Capítulo 2


2.    Tener un plan




La noche fue peor de lo que esperaba. Andy tuvo una pesadilla y después, cuando fue consciente de donde estaba, un ataque de pánico. Jamie conocía muy bien los ataques de pánico. Dejó atrás las pesadillas en algún momento entre la niñez y la adolescencia sin embargo, los ataques de pánico seguían muy presentes de vez en cuando. Al llegar a Sandrock, había tenido bastantes días malos, y los había sofocado metiendo la cabeza en un cubo de agua y gritando hasta quedarse sin aire. Una vez tardó más de la cuenta en sacarla, y cuando lo hizo, estaba tan mareada que tuvo que sentarse un buen rato, mientras el agua que la empapaba la ayudaba a despejarse.
     El cubo no era una opción para Andy.
     El niño necesitaba algo de tiempo para adaptarse. Ella tendría que ir a ciegas, sobre la marcha, aprendiendo lo que pudiese de él y esperando que fuese suficiente.
     De momento, debía esforzarse al máximo si no quería tirarlo todo por la borda a la primera de cambio. Después de la noche que había pasado Andy, si algo tenía muy claro, era que no debía quedarse a solas en una habitación de ese espantoso albergue de la iglesia. No podía hacerlo sin ayuda, así que lo primero sería pedirla.
     Y a la mierda con todo lo demás.

Se había levantado antes de alba para dejar las máquinas listas. Ahora, de nuevo en la habitación en la que había instalado al niño, se sentó un momento al borde de su cama para verlo dormir. Respiraba bien y estaba tan tranquilo que le daba muchísima pena tener que despertarlo. ¿Cuántas veces había encontrado a Ada sentada en su cama mirándola de la misma forma? A veces hasta le parecía verla en esos momentos inciertos que saltan entre la vigilia y el sueño. Después se despertaba del todo, solo para descubrir que la mujer no estaba, que su mente le había jugado otra mala pasada.
     Volvió al presente. Le retiró un mechón de pelo de la cara y Andy suspiró, aún dormido.
     —Hola, muñeco—dijo en voz baja, sacudiéndolo ligeramente. Él se estiró y se frotó los ojos—. Te preguntaría qué tal has dormido, pero ya sé la respuesta. ¿Quizá un desayuno estaría bien ahora?
     —Vale… —Subió las sabanas hasta quedar completamente oculto bajo ellas. Completamente oculto a excepción de los ocho dedos que asomaban por arriba.
     —¿Quizá un desayuno que se parezca mucho a un postre?
     —Podría comerme un desayuno que se parezca mucho a un postre—contestó una vocecilla, amortiguada por la ropa de cama. Sonó bastante más esperanzada—. Creo que hasta podría comerme un desayuno que se parezca mucho a dos postres.
     —Está bien, podemos negociar eso si sales de la cama y uno de los dos postres es un batido de leche o frutas.
     Saldría de la cama por un batido… ¿Crees que a Owen le quedará algo de ese bizcocho de limón que no nos llevamos ayer?
     —Creo que si se le terminó, tendrá más. Y si no tiene, puede hacerte unas tortitas. O unas tostadas de pan recién hecho con mantequilla y miel.
     Andy se destapó la cabeza y sus ojos habían recuperado algo de brillo. 

Al salir para desayunarse unos postres, descubrieron que ya había gente con comida en la puerta. Con el paso de las estaciones, Jamie había aprendido a separar esa costumbre de la muerte. En Sandrock las cosas se solucionaban con comida, se celebraban con comida, se discutían con comida y se perdonaban con comida. A la gente nueva se la recibe con comida, y al que se va se le despide de la misma forma, con la salvedad de que lo metes todo en un envase que no vayas a echar de menos. Era justo, pues, pensar que esta vez no iba a ser distinta.
     —Buenos días, Jamie —dijo Mabel con una enorme sonrisa, dándole un codazo tremendo a Cooper en las costillas.
     —Sí, buenos días para los que se levanten a estas horas —masculló Cooper, que se habría frotado el costado si no fuera porque iba cargado como una mula con la primera ronda de comida—. Los que madrugamos de verdad ya llegamos a la tarde hace rato… pero ¿qué sabrán los jóvenes de hoy sobre madrugar? Nada, no saben nada…
     Mabel carraspeó, y Cooper le lanzó una mirada incrédula que decía, claramente, que a un hombre ya no se le deja ni dar los buenos días. Hasta sus pensamientos tendían a la verborrea interminable y, cuando pasabas el tiempo suficiente con  él, podías escucharlos con absoluta nitidez.
     —¿Nos vas a presentar a este jovencito o qué? —preguntó Mabel.
     —Señora, nos conocimos ayer, ¿recuerda? Soy Andy —dijo el crío, señalándose con el pulgar y cerrando la presentación con una reverencia teatral.
     —Muchacho —intervino Cooper de nuevo—, ayer nos vimos, pero no nos han presentado debidamente. Y por lo que tengo entendido, vas a quedarte con nosotros, así que más te vale que aprendas a seguir los protocolos y las reglas. Cuando alguien viene con comida a tu casa para intercambiar nombres, intercambias nombres, no tratas de hacer que la gente se sienta senil… Hay que ver estos jov…
     —Coop… —advirtió Mabel. Jamie comenzaba a percibir una fluctuación en el ambiente. La que precedía al cierre de persianas, a echar las cortinas, a lanzarse de cabeza a los brazos de Morfeo, a quedarse frito, a planchar la oreja, a caer rendido, a dormir el sueño de los justos —y desear no despertar jamás—.
     —Bueno, el caso es que mi Mabel tiene ese don de meterse en causas nobles y, de paso, de meterme a mí también. Y que nadie diga que el viejo Cooper rechazó alguna vez una causa noble, como la de recibir con los brazos abiertos a un briboncete jodedor de…
     —¡Cooper!
     Andy dejó escapar un poco de la risa que trataba de contener con todas sus fuerzas —se notaba el esfuerzo en lo rojo que se estaba poniendo y en la tensión en sus mofletes—.
     —Mabel, Cooper, este es Andy —dijo Jamie, haciendo ver que no había escuchado la última parte—. Andy, estos son Mabel y Cooper, los dueños del rancho. Cooper siempre tiene trabajo para el que quiera ganarse unas monedas.
     —Si no te importa recoger boñigas, hijo. Espero que no seas de esos que se creen demasiado buenos para remangarse y mancharse las manos con mierda…
     —Zeke la usa de fertilizante en la granja —explicó Mabel, interrumpiendo la siguiente avalancha de palabras de su marido—, si se la llevas, él te dará un extra por el servicio de entrega.
     —¡Guay! —exclamó Andy, dejando bastante claro que las boñigas no le impresionaban demasiado—. ¿Puedo tener dinero?
     —Pues claro —le respondió Jamie—, lo que ganas trabajando honradamente es tuyo y nadie puede quitártelo.
     —¿Eres un chico honrado, Andy? —preguntó Cooper recolocándose los paquetes y juntando mucho las cejas en un gesto de concentración, como uno de esos clarividentes que ponen sus puestos en las ferias y aseguran que pueden leer la mente a cualquiera que quiera desprenderse de un puñado de monedas—. Como ya sabes, tenemos maleantes de sobras…
     La expresión de Andy cambió repentinamente, ahora era la de alguien que contempla un tren que está a punto de salirse de las vías.
     —Os hemos traído un poquito de comida —terció Mabel, cortando de nuevo—. Pollo asado con mantequilla y una tarta de manzana.
     La comida olía muy bien, a recién hecha y Jamie se preguntaba algo desde que había abierto la puerta:
     —¿Has cocinado todo esto antes de venir?
     —Cariño, ya sabes que en el rancho somos muy madrugadores…
     —Son las siete y media, Mabel.
     —Muy madrugadores —repuso, guiñándole un ojo, dándole una palmadita en el brazo y quitándole a Cooper los paquetes de las manos para ponérselos a ella—. He hecho también un pan extra —añadió señalando el último de la pila, envuelto en una hoja de La Estepigaceta.
     —El pan de Mabel no es un pan cualquiera, no. No se parece en nada a ningún otro… Crujiente, esponjoso… Esta mañana lo partí para untar mis huevos y casi lloré. Lleva harina, agua y amor, mucho amor. No como el pan de Grace, cuando intenta hornearlo, algo que todos agradecemos que no haga… Ese lo puedes usar como ladrillos para construir casas, porque si te lo metes en la boca, te quedas sin dientes, os lo digo yo. Y ni hablar de sus tortillas… Su ingrediente secreto: arena…
     —Os agradecemos mucho que hayáis venido —intervino Jamie, que llevaba un rato tratando de idear un plan para salir de allí antes de mediodía—, Mabel, no sabes el favor que me haces con la comida, porque nos va a venir muy bien mientras nos organizamos…
     —Claro que sí, cariño, cualquier cosa que necesites, no dudes en pedirla…
     —Bueno, bueno, cualquier cosa… dentro de un orden —matizó Cooper, ajustándose el sombrero distraídamente, ahora que volvía a tener las manos libres.
     —Voy a ir a dejar todo esto en la nevera para que no se estropee…
     —Yo también voy —dijo el niño enseguida, temiendo que lo fuese a dejar solo con el ranchero.
     —Si Andy quiere pasarse por el rancho alguna tarde, os avisaré.
     —Muy bien, muchacho, espero verte.
     Cuando se dieron la vuelta para regresar a casa con la carga, Jamie vio a Rocky y Krystal, con Pebbles colgando de su cadera, bajar por el camino del depósito de chatarra con más envases de comida. Cuando llegó al pueblo el verano anterior, la nevera que le dejó Mason se quedó muy corta para todo lo que tuvo que almacenar. Tuvo que repartirlo con Mi-an, que había llegado un par de días antes que ella y que aún tenía restos en la suya. Estaba casi segura de que, a pesar de haberla cambiado por otra más grande y mejor, esta vez tendría que volver a compartir…
     —¡Fiiiiu! —silbó Andy dando un salto hasta la puerta y abriéndosela para que pasase—. Bienvenido al vecindario y… ¡al monólogo!
     —No seas malo —rió ella.
     —No soy yo el que ha estado a punto de matar a alguien de aburrimiento. Ese hombre debería estar entre rejas, ¿sabes? ¡No sé si habrá monedas que compensen recoger boñigas si él está cerca!
     —Seguro que la tarta de manzana de Mabel te hará ver las cosas desde otra perspectiva.
     —¿Me dará tarta siempre que vaya?
     —Puedes apostar lo que quieras.
     —Vaya, todo eso olía bastante bien…
     —Espera a hincarle el diente. Pensé que íbamos a presenciar el advenimiento de una segunda Calamidad cuando se me ocurrió hablar sobre trabajar honradamente…
     —No, ahí no has estado muy fina… —se burló Andy.
     —¡Bueno, mófate ahora, pero vaya cara se te ha puesto! —le dijo, dejando las cosas sobre la encimera de la cocina—. Solo por verla, habría merecido la pena otro monólogo sin fin.
     —No bromees con eso…

Al salir de nuevo, Rocky y Krystal —y Pebbles— ya estaban esperándolos en la puerta.
Esta vez no le importó; Jamie consideraba la visita de Krystal como el primer punto del día. Teniéndola en la puerta de casa, podía tachar una de las mil cosas de su lista. Krystal dejó a Pebbles al cuidado de Andy mientras los tres hablaban. Este lo llevó hasta la mesa de trabajo, que estaba cerca y a la vista, y comenzaron a dibujar en uno de los cuadernos que había allí. 
     El chatarrero y su mujer no eran gente a quienes sobrase el tiempo, así que fueron directos al grano, y Jamie también.
     Cinco minutos más tarde, Rocky salía en busca de la carreta para cargar en ella su amoladora industrial nueva, una versión superior de la que él había pedido, libre de cargos adicionales y, como guinda del pastel para el hombretón, que sentía una animadversión extrema por Yan: dejando al repelente hombrecillo en la ignorancia cuando las monedas cambiasen de manos.
     Jamie se fue con la bendición de Krystal y con el asado favorito de Rocky. Krystal no era conocida por ser la mejor cocinera; no era Mabel, ni Vivi, ni Owen, pero se defendía, y sus guisos siempre eran exóticos debido a su extraña mezcla de ingredientes.
     La comida de Krystal estaba buena, aunque, de no ser así, nadie se hubiese atrevido a mencionarlo.
     —Ven a jugar con Pebbles cuando quieras —le dijo a Andy, pellizcándole los mofletes—. Si estás libre para echarle el ojo alguna tarde, te sacarás alguna moneda. No puedes ser peor niñera que Elsie… En cuanto a lo demás —le dijo a Jamie antes de irse—... Os irá bien, builda.
    Rocky y Krystal también le habían dicho que Miguel había meado fuera del tiesto ayer —Rocky usó esas mismas palabras—. El matrimonio acudía a la iglesia cada domingo y a todos los sermones extras. Lo que le había dicho Miguel en la calle había sido grosero y había estado totalmente fuera de lugar, y Jamie se lo iba a agradecer. Mucho. Quizás con comida. El ministro le había hecho todo el trabajo, y eso le daba un toque extra de satisfacción.
     El  plan se desplegaba ante ella como una de esas autopistas del viejo mundo. Una de seis carriles.

     —Voy a estar multiempleado —refunfuño Andy de camino, por fin, a la Luna Azul—, aquí te exprimen hasta la última gota de vida, ¿eh?
     Jamie dijo:
     —Lo has descrito a la perfección.
     Le tendió el puño cerrado, haciendo que el niño lo chocase con el suyo.
     —¿Qué quiere decir esto? —preguntó levantando las cejas curioso.
     —Que estamos en la misma página —respondió ella.
     Y Andy lo pilló a la primera, como todo lo demás.


Se sentaron en una de las mesas de la Luna Azul y esperaron a que les tomasen nota mientras repasaban la lista. Antes de todo lo que pasó por la noche, ella había tenido tiempo de convertir el amasijo de papeles de la cena en algo realmente convincente. Había tallado, esculpido y pulido hasta el mínimo detalle de su propuesta, perfectamente funcional y apta para menores. Estaba dejando algunas notas finales en los márgenes cuando Grace apareció.
     —Creo que es la primera vez que te veo aquí a esta hora. ¿Una noche dura? —preguntó la camarera, mirándola, primero a ella y después a Andy.
     Andy se escondió tras la carta, y Jamie lo achacó a un repentino enamoramiento. Grace podía tener ese efecto, aunque se pasaba enseguida, sustituido por el miedo que desataba en casi todo el mundo cuando te miraba fijamente. Era como si pudiese robarte el alma o peor, leerla. O algo así. Jamie nunca se sentía más desnuda que cuando estaba bajo el escrutinio de sus ojos turquesas.
     —No, se nos hizo un poco tarde mientras rompíamos el hielo. Solo necesitamos algo que nos ponga en marcha.
     Andy le lanzó una mirada agradecida.
     —¿Ya tienes la nevera llena?
     —Ya hay algo, y cuando volvamos a casa habrá mucho más esperándonos en la puerta. He visto a Burgess y Dan-bi dirigiéndose allí por las vías.
     —¿Tarta de manzana de Mabel?
     —Sí. Recién horneada.
     —¿Noche de cervezas?
     —Sabía que esa tarta iba a tener muchas novias, aunque me temo que tengo planes para ella —dijo Jamie echándose a reír—. Y necesito una noche de cervezas, pero hoy no. El forajido y yo necesitamos un poco más de tiempo para aclimatarnos.
     —Vale, solo tienes que avisarme. Y por cierto, no hace falta que lo diga, pero Owen también os ha preparado algo…
     —Claro —suspiró, pensando ya en comenzar a repartir con Mi-an. Cortesía entre constructores que no tenían tiempo para cocinar.
     —¿Y tú que te cuentas, Andy? —le preguntó la camarera al niño, que la miraba ahora por encima de la carta—. ¿Forajido redimido o forajido resignado?
     —Supongo que bastante de lo segundo —contestó Andy—. Aunque todos parecen empeñados en redimirme contratando mano de obra infantil. ¿No es eso ilegal en alguna parte?          
     Grace echó la cabeza hacia detrás y dejó escapar una carcajada corta.
     —Me temo que aquí no… Si te sobra tiempo, también puedes echarle una mano a Owen sirviendo mesas. Te haría un contrato y todo.
     —¿En serio? —la expresión del  niño era una mezcla de sorpresa y ansiedad, Jamie podía ver como pensaba, a toda velocidad, en como declinar amablemente otra invitación al prematuro mundo laboral.  
     —No —respondió Grace, liberándolo de golpe—. Ya tiene suficiente tratando de evitar que yo le queme la cocina, no tiene tiempo de vigilar a nadie más, y tú pareces de los que lo queman todo, pero por simple diversión...
     —Ni confirmo ni desmiento.
     Grace volvió a reír, lo que hizo reír también a Andy. Cuando lo hacía, se alejaba un poco del niño que ella había abrazado durante gran parte de la noche. Mientras lo miraba, él le devolvió la mirada, y los restos de esa sonrisa que quedaban tras el estallido se ampliaron, creando una onda expansiva en el ramillete de pecas que le adornaban las mejillas. Ya lo amaba, joder.
     Ahora solo quedaba averiguar si saberlo le haría las cosas más fáciles o todo lo contrario.
     —Bueno, ¿qué queréis desayunar? —preguntó Grace, sacando del bolsillo de su delantal una libreta y un bolígrafo.
     —Yo quiero tortitas y un café solo en taza grande —dijo Jamie—. Y no me hagas la tontería de ponerme un café normal en una taza grande, que te conozco, llénamela hasta arriba.
     —Siempre matando la diversión. ¿Y tú? —le preguntó a Andy.
     —¿De qué son los batidos?
     —¿Qué tal de cacao? Le puedo poner un poco de nata montada por encima y unas virutas de chocolate… —añadió, trazando círculos con el bolígrafo sobre una copa imaginaria.
     —¡Sí, quiero eso! y… ¿tostadas con mantequilla y miel?
     —Marchando.
     Grace los dejó a solas, y Andy dejó a un lado la carta, frunciendo el ceño.
     —¿El pan de las tostadas es del que se usa como ladrillos? —preguntó en voz baja muy serio, temiendo haberse equivocado por no recordar a tiempo la advertencia del ranchero.
     —El pan lo hace Owen en el obrador a primera hora, junto a los postres del día. Grace no suele hornear ni pan ni postres… Lo que te conviene evitar son las tortillas de las reuniones de los domingos.
     —¿Las tortillas con extra de arena?
     —Sí, esas —susurró, esbozando una sonrisa.
     La verdad es que, cuando Cooper habló del pan y la tortilla de Grace, se había quedado bastante corto; su comida debería considerarse peligro biológico.
     La sonrisa se le hizo aún más grande.


Contar con la bendición del triunvirato de
 matronas sería crucial. Ya tenía la de Mabel y la de Krystal, así que solo quedaba Vivi. Trudy estaba excluida de la coalición de forma oficial mientras se mantuviese en el cargo de alcaldesa —aunque, extraoficialmente, mientras tejían o jugaban a las cartas, seguían intercambiando información no confidencial y chismes—. Jamie y Trudy se habían hecho amigas y sabía que podía contar con la mujer para lo que fuese necesario y que, de llegar el caso, Andy pasaría más tiempo con ella y Jasmine que con Krystal o Mabel —en casa de Vivi pasaría muchas tardes solo porque Jasmine pasaba allí muchas tardes—. Trudy estaría siempre disponible, como, en realidad, todos los demás. Pero era algo que no quería pedirle hoy de forma oficial; tras la discusión de ayer, eso podía ponerla en un compromiso con el cabildo. Aun así, Jamie esperaba no tener que dejar al niño con nadie, a menos que se tratase de una emergencia real. Como otro de los mil desastres que habían amenazado al pueblo en los últimos meses, lo que desembocaba en mil millones de horas extra. O si se ponía enferma. O si Andy se ponía enfermo y ella no podía quedarse con él debido a uno de esos desastres. O si una de las dos personas con las que el niño iba a estudiar estaba ocupada en cosas más urgentes o enfermaban… En resumen, saber que alguien podría echarles una mano había sido el cimiento sobre el que asentar todo lo demás.
     Nunca hay demasiadas metáforas sobre construcción.

Entonces, las dos siguientes visitas estaban situadas en los dos extremos: extremadamente fácil y extremadamente difícil.

La primera visita, la fácil, fue en casa de Vivi, para matar dos pájaros de un tiro. Sabía con absoluta certeza que la abuela de todos ya estaba de su lado antes de que Andy y ella llegasen a su puerta. Rocky había dejado caer que Vivi estuvo a punto de soltarle un bofetón a Yan cuando atraparon al niño y el desagradable hombrecillo lo amenazó —lo había dejado caer con su gesto más complaciente, uno que ella ni siquiera conocía. Y eso que había complacido a Rocky en todos los sentidos… salvo en aquel que se reservaba exclusivamente para Krystal—. Ojalá se lo hubiese soltado y ojalá hubiese podido verlo.
     Lo de Heidi era una mera formalidad.
     Jamie quería que, durante dos horas por la mañana, Heidi le diese clases a Andy. Ya se las estaba dando también a Jasmine, dos horas por la mañana a parte de su tiempo en la escuela dominical. Heidi nunca diría que no a añadir un alumno nuevo, lo único que tenía que hacer era pedírselo. Además, Andy y Jasmine pasarían ése tiempo estudiando juntos, algo que era muy beneficioso para los dos niños —los únicos, a parte de Pebbles, que era demasiado pequeño como para contar—. Vivi también se ofreció a quedarse con Andy si Heidi no podía darle clase. La abuela jamás rechazaría a nadie y menos a un niño. Ya estaba deseosa de tenerlos a Jasmine y a él de aprendices en la cocina, haciendo sus famosísimas galletas —Jamie descubrió en ese momento que Andy ya las había probado tras sustraerlas, con total premeditación y alevosía, el día anterior, cuando se hacía pasar por Bronco el Niño, el cazarrecompensas—.
     Vivi insistió en que lo dejase allí mientras iba a su último encuentro y hablaba con Trudy después. Así podía encargarse de la ropa del niño, asegurándose de que todo lo que se llevaban le quedaba bien y tomándole medidas para coserle lo que le faltase. Andy pareció contento con la idea, pues ya estaba oliendo a galletas. La abuela, a cambio, lo invitó a acompañarla a hacer sus compras y a enseñarle el pueblo. Parecían hacer muy buenas migas, como cualquiera hubiese intuido. Así que, con la promesa de regresar a por él a la hora de comer, se fue al laboratorio de Qi.

Quería que el director le diese clase a Andy otras dos horas diarias —que ella esperaba que decidiese ampliar a tres después de los primeros días de prueba, sabiendo que él vería en Andy lo mismo que había visto ella—.
     Qi había dicho que no. El hombre había tirado de su corbata en todas las direcciones posibles. También se tiró del pelo. Daba vueltas por la pequeña estancia retorciéndose las manos nervioso, mientras ella enumeraba una a una las cosas que habían hecho por él durante los últimos meses: El telescopio —le había llevado meses conseguir todas las piezas y entender como montarlas correctamente—, el robot —una copia totalmente operativa y funcional de los de la serie manga Gungam, y producto de los sueños más húmedos del hombre. Si Trudy y Justice le habían prohibido usarlo tras el fiasco en la inauguración del puente, no era culpa suya— y la ENORME y excéntrica caja fuerte con triple cerradura de máxima seguridad —y su máxima discreción sobre todo ese asunto de los cómics subidos de tono de alegres chicas ligeras de ropa que él había metido allí dentro. Y no quería verlos, pero cuando no habían estado dentro por no tener donde meterlos, habían estado fuera—. Si enumeraba todos los favores personales, e irregularidades e infracciones flagrantes al Gremio de Comercio, tendría que usar el viejo ábaco que Qi tenía de adorno en una estantería, porque le faltarían un montón de dedos.
     Qi apretó su corbata tras aflojársela una vez más, como el nudo corredizo de una soga de horca.
     —Me llevo el telescopio —anunció Jamie. Llegados a este punto, estaba dispuesta a llevárselo de verdad, solo por fastidiar.
     —No puedes.
     —Pues subo y me tiro desde allí.
     —Haz lo que quieras.
     —Oye, estoy desesperada, tanto como tú cuando vine a instalártelo a primera hora de la mañana porque me lo pediste, y tuviste que esperar a que se hiciese de noche para poder utilizarlo. ¿Recuerdas ese día? Dijiste que nunca lo olvidarías…
     —Lo recuerdo —admitió el hombre a regañadientes, recorriendo otra vez el espacio entre la máquina de datos y el armario de las reliquias—. Es físicamente imposible que estés tan desesperada como yo ese día.
     —Pues lo estoy. Esto es muy importante para mí.
     —¿Por qué?
     —… No lo sé —confesó tras una breve pausa.
     —Eso no es una respuesta…
     —Es la única que tengo. Qi —dijo llevándose las manos a las sienes—, no estás siendo objetivo, tu cabezonería te impide ver con claridad… Si crees que no puedes hacerlo como favor, ni tener en cuenta que te he ayudado a conseguir todas esas cosas que estaban completamente fuera de tu alcance antes de que yo llegase… ¿podrías contemplar la idea de un proyecto?
     —¿Un proyecto? —preguntó, entornando los ojos, quitándose las gafas y limpiando los cristales con la esquina de su camisa, que colgaba inerte y un poco arrugada fuera de los pantalones.
     Tenía un aspecto bastante desaliñado, como cuando no dormía o cuando tomaba demasiado té. Jamie no podía decir en qué punto estaba ahora mismo, pero era extraordinariamente fácil llevarlo a su terreno cuando hablaba su mismo idioma, pensó, arrepentida de no haber empezado por ahí.
     —Un proyecto. Andy es un niño. Uno especialmente inteligente, como ya hubieses visto ayer si le hubieses prestado la debida atención —Andy había acudido al laboratorio antes de acudir a ella. Qi abrió la boca para protestar pero Jamie lo detuvo levantando la mano—. Tengo razón, viste el diagrama…
     —Un diagrama que parecía hecho por un niño—resopló.
     —¡Porque ES. UN. NIÑO! —gritó exasperada—. Tiene siete años, es un niño, Qi. Un niño capaz de idear algo que funciona sin que nadie le haya enseñado, maldita sea. Podrías instruirlo y, a cambio, podrías tener tu primer ayudante competente. Es perfecto, ¿no te das cuenta?
     —Un ayudante… —susurró, olvidando nuevamente que ella estaba allí mismo. Y sus ojillos codiciosos adquirieron un brillo que Jamie ya había visto en otras ocasiones.
     —Un diamante en bruto que te encargarás de pulir.
     —Mmm… —Qi se aflojó la corbata. Luego la volvió a ajustar. Se recolocó las gafas. Se las quitó y las limpió, de nuevo, con la esquina de su camisa. Por último, se pasó las manos por el pelo. Era muy probable que fuese un día de excesos con el té. ¿Tenía las pupilas más dilatadas de lo habitual? Jamie solo podía adivinarlo.
     —Mira, sé que esto rompe un poco tus rutinas…
     —… ¿Qué rompe un poco mis rutinas? —exclamó estupefacto, parpadeando por primera vez desde que la palabra proyecto apareció en la conversación.
     —…pero también sé que aquí hay muchos momentos en blanco entre unas cosas y otras. Podrías utilizarlos para enseñarle algo. Podrías motivarlo, hacer que vea en los diagramas lo que tú ves.
     —No creo que pueda hacer ver a nadie lo que yo veo, pero entiendo lo que quieres decir…
     —Exacto. ¿No hay un profesor que consideres que influyó en lo que eres hoy?
     —No. Pero creo fervientemente que podría ser ese profesor. Al menos, creo que puedo intentarlo.
     —Si te dejas de pamplinas verás que podría ser divertido.
     —Tu idea de diversión es diametralmente opuesta a la mía.
     —Vaya tontería flagrante, no te han prohibido meterte en el robot por ser la viva imagen de El Pensador de Rodin.
     —Gracias por recordarme eso.
     —De nada. Y ahora, quítate el palo del culo. Os irá bien. Andy te irá bien. Incluso podrías dejar que te saque a tomar el aire de vez en cuando.
     —Oye, tengo una vida, ¿sabes? Salgo cuando quiero… no soy Mint, por el sagrado bigote de Albert Einstein. ¿Crees que me quedaría bien un bigote? Y… sabes que odio tus metáforas soeces.
     —No. Y tú sabes que no me importa que las odies. Me lo debes por mil razones, Qi.
     —Está bien —accedió, asintiendo con los labios fruncidos en un gesto amargo, ya fuera por la derrota, por el hecho de que ella hubiese rechazado su idea del bigote, o por haber escuchado otra frase soez sobre culos. Puede que un poco por las tres.
     —Solo una cosa más... Es un niño y quiero que, de momento, pueda conservar su estilo libre en los diagramas.
     —NO.
     —SÍ.
     Jamie sacó el último as de su manga y se lo tendió, conciliadora, al director.
     —¿Crees que puedes sobornarme con tres cuartos de tarta de Mabel?
     —Es de manzana y es un premio, no un soborno. Una muestra de gratitud, si lo prefieres.
     —Si hubiese sido un soborno y hubieses empezado por aquí, nos hubieses ahorrado un tiempo valioso. ¿Dónde está el cuarto que falta?
     —Bueno, Andy nunca ha probado la tarta de manzana de Mabel, no podía permitir que no catase una que se hizo en su honor.
     —Aún no trabajamos juntos y ya me toca compartir con él.
     —Perdona, es él el que la comparte contigo y no me ha costado tanto convencerle de que te de tres cuartas partes de nuestra tarta como convencerte a ti de que le des clase. Esa será una lección importante que puedes aprender del crío. Piénsalo, y como dicen en tus tebeos…
     —Cómics —la corrigió indignado, ajustándose las gafas.
     —… el mayor poder es el poder de cambiar.
     —Eso aquí no encaja en absoluto.
     —Anda que no.
     Cuando salió del centro de investigación, Qi volvía a estar inmerso en sus pensamientos. Iban a volverse locos el uno al otro, eso era seguro.
     Ya solo quedaba ir a ver a Trudy con todo atado y bien atado.

Jamie sospechaba que si ella había quedado en pasar a última hora de la mañana, Miguel se habría presentado allí a primera, y no se había equivocado. Trudy se lo confirmó nada más entrar por la puerta.
     —Más vale que me traigas algo bueno, Jamie. Bueno de verdad y no solo a medias.
     —A estas alturas ya deberías saber que yo no sé hacer las cosas a medias, Trudy.
     La alcaldesa suspiró.
     —El principal argumento de Miguel es que no vas a poder trabajar a tiempo completo, tal y como pone en tu contrato. No me gusta, pero como es a lo único que podía agarrarse, lo ha pulido al máximo. Me ha pedido tu contrato para examinarlo con lupa y evitar cualquier tipo de reducción o modificación. He tenido que señalarle que haces muchas horas extra a diario que no figuran en él.
     —Déjame que te cuente lo que he pensado, ¿de acuerdo? No voy a modificar ni a reducir nada a excepción de algunas de esas horas, como las de los fines de semana, que según mi contrato tengo libres, así que estamos salvadas.
     Extendió todo su arsenal, dividido en tiempos, ante ella.
     Por la mañana, Andy daría clase con Heidi y Qi. Ella aprovecharía ese tiempo para hacer sus salidas en busca de materiales. Comería con Andy y por la tarde él la ayudaría en el taller. También podría echarle una mano repartiendo alguna de las comisiones pendientes. Le comentó la intención de Andy de trabajar un poco en el rancho, ayudando a Krystal con Pebbles en la chatarrería o a Vivi en sus recados. Ella misma se beneficiaría de su nueva logística obligándose a hacer tres comidas completas diarias, algo que no había hecho ni un solo día desde que llegó. Tenía pensado enseñar a Andy algo de dibujo técnico, pero eso se lo guardó para ella. Le explicó que Krystal y Vivi estaban dispuestas a ayudar si había un proyecto grande, como el del puente, o la torre de agua, o la granja de rocío, o lo que fuese que explotase/fallase en cualquier momento. Ella asentía en silencio, escuchando cada detalle con atención.
     —¿Qi ha aceptado este acuerdo? —preguntó la alcaldesa confusa cuando ella terminó su exposición.
     —Sí, he ido a verle antes de venir aquí, todo lo que he planteado es sólido.
     —¿Qué demonios has hecho para que acepte algo así?
     —Me ha costado más de una hora ponerlo donde quería, no preguntes.
     —A veces me das miedo…
     —Uso mis poderes solo para el bien —dijo sonriendo un poco antes de lanzarse al vacío—. Oye, sé que Miguel hace las cosas sin maldad, Trudy. Sé que él piensa que hace lo mejor para el crío, pero no es así y lo sabes. Ya lo viste ayer… Lleva de los nervios desde lo de Matilda y tengo miedo de que se lo haga pagar a él, aunque sea sin darse cuenta. Andy es solo un niño y se merece algo más que una habitación en un albergue.
     —Miguel puede ser muy vehemente —dijo Trudy con la mirada perdida en los papeles que cubrían su mesa— y tienes razón sobre él, yo también lo he pensado. Ya lo pensaba antes de lo que pasó ayer… Me gusta lo que veo, Jamie, pero quizá podríamos concederle la escuela dominical… Andy podría vivir contigo y asistir a sus clases.
     —El otro día Jasmine me contó que habían pasado la mañana buscando fantasmas con Burgess porque algo se cayó y él se asustó, Trudy…
     —Jasmine va a la escuela dominical…
     —Sí, y también da clases con Heidi porque tú sabes que no es suficiente. Sabes perfectamente que podría ser ella la que diese las clases allí. Es más, Jasmine no necesitaría ni ir a la escuela, ella misma se organizaría para aprenderlo todo si tuviese que hacerlo—dijo Jamie con una sonrisa al imaginarla haciendo exactamente eso—. Andy en cambio es listo, muy listo, pero no creo que sea tan organizado y metódico como tu hija, simplemente porque nadie lo es. Necesitará que lo ayuden y ya ha demostrado interés por los diagramas. Creo que estar con Qi va a ser muy bueno para los dos. Además, Trudy, no es nada personal, pero la iglesia debería ser siempre una elección, no una obligación. Entiendo que las enseñanzas de la Luz y la fe son importantes para mucha gente, pero yo preferiría que sea Andy quien decida quien quiere ser.
     —Miguel se va a poner furioso, lo sabes, ¿verdad?
     —Bueno, a veces no podemos tener lo que queremos. Y si del bien del chico se trata, cuando lo piense tranquilamente se dará cuenta de que tengo razón. Además, no entiendo por qué tienen tanta autoridad aquí. La alcaldesa eres tú, tú eres la que decide, por no mencionar que todos los vecinos están de acuerdo con esto.
     —La culpa es mía por marcharme y dejar a Matilda al cargo.
     —No digas tonterías. Cada vez que te has ido ha sido para buscar soluciones. Nadie más lo ha hecho. Y a Matilda le faltó tiempo para sentarse en tu silla. Joder, hasta se tuvo que quedar tu maldito escritorio cuando regresaste, solo le faltó mearse en él para marcarlo. Es una bruja beata y santurrona con un espeluznante deseo de atención.
     —Eso no te lo crees ni tú —dijo Trudy echándose a reír por primera vez en dos días.
     —Vale, es una vieja entrañable, pero lo del escritorio es cierto. A veces parece una niña, salvo que sus pataletas son pasivo/agresivas. Les das mil vueltas a todos, Trudy, y el día que tú lo creas también, será lo mejor que le haya pasado a este pueblo desde que Peach abrió el puñetero cielo para que volviésemos a ver el sol.
     —Eres una exagerada… Pero regresando al tema, el albergue tampoco me parece un hogar fijo para ningún niño. Esta noche le he dado muchas vueltas, Jamie… Muchas. Cada vez que tengo que dejar a Jasmine con otras personas, aunque haya sido, como tú dices, para tratar de salvar lo que queda de esto —dijo con tristeza, haciendo un gesto con la mano que pretendía abarcarlo absolutamente todo—, pienso en lo que pasaría si no regresase. Sé que ella se quedaría con Heidi, que cualquiera se ofrecería para hacerse cargo y que todos colaborarían, pero esta noche… la he imaginado sola, sin nadie a quien acudir. Me horrorizaría que Jasmine fuese a parar al albergue. Sola. Que fuese a convivir con Pen, Miguel y Burgess y a dormir sola en una de esas habitaciones, hechas para estar de paso. No puedo soportar esa idea, Jamie. Mi hija, sola.
     —Pero eso no va a pasar, Trudy.
     —Lo sé. Y creo que Andy tiene el mismo derecho que ella a tenernos a todos de su parte. A tener las mismas oportunidades, sobre todo si hay alguien interesado en dárselas. No se trata de mí, ni te ti, ni de lo que sea que quiera Miguel. Se trata de él. Es un niño, un año mayor que Jasmine. Un niño que, por la razón que sea, se ha quedado solo.
     —Es lo que llevo diciendo desde ayer, solo que a ti se te da mejor darle brillo al concepto. Por eso eres la alcaldesa y yo solo me dedico a dar porrazos con un pico.
     Trudy se echó a reír de nuevo, pero con esa inseguridad que siempre le impedía ver de lo que era capaz.
     —Ay… —suspiró la menuda mujer.
     —Jasmine tiene suerte de tener la madraza que tiene, Trudy. Por eso es como es —dijo—. Y Andy aprenderá lo más importante, la verdadera riqueza de este sitio: sus habitantes. Lo que significa formar parte de esta comunidad.
     Jamie lo decía en serio. Las gentes de este pueblo se le habían colado bajo la piel, filtrándose con la misma facilidad que la arena se filtra por cada recoveco de cada casa durante una tormenta.
     Trudy asintió.
     No hablaron de lo que la soledad le hace a la gente si la dejas, porque aquella era una mujer forjada en la soledad. Ni el mejor de los metales que ella había doblegado con sus herramientas, tenía el temple de Trudy. Únicamente hacía falta que ella misma se diese cuenta de lo que valía y de lo mucho que significaba para el pueblo.
     Ya más relajadas, se sentaron en los dos sillones que había frente a la mesa de la alcaldesa.
    —Sé que no me lo has pedido porque hoy estamos aquí, una a cada lado de la línea—dijo Trudy—, y también sé que ya lo sabes, pero tengo que soltarlo… Si me necesitas, me tendrás.
     —Contaba con eso. ¿Te das cuenta de lo que supone otro niño aquí para Jasmine?
    —Perfectamente. Jasmine está muy ilusionada —respondió con la voz llena de afecto—. Hace tiempo que necesitaba esto. Alguien con quien jugar, reñir y que a veces le recuerde que aún es una niña…
     Jamie pensó detenidamente en lo que le quedaría a Andy de niño ahí adentro. Justo entre la sonrisa salpicada de pecas y la angustia de la noche anterior. Pensó detenidamente en si contárselo a Trudy podría ayudar, servir de algo. La idea de decírselo, de convertir lo de anoche en palabras, no le gustó. Lo sintió como una traición, así que decidió dejarlo entre los dos.  
     En cuanto a Jasmine, tenía seis años y se había criado entre adultos. La única niña del pueblo desde hacía demasiado tiempo —hasta que llegó Pebbles, que aún era muy pequeño—. Sabía que Andy y ella se habían conocido mientras él fingía ser Bronco, y que el encuentro había terminado abruptamente cuando Jasmine le propinó una patada en la espinilla a Andy. Jamie había visto el pequeño hematoma violáceo mientras bañaba al niño la noche anterior y él le había contado la historia: Le ofreció uno de sus juguetes, ella gritó muy fuerte, lo llamó extraño, le dio la patada y le dijo: “La tía Heidi dice que no debo fiarme de nadie que tenga bigote y no haya pasado antes por su filtro. Que pase usted un buen día.” Y después había salido corriendo, mientras Andy se frotaba la espinilla perplejo. “¿De qué filtro hablaba?”, le había preguntado el niño. “¿Hay alguna norma de etiqueta rara que tenga que saber?”. Jamie se había muerto de risa. Por dentro. Andy había preguntado muy serio, allí, en la bañera, llena de jabón espumoso, y ella solo podía verlo con la peluca y el bigote, contoneando las caderas y poniendo esa voz en falsete, con acento de ninguna parte.
     —Voy a tener que hacer una buena cerradura para la puerta del almacén y, posiblemente, una armería en condiciones para guardar todo lo que tengo en casa —dijo pensando en los dos críos. Ahora Jasmine también pasaría el rato en el taller.
    —Sí —convino Trudy cruzando las manos en su regazo—, todo a prueba de delincuentes infantiles. Vivi me dijo ayer que Andy le hurtó el bote de galletas sin que ella se diese cuenta.
     —Lo sé, me he enterado hoy.
     —Vivi ni lo vio venir… Es un crío muy habilidoso. Va a hacer que pierdas el pelo de la cabeza y que te salga en el pecho, lo sabes, ¿verdad?
     —Supongo que sí —suspiró.
     —¿Te ha dicho algo?
     No hacía falta ser más específica, Jamie ya sabía a qué se refería.
     —No y no le he preguntado. No voy a presionarlo para que me cuente nada. Cuando esté listo, si quiere hacerlo lo hará. Y no voy a contárselo a nadie, ya te lo digo. No voy a hacer nada que pueda traicionar su confianza. No sé lo que ha pasado, pero sé que lo ha pasado mal, así que, por lo que a mí respecta, borrón y cuenta nueva a partir de ahora.
     Trudy asintió, y parecía muy satisfecha. Se sintió como si la respuesta a esa pregunta hubiese sido la prueba real y la hubiese pasado.
     —Es la primera vez que mencionas que eres huérfana.
     —Tú ya lo sabías, lo pone en mi expediente.
     —Sí, pero es la primera vez que lo mencionas.
     —Pensé que era el mejor momento para dejarlo caer sin más —repuso, encogiéndose de hombros—. Ayudaba bastante a mi narrativa.
     —Es una razón muy buena para quedarse con un huérfano.
    Trudy le puso delante un papel y le tendió una pluma para firmarlo.
     —¿Qué es? —preguntó, antes cogerlo para leerlo.
     —Aquí dice que eres la tutora legal de Andy en ausencia de parientes conocidos —Jamie firmó al pie de la hoja sin dudar y Trudy lo selló—. No creo que necesites que te lo diga, pero sé que has hecho lo correcto.


     —¿Bueno, me lo vas a contar ya o no? —le preguntó Andy cuando salieron de casa de Vivi a la hora de comer—. ¡Me estás matando!
     —Pues… —alargó el momento para disfrutar de la cara de suspense de Andy, mirándolo muy seria.
     —¡Jamie!
     —¡Dile adiós al albergue!
     —¡¿En serio?! ¡¿Ha dicho que si?! —Andy saltó gritando y su capa se agitó con el mismo ímpetu, le tendió el puño y ella lo chocó con entusiasmo—. ¡Chúpate esa, ministro!
     —¡Sssh Andy! ¿Estamos locos o qué? ¡Nunca agites un avispero, aunque estés seguro de haber ganado! Miguel aún podría darnos toda clase de problemas si además le restregamos la alegría por la cara. Respeta a tus oponentes y tómalos en serio.
     —No me chafes las ilusiones, ni siquiera está a la vista.
     Solo pudo reírse con ganas mientras la euforia del niño no hacía más que subir.
     —¿Qué tal si lo celebramos con comida? Yo tengo hambre, ¿y tú?
     —¡Eso ni se pregunta!
     —Creo que vamos a tener mucho para elegir, pero lo que está claro es que de postre vas a tener que probar un poco de la tarta de manzana de Mabel…
     —¡Tarta de manzana! —exclamó Andy, saliendo despedido en dirección a casa, fingiendo que era un avión.
     A casa. Su casa. Oficialmente, vivían juntos. Había firmado un papel y todo.

     —¡Pero qué coño…! —exclamó Jamie al llegar a la puerta. Había un montón de comida esperándolos allí. Andy estaba absorto mirando la pila, levantó la cabeza en su dirección y abrió mucho los ojos—. Bueno, supongo que debería tener más cuidado con los tacos. Reducirlos al mínimo y eso.
     —Oye, no voy a juzgarte —dijo el crío con una sonrisa—. Y si vas a dejarte llevar, ahora es el momento. Creo que no había visto tanta comida junta en mi vida…
     —Tendremos pasar a agradecérselo a todos y compartirlo, porque hay demasiado.
     —¿Podemos quedarnos con los postres?
     —Eres una pequeña rata golosa.
     —Solo soy un niño. Quemamos muchísima energía, ya sabes —contestó, encogiéndose de hombros como si eso, realmente, lo explicase todo.
     Jamie contempló la escena, pensando en la cantidad de visitas que tendrían que hacer. Cada envase venía acompañado por su nota correspondiente. Todos los vecinos habían dejado uno como mínimo, aunque algunos habían llevado incluso dos o tres, como Mabel y Cooper.
     Mi-an no le había llevado comida. Al igual que ella —hasta ahora—, no tenía tiempo para andar tonteando en la cocina. Le había dejado un bote de cristal lleno de clavos oxidados, y era el mejor regalo que le habían hecho. Esos clavos los habían sustituido de un millón de sitios distintos durante su primera semana juntas en el pueblo. Habían trabajado como animales aceptando todas las comisiones y, además, habían arreglado muchas cosas por su cuenta. Había clavos de cada edificio y de cada construcción. Había clavos de cosas que ya no existían, como la torre del agua, el antiguo tanque de hidrogel de la granja de rocío o el contrachapado del antiguo puente de Shonash. La idea de hacer reparaciones por su cuenta había sido de Mi-an, y Jamie había metido todos esos clavos en el bote y se lo había dado. “Telesis”, le dijo cuándo se lo tendió. Ella la había abrazado y desde entonces, era su segunda mejor amiga. Mi-an le tenía mucho cariño a su bote de clavos oxidados y su nota la conmovió especialmente:

            Jamie:
      Todos aquí saben que esto nos importa y que es la razón por la que aún estamos aquí. Tú cubres mi espalda y yo cubro la tuya. Si necesitas materiales o necesitas mi ayuda, sabes dónde encontrarme (si no lo sabes, pregúntale a Burgess).
     Telesis…
     Mi-an


La tarde se fue casi sin que se diesen cuenta. Habían estado despejando de cosas la habitación de Andy y colocando en su armario la ropa nueva que habían comprado, junto a otro par de zapatillas y unas botas. Le habían dejado a Vivi todo lo que el niño trajo puesto para que lo remendase, excepto la capa, que él quería conservar tal y como estaba. La abuela le había dado otro tarro de galletas, que Jamie había metido en la parte alta de su alacena mientras Andy protestaba un poco.
     —Me has dicho esta mañana que un hombre honrado puede quedarse con el pago de un trabajo bien hecho —argumentaba—. Un momento después, me he despedido de la mayor parte de la tarta de manzana y de las galletas. Eran el pago de Vivi por ayudarla y me las arrebatan junto a la poca ilusión que me queda…
     —Eso ha sido un golpe bajo y no te las quito. Solo… seré tu albacea. Tu administradora. Ayer te comiste todas las que afanaste, ¿no?
     —¿Eh?
     —Pues eso. Alguien tiene que pensar con la cabeza aquí.
     —La vida honrada es un suplicio —resopló indignado.
     —Cuando estemos a viernes y sigas teniendo galletas para merendar, me lo cuentas.


     —Había pensado cocinar siempre pero, ¿qué tal si las cenas se las dejamos a Owen?
     Volvían a estar en su terraza falsa, terminándose los tallarines con carne del especial del día que Owen les había empaquetado por la mañana, junto a varias cosas más. Las estrellas de nuevo sobre sus cabezas y el sabor de la victoria en los labios —que solo era comparable con la comida de Owen—. El día más largo de sus vidas había terminado, por fin, y estaban más relajados de lo que lo habían estado desde que se conocieron.
     —Me parece bien —dijo con la boca llena, encogiéndose de hombros mientras luchaba contra un puñado de tallarines—. ¿Sabes cocinar?  
     —Sé seguir una receta —respondió tras pensarlo un momento—. Supongo que no será más difícil que ensamblar microcircuitos.
     —Eso no suena muy bien… —los ojos de Andy se cerraron parcialmente, llenos de cautela, evaluando posibles peligros —. Supongo que me conformaría con que no quemases la comida.
     La última frase sonó como una sentencia de muerte, expresada con resignación y acompañada de un suspiro trémulo. Jamie volvió a pensar en cómo habían sido sus comidas hasta ahora. No parecía traumatizado, solo suspicaz.
     —Mañana saldremos de dudas.
    —Cocinar solo es construir con comida. Construir se te da bien, ¿no? —parecía extrañamente esperanzado ante su respuesta.
     —Solo lo he hecho una vez y, objetivamente, fue un éxito —el Mapo Tofu de Fang le había salido exactamente igual que el que le preparaba su madre. Objetivamente, todo un éxito. Un éxito que despertó recuerdos y desencadenó un potente detonante que lo enfermó, pero tampoco había que entrar en detalles, eso no había sido culpa suya—. He pensado que, mientras haga buen tiempo, podríamos desayunar en el porche, es un lugar fresco a esas horas. Y comeremos en la cocina, como hoy, a mediodía hace demasiado calor como para comer fuera.
     Andy no empezaría las clases aún. Mañana tenían pendiente la visita al cuerpo civil. Jamie tenía remanente de materiales de sobras por el momento, así que podría ponerse al día con las comisiones retrasadas y tener al niño con ella.


Cuando lo acompañó a su habitación lo hizo con aprensión.
     —¿Estás bien? —le preguntó arropándolo, sentada en el borde de la cama.
     Los cactus y los yaks de su pijama nuevo subían y bajaban con normalidad.
     —Sí. Creo que sí.
     —¿Quieres que me quede un rato?
     —… Sí.
     Andy se movió un poco más al extremo y ella se tumbó junto a él, sobre la colcha.
     —Ven aquí, cachorrito —le dijo pasando un brazo a su alrededor y dejándole un beso en la coronilla. El primero que le daba, y él no se quejó. Andy se apretó un poco más, acomodándose. La primera vez que Ada la besó, se sintió como si importase de verdad, aunque nunca se lo dijo.
     —¿Ahora vas a contarme un cuento o algo así? ­—preguntó, riéndose entre dientes.
     —Solo si lo necesitas. No soy tan buena narradora como Owen.
    —Creo que soy demasiado mayor para un cuento, pero no me importaría oír una historia. Una de aventuras.
    —¿De aventuras, ¿eh?
     —Mmmmh— asintió.
     Mientras le acariciaba el pelo, pensó en la gran cantidad de libros del Viejo Mundo que se apiñaban en las estanterías de Ada. Los había llegado a leer casi todos y sus favoritos, por aquel entonces, también eran los de aventuras. Así que comenzó su historia. La historia de Axel y su tío, que viajan muy lejos de su casa, guiados por un pergamino que contiene un criptograma, hasta el interior mismo de un volcán y mucho más allá.
     Andy hace preguntas y la historia lo cautiva, tal como le pasó a ella. Se queda extasiado ante la audacia que Axel demuestra, aun estando aterrado. Jamie piensa en hacerse con algunos libros, si pudiese. Piensa en que esta habitación, que adaptó para Nia cuando estuvo de visita, se ve triste y vacía para un niño. Piensa que podría pintarla de colores y llenarla de cosas que le gusten. Cosas que, siglos después de su último uso, descansaban en lugares casi tan profundos como los protagonistas de su historia. A Andy le encantaría reparar con ella alguna de esas reliquias, decidió, mientras Axel avanzaba, con su singular expedición, hacia los confines insondables del mismísimo centro de la tierra.


Siguiente capítulo



*Notas: 

La aventura que Jamie le cuenta se trata, por supuesto, de Viaje al centro de la tierra, de Julio Verne. Julio Verne le encantaría a Andy, así que tiene que leer sus libros en algún momento. 

En el juego, todos los vecinos te suelen meter en el buzón un sinfín de cosas. La mayoría de las veces es comida. La primera vez que saqué de allí un poco de cecina me dio la risa. Me imaginé a todos los bichos de los alrededores viniendo a lamer mi buzón. Luego jugué a Portia y allí el constructor tiene una némesis que le destroza el buzón, y lo primero que pensé es que los bichos se habían encargado de eso.
Me gusta mucho la idea de los intercambios de comida. Creo que funciona perfectamente en un pueblo como este, así que me pareció una buena forma de entrar en el capítulo de hoy. 

Eso me lleva a repasar los personajes. Supongo que, si no has jugado, es confuso saber quien es quien. Espero hacerlo bien a la hora de ir presentándolos. Quiero que todos tengan su escena que los defina, además de mezclarse en la rutina cotidiana del pueblo. 
Una de las cosas que más me gustó cuando jugué, es que podía conectar con todos los personajes. En serio, nunca me había pasado antes, y eso que son unos cuantos. Incluso Miguel, aunque no lo parezca. Todos tienen un lado profundo y su historia particular de fondo que, si te molestas en conocer, es interesante. Así que mi objetivo es ahondar y rellenar las líneas de lo que no sabemos de ellos. 

Andy robó esas galletas y se las comió todas. Hay una escena buenísima donde Jasmine le pide a Justice, como sheriff, que investigue el robo. Él le contesta algo así como que después de x horas de la desaparición hay que hacerse a la idea de que no van a volver. 

Telesis: Es toda esa energía positiva que dejamos a nuestro alrededor con nuestras acciones desinteresadas. No existe ningún bote de clavos pero, ¿no es preciosa la palabra? Mi-an siempre deja mucha a su paso y termina siendo una inspiración para Jamie. 

Oh, sí. Matilda se quedó con ese escritorio que no le pertenecía... 


Una captura de Andy, el bandido... Te dice eso cuando sabe que se queda en el pueblo sin remisión. Me gusta que aparezca la imagen de cabecera :D



Y el terrible caso del robo de las galletas