sospechaba, no le
dolió menos comprobarlo. Aun con eso a cuestas, estaban bien, y casi no se lo
podía creer. No se podía creer lo afortunado que era en ese preciso momento, en
el que todos estaban a salvo. Más o menos. Esta noche disfrutaría eso, pensaba.
Hasta que escuchó los gritos.
—¡Sal de ahí, maldita comadreja cobarde!
—¿Ese es Owen? —preguntó Jamie,
dejando caer el tenedor al plato.
Logan se puso rígido un instante. Miró a su hermano, que cerró los ojos
y suspiró.
Mejor hoy que mañana, decidió, levantándose de la mesa y poniéndose las
botas.
—¡Que salgas, te digo, niño bonito! ¡No me hagas entrar a por ti!
—¿Logan, a dónde vas? ¿A quién está gritando Owen?
Andy se puso en pie, pero Haru colocó una mano sobre la suya, lo miró,
negó con la cabeza, y el niño se sentó de nuevo.
—Hoy no, chico —le dijo Logan sin mirarlo, recogiéndose el pelo con el
cordón que llevaba en la muñeca.
Logan abrió la puerta y salió.
—Deja de gritar, estás asustando al crío.
—Bien.
—Bien.
Justice también estaba allí, como ya imaginaba.
Y se perdieron en la noche.
Cuando pasaron por el rancho, Elsie
los vio.
—¡Caramba! ¿¡¿Lo vais a hablar ahora?!?!
Sin detenerse, Justice la apuntó con un dedo y dijo:
—¡NO!
Elsie se quedó allí plantada, mirándolos pasar.
El ring era su destino. Subieron,
como tantas veces antes. Logan se remangó la camisa. Owen se desprendió de
todos sus anillos y de la sempiterna capa. Logan se sacó el colgante de Andy,
acariciándolo un momento antes de soltarlo. Era la primera vez que se lo
quitaba. Se lo dieron todo a Justice, que lo dejó en un extremo, junto a la
vieja botella que había llevado hasta allí.
—Muy bien, caballeros —dijo Justice—, ya conocéis las normas. Nada de
juego sucio ni golpes en las zonas blandas.
Y salió del ring, apoyándose contra las cuerdas, ni muy lejos ni muy
cerca, obligando a circular a los curiosos que pasaban. A fin de cuentas, la
voz había empezado a correrse.
El primer golpe fue de Owen. Le lanzó
un derechazo directo a la mandíbula que lo pilló desprevenido por estar
nervioso. Quizá ese primero no lo hubiese esquivado ni siquiera de haberlo
visto venir. Él pensó que lo merecía, así que lo recibió, encajándolo con una
media sonrisa.
Luego se lanzó, embistiendo a Owen, agarrándolo por la cintura y
dejándolo contra las cuerdas. Allí le asestó un gancho en el estómago, y él
recibió un codazo en los riñones.
—Eres un maldito imbécil, Logan —le dijo Owen, jadeando pesadamente.
Se separaron un poco, observándose de nuevo. Logan levantó el puño
derecho, y cuando Owen se cubría la cara, le soltó el izquierdo en la boca del
estómago. Y otro en la mandíbula, cuando bajó las manos por el dolor y la
sorpresa, para igualarlos.
Owen lo agarró por los hombros y le dio con la rodilla en el pecho, y un
guantazo en la cara cuando se dobló por la mitad.
—Pégame con ganas, no me abofetees, joder.
Y Owen le pegó con ganas, y la primera sangre manchó la lona.
—Podrías habérnoslo dicho. Somos tus amigos, y te fuiste así, como un
maldito delincuente…
—Y a ti poco te costó pensar que lo era —le dijo, dándole una patada
detrás de las rodillas, tirándolo al suelo.
Owen rodó con agilidad y volvió a estar de pie, listo para soltarle una
serie de ganchos a la cara, que él evitó cubriéndose. Todos, excepto el que le
coló por debajo y le encajó en la nariz.
Se llevó las manos a la cara, casi sin poder ver del dolor, y Owen
aprovechó el momento de debilidad para darle dos golpes a cada lado de las
costillas.
—Somos tus amigos —le dijo, furioso, apuntándole con el dedo—. Te
hubiésemos ayudado, y lo sabes.
—¡Claro! Lo mejor era poner a Justice en una posición aún más incómoda y
poneros a los dos en peligro, cuando aún no sabíamos ni en quién confiar
—gritó, tras escupir la sangre que le llenaba la boca.
Logan se tiró sobre él, y se enzarzaron en un amasijo de brazos y
empujones. Un baile que conocían muy bien por costumbre, en el que los dos
daban y recibían.
—Vete a la mierda —dijo Owen, muy cerca de su oído—. Podías confiar en
nosotros.
Chocaron nuevamente como dos trenes de frente, como siempre lo hacían.
Parar, golpear, esquivar, golpear, una patada perdida, parar, esquivar. Tan
agotados que ya empezaban a entrar más golpes de los que evitaban.
—No podía pensar en ese momento, Owen. Mi padre acababa de morir. Yo lo
maté. Después de eso, aparecieron los carteles y fue demasiado tarde para todo
—dijo, resollando, y le arreó un rodillazo en la entrepierna, infringiendo la
norma de las partes blandas—. He arrastrado a mi hermano dos años por el fango,
mientras él pensaba que todo era culpa suya. Pero era culpa mía, joder —le
dijo, acercándose más a él—. ¡Porque siempre es culpa mía! Venga, dime que soy
impulsivo, que hago las cosas sin pensar, que podría acudir a vosotros y todo
se hubiese solucionado milagrosamente. ¡Dime que siempre lo jodo todo! —tuvo
que hacer una pausa cuando esa familiar sensación de vértigo intentó
arrastrarlo de nuevo, obligándose a hacer respiraciones más largas—. ¡No tienes
ni puta idea de lo que pasé esa noche! ¡Ni de todas las demás noches desde
entonces! ¡Mierda, Owen, no tienes ni puta idea!
La frente de Owen, perlada de sudor, estaba apoyada en el suelo. Logan
le tendió una mano, dándolo por concluido, y él le estampó la cabeza en el
mismo sitio al que había ido a parar su rodilla un momento antes. Se dobló de
dolor, cayendo frente a él. Los dos jadeaban exhaustos, sudando y gimiendo
mientras se sujetaban con angustia esas partes que tanto apreciaban.
—Maldita sea, chicos… Dije nada de golpes en las zonas blandas —declaró
Justice, tendiéndoles una mano a cada uno.
Bajaron de la lona y él era incapaz
de mirarlos a la cara. Hasta que Owen lo abrazó y notó su mejilla húmeda.
—Eres terriblemente tonto, en serio —le dijo el chef con la voz
quebrada.
Y sintió también los brazos de Justice, rodeándolos a ambos.
—Los dos sois unos idiotas insufribles.
Estuvieron así un poco, apartándose solo un momento antes de que se
volviese incómodo. Eso lo había hecho regresar a casa más que ninguna otra
cosa. Y solo se daba cuenta ahora de lo mucho que los había añorado,
lamentándose de haberlos apartado incluso de sus pensamientos durante la mayor
parte del tiempo.
—Y ahora… ¿cómo estás? —le preguntó Owen, sin poder ocultar cierto temor
en la voz—. De verdad, no lo que tú crees que queremos o necesitamos oír.
—He vuelto, todo ha terminado —dijo tras un pequeño silencio entre ellos
para recomponerse—. Y, sin embargo, me siento completamente desconectado de
esta realidad que ha sido mía durante toda mi vida. Es raro. Es como la
sensación constante de vivir en la piel de otro. Una piel que me queda
demasiado grande y que es de alguien a quien ya no conozco. Ya no soy esa
persona y tengo la impresión de que todo el mundo espera a que aparezca en
algún momento. Eso los tranquilizaría, porque es la persona que conocen y no
esta sombra que se pasea con su cara. Y lo traería de vuelta si pudiese. Por
ellos. Y por vosotros. Pero no es tan fácil. Parece que nunca hay nada fácil.
Decir las palabras le había costado toda una lucha, más que la física
que había concluido. Solo con Jamie parecían salir solas. Quizá con su hermano
en un buen día —o uno especialmente malo—. Nunca con los demás. Con los demás
tenía que darles forma desde lo más profundo de su abismo, pescarlas con las
manos desnudas mientras resbalaban y trataba de juntarlas todas.
—Siempre te ha pasado, Logan —afirmó Owen—. Siempre has intentado llenar
la piel de otro. Ya lo hacías con tu padre cuando él vivía, y quizá sea hora de
vivir en la tuya y descubrir quién eres.
Él sopesó esa idea, sabiendo que era bastante acertada. Casi todo lo que
había hecho desde que era un niño había sido para enorgullecer a su padre y,
sin él, se había perdido completamente. Ya no sabía qué hacer, salvo seguir
adelante tachando los días.
—Escúchame bien, Logan —dijo Justice—. Que me jodan si voy a dejar que
te alejes de nosotros de nuevo, ¿me oyes? No lo permitiré. Pase lo que pase a
partir de ahora, los tres vamos a trabajar muy duro aquí. Vamos a trabajar muy
duro, y cuando terminemos las cosas no serán como antes, porque eso es
imposible, pero nosotros estaremos bien de nuevo…
—Nadie espera que vuelvas a ser el mismo después de todo lo que te ha
pasado —Owen puso sus enormes manos a ambos lados de su cara y lo obligó a
mirarlo, a pesar de su reticencia—. Después de lo que te hemos obligado a
pasar… Pero vamos a estar contigo mientras descubrimos cómo hacer que todo
vuelva a encajar.
—No supimos ayudarte cuando más nos necesitabas, nunca más te daremos la
espalda, socio, te lo prometo —dijo Justice.
Después de eso se sentaron contra las tablas de la base del ring,
pasándose la botella del matarratas que Owen llevaba toda la vida destilando a
escondidas. Era la bebida que ellos tomaban cuando eran unos chavales. La
única, ya que el padre de Owen tenía las del bar contadas y bien contadas. Se
habían acostumbrado a esa mierda y, a estas alturas, ya no la cambiarían por
ninguna otra, ni siquiera por esas que Owen guardaba aparte para ocasiones
especiales. Era tan espantosamente fuerte que nadie en su sano juicio se la
bebería.
Antes del primer trago, Logan se enjuagó la boca con ella y la escupió,
igual que había hecho Owen primero. Dentro de un rato tendrían la cara como un
mapa, pensó, mirándose los nudillos en carne viva. Habían hecho esto mil veces
o más, y sin embargo esta había sido muy diferente. Para los tres. Se tocó la
nariz, comprobando que no estaba rota.
—Así que un crío, ¿eh? —dijo Owen tras otro trago.
—Bueno, eso parece, sí.
—No se te puede dejar solo, compañero —dijo Justice con sorna.
—Creo que es lo mejor que me ha pasado en la vida… De no ser por él no
sé si hubiese visto el fin de esta historia —confesó.
—¿Y qué coño haces viviendo con Jamie? —preguntó Owen.
—No puedo ir a casa. No puedo, aún no. Tampoco quería que lo primero que
surgiese entre nosotros fuese el favor de una habitación.
—¿Has ido ya a ver al viejo? —le preguntó Justice, apoyándole una mano
en el cuello, como había hecho tantísimas veces hace tantísimo tiempo.
—No. Ni siquiera pude estar en su entierro… Despedirme debidamente. Se
debe estar revolviendo en su tumba, avergonzado de todo lo que he tenido que
hacer —susurró, apurando un trago más para aflojar ese nudo que parecía vivir
allí dentro permanentemente.
—No digas sandeces —dijo Owen al otro lado—. No has hecho más que lo que
debías o podías hacer. Para seguir adelante y para cumplir con él. Nada que no
hubiésemos hecho nosotros de estar en tu lugar.
—Salvo lo de ocultárnoslo, claro —puntualizó Justice.
—Exacto, salvo eso.
Y cuando los oyó reírse, el peso del pecho se volvió bastante más
ligero. Y volvió a sentirse casi en casa.
*
* *
A lo largo de ese mismo día, Burgess
se debatía entre la idea de entrar a las oficinas del Cuerpo Civil para hablar
con Miguel o no hacerlo.
Hacerlo implicaba tener que hablar delante de Pen, Yan y una IA, aunque
había escuchado que estaba apagada.
No hacerlo implicaba quedarse con todas las preguntas dentro y no darles
salida. Quizá terminar bañándose en el oasis de nuevo.
Desde que se levantó, como siempre, poco antes del amanecer —lo asaltó
la espantosa idea de lo vacío que había quedado el albergue—, solo le llevó
ocho horas y seis minutos decidirse.
Ahora, delante de la puerta, volvía a dudar. Si la abría y entraba, no
habría marcha atrás…
Burgess era un ser feliz, en esencia,
mucho más que la gran mayoría. Una felicidad desbordante que, a veces, se
convertía en una riada que arrastraba a la gente lejos de él. Bueno, eso no le
importaba; estaba acostumbrado a estar solo.
Sin embargo, Miguel había visto algo en él. Lo había acogido y nunca lo
había hecho sentir mal. En el pueblo había encajado bien en general, pero con
Miguel, en particular, todo había sido… otra cosa. Le había hecho creer que
importaba. Y Miguel había sido importante para él de una forma que nadie lo
había sido…
Eso bien merecía respuestas.
El problema era que Burgess tenía miedo. ¿Y si su amistad con el
ministro había sido tan falsa como todo lo demás?
Abrió la puerta y entró.
Miguel se puso en pie de inmediato y
sujetó los barrotes con firmeza mientras Burgess subía las escaleras que
conducían a las celdas. Pen y Miguel compartían una, y Yan y la IA la otra.
Cuando lo tuvo delante, lo miró un buen rato, sin saber por dónde
empezar. Que Pen estuviese allí no lo hacía más fácil.
—Dilo —lo animó Miguel, entrecerrando los ojos—. Di lo que has venido a
decir, Burgess.
—Solo quería saber por qué —respondió sin más.
—Estabas allí, lo escuchaste, como todos.
—Estuviste a punto de matar a un hombre. ¿Es que todo lo que decías era
mentira? ¿Qué te ha pasado? ¿Cuándo te convertiste en… esto?
—Déjalo, ¿quieres? Nunca lo entenderías.
—Ya veo. Yo te admiraba. Lo eras todo para mí.
Perplejidad, irritación y, finalmente, derrota. Miguel, que había bajado
la mirada, volvió sus ojos hacia él.
—Pensé que tenía razón —dijo, con un tono de voz sorprendentemente
cortante, un destello del antiguo Ministro por fin—. Creía con cada fibra de mi
ser que tenía razón. Todos los demás eran daños colaterales para darle al
Imperio lo que quería. Tú, yo… todos. Se suponía que todo era por un fin mayor.
Ambos escucharon a Pen resoplar. Había estado tranquilo y callado,
tumbado en su catre con el brazo cubriéndole la cara, algo que Burgess solo
podía agradecerle, porque no se sentía con fuerzas para enfrentarlo.
—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó, ignorando al Caballero.
—No quería involucrarte. Esto te hubiese destruido —contestó Miguel en
voz baja.
—Me ha destruido, Miguel.
—Y eso es lo que más siento.
—¿Más que haber estado a punto de quitar una vida?
—Sí. Más que eso. Cuando llegue mi hora seré juzgado por muchos pecados,
pero ese será el que más duela. ¡Y deja de mirarme así! —gritó, soltando los
barrotes y dándose media vuelta.
—¿Así, cómo?
—Como si siguieses viendo al hombre que admirabas. No está. Creo que ni
siquiera ha existido. Os he traicionado a todos. He despojado a este pueblo de
su fe.
—Si lo que buscas es que te odie, ya sabes que no puedo hacerlo. Vas a
tener que vivir con tu parte de culpa.
Miguel se quedó allí de pie, dándole la espalda. No hizo ni dijo nada
más.
Burgess se fue, sintiéndose aún peor que cuando entró.
*
* *
Por la noche, Miguel estaba sentado
en la cama de su celda mientras Pen daba vueltas en el reducido espacio como un
león enjaulado. Yan los miraba a ambos desde la celda de enfrente, con su
insípido bombín tan calado que apenas podía verle la cara. Una celda para él
solo —él y una IA desconectada—; hasta en eso era afortunado el comisionado.
Llevaba inquieto desde el interrogatorio, masticando las palabras de
Justice sin llegar a tragarlas del todo, igual que esa cena que seguía en el
plato. Después, Burgess, para darle la vuelta de tuerca que le faltaba. Al
final habían fracasado. Años de tiempo y esfuerzo, y todo se había ido al garete
por culpa de esos dos idiotas. Si Pen se los hubiese tomado más en serio… Si
tan solo lo hubiese escuchado una sola vez…
Las palabras de Justice habían
mordido su carne y se negaban a soltarla. Quizá Pen no se lo tomaba en serio porque
le daba igual la misión…
Quizá estaba allí por otras razones…
¿Había sido él el que había contactado con Duvos?
¿Quién, si no?
—Pen, ¿hay otro plan además del que yo conozco? —le preguntó al
Caballero.
Pen se detuvo en seco y lo miró fijamente.
—¿Crees que te voy a contar lo que no sabes? —le preguntó con un siseo—.
¿Por qué iba a perder el tiempo con un ser obtuso y ridículo como tú, que vive
en la miserable ignorancia creyéndose, además, al tanto y al mando de todo?
—¿Sabes que todo esto ha sido por tu culpa? Podrías haber dado con esos
dos, pero has estado muy ocupado degustando el menú de la Luna Azul y mirándote
en los espejos…
Pen entrecerró los ojos, convirtiéndolos en rendijas oscuras. Lo
atravesó con ellos como si pudiera leer sus pensamientos más profundos. Y
Miguel no estaba muy seguro, en ese momento, de que no pudiera hacerlo…
—¿Crees que he estado aquí todo este tiempo para servirte a ti? ¿Para
ayudarte? ¿Quieres que te cuente algo que no sabes, Miguel? —le dijo en voz muy
baja—. ¿Quieres que te hable de Doss?
Miguel era de Doss. Una criatura de las periferias asoló el lugar cuando
él era un niño. Toda su familia murió allí, junto a todos los demás. Él estaba
escondido dentro de un armario, en un hueco tan pequeño que después le resultó
casi imposible salir de él.
Casi tan imposible como volver a
ponerse derecho.
—Doss fue destruido por una criatura de las periferias —dijo monótono,
intentando ocultar el temblor de sus labios.
—Doss fue un objetivo de Duvos…
—Mi fuerza es la Luz y yo soy su herramienta… —recitó.
—Tu preciado Imperio lo arrasó y culpó a una criatura de las periferias.
—Mi fuerza es la Luz y yo soy su herramienta…
—Se empeñaron mucho en hacer que pareciera que fue exactamente eso lo
que pasó allí…
—Mi fuerza es la Luz y yo soy su herramienta…
—Arrasaron con todo lo que tenías y conocías, destruyéndolo hasta los
cimientos.
—Mi fuerza es la Luz y yo soy su herramienta…
Miguel se tapó los oídos y cerró los ojos.
Eso no podía ser…
No podía ser verdad…
—Te dijeron que había sido una criatura de las periferias y te uniste a
ellos. A los asesinos de tu familia.
Miguel se abalanzó sobre Pen y le hundió el puño en la cara. Y lo volvió
a hacer. Lo repitió hasta agotarse.
Hasta que se dio cuenta de que Pen se estaba riendo…
Se reía de él casi sin poder coger aire para respirar.
Se reía de una forma como nunca lo había visto reírse antes, con el
labio partido y la nariz goteando un hilillo de sangre.
Su rostro, intacto por lo demás, como si estuviese tallado en piedra.
Y puede que así fuese, pensó Miguel. Tallado en piedra.
Se miró el puño, ya inflamado.
Se había roto la mano.
—Ah, mi buen Ministro… —susurró el Caballero, acercándose como un
felino, con los restos de su humor resbalando de las líneas rectas de su
cuerpo—. Cuando terminemos aquí, Sandrock será solo un recuerdo lejano en las
mentes de aquellos que no estaban… Únicamente una historia más de terror que
contar delante de una hoguera… Otro pueblo caído en desgracia…
Pen se deslizó detrás de él y posó una de sus manos en torno a su
cuello, ligera como el toque de un ala de mariposa.
Miguel cerró los ojos y dejó que todo el aire de su pecho saliese,
pensando en las consecuencias de lo que había puesto en marcha…
o del mal que había venido con ello.
La mano se movió hasta su garganta en una suave caricia, pasando los
dedos por la curva de su nuez.
Un instante después, Pen apretó con toda su fuerza.
—Es hora de dar las buenas noches… —suspiró en su oído con el placer de
un amante.
Y él lo aceptó de buena gana, listo
para bajar el telón.
Yan estaba mirando, agarrado a los barrotes de su celda, con los ojos
llenos de sorpresa… y quizá también un poco de anhelo. No había miedo en ellos,
solo esa confianza que siempre destilaba.
La que te da el saber que estás en el equipo ganador.
Detrás, la figura durmiente de la inteligencia artificial.
Y el último pensamiento de Miguel fue que prefería mil veces tener a Pen
de compañero que a ese trozo inerte de metal.
El último, antes de dar las buenas noches.
Después de todo, no iba a tener que vivir con la culpa…
*Notas:
Siempre me he imaginado a Owen, Justice y Logan con una amistad muy estrecha. El juego lo insinúa, pero nunca profundiza demasiado, como con casi todo lo demás. En mi cabeza tienen este rollo en el que cada uno cumple un papel muy específico y los tres se complementan de maravilla, aunque a veces a base de golpes. Es su forma de terapia, una especie de catarsis. Creo que les encaja perfectamente por carácter. Y todavía queda mucho de ellos por descubrir.
Del mismo modo, imagino a Howlett —el padre de Logan— con Hugo y Cooper.
Por otro lado, supongo que no hace falta decir que Miguel, en el juego, está completamente a salvo. Su destino depende un poco del jugador, que debe decidir qué hacer con él. Yo he preferido dejarlo en las justas manos de Pen, porque creo que lo estaba pidiendo a gritos.
Miguel no es de mis personajes favoritos, pero cuando cuenta la historia de Doss se le entiende un poco mejor. Y, francamente, la historia de Doss da para película de terror, para especulaciones conspiranoicas y para todo lo que quieras imaginar. La versión oficial es la que Miguel ha creído toda su vida, pero ¿y si hubiera algo más?
Burgess está pasando una mala racha.
La semana que viene… conspiraciones en las sombras, revelaciones y el ascenso al tobogán por el que vamos a lanzarnos de cabeza.
Hoy tampoco tengo capturas específicas. Una nocturna sería ideal para el ambiente oscuro con el que cerramos. Me encantaría tener una de Miguel.
