Capítulo 1

 

1.      El niño

 

Principios de primavera del 98

 

 

Jensen se paró en el borde del andén y observó como el tren arrancaba, pasaba el oasis y cruzaba el cañón de Shonash, dejando tras de sí una ondulante nube de vapor. Cuando la luz distante sobre las vigas del puente se puso verde, cuando se mantuvo la santidad del horario, el confiable reloj de bolsillo que tenía en la mano se cerró de golpe con un sonoro clic y un nuevo día comenzó.


Jamie se levantó de la cama arrastrando los pies. Se había quedado hasta tarde con varios encargos para Rocky, durmiendo apenas dos horas. Se vistió, se lavó la cara y se preparó un café. Salió con la taza en la mano, como solía hacer cada mañana, porque bebérselo en casa era tiempo perdido. Podía hacerlo mientras arrancaba las máquinas. Podía arrancar las máquinas con los ojos cerrados, que era casi el caso.
     Estaba terminando de recoger los recursos ya refinados, cuando escuchó golpes en la puerta de la cerca. Al otro lado no vio a nadie, aunque Pen, Hugo y Owen eran los únicos que sobrepasaban el macizo diseño nuevo anti tormentas de arena de Heidi, y podría ver el sombrero de Justice de ser el caso. El resto de los vecinos quedaban fuera de la vista, así que tenía que ser uno de ellos.
     No era ninguno de los vecinos.
     Antes de que le diese tiempo a llegar hasta allí, un bigote enorme y falso asomó por encima de la valla. Sobre él se apoyaban unas gafas demasiado grandes para la cara que trataban de ocultar. Todo enmarcado por una maraña de pelo anaranjado —anaranjado y tan falso como el bigote— con la forma abstracta de cualquiera de los doscientos tipos de cactus que había en el desierto. Al verla, el intruso carraspeó y se soltó, quedando de nuevo fuera de su radar.
     Jamie abrió.
     Era el crío, al que había visto aquella otra mañana turbia en el interior de una cueva; la cueva a la que los forajidos habían llevado a Matilda para interrogarla sobre la supuesta desaparición de agua.
     El crío de Logan.
     Lo reconoció de inmediato, a pesar de todas las capas de atrezzo, por su postura arrogante. Estaba cruzado de brazos, cambiando el peso de un pie a otro con impaciencia, exactamente igual que en la cueva. Ya entonces, trataba de aparentar mucho más de lo que era. Lo único real de aquella estampa ahora, era la constelación de pecas que se dejaba entrever en su nariz, levantada hasta el infinito en un gesto desafiante. Jamie recordaba muy bien como salpicaban su rostro, igual que recordaba todo lo demás.
     Se había enamorado un poco de aquellas pecas y de su provocadora irreverencia, nada propia de un niño.
     Y aquí estaba hoy, delante de su puerta, con la misma actitud resuelta y con una voz que no era del todo la suya, agitando delante de ella el esbozo del diagrama de lo que parecía un escudo mientras parloteaba, tratando de convencerla para que se lo fabricase.
     —Oye, ¿estás ahí o qué? —dijo el niño enfurruñado, arrugando la nariz.
     —... ¿Atractivos diablillos, eh?
     —Eso es, hombre. Y no tengo todo el día, es un asunto importante, ¿sabes?
     —Ya veo…
     Jamie cogió el diagrama para estudiarlo más detenidamente. Era tosco, con información innecesaria y lleno de dibujos infantiles en los márgenes. Quitando todo eso, era un diagrama que se podía interpretar perfectamente. Sin quitarlo, era una pequeña obra de arte llena de personalidad que le produjo un cosquilleo en la yema de los dedos. El mismo cosquilleo que sentía cuando tenía delante algo digno de su interés. Algo por lo que sentía el deseo imperioso de trabajar.
     —¿Esto lo has hecho tú? —le preguntó alzando una ceja.
     —¿Yo? No, no —respondió negando con la cabeza, haciendo que los extravagantes bucles de la peluca pareciesen muelles—. Me lo dio ese tío del centro de investigación. Ya sabes, el de gafas. Me dijo que te lo pasase a ti directamente.
     Tenía que hacer un gran esfuerzo para no reírse. No quería darle al crío la impresión de que no se lo estaba tomando en serio porque en realidad sí lo hacía. Lo tomaba tan en serio como un maldito infarto.
     Sí, era el crío de Logan.

El pueblo estaba empapelado de arriba abajo por carteles de
Se Busca de los dos forajidos. Sus ojos la seguían allá a dónde fuese y, desde el incidente de la torre de agua, los ojos de Logan era algo en lo que había pensado más de una vez. Puede que bastantes o incluso muchas. Puede que muchísimas más de lo que se podía considerar muchas en términos generales. Obsesión, podría ser la palabra que lo definiese, si se buscase una o si hubiese una necesidad real de definirlo —y Jamie estaba casi segura de que no la había—.
     Lo había visto en persona dos veces.
     La primera, fue el día en el que el bandolero decidió volar por los aires la maldita torre del agua. Ella salía de casa con su café en una mano y la lista de encargos pendientes en la otra. Fuera de la falsa seguridad de su valla —entonces solo tenía la raquítica valla que Mason había dejado al irse—, un millón de cosas sucedían simultáneamente y estaba a punto de reinar el caos.
     Una columna de humo ascendía en el cielo, allí donde antes estaba la torre.
     El tren silbando ya muy cerca de la estación.
     Los gritos de Justice, que espoleaba a Verdad.
     Aproximándose a ella a toda velocidad, el fugitivo a lomos de un enorme macho cabrío.
     Ella caminaba distraída, pensando en lo caliente que estaba el condenado café y que tenía la otra mano ocupada para poder cambiárselo. Cuando empezó a ser consciente de su entorno, su cerebro registró todo eso como si estuviese rodado a cámara lenta.
     Justice se acercaba cada vez más a Logan galopando así que, justo cuando el tren atravesaba sin detenerse la estación, Logan hizo un recorte y cruzó la vía, dejando a Justice al otro lado sin la posibilidad de cruzar tras él. Pasó tan cerca de ella que se vació el café encima. Logan frenó en seco a la cabra, tirando de las riendas con fuerza y poniéndola a dos patas, solo para observarla como si quisiese aprendérsela de memoria. Se miraron y Jamie fue muy consciente de sus ojos azules —ah, joder, poder verlos en color en lugar de en los tonos sepia de los carteles—. Los ojos de Logan sobre ella estaban hechos de cielo, mar y acero. Se miraron y en su pecho se encendió una chispa que prendió con la rapidez de un fósforo. Jamie quiso volver atrás en el tiempo. Cinco minutos serían suficientes. Cinco minutos antes, él no la había mirado así.
     El tren seguía su camino, Justice esperaba al otro lado, aunque no pudiesen verlo, y Logan aún tuvo la audacia de sacudir su sombrero, colocárselo, saludarla con un toque perezoso en el ala y, solo después de todo eso, espolear a su montura, que salió al galope de nuevo, dejándola allí plantaba con la boca abierta, la camisa sucia y sin café.
     La segunda vez, fue en la cueva a la que llevaron a Matilda, y Jamie mentiría si dijese que no estaba esperando el momento en el que se volviesen a encontrar. Los dos bandoleros estaban allí, tal y como suponían, pero también el niño. Eso le había roto los esquemas y le había generado un sinfín de preguntas nuevas. ¿Quién era ese crío? ¿Qué hacía en mitad del desierto con dos forajidos en busca y captura? ¿Qué hacían dos forajidos en busca y captura con un niño en mitad del desierto?
     Logan y ella habían bailado un poco ese día. Un simple tanteo cuando Justice y Unsuur quedaron fuera de combate, antes de que Pen apareciese para interrumpirlos. Logan se había contenido con los tres. Lo había hecho bien, casi no se le notaba, pero ella había entrenado muy duro la mayor parte de su vida y lo supo. Justice también se reprimió, aunque a él sí que se le notaba —era casi como si el esfuerzo lo tuviese que hacer para parecer que lo intentaba en serio, y no al revés—. Jamie conocía muy bien la forma de luchar de Justice, se habían cubierto las espaldas en la estación Gecko cuando todo se fue al infierno, y no se parecía en nada a lo que había presenciado ese día. El sheriff se veía rígido y molesto, y estaba muy claro que esa cueva era el último sitio en el que quería estar. Muy extraño, después de año y medio persiguiéndolos. Así que añadió otra pregunta a las demás: ¿Por qué Logan y Justice no se lo estaban tomando en serio?  
     No quiso volver a pensar en lo que sintió mientras luchaba con Logan, a veces tan cerca el uno del otro que podía escuchar la respiración entrecortada de él en su oído. Ver esos ojos azules a escasos centímetros de los suyos.
     Regresó al presente y a lo que podía suponer tener al crío en su puerta —¿Lo han enviado ellos o está aquí por su cuenta? Presentarse en el pueblo disfrazado es algo que un niño haría. ¿Querían que lo retuviesen aquí? ¿Sabían que había venido?—.
     —Me lo quedo —le dijo, apartando por el momento todas las incógnitas—, tengo que estudiarlo.
     —¿Eso es un sí? —preguntó el crío, visiblemente animado.
     —Es como mucho un quizás. Tengo que salir y aprovecharé para recoger algunos materiales que le irían bien.
     —Bueno, vale… Volveré más tarde.
     Hizo un último mohín debajo del bigote falso antes de darse la vuelta y salir contoneando las caderas, envuelto en la seguridad que solo un niño puede tener llevando puesto algo tan ridículo.
     Días más tarde, Jamie vería la casi exactitud en el atuendo y valoraría mucho más el esfuerzo del crío, pero hoy no era ese día. Hoy regresó al rugido de las máquinas, cerrando la puerta de la valla que la separaba del mundo, manteniendo, con una sonrisa, los restos de ese aleteo en el pecho, y considerando seriamente que aún había días por los que merecía la pena salir de la cama. La idea de avisar a Justice se le pasó fugazmente por la cabeza, pero la desechó en el acto. Que se ocupe él, decidió.
     La mañana ya estaba muy avanzada para ella, que solía levantarse a las seis para ponerlo todo en marcha de nuevo. Terminaría de alimentar a las máquinas con los restos traídos el día anterior, saldría a por más para el día siguiente. Bucearía en las ruinas de un mundo que se había ido al garete hace siglos, en busca de materiales y recuerdos hace tiempo olvidados. Listos para ser el botín de quien fuese lo suficientemente valiente, estúpido o necesitado como para bajar a reclamarlos.
     Suspiró observando el caos organizado de su patio, mientras colocaba con cierta reverencia el diagrama del crío dentro de su cuaderno de bocetos. Regresaría a él más tarde, cuando hubiese terminado lo que tenía pendiente. Tendría que cruzar el puente para ir a las ruinas de la estación Gecko a por un motor para otra de las comisiones de Rocky. Siempre daba prioridad a sus vecinos de las perforaciones, ya que sin ellos, la tarea de levantar su casa hubiese sido imposible. Encargarse personalmente de cualquier cosa que necesitasen era un acuerdo no escrito que ella había firmado muy a gusto.
     Recogió su bolsa de suministros y añadió algo de carne seca envuelta en un paño, sus herramientas, sus armas y, tras ensillar a Brego, salió al trote siguiendo las vías.



Regresaba cuando los últimos rayos de sol barrían las dunas; atardecer rojizo y profundidad cálida, con la cabeza gacha por el cansancio y el sueño. Pensaba en lo tarde que podría permitirse meterse en la cama cuando los vio a todos reunidos, alborotando en torno a alguien. Jamie no distinguió quien era hasta que estuvo mucho más cerca, y ese inusual pálpito que arrastraba en las remotas periferias de su subconsciente desde el comienzo del día se marchitó de golpe.
     Era el crío, ahora ya sin peluca, ni bigote, ni gafas. Pen lo sujetaba de un brazo con la firmeza de un tornillo de banco, mientras Miguel lo señalaba con ese dedo acusador. El mismo que, en alguna que otra ocasión, había usado con ella hablando de tragedias pasadas y de cómo haría bien en tratar de no repetirlas, dejando atrás su mal disimulado entusiasmo por la tecnología del viejo mundo. Aunque, como ella le recordaba sin tratar de disimular absolutamente nada, esa tecnología era la que mantenía en pie y sujeto por las costuras a este pueblo moribundo. Miguel, y ese maldito dedo cargado de autoridad moral, listo para imponer ideas y opiniones y juicio, apuntando al niño, que permanecía impávido con la barbilla proyectada hacia delante. Trudy, Justice y Unsuur miraban sin intervenir del todo. Cooper y Mabel se mantenían a una distancia prudencial pero sin perder ni un detalle. En el lado opuesto, Rocky y Krystal, con Pebbles colgando de su cadera, negaban con la cabeza mientras hablaban en susurros.
     Jamie bajó del caballo y le palmeó la grupa, indicándole que recorriese los últimos metros sin ella. La escena se desarrollaba tan cerca de su casa que, de haber estado dentro, se hubiese enterado de todo.
     No iba a entrar.
     No te metas, pensó, sabiendo ya que iba a meterse. Iba a meterse hasta el fondo.

     —¿Qué pasa aquí? —preguntó con una cautela que no sabía ni que tenía.
     —No es un asunto para los constructores —contestó el ministro, volviéndose hacia ella sin bajar el dedo investido por la mismísima Luz.
     —El niño estaba con Logan y Haru. Se hizo pasar por el cazarrecompensas que contratamos, hasta que Justice y Unsuur descubrieron que estaba mintiendo y trató de escapar—resumió Trudy ignorando a Miguel.
     Jamie supuso que, al igual que ella, Justice y Unsuur se habían hecho los tontos deliberadamente mientras veían a donde iba a parar todo aquel asunto.
     —Quedará bajo la tutela de la Iglesia. Ha estado conviviendo con forajidos durante a saber cuánto tiempo. Muchos malos hábitos que nos esmeraremos en quitarle.
     El ministro parecía envuelto en esa Resolución Divina que solo la Auténtica Fe puede dar. La resolución que hace que veas más allá de todo y de todos para encontrar la verdad. La verdad que él pretendía encontrar siempre que buscaba una, claro.   
     —Miguel, es solo un niño—señaló Trudy haciendo una mueca de desagrado. Su voz parecía la de otra persona, alguien a quien aún no había conocido, pero de quien había oído hablar. Alguien lleno de tristeza y de pérdida, como ella misma y, quizás, como el propio crío.     
     —Los niños necesitan disciplina y mano dura, si no, se les llena la cabeza de cosas…
     —De cosas, ¿eh? ­—dijo Jamie, entrando en el círculo y mirando al crío. Desde luego, le había sobrado tiempo esta mañana durante su breve encuentro para darse cuenta de que tenía la cabeza llena de cosas. La clase de cosas que Miguel detestaría. El niño parecía nervioso y también molesto ante las palabras del ministro, pero se mantuvo en silencio. Otro indicio de su inteligencia, esperar a ver hacia dónde se decantaba su destino final antes de decir algo que pudiese empeorar gravemente la situación—… Y esa disciplina y mano dura, será la tuya ­—añadió, volviéndose hacia Miguel, ya con la cautela haciendo aguas.
     —La de la Iglesia, por su puesto. Nosotros nos haremos cargo del muchacho. En el albergue hay sitio de sobras. Un lugar adecuado para un huérfano rebelde. Terminará agradeciéndonoslo, ya veréis. Incluso acabará llevándonos hasta ellos…
     Nosotros. La Iglesia. Huérfano rebelde. Los ojos del crío se habían agrandado tanto que podía verse con total nitidez como las pupilas se dilataban tragándose el púrpura del iris. Iba a cometer una estupidez en menos de tres segundos. Jamie estaba casi segura de que, de no sujetarlo Pen como lo sujetaba, se hubiese lanzado sobre Miguel en ese momento con todo lo que tenía: puñetazos, mordiscos, patadas y, posiblemente, un surtido extenso de palabrotas. Jamie conocía esa sensación.
     —Se queda conmigo —dijo, justo a tiempo de impedir que el niño gritase algo. Y decirlo en voz alta le sonó aún mejor que pensarlo. Fue como encajar una pieza especialmente difícil en un puzle especialmente complicado. El niño cerró la boca de golpe y la miró con una expresión indescifrable. Puede que estuviese furioso por la interrupción, o aliviado. No podía saberlo—. Trudy, el crío se queda conmigo —repitió.
     Podría pensarse que Jamie estaba interesada en la oportunidad que el niño representaba de despejar algunas incógnitas. No era así. O sí, pero esa no era la razón que la llevó a abrir su enorme bocaza. Supo que se llevaría al crío a casa en el mismo momento que Miguel dijo la palabra huérfano de la forma en que lo hizo. No le había gustado nada y le había traído recuerdos muy desagradables de su paso por el orfanato. Si de ella dependía, ese crío no iba a pasar a ser propiedad de la Iglesia.
     Se hizo el silencio durante unos momentos. Un silencio de estupefacción que ella aprovechó para liberar el brazo del niño de las garras rígidas de Pen, que se aflojaron tras una breve mirada y un encogimiento de hombros. Jamie soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo y esperó que Pen se estuviese retirando de verdad. No quería enfrentarse también a él. La mayoría de las veces, Pen era como un niño pequeño que se acerca a ti con una sonrisa, te coge de la mano y deposita en ella una serpiente venenosa. No parecía demasiado interesado en entrar al trapo opinando y discutiendo, y Jamie apostaría cualquier cosa a que el Protector de Sandrock era consciente de que estaría mucho más a gusto sin tener que vigilar a un niño o tenerlo cerca del templo donde rendía culto a su propio cuerpo. Lo único que le interesaba al Protector de Sandrock,  era el Protector de Sadrock.
     —Jamie, no creo que… —comenzó a decir Trudy.
     —¡Contigo! —exclamó el ministro con rabia, interrumpiendo a la alcaldesa—. ¡No puede quedarse contigo! ¡Podría ser un espía, trabajar para ellos, tenerlos informados de todo lo que hacemos! ¡Ni siquiera sabemos lo que hacía aquí, por el amor de la Luz!
     El crío resopló y ella, que estaba a su lado, le pasó un brazo por los hombros y lo apretó ligeramente, tratando de contenerlo.
     —Te recuerdo que de resolver esos misterios se encarga el Cuerpo Civil, y también que yo misma pertenezco a él  —contestó con rotunda seguridad. Una seguridad que empezaba a desvanecerse a medida que su cabeza se enfriaba y asimilaba lo que su corazón estaba intentando hacer.
     —Miembro honorario—susurró Justice a su lado—. Pero sí —carraspeó—… en eso tiene toda la razón, Miguel —carraspeó—… nos vamos a encargar nosotros. Unsuur y yo —añadió con rapidez tras otro carraspeo.
     —Ya sé que parece loco, Trudy­ —dijo ignorando al sheriff y levantando la mano libre para detener a cualquiera que sintiese la necesidad de intervenir ahora. Joder, estaba segura de que era aún más loco de lo que parecía—… pero, como huérfana —y puso énfasis en esa palabra, mirando a Miguel al pronunciarla—, sé que estará más cómodo conmigo —ahora fue el ministro el que resopló con desdén—. Además, podría echarme una mano en el taller, aprender y contribuir a la comunidad, ya sabes. Si me dejas intentarlo, mañana a última hora de la mañana tendré un plan encima de tu mesa. Un plan que aprobarás. Si hay algo que sé de primera mano, es que un albergue no debería ser el lugar ideal para ningún niño, especialmente si hay alguien dispuesto a hacerse cargo de él.
     Sabía de sobras que se ganaría a Trudy con esa última reflexión. No importaba lo que Miguel pensase, sería la alcaldesa la que decidiría. Y a parte de la razón, tenía a su favor que la madre que tenía delante no dejaría que el ministro se saliese con la suya. Además, seguramente Trudy estaba hasta el moño, literalmente, de que la Iglesia tratase de socavar cada decisión que tomaba. Se aseguraría de dejarlo caer mañana, con el plan que iba a elaborar —que ya estaba elaborando de forma frenética— sobre su mesa.  
     —Esto no me gusta y es una irregularidad —insistió Miguel sin aplacarse ni lo más mínimo—. Por no hablar de todo lo demás… Te has pasado el día fuera, ¿te has parado a pensar en qué harás con él cuando tengas que volver a salir? ¿Cómo vas a cumplir con tu contrato teniendo que cuidar de un niño? Tienes un compromiso con este pueblo…
     Se escucharon murmullos que provenían de las periferias de la conversación. Ahora había más vecinos, apartados todos discretamente.
     —Vaya, esta sí que es buena —contestó Jamie comenzando a enfadarse en serio—. ¿Me estás diciendo que si me hubiese presentado aquí con un hijo propio no me hubieseis dado el trabajo? Mi-an y yo hemos estado triplicando nuestros horarios, pasando mil veces por encima de nuestros contratos en beneficio de los demás, dejándonos mangonear por Yan y trabajando como bestias para ayudar a todo el mundo… Y nunca nos ha importado, porque desde el primer día vimos que hacíamos mucha falta. Y ahora me sales tú con esas… ¡y me hablas de compromiso!
     Más murmullos.
     —Bueno, ya basta —dijo Trudy, mirando a Miguel con evidente disgusto, lo que, viniendo de la alcaldesa, se traducía en un ceño fruncido—. Nos estamos poniendo nerviosos y no podemos seguir discutiendo esto en caliente en medio de la calle. Jamie, mañana a última hora de la mañana. Y hay muchas cosas de las que hablaremos aparte de ese plan tuyo, tenlo en cuenta —añadió—. Ministro, espero no volver a oír algo como lo que acabo de escuchar.
     —¡¿Y ya está?! ­­—gritó Miguel. Estaba furioso, una emoción que parecía haberse instalado en él de forma permanente—. No puedes hablar en serio Trudy. No puedes…
     —Soy la alcaldesa, nunca bromeo —dijo. Y todos, menos Miguel, la miraron con asombro, porque era la primera vez que decía algo semejante—. Hasta entonces, Jamie, te sugiero que lo pienses muy bien. Tienes poco tiempo para organizar algo tan grande como es cuidar de un niño.
     Cuidar de un niño sin tener ni la más remota idea de cómo hacerlo, leyó ella entre líneas.
     —Pues nada —la voz de Justice sonaba tensa, siempre cortando en el momento oportuno con la precisión de un cirujano. No se había involucrado demasiado en la discusión, siendo el sheriff y tratándose de un posible testigo. Cómplice. Lo que fuese. Jamie se preguntó, y no por primera vez, por el papel de Justice en todo este asunto de los forajidos—. Os daremos un margen razonable para que os organicéis, pero Jamie, me gustaría hablar con Andy en algún momento a corto plazo.
     Andy. Se llamaba Andy.
     —Claro, Justice. Pasado mañana lo llevaré yo misma a la oficina a la hora que me digas.
     —Eso si para entonces sigue bajo tu tutela —refunfuñó el ministro, dale que te pego, con la boca crispada por un rictus de rabia.
     Nadaba en esa rigidez inquebrantable la decisión de ponerle las cosas difíciles. No hemos terminado, decían sus ojos. No te atrevas a contrariarme, porque mi palabra está escrita en piedra, no como la tuya, que se la lleva el viento. A ella no le preocupaba demasiado. Estaba casi segura de que en este caso, el peor enemigo de Miguel era él mismo.
     Lo despidió con el gesto de la mano que se usa para espantar moscas.

Jamie se dio la vuelta de regreso a su taller con el niño firmemente sujeto a su mano. Se aferraba a ella como un animal asustado y comprendió que, pese a la necesidad de mantener una calma aparente y ser un niño inteligente, Andy no era más que un niño. ¿Qué mierda había hecho? ¿Acaso estaba completamente loca?
     Recorrieron los pocos metros que los separaban de la puerta en silencio y una vez dentro dejó escapar un gemido lastimero.
     —Vaya, eso ha estado cerca, ¿eh? —dijo Andy con una sonrisa forzada.
     Parecía repentinamente tímido ahora que estaban a solas. Casi con toda probabilidad, su vida había pasado ante sus ojos mientras ese puñado de viejas hablaban sobre qué hacer con él, y ahora estaba sujetando la mano de una extraña, a punto de entrar en una casa desconocida.  Algo se le apretó en el pecho.
     —Así que… ¿Andy? ­—preguntó agachándose frente a él para quedar a su altura.
     —Sí, señora.
     —Está bien, esto es un poco raro, ¿no? —le dijo ofreciéndole una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora. Y realmente esperaba que lo fuese.
     —Sí, es verdad. Es raro, pero seguro que mejor que la escuela dominical y el albergue. Gracias por… eso.
     —No me las des aún, vamos a ver qué pasa mañana y si lo que tengo en mente te apetece —dijo mirando al vacío, tratando de ver qué hacer a continuación —. ¿Cuántos años tienes?
     —Siete.
     —Siete. Vale. Vamos a tener que definir algunas reglas. Será importante para ellos, ¿entiendes?
     —Creo que sí.
     —Bueno, lo perfilaremos todo como es debido mientras cenamos. ¿Tienes hambre?
     —Mucha —y para remarcarlo, su estómago rugió, casi al mismo tiempo que el de ella. Los dos se echaron a reír.
     Jamie se dio cuenta de que no había comido en todo el día, salvo por las escasas tiras de carne seca que se había llevado a las ruinas. Normalmente no reparaba en las horas de las comidas, algo que se saltaba casi siempre o que hacía de manera rápida y mal durante una pausa entre unas cosas y otras. Eso sería algo que tendría que cambiar y poner en la lista. Se estaba empezando a dar cuenta de todo lo que iba a tener que reconvertir. Tendría que dinamitar su sistema de caos organizado para crear uno nuevo desde cero. Uno donde, a ser posible, no hubiese caos de ningún tipo. Suspiró con pesar, y cuando miró al crío lo vio con los labios apretados.
     —¿Te estás arrepintiendo?  —le preguntó Andy, dejando correr un poco de ese miedo que llevaba en la mano directo a sus ojos.
     —No. Solo pensaba en que tenemos mucho trabajo y poco tiempo. Lo vamos a dividir en prioridades, y vamos a tener que trabajar mucho para que no se den cuenta.
     —¿Para que no se den cuenta de qué?
     —Pues de que no tengo ni idea de lo que hago Andy, de eso exactamente —respondió, dándole un apretón en la mano—. Y te lo pido por favor… no vuelvas a llamarme señora.
     Él se echó a reír. Sus hombros temblaron y terminó con una carcajada aguda y nerviosa que le contagió al momento. Parecían dos locos en el patio de su taller. Se iba a hacer de noche enseguida, y el tiempo empezaba a apretar.
     —Oye —le dijo, incorporándose y mirándolo con franqueza—, no tengo nada de comida en casa. Es una de las cosas que habrá que solucionar mañana. De momento, hoy pasaremos por la Luna Azul a por algo para llevar y cenaremos en mi sitio favorito, que será donde cenaremos cada noche a partir de ahora si las cosas nos salen bien. ¿Qué tal te suena eso?
     —Me suena muy bien, supongo.
     Había algo en su forma pícara de sonreír. Algo que ella deseó que la vida jamás le quitase.


     —Vaya, Jamie, ¿quién es este jovencito que te acompaña?
     Owen los recibió con una sonrisa tras la barra, mientras le sacaba brillo a un vaso.
     —¿Aún no han llegado los chismes? —preguntó ella.
     —Claro que sí. Llegaron antes que vosotros a la puerta de tu casa.
     —Bien, en ese caso ya conoces a Andy —declaró, haciéndole un gesto al chico para que subiese a la banqueta vacía que había a su lado—… Antiguo forajido y futuro ciudadano modelo. Owen es un cocinero genial que sabe contar buenas historias.
     —Encantado, Andy —dijo Owen dejando el vaso en su sitio, tendiéndole la mano y guiñándole un ojo—. Tienes cara de que te guste el batido de melón, ¿me equivoco?
     —Creo que no te equivocas, Owen —le aseguró el niño muy serio, cruzando los brazos sobre la barra. Se lo veía agotado en todos los sentidos. Aplastado, como su cabellera rubia tras todo el día oculta bajo la peluca. Así, a la luz artificial y sentado en el taburete con los pies colgando, parecía el muñeco desgastado de un ventrílocuo—. Podría beberme uno ahora mismo.
     —En ese caso, deja que te lo sirva. Yo invito a esta ronda.
     El barman preparó un batido especial que mezcló, agitó y, tras verterlo con unos malabares bastante asombrosos en una de las copas más grandes, le añadió unas hojas de menta y una pajita. Los dos últimos pasos lo habían llevado al otro extremo de la barra y, desde allí, deslizó la copa con suavidad y precisión, dejando al niño aún más impresionado cuando ésta se detuvo exactamente frente a su nariz.
     —¡Oh, eso ha sido una pasada! —gritó el niño.
     Andy lo había observado todo completamente embelesado, sin perderse ni un detalle, y cuando le dio un sorbo, cerró los ojos con verdadera reverencia. Solo acertó a estremecerse ligeramente mientras dejaba escapar un “Mmh…” de satisfacción.
     Owen se echó a reír, probablemente sabiendo que había quedado como un puto dios de las antiguas escrituras; le encantaba dar un buen espectáculo.
     —Owen, esta noche necesitamos platos que levanten el ánimo y curen un corazón roto —dijo Jamie mientras Andy sorbía ruidosamente sumido en su trance. 
     —Genial, porque es lo único que os puedo servir.
     La sonrisa de Owen era blanca y deslumbrante. Tenía los dientes más perfectos que Jamie había visto en su vida y nunca se cansaba de mostrarlos. La sonrisa de Owen era una luz en los días más oscuros. Era un faro que te indicaba el camino a casa. Era hogar para todo aquel que lo conocía. La sonrisa de Owen se había declarado bien de interés municipal. Patrimonio cultural. Estaba catalogada como legado histórico. Asegurada por el equivalente a un palacete en el barrio alto de Atara. Era un valor en alza.
     Y además de todo eso, la sonrisa de Owen siempre, siempre, siempre, era sincera.
     —¿Dónde está Grace? —le preguntó, antes de que se perdiese en el interior de la cocina.
     —Se ha ido hace diez minutos, tenía un trabajo a medias. O que escribir a un profesor. O las dos cosas… No recuerdo lo que me ha dicho —respondió, agitando las manos en el aire.
     Si se hubiesen fijado en Andy en ese momento, lo hubiesen encontrado muy quieto y atento; ya no sorbía su batido y su corazón se había saltado al menos un latido.
     Pero ninguno de los dos reparó en ello.


De vuelta al taller, había pasado por su mesa de trabajo para coger una libreta de las cien que había en ella y un bolígrafo. Iban cargados de comida. Nunca había visto a nadie pedir tantas cosas, y, siendo la primera noche, no había querido decirle que no a nada. Bueno, a casi nada. No le pareció que llevarse cuatro postres fuese a obrar en su beneficio si llegaba a ciertos oídos. Seguro que darle un capricho por cuatro era algo negativo en más de un sentido, y eso haciendo a un lado la salud. A Andy se le olvidó al instante, en cuanto las bolsas de papel comenzaron a llenar el mostrador y el olor trepó a su nariz.
     —Saca un par de platos de ahí y cubiertos del primer cajón —le dijo al crío, indicándole con la cabeza mientras se movía con las manos ocupadas por su cocina. Una cocina en la que, a excepción del Mapo Tofu de Fang, nunca había cocinado nada.
     Subió al piso de arriba con el niño pisándole los talones.

     —Después de cenar te enseñaré tu habitación. Coge esa manta de ahí y abre la ventana para que podamos salir.
     —¿Es que no les quedaban puertas o qué? —preguntó entrecerrando los ojos.
     —Si hubiese puesto una puerta, Andy, ya no sería tan divertido.
     Dejó que él saliese primero, sabiendo que no había ningún peligro. La ventana daba a un pequeño balcón rodeado de tuberías y tejadillos adyacentes. Era imposible caerse; estaban al aire libre, ocultos de miradas indiscretas, y tenían las mejores vistas del mundo justo arriba.
     —Extiende la manta para que podamos dejar todo esto sobre ella, ¿quieres?
     La mirada de Andy vagaba por el lugar igual que lo había hecho dentro, sin entender muy bien lo que hacían allí. Solo cuando se sentó y lo instó a hacer lo mismo se dio cuenta.
     —¡Vaya, sí que es increíble este sitio! —exclamó boquiabierto mirando al cielo.
     Oscuridad todavía sin luna, salpicada de estrellas distantes. Paz bajo un cielo que allí era solo suyo. Así se había dormido, más de una vez, sobre la misma manta donde ahora estaban sentados los dos. Quizá podrían acampar allí alguna noche de verano, pensó. Incluso podría coser alguna suerte de tienda, para hacerlo más auténtico. Las posibilidades eran infinitas. La decisión impulsiva le iba a costar cambiarlo todo pero, allí sentada, mirando el asombro en la cara del niño, empezaba a pensar que merecería la pena y que había hecho lo correcto.

Cenaron. Y cuando lo vio devorar la comida con ansia, pensó que el crío había pasado hambre y algo se agitó dentro de ella pero no dijo nada al respecto. Comía como si se hubiese olvidado de hacerlo y quisiese aprenderlo todo al mismo tiempo, masticar y tragar. Sin embargo pronto descubriría que Andy siempre comía como si fuese la primera vez que se llevaba algo a la boca en siglos, y que alimentarlo era como alimentar a sus fraguas: un trabajo sin fin. Por otro lado, también descubriría que había pocas cosas mejores que observarlo comer. Para ser justos, Andy comía como hacía todo lo demás, con esa energía desbordante y llena de pasión. Con una prisa por vivir que no se agotaría jamás. Así es como hacía él las cosas, y seguirle el ritmo estaría siempre fuera de su alcance. Del alcance de cualquiera.
     Porque sería tan imposible como intentar atrapar al tiempo.

     —Bueno, hora de ponerse serios —dijo tras haber dado cuenta de todo—. Haremos una lista de cosas que necesitamos.
     Andy había estado más o menos callado. Jamie se daba cuenta de que tenía miedo de hablar demasiado o demasiado poco. De romper algo que empezaba a entender que podía ser una oportunidad. No sabía cómo comportarse o qué esperaría ella de él. Era una sensación desagradable que Jamie recordaba bien, la de las primeras impresiones, agravada en este caso por toda su situación. Decidió probar a quitar la tirita de un solo golpe.
     —Oye, no voy a decirte que sé cómo te sientes —empezó, intentando buscar las palabras adecuadas. Unas que no lo asustasen más de lo que ya estaba—… pero podemos hacer una cosa, respecto a tu situación anterior, ya sabes —él la miró con aprensión, anticipándose a lo que ya daba por sentado. La charla sobre Haru y Logan—. No voy a pedirte que me cuentes nada, ¿de acuerdo? No voy a pedírtelo, ni hoy ni ningún otro día. Tú y yo no hablaremos de nada de lo que no quieras hablar, esa será una de las reglas.
     Lo había decidido en cuanto lo cogió de la mano para llevarlo a casa.
     —¿En serio? —preguntó algo aliviado, pero aún sin poder creerlo del todo.
     —En serio. Mira, la lealtad y la confianza son dos cosas muy importantes. Son lo que nos define, ¿sabes? —él asintió solemne, como si supiese realmente de qué diablos le hablaba—. Entiendo que tu lealtad y tu confianza están con ellos, y lo respeto. Tampoco quiero que te sientas forzado a decir cosas que no sientes. Me gustaría que confiases en mí porque me lo he ganado, y que no fueses la clase de persona que cambia de chaqueta cuando le vienen mal dadas.
     —No soy esa clase de persona —aseguró enseguida arrugando la nariz, como ante un hedor insoportable. Y las pecas esparcidas allí se movieron como si tuviesen vida propia, igual que cuando se reía con ganas.
     —Lo sé. Lo supe en cuanto te vi en esa cueva. Es una de las razones por las que estás aquí y, en mi opinión, es una razón muy buena. Teniendo en cuenta todo esto, haremos un trato —siguió, tras pensar unos momentos en lo que iba a decir a continuación—, yo no te mentiré a ti y tú no me mentirás a mí. Nunca.
     —No sé si puedo cumplir ese trato —señaló Andy apresuradamente. Y eso le gusto, porque significaba que estaba siendo honesto y que iban por buen camino.
     —No he terminado… Quiero decir que, antes de mentirme y contarme cualquier milonga que se te ocurra sobre la marcha o que ya hayas ideado a estas alturas, si hay algo que no puedes o no quieres decirme, simplemente me dirás que no puedes o no quieres decírmelo, ¿entiendes? No voy a presionarte y no necesito saber lo que pasó, a menos que tú quieras que lo sepa, pero nada de mentiras. A cambio, yo haré lo mismo contigo.
     —¿Seguro? —preguntó sin mucha confianza.
     —Estamos hablando de asuntos serios, chaval, no de fechorías comunes… y creo que entiendes muy bien la diferencia —Andy se desinfló un poco sobre la manta, sin saber si comprendía del todo las implicaciones de su acuerdo. Solo el tiempo lo diría, pero ella tenía las expectativas bastante altas—. El tema de las fechorías nos lleva al punto de partida, necesitamos ciertas reglas. No quiero pasarme el día preocupada por si estás tramando algo o sembrando la destrucción allí a donde vayas, ¿vale? Necesito que entiendas lo importante que es que intentes portarte bien y saber que cuando te pida algo muy concreto, lo aceptarás sin reservas.
     —¿Algo como qué? —peguntó suspicaz.
     —Pues, no sé… algo como que no te acerques a las máquinas cuando yo no te esté supervisando, por ejemplo —dijo pensando en posibles accidentes que valdría la pena tratar de evitar—. Hasta los constructores más experimentados han perdido manos o dedos en esas máquinas, Andy, y si te pasase algo en el taller se terminaría el asunto. Punto final, ¿comprendes? Billete de ida a la escuela dominical y al albergue de cabeza.
     Esperaba que esa reflexión fuese la que calase hondo y, mirándolo a la cara, estaba casi segura de que lo había conseguido. No había congeniado con Miguel y haría cualquier cosa para mantenerse fuera de su alcance. Jamie esperaba que cualquier cosa incluyese anteponer esta charla a la curiosidad que ya veía asomando desde que entraron por la puerta. Aún más, desde que habían hablado por la mañana. Por lo que había leído de más en el diagrama, era un niño de mente ágil, lleno de inquietudes. Un niño que, probablemente, sabría disfrutar del plan que ella había ideado.
      —Puedo hacer eso. Creo —añadió rápidamente. Luego se quedó en silencio un buen rato, perdido en sus pensamientos y ella lo dejó pensar—. Has dicho antes que estoy aquí porque no soy un chaquetero, pero que no es la única razón… —dijo por fin—. ¿Cuáles son las otras?
     —Estuve en un orfanato dos años y aunque no era malo del todo, no me gustó. Una vieja amiga de mi madre, que no se había enterado de su muerte hasta entonces,  vino a buscarme. Pudo no hacerlo, ni siquiera nos conocíamos y nadie se lo hubiese reprochado… Pero el caso es que vino a buscarme y  me sacó de allí. Tener un sitio que fuese mío y no uno prestado fue muy importante y me hizo sentir bien. Esta mañana, cuando me diste el diagrama… No sé, creo que encajarías aquí. Que podrías disfrutar, ya sabes. Creo que te gusta, te lo vi en los ojos. ¿Me he equivocado?
     —No. No te has equivocado en nada. No quiero ir al albergue con ese hombre, pero sobretodo me gusta tu taller. ¿Lo decías en serio? Lo de dejarme aprender, digo…
     —Completamente. A ver, hay muchas cosas que no podrás hacer y máquinas a las que no deberás acercarte nunca —matizó—, pero sé que hay cosas aquí para ti que te encantarán.
     —Suena bien —dijo con voz triste.
     —No es así como lo habías planeado, ¿verdad? —no sabía lo que había pasado, pero tenía muy claro que la intención del niño no había sido quedarse. Estaba hundido, aunque en su defensa había que decir que trataba de disimularlo como podía.
     —No —repuso cabizbajo.
     —Escucha… todo saldrá bien.
     —¿Cómo lo sabes?
     —Porque lo sé. Solo hay que dejar que pase el tiempo suficiente y que el polvo se asiente. Las cosas siempre se recolocan en su lugar.
     —Eso no me ayuda.
     —También lo sé, pero no tengo nada más. Solo buenas intenciones y una mano amiga, si te interesa. Y aceptarla no es traicionarlos.
     Andy meditó cuidadosamente la respuesta, del mismo modo que había meditado todas las anteriores, y debió decidir que le servía porque asintió muy serio. Jamie podía entenderlo, o al menos creía que podía. Sus padres estaban muertos, al igual que Ada, pero el niño había convivido con los dos forajidos, que estaban ahí fuera, en alguna parte. Era una situación bastante más complicada.
     —Creo que no puedo hacer nada a parte de aceptar lo que sea…
     Andy se abrazó las rodillas y dos lagrimones se deslizaron por las pecas de su mejilla.
     —Ven aquí, bandolero empedernido—le dijo, acercándose más a él y rodeándolo con el brazo. El niño se reclinó un poco contra su costado, bajando la cabeza para evitar que lo viese llorar. Ella apoyó la barbilla allí —. A veces la vida es una verdadera jodienda, ¿sabes?
     —Ya lo veo.
     —Te huele el pelo a culo de mofeta.
     —He tenido un día muy duro y mientras sufría llevaba peluca.
     —Un baño lo va a mejorar.
     —¿Con agua y jabón? —preguntó extrañado. Jamie pudo imaginar muchas cosas a partir de ahí.
     —Con agua y jabón, y sin remordimientos. Monté una depuradora que filtra todo el agua que gasto para poder emplearla en las máquinas.

Llenó la mitad de la bañera de forja del baño de arriba con agua caliente y añadió el jabón, que hizo espuma. Luego esperó a que Andy se desnudase y se metiese dentro.
     —¡Oye, date la vuelta! — exclamó, indignado y con la cara roja como un tomate, cuando estaba a punto de quitarse la ropa interior.
     Ella obedeció, muerta de risa. No se lo imaginaba pudoroso, aunque seguro que los calzoncillos gastados, demasiado grandes y un poco agujereados no ayudaban. Dejó sobre la banqueta una toalla limpia, una de sus camisetas y un pantalón corto ligero que le prestaría para dormir. Tendría que comprarle un montón de ropa y un par de pijamas en la tiendita de Vivi, y enseres de higiene y alguna otra cosa en la de Arvio. Hablaron un poco de todo eso, mientras le frotaba el nido de pájaros que tenía en la cabeza y trataba de desenredarlo con el pelo enjabonado, añadiendo más cosas a la lista. Andy hacía muecas y protestaba un poco —no demasiado—. Le dijo que lo llevaría al salón de Pablo y tuvo que prometerle que no se lo cortaría demasiado. Lo hizo, porque a ella le encantaba su melena, aunque en ese momento quitarle todos los nudos la estuviese volviendo loca. Por lo demás, descubrió que el crío estaba bastante decente en general. Estaba cuidado. Muy delgado, pero sin que se le marcasen las costillas como a un perro famélico, que era lo que había estado temiendo. Otra de las razones para meterlo en la bañera era comprobar su estado físico.  
     Cuando hubo terminado, trajo otro par de cubos de agua para aclararlo bien.
     —Esto no se lo contaremos a Burgess —susurró, concentrada como estaba en verter el primero poco a poco en su cabeza.
     —¿Quién es Burgess? —preguntó él, sin parar de moverse y cerrando los ojos como si le fuese la vida en ello.
     —El guardián del agua —respondió con una sonrisa.
     —¿No decías que sin remordimientos?
     —Y no los tengo, pero no queremos provocarle un infarto a él, por mucho que luego la reciclemos. Ojos que no ven…



*   *   *

 
Cuando se despierta por la noche, Andy no sabe dónde está. Ha tenido otra pesadilla, y cuando unos brazos que no son los de Logan lo rodean, casi se le sale el corazón del pecho.
     Hasta que recuerda.
     Recuerda que ya no está en la cueva, con Logan y Haru. Su estupidez lo ha llevado lejos de ellos. Había querido ayudarlos, y lo único que ha conseguido es meterse en un lío del que ni siquiera sabe si ha salido. Ya no está en la cueva, y su ausencia le pesa casi tanto como la muerte de Jinny y sus padres.
     Logan no quiso mentirle cuando encontró, en el desierto y sin supervivientes, los restos de su caravana. No le contó que una bestia de Las Periferias los había atacado; eso lo escuchó cuando lo creyeron dormido y lo suficientemente lejos. Pero él siempre estaba atento a todo, y los había oído hablar de ello… aunque preferiría no haberlo hecho.
     No lleva ni un solo día fuera y ya siente el nudo en la garganta que lo hará llorar como un bebé, igual que en los primeros días con ellos, echando de menos a sus padres. No entiende por qué es tan duro separarse del cazador. Lo entristece incluso más que cuando perdió a su familia, y eso lo hace sentir culpable. Logan no es su padre, pero lo acogió sin dudarlo, esforzándose mucho para que el agujero negro y voraz que vive en su pecho le doliese menos… En la cueva, con ellos, Andy había sido uno más. Nadie lo había tratado como a un niño. Al menos, no la mayor parte del tiempo. Y eso le había gustado. Le había gustado mucho…
     Acostado en la cama recuerda las palabras de ese hombre, Miguel. Lo llamó huérfano y a él le sonó a insulto cuando lo dijo. Casi lo había dejado salir todo allí mismo, golpeándolo con los puños y dándole mil patadas. Lo hubiese obligado a cerrar esa estúpida bocaza suya.
     Pero no lo había hecho.
     Había seguido mirándolo en silencio, con el miedo agarrado a la garganta, como ahora. El miedo de no volver a verlos nunca más. Miguel tiene razón, había sido un huérfano, pero dejó de serlo cuando Logan lo encontró. Lo acogieron, y desde entonces formaba parte de la pandilla. Él y Haru eran su familia ahora, y nadie se la iba a quitar. No podrían.
     No podrían, ¿verdad?
     El llanto se había vuelto más intenso en lugar de remitir, como pasaba las otras veces cuando Logan lo abrazaba, le acariciaba la espalda, le susurraba que todo iba a salir bien y que ya no estaba solo.
     Le cuesta respirar, y tarda un momento en darse cuenta de que el sonido que escucha —similar al de un animal herido— es, en realidad, él mismo.
     Jamie está allí. Ha entrado a la habitación en algún momento, antes de que él estuviese despierto del todo, y llora en sus brazos sin parar, hasta que lo tumba de nuevo en la cama y se acurruca a su lado, preparada para quedarse aunque no se lo ha pedido.
     —Sssssh, tranquilo, cachorrito, tranquilo… Está bien… Lo sé… —susurra una y otra vez, mientras le acaricia el pelo y lo abraza, sujetándolo con fuerza mientras él tiembla.
     Y Andy cree que lo sabe de verdad. Ha estado pensando en si podría leerle la mente, igual que hace Logan. Él lo consolaba en la cueva y hacía que todo pareciese normal. Andy lo había visto algunas veces teniendo sus propias pesadillas. Lo había escuchado retorcerse y agitarse en la oscuridad, levantarse empapado en sudor, con los ojos hundidos y vidriosos. Así que, ni si quiera en esos momentos, cuando era él el que lloraba aferrado con fuerza al pecho del cazador, se sintió como un niño. Y al igual que entonces, no siente ahora vergüenza por el berrinche, aunque sea el más monumental de su vida. Ni siquiera cuando los mocos empapan el brazo de Jamie y a ella parece no importarle lo más mínimo.
     Ella está bien, decide justo antes de cerrar los ojos. Muy bien, incluso. Pero solo hasta que consiga arreglarlo todo. Logan le dijo que las cosas volverán a ser lo que eran. Andy no sabe qué significa eso, pero lo cree de verdad, porque cuando lo dice su voz suena bien. Suena a estar en el sitio correcto de nuevo. También le dijo que él era una parte importante en eso. La más importante, había dicho.
     Grace habría ido al escondite a contarles lo que había pasado, estaba seguro. Volvería con algo para él. Un mensaje de Logan. Él le diría que hacer.
     Y, fijando esa idea en el fondo de su mente, consigue dormirse de nuevo.


Siguiente capítulo




*Notas:

Tenemos un gran salto temporal, porque no voy a relatar los acontecimientos previos. No es necesario para lo que nos espera y sería repetirse si ya has jugado. No voy a relatar cosas que coinciden con el arco, a menos que sea absolutamente infranqueable, así que las veremos en pequeñas pinceladas a través de comentarios sueltos. Decidí empezar la historia en el punto donde la versión del juego y la mía se dividen: la constructora se queda con Andy.

La primera vez que vi a Andy disfrazado de Bronco el Niño delante de mi puerta... Joder, creo que fue uno de los mejores momentos del juego, y eso que tiene muchos momentos... Quería que apareciese lo de atractivos diablillos, aunque quede un poco desconectado, porque es una conversación genial. Andy es mi personaje favorito. Probablemente, la segunda razón por la que me dio por escribir un FanFic de esto. La necesidad de más Andy. 

Andy tiene un comienzo tormentoso, todo bien tapado como el resto por las capas cómicas del juego. De entrada no se sabe muy bien qué pinta en medio de lo que está pasando. Qué hacía con Logan y Haru. De dónde había salido porque, claramente, nadie lo conoce. Me hubiese encantado la posibilidad de quedarme con él, porque lo llevan al albergue, donde viven Pen, Burgess y Miguel y te da pena imaginarlo allí solo. Como curiosidad, ni siquiera tiene su propia habitación (supongo que por un error). Si vas al albergue por la noche, puedes ver como Miguel y él duermen en el mismo pixel (sí, supongamos que es otro error) y te quedas en tonos sepia. Su relación tensa con Miguel tampoco es inventada. La frase sobre que los niños necesitan disciplina y mano dura o se les llena la cabeza de cosas la dice textualmente, entre otras perlas que te dan ganas de darle un puñetazo en el ojo. Lo mejor es que son frases que no están dentro de los diálogos como tal. Vienen en unas burbujas que aparecen sobre su cabeza y que te puedes perder si estás despistado. Casi como si esperasen que lo hicieras.

Por otro lado, quería comentar el detonante en el juego del cruce de miradas con Logan. Pasa en tu primer encuentro con él, cuando huye tras volar por los aires la torre del agua. Os miráis y piensas: Uf, joder, estaría guay un romance con este señor (una de las partes importantes del juego, paralela a la historia, son los romances con los vecinos). Después de ver esos ojos el resto de posibilidades se quedan borrosas. Solo ojos azules y mirar los carteles muy de cerca. Llegué a pensar que Logan tenía la cara llena de verrugas bajo el pañuelo, por hacer tan evidente que debes fijarte en él. Una puntilla solo para joder. Un guiño a los carteles de él que hacen en Portia (en los que parece el jorobado de Notre Dame)...
No tiene  ninguna.

En los próximos capítulos vamos a entrar más a fondo en el pasado de Andy, porque él lo vale. De momento, una captura y un dibujito muy tonto que hice (tengo uno realista de él para el capítulo siete). No me había fijado en que si pinchas sobre la imagen, se hace más grande. 

Atractivos diablillos:













Mi dibujo tonto (con extra de bigote):


El esquema del escudo: