Capítulo 13

 13.   El Día de los Recuerdos

 

 El verano daba sus últimos coletazos. Todo el pueblo se había preparado para el Día de los Recuerdos. Día en el que se comían dulces, se jugaba al juego de encontrar a los fantasmas —o esconderse de los cazadores de fantasmas, dependiendo de lo que te tocara— y, como su nombre indicaba, se recordaba a los que ya no estaban. Al día siguiente, a medianoche, todos soltarían tantos farolillos como personas hubiesen perdido. Sandrock necesitaba muchos farolillos, había pensado Jamie toda la semana mientras ayudaba a elaborarlos en sus ratos libres. Hoy, el día anterior a todo eso, Andy y ella se pondrían con los suyos.
     Habían hecho otro pase de la película en el invernadero, al que acudieron Trudy, Jasmine y Heidi, como agradecimiento por cubrirlos. La sensación para todos era positiva, y Jamie y Mi-an estaban muy contentas. Pero, de momento, habían reducido el ritmo, para horror de Qi, que no podía pensar en otra cosa. No podían mantener ese nivel de atención constante. Jamie tenía que dedicarle tiempo al niño —es lo que quería hacer por encima de todo— y contribuir activamente a la elaboración de algo tan importante como los farolillos. Por no hablar de terminar el impactante disfraz de Andy que, por supuesto, él mismo había diseñado. Así que esa semana siguiente a la resaca cinéfila, la pasaron así.

Por la mañana, cuando fue a despertar al niño, lo encontró oculto por las sábanas. Una mala señal. Se sentó junto a él y acarició el bulto que pertenecía a su tripa, tumbado como estaba boca arriba.
     —Hey, ¿qué te pasa, cachorrito?
     El niño tardó tanto en responder que pensó que no iba a hacerlo.
     —No me encuentro bien… —dijo al fin. Sonaba a verdad.
     Jamie se tumbó a su lado, en su sitio, y Andy sacó por fin la cabeza, dejando que ella le retirase el pelo de los ojos. Se miraron un rato sin decir nada; él parecía a punto de llorar.
     —Haremos una cosa —le dijo al niño—: tú me dices lo que te pasa y yo voy a decirles a Qi y a Heidi que hoy no vas a ir a las clases. Después me dejaré caer por la Luna Azul y te traeré esa gelatina de plátano y naranja que tanto te gusta. —Andy frunció el ceño y meditó la propuesta. Otra mala señal—. También puedo añadir helado al trato…
     —Hoy es el cumpleaños de Logan… —susurró con un suspiro dolorosamente resignado—. El día anterior al Día de los Recuerdos. Le echo de menos y sé que hoy estará más triste de lo normal.
     —Más triste de lo normal, ¿eh?
     —Sí. El año pasado salió de la cueva y no volvió hasta que se hizo de noche. Haru dijo que se pone más triste de lo normal y que no le gusta que lo vean así. Hoy ni siquiera podré hacerle compañía a Haru. Ni prepararle un regalo, o algo. No sé.
     Una lágrima rodó mejilla abajo y él volvió a esconder la cabeza bajo la ropa de cama.
     —Creo que vamos a necesitar mucho helado —dijo ella.
     —Todo el que le quede a Owen.

Vaya día para cumplir años, pensaba, mientras regresaba al taller cargada de bolsas. Y vaya momento, teniendo en cuenta cómo estaban las cosas. Ella había celebrado el suyo en la intimidad de su casa la semana anterior, en medio de toda la vorágine, y Andy le había dicho que los cumplía el día cinco, justo la semana que viene. Los tres cumplían años en semanas consecutivas, casi no se lo podía creer. Tenía ya un montón de ideas para celebrar el del niño por todo lo alto. Quería darle un cumpleaños que no olvidase jamás, pero hoy… empezaba a pensar que no podía darle lo que más necesitaba.
     Comenzaría por animarlo con algo que se le acababa de ocurrir.
     Pasó por el gremio y le dijo a Yan que se tomaba el día libre de comisiones.
     —¡Oye, novata! A ver si te crees que te tengo aquí para que te relajes.
     —He trabajado más de lo que era necesario y ahora mismo lo tengo todo al día. No hay emergencias y no me he cogido ni un día de vacaciones en todo el año. No voy a trabajar ni hoy ni mañana.
     —¿Cómo es eso de que no te has cogido vacaciones? El mes pasado…
     —Eso es una baja. ¿Quieres que te explique la diferencia? También podría escribir una carta a los comisionados de Atara y que te lo expliquen ellos… —añadió con malicia. Su amenaza dio en el blanco, y vio cómo la repugnante rata se encogía un poco en su traje.
     —No creo que sea necesario… —dijo tratando de sonar casual, con un ligero tic en el ojo—. No trabajes si no quieres, pero espero que no hagas de esto una costumbre, novata.
     Estaba casi segura de que Yan estaba inmerso en una infinidad de chanchullos y fraudes fuera de Sandrock. Lo llevaba escrito en la cara. Pasar tanto tiempo en un pueblo como este, para un hombre como él, solo podía significar, como poco, evasión de impuestos. Jamie se había preguntado más de una vez cómo esa serpiente sibilina vivía sin pegar palo al agua. No conocía la respuesta, pero el tufo a corrupción que desprendía ese apestoso bigote encerado hacía que no le costase demasiado imaginarla.
     Cuando salía del gremio, vio a Grace llegar a la Luna Azul y se detuvo un momento.
     —¿Unas cervezas esta noche? —le preguntó la camarera.
     —Sí, pasa por casa a última hora, como siempre. Andy está pachucho —añadió al momento, teniendo otra idea—. Podrías quedarte a cenar, eso lo animaría…
     Grace siempre parecía saber cómo tratarlo. Era estudiante de arqueología, y a Andy le encantaban las aventuras en excavaciones que ella inventaba para él. Por otra parte, los tres compartían el interés por antiguas reliquias, música de antes y, ahora, el cine, del que no dejaban de hablar cuando no había nadie a la vista.
     —¿Qué le pasa al cachorrito?
     —Melancolía. Oficialmente, tiene unas décimas de fiebre.
     —Buf, ¿helado y gelatina?
     —Correcto —dijo, mostrando sus bolsas—. Mucho de las dos cosas.
     —Vale, cuenta conmigo. Iré cuando termine mi turno.
     Grace estaba al tanto de algunas cosas. En sus noches de chicas, ella había preguntado y habían hablado un poco. Nada demasiado personal, solo que Andy añoraba a veces a sus compañeros de pandilla, que alguna noche aislada tenía pesadillas… Información superficial, sin ahondar en nada concreto. Perfectamente normal dadas las circunstancias.
     Tras despedirse de Grace, siguió su camino.

     —Escucha, muñeco —le dijo al niño al regresar. Andy aún no había salido de la cama—, cuando nos hayamos comido todo esto, he pensado que podrías hacer algo para Logan.
     —¿Algo como qué? —preguntó con interés, sentándose en la cama.
     —Pues… no sé. La pulsera que le hiciste a Jasmine te quedó genial. Puedes pensar en algo similar que le pegue. Incluso podrías escribirle una carta. Sé que no la va a poder leer ahora mismo —dijo ante la mirada un poco decepcionada de Andy—, pero lo que cuenta es la intención. Que él sepa que te acordaste, ¿entiendes? Puedes decirle allí cuánto lo echas de menos y todo lo que se te ocurra. La pondremos en un sobre y la guardas con su regalo. Te prometo que no voy a leerla.
     El niño se animó mucho ante la idea. Incluso lo suficiente como para engullir su desayuno especial. Con extra de helado.

Decidió hacerle un colgante. Ella lo ayudó a elegir los materiales —materiales rudos para un hombre rudo, había puntualizado Andy con cierto orgullo—: cordón grueso de cuero negro y tres láminas de acero cromadas, ligeramente pulidas pero sin terminar, más un cierre del mismo material. Ella grabó los nombres detrás de cada una de las placas mientras el muchacho saltaba excitado ante la idea. Una para Howlett, otra para Haru, y Andy en la central. Era una pieza sencilla, pero muy, muy bonita. Al terminar, la metieron en una cajita de madera, con su lazo y todo.
     Andy pasó el resto de la tarde escribiendo la carta, a excepción del rato que pasó con Jasmine, que vino a ver cómo se encontraba. Quedó encantada al descubrir que estaba haciendo deberes
     —Si quieres, mañana te cuento el próximo capítulo, en el que el mayordomo gato trata de reinsertarse en la sociedad y sufre los problemas de intentar comprender una comunidad que ha olvidado por completo su existencia… —dijo Jasmine antes de salir por la puerta—. Hasta entonces, recuerda evitar los escollos del crimen organizado, Andy. ¡No seas como el malvado mayordomo gato!
     —Nunca se me ocurriría, Jas —respondió el niño, con esa sonrisa que decía justo lo contrario—. Pero ya sabes lo que dicen: “no hay crimen sin castigo”. ¿O era “hay crimen sin castigo, pero solo si no lo haces constantemente”? En el caso del mayordomo gato, no es más rico ni más pobre después de lo que ha hecho, así que supongo que “a veces el crimen te deja como estabas”.
     —Creo que no has entendido la moraleja, Andy.

Cenaron cuando llegó Grace. Por supuesto, lo hicieron en el tejado, como siempre. Para entonces Andy estaba ya plenamente recuperado de su dolencia; lo devoró todo como si no hubiese un mañana y Jamie lo acompañó a la cama. Al día siguiente les esperaban demasiadas emociones. De todo tipo.
     Cuando el niño se durmió, fue en busca de Grace, que estaba ojeando sus libros. Salieron al tejado nuevamente, como cada noche que ella venía, con sus cervezas en las manos. Se sentaron sobre la manta otra vez y estuvieron en silencio un buen rato. Le gustaban mucho esos momentos cómodos entre ellas, en los que no necesitaban decirse nada. Casi todo el mundo necesita hablar para rellenar los huecos cuando, a veces, solo hay que permitirse disfrutar de ellos. Grace sabía disfrutarlos.
     —Me he enterado de que hoy es el cumpleaños de Logan —dijo la camarera tras una eternidad—. Ha sido por eso, ¿no?
     —Sí. ¿Quién te lo ha dicho?
     —Owen. Vivi y Hugo estaban igual que Andy hoy, y Heidi también me lo comentó. Justice ha pasado a recoger a Owen y ha sido como si hablasen de ir a un funeral, así que podemos contarlos también. Parece una verdadera epidemia. Al menos nosotras estaremos a salvo…
     Grace, al igual que ella, había llegado a Sandrock tras el incidente del templo, cuando Logan y Haru eran ya fugitivos.
     —No he notado nada raro en Owen cuando he pasado esta mañana —dijo ella, tratando de averiguar qué se le había escapado.
     —Eso es porque estabas en el lado incorrecto de la barra, Jamie.
     Otro silencio y un cigarrillo completo para Grace.
     —¿Qué opinas? —le preguntó la camarera, tras apagar la colilla en una de las macetas que jamás llegaron a albergar nada que prosperase. Al menos le servía de cenicero a Grace.
     —¿Sobre Logan? —Grace asintió—. No sé. Es… raro. Hay cosas que no encajan.
     —¿Qué clase de cosas? ¿A qué te refieres? —inquirió con interés.
     —No me parece un loco… Andy a veces me cuenta cosas. Historias que él le ha contado, cosas que él le ha dicho… ya sabes. No veo a un tío que ha perdido la cabeza.
     —¿Le has preguntado sobre ellos? Me refiero a algo más allá de lo que dices.
     —No. Le prometí que no le iba a preguntar y que no tenía que contármelo. Le gusta hablar de él para tenerlo cerca, y dejo que lo haga. Nunca me ha contado nada que los comprometa. Tampoco me trago ese rollo de venganza; si odiase a los vecinos, Andy estaría condicionado, ¿no?
     —Supongo… Imagino que hubiese hablado de ellos, o hubiese escuchado algo.
     —Sin embargo, lo único que dijo una vez es que Haru le había dicho que la gente del pueblo era buena gente. Hoy lo he sentido por él, la verdad.
     —¿Qué quieres decir? —preguntó Grace, frunciendo el ceño después de apurar su segunda cerveza.
     —Digo que ha pasado más tiempo con Andy que yo, y que si yo me viese en esa situación… teniéndome que separar de él y dejándolo con alguien que ni conozco… No sé. Estoy segura de que lo ha querido mucho, eso es todo —iba a añadir que le parecía alguien que lo tenía que estar pasando muy mal, pero se lo guardó. Decirlo en voz alta la hacía sentir como el abogado del diablo. También algo rara—. ¿Y tú qué opinas?
     —Que creo que, para contestarte, necesito al menos dos cervezas más.
     Grace se perdió en sus pensamientos, y el silencio se hizo una vez más entre ellas.


El Día de los Recuerdos se presentaba complicado, por llamarlo de algún modo. No era el día favorito de Jamie, y, quitándole la capa de juegos y dulces, tampoco parecía que Andy supiese muy bien cómo sentirse al respecto. Hablaba bastante de Logan. Desde que había empezado, cada vez le resultaba más fácil. En cambio, jamás había mencionado a su familia ni una sola vez. Quizá complicado tampoco era la palabra que debería usar, pensó.
     No le costó sacarlo de la cama; sin embargo, volvía a estar taciturno.
     —Por la mañana haremos nuestros farolillos, por la tarde iremos a la plaza a comer dulces y a jugar a todo eso de los fantasmas, ¿qué te parece?
     —Bien —respondió, encogiéndose de hombros.
     —¿Cuántos farolillos quieres hacer para ti, Andy?
     El niño estuvo pensando un buen rato.
     —Cuatro —dijo al fin.
     —¿Quieres hablarme de ellos? Nunca lo haces, y puedes hablarme de ellos si quieres…
     —No me apetece. Ya no están —susurró, tratando de evitar un puchero.
     —Bueno, cachorrito, cuando alguien a quien queremos muere nos deja una responsabilidad muy importante, ¿sabes?
     —¿Cuál? —preguntó, cruzándose de brazos.
     —La responsabilidad de recordarlos. Eso significa el Día de los Recuerdos, aunque es un poco tonto, porque es mucho más que eso. Es algo que hay que hacer mucho más a menudo. Los que ya no están solo pueden seguir con nosotros si nos acordamos de ellos; si no, desaparecerían del todo.
     El niño meditó un buen rato sobre lo que le había dicho.
     —¿Crees que por eso Logan siempre habla de Howlett?
     —Posiblemente… ¿Te das cuenta de que lo conoces porque él te ha contado sus historias? Y tú me las has contado a mí. Ahora los dos conocemos mejor a Howlett, aunque él ya no esté —añadió.
     —Cuando pienso en ellos me entran ganas de llorar…
     —Lo sé. Dentro de un tiempo será un poco mejor, pero es bueno que pienses en ellos y que recuerdes todas esas cosas que te gustaban. Y no pasa nada si lloras, a veces es muy necesario desahogarse…
     —Me gustaba tener a Jinny en brazos mientras mis padres estaban ocupados. Ella casi nunca lloraba si estaba conmigo —dijo en voz muy baja, secándose una lágrima furtiva que se escurría. Oh, joder.
     —¿Jinny era tu hermana? —el niño asintió—. ¿Cuántos años tenía?
     —No lo sé, como Pebbles más o menos. Su pelo huele igual que el de ella.
     Fue sacándole palabra a palabra cosas de su familia. Papá, mamá y Jinny. Habían estado con la caravana desde que Andy podía recordar. A su madre le gustaba cantar y tenía una voz muy bonita. Siempre era amable y cocinaba muy bien. A su padre le gustaban los caballos y cuidaba bien de todos los que viajaban con ellos. Atendía los partos de las yeguas porque, aunque no era veterinario, el abuelo le había enseñado. Le gustaba ir con él a dar un paseo de la mano antes de dormir. Era algo que hacían solo los dos, sin su madre ni Jinny. Algo especial. Jinny era traviesa y le gustaba jugar con sus juguetes, pero a Andy no le importaba dejárselos porque era el más mayor. Lloraba mucho porque le dolía la tripa, pero cuando lloraba por otras cosas, dejaban que él la cogiese porque se le pasaba enseguida. A ella también le gustaban las canciones de su madre.
     —¿Y el cuarto farolillo, para quién es? —le preguntó cuando el niño dejó de hablar.
     —Es para Howlett. En la cueva no hay farolillos y quiero que tenga uno —Jamie asintió con la garganta apretada, incapaz de decir algo más al respecto—. ¿Cuántos farolillos necesitas tú?
     —Tres. Para mi padre, para mi madre y para Ada.
     —¿Ada es esa mujer, la que te cuidaba?
     —Así es —ella le pasó la mano por el pelo, tratando de apartar los rebeldes mechones que le caían a los ojos. Pronto habría que recortarlo un poco, pensó distraídamente—. Un farolillo para cada uno, y una carta.
     —¿Cartas?
     —Les escribo una carta y les digo lo que necesito decirles. Si lo escribo es como si todo saliese y me siento mejor. Luego las ato al farolillo y se van con él.
     —Podría escribir unas cartas… —dijo el niño, dudando—… Como ayer. Escribirla me hizo sentir mucho mejor.
     —Puedes escribir las tuyas, y en la de Howlett escribiremos los dos, ¿qué te parece?
     —Me parece bien. ¿Quieres contarme cosas sobre tu familia? —añadió, mirándola de reojo.
     Había acercado los materiales que usarían en los farolillos y los estaban colocando sobre la mesa de trabajo entre los dos, separando los distintos papeles para cada uno de ellos y un ligero cordón para unir la base y atar las cartas sin que se prendiesen con la llama.
     —Claro, es lo justo… —respondió ella, tratando de pensar en qué podía decir—. Mi madre hacía arreglos florales. Le encantaban las flores y siempre, siempre, siempre estaba sonriendo. No cantaba, pero le gustaba mucho la música. También recuerdo lo blancas que eran sus manos, me encantaban. Blancas y suaves, a pesar de trabajar en la tierra. Mi padre era constructor, como yo. Olía a cuero y aceite de engrasar, y a un olor que entonces yo no sabía qué era, pero que ahora tengo metido hasta lo más profundo de la piel: metal. Es un olor que, por más que te laves las manos, sigue ahí.
     —Lo he notado. Huele bien —dijo el niño, asintiendo—, aunque no bien como las flores, por ejemplo. Tampoco sabía qué era ni por qué me olían a mí también cuando hicimos el escudo.
     —Es el olor del trabajo duro —le dijo al niño con una sonrisa que él le devolvió—. Cuando termino un trabajo, siempre pienso si a él le gustaría, ¿sabes? Es lo primero en lo que pienso.
     —Seguro que le gustaría todo lo que has hecho aquí con Mi-an…
     —Sí, creo que sí, y eso me hace sentir bien. Su prioridad siempre era hacer algo que ayudase a los demás o que les facilitase el trabajo. Y cuando llegué aquí… enseguida vi que era mi sitio, porque aquí necesitaban mucha ayuda con todo. Sé que él hubiese estado muy orgulloso.
     —Sí. Haru y Logan decían muchas veces que, desde que llegasteis vosotras y Mason se fue, las cosas estaban empezando a cambiar de verdad.
     —¿Eso decían, eh? —Jamie miró al niño sonriendo de nuevo, y él asintió con vehemencia mientras pasaba las manos por los pliegos de papel, tratando de ocuparlas en algo mientras sus ojos vagaban curiosos.
     —¿Y no tenías hermanos? —le preguntó, retomando el tema.
     —No, pero me hubiese gustado. Debe estar bastante bien tener a alguien más, o eso creo —dijo.
     —Sí… lo está —susurró Andy.
     —Pero bueno, tengo a Nia, eso cuenta. Supongo que puede decirse que es más mi hermana que mi amiga. O las dos cosas en una.
     —Nia cuenta —aseguró el niño—. La familia no es solo la que nos une con lazos de sangre…
     Jamie estaba segura de que esa era otra de las frases de Logan. Una destinada a hacerle saber a Andy que ellos estaban dispuestos a cumplir ese papel para él. Ada también le había dicho a ella algo muy similar.
     —Estoy completamente de acuerdo con eso, cachorrito.
     —¿Y Ada? ¿Y cuántos años tenías? ¿Y qué pasó?
     Andy había seguido perfectamente el hilo. Las preguntas se agolparon y él la miró un poco avergonzado, como si hubiese hecho de más dejándose llevar sin darse cuenta.
     —Vale, vamos por partes —dijo, riendo, y el niño suspiró aliviado. La miró con un interés que ella podía comprender muy bien. Había similitudes entre ellos, y quería saber todo lo que ella quisiese darle. Se sentían unidos por esas pérdidas—. Mis padres murieron cuando yo tenía ocho años.
     —Son los que voy a cumplir la semana que viene —dijo muy serio.
     Jamie ya le había dicho el primer día que tenía más o menos su edad cuando todo pasó. Andy, por la historia que había ido hilando, tendría seis el día de la tormenta de arena que se lo llevó todo. A veces, a Jamie le costaba recordar a sus padres, y seis años son muchos para muchas cosas y pocos para esto en concreto. La lucha por no olvidarse de las caras de los muertos siempre es voraz en el interior de los vivos. Cuando eres un niño, lo es aún más.
     Andy la miró expectante, esperando el resto de respuestas.
     —En Fuerteviento, a veces, puede haber lluvias torrenciales. No es lo más frecuente, pero puede pasar muy de vez en cuando. Iban en un Dee Dee con otras personas cuando fue arrastrado y revolcado por el agua. Fueron directos al río y casi todos se ahogaron cuando se hundió en el fondo.
     Jamie pensaba muchas veces en la doble cara de la moneda, las singularidades de la vida y los elementos. Sus padres murieron ahogados y ella vivía ahora en un pueblo que agonizaba secándose hasta la médula.
     —¿Y Ada? ¿Era amiga de tus padres?
     —Ada era una amiga de mi madre, aunque hacía muchísimo que no se veían... Cuando mi madre murió no tenían ninguna relación, pero se enteró de que yo estaba en un orfanato y vino a buscarme. Yo no tenía más familia. Ella se ocupó de mí. A Ada le gustaba comerse la comida del día anterior, sin calentarla ni nada. Era asqueroso —recordó, enfatizando la última palabra con una sonrisa triste, comenzando la lista de la mujer que había sido su madre hasta hacía demasiado poco. Andy también se echó a reír, arrugando la nariz. A él tampoco le importaba nunca si la comida estaba fría o caliente mientras fuese a parar a su barriga—. Le encantaba leer, y gracias a eso, a mí también. Como a mi madre, también le gustaba la música. Bebía café a todas horas y fumaba unos cigarrillos que olían a clavo. Me encantaba ese olor, y cuando huelo los de Pablo, me recuerda a ella. Me enseñó a repartir tortazos para cuando fuesen necesarios.
     —¿En serio? —preguntó el niño, entre divertido y asombrado.
     —Completamente. Menuda era… Y siempre tenía alguna planta de la que se olvidaba hasta que la veía seca y muerta, y nunca las tiraba.
     —Vaya, quieres decir que en esto también os parecéis bastante, ¿no? —intervino Andy, lanzando una mirada mordaz al balcón y a las macetas que había esparcidas por todas partes.
     —Me temo que sí. Aunque yo ya he desistido, no pienso plantar nada más —dijo, suspirando dramáticamente y tratando de averiguar en qué coño pensaba cuando hizo un intento, en medio de un erial como aquel, si ni en circunstancias favorables había podido ser. Quizá ver esas hojas resecas que nunca llegaron a crecer también le recordase a Ada.
     —¿Y qué le pasó a ella? —preguntó Andy, con la lástima de echar ya de menos a alguien a quien no has llegado ni a conocer.
     —Se puso enferma y se apagó.
     Siguió hablando de Ada un poco más. Habían pasado mucho tiempo juntas y era una mujer peculiar, llena de anécdotas divertidas.
     No dijo nada sobre la horrible enfermedad que ya la había jubilado de su carrera militar antes de conocerla. Esa misma que superó dos veces y regresó una tercera, todos esos años después, para llevársela por delante. Ella la había sujetado de la mano mientras le pasaba un paño húmedo por la frente con la otra. La muerte, hasta en la placidez de una cama, es desagradecida y cruel. Ada agonizó durante casi dos semanas, respirando bilis. Ella, mirando y cogiéndola de la mano.


Jasmine, Trudy y Pablo —el maquillador oficial— se presentaron poco después de comer, para que Jasmine y Andy se pusiesen los disfraces. Jamie había trabajado mucho en los dos, con ayuda de Amirah. Ella y Heidi, que tampoco se lo quería perder, se acercaron más tarde. Y así, la
Sociedad de Té de la Juventud Fugaz estuvo reunida al completo.
     Todo el asunto de los disfraces había sido una locura. Andy y Jasmine los eligieron a juego. Cuando Jamie y Amirah comenzaron a trabajar en ellos, se pelearon por quién era quién. Después llegó la película, y quisieron cambiarlos: Jasmine quería ser la princesa Leia y Andy, Han Solo. No podían disfrazarse de personajes de la película porque se suponía que era un secreto, y porque Jamie y Amirah habían trabajado muy duro en los otros, que estaban prácticamente terminados, y les dijeron que tenían que asumirlo y punto. Así que a Andy se le ocurrió otra idea, que los llevó a discutir otra vez y a provocarle a Jamie, Amirah y Trudy su vigésimo cuarto dolor de cabeza consecutivo.
     La idea original era: uno vestido de buitre del desierto y el otro de víctima. Andy se pidió ser el buitre, puesto que fue una invención suya y el diseño del traje también. Jamie había hecho un trabajo impresionante con bolsas de basura negras para los mil millones de plumas, apiladas unas sobre otras, y unas garras de goma para los pies. Amirah esculpió el molde para un casco con la cabeza del buitre, y Jamie lo replicó en plástico para que pesase menos y no corriese el riesgo de romperse. Andy colocó el original en su habitación con la solemnidad espeluznante con la que se lo había probado, y era una monstruosidad que daba pavor. Parecía a punto de lanzarse sobre su presa con las fauces abiertas. Un enorme, afilado y terrorífico pico curvo, manchado de sangre. Sus ojos, negros y huecos, semiocultos por otro puñado de plumas, parecían atravesarte.
     Para la víctima, Jamie ideó una cavidad que rellenó de tubos de goma que hacían las veces de vísceras y, cuando la pintó, llenándola de restos a medio comer y tripas sueltas que colgaban indecentes de cintura para abajo, Andy quiso cambiar. Después de lo de la película, Andy decidió que la víctima sería o bien la princesa Leia o Han Solo, dependiendo del portador. Como no se ponían de acuerdo en quién iba a ser quién, se lo jugaron a las cartas y Andy perdió. Así que se quedó con su traje de buitre y Jasmine sería una princesa Leia destripada y a medio devorar.
     En aquel momento, justo antes de vestirse y maquillarse, aún estaban discutiendo.
     —Chicos, los dos vais a estar asquerosos —dijo Pablo, tratando de no explotar—. Qué más dará a quién le cuelga qué.
     —Además —intervino Amirah—, es mejor que el buitre sea el más alto, Andy.
     —Está bien —resopló el niño—, me sacrificaré por el bien del espectáculo.
     —No sé cómo te vamos a meter en un barril para esconderte —dijo Jasmine, pensativa, mientras Pablo comenzaba a sujetarle los postizos para hacerle las dos ensaimadas sobre las orejas. Ensaimadas salpicadas de sangre.
     —No pienso esconderme dentro de un barril, tengo mi escondite secreto.
     Jamie hizo un reportaje fotográfico completo antes de salir del taller.

Un buen rato más tarde, así ataviados y sembrando verdadero horror a su paso entre los vecinos, iniciaron el recorrido de recogida de dulces en los tres únicos puestos del pueblo, que habían decorado con cactus fantasmales, como todo lo demás: el puesto de Vivi, el de Mabel y el de Owen.
     Los tres se habían repartido las texturas, como habían hecho el año anterior. Owen se había encargado de los dulces contundentes, que se caracterizaban por un exceso de azúcar que no te dejaba despegar los dientes.
     Allí se pertrecharon de Rompemandíbulas, Partelenguas, Rechinadientes y Caramelos Apocalipsis —que eran tan enormes que no te cabían en la boca y, además, gracias a Fang, te la dejaban del color del caramelo. Solo… temporalmente—.
     Mabel se especializó en lo viscoso, surtiéndolos de Bombas de Baba, Gelatina Espectral, Gusagomitas y Moco de Mutante —Mabel había conseguido superarlos a todos con una crema verdosa que se pegaba a los dedos y que era absolutamente deliciosa. Nunca le dijo a nadie los ingredientes—.
     Vivi tenía chocolates: Corazones Crujientes, Mini Momias, Dentaduras de Dragón y Ojos de Cirilo —Qi les había dicho que otorgaban visión nocturna, pero era mentira. Vivi no necesitaba suplementos para sus dulces; eran increíbles tal y como estaban—.
     Intercambiaron golosinas con todo el mundo —hasta con los miembros de la iglesia más recalcitrantes—, y para cuando llegó la hora de la caza de fantasmas, estaban tan llenos de azúcar que era casi imposible mantenerlos quietos dos milisegundos.
     Andy tenía cuatro palitos de piruleta que le sobresalían entre los dientes en varios ángulos mientras rebuscaba en su bolsa.
     —Nada de chicles —dijo Jasmine—. El azúcar solo está en la superficie. Si queremos una liberación prolongada, usaremos el Rompemandíbulas. Pero cuidado al correr: el tío Cooper se atraganta todos los años.
     —¿Pero qué pasa si nos toca escondernos primero? —protestó Andy—. Yo ya me siento ligeramente tembloroso…
     —Bueno, no importa demasiado —explicó Jasmine—. Solo pueden atraparte una vez. En cambio, nosotros los atraparemos a todos. ¿Y cómo lo haremos?
     —¡Mejoras de rendimiento! —concluyó Andy.
     —¡Exacto! Los adultos toman café, tenemos que nivelar el juego…
     Trudy y Jamie se miraron y trataron de no reírse.
     No lo consiguieron.


Esa noche, desde el tejado, vieron cómo los vecinos soltaban sus farolillos. Había muchos, para lo pocos que eran. Andy no quiso estar allí con ellos. Ni siquiera cuando Jasmine le propuso soltarlos juntos. Jasmine y Trudy, por supuesto, también tenían uno. Uno especialmente doloroso. Pero Andy se negó a salir de casa por la noche. Miraron desde el tejado como los demás se alejaban flotando y subían sin parar antes de liberar los suyos, con las cartas atadas a las bases. Andy lloró un poco, fuera de los límites de su habitación, y no se sintió mal al hacerlo. Jamie tampoco.
     —¿Crees que pueden verlos? —preguntó Andy—. Los muertos, digo.
     —Nadie tiene esa respuesta, pero yo creo que sí. Creo que pueden vernos desde donde están y cuidan de nosotros a su manera…
     —¿Cómo? ¿Cómo lo harían?
     —Pues… no sé, a veces, cuando tengo que tomar una decisión, casi puedo escuchar la voz de mis padres o de Ada. Sé lo que pensarían al respecto y lo que me dirían. Es como si me susurraran al oído.
     —Pero yo no los recuerdo muy bien…
     —No importa. Seguro que se las arreglan. Me imagino a tu madre pidiéndole a la mía que me diga que me quede a su hijo —dijo con una sonrisa. El niño también sonrió—. A veces, sin saber por qué, tienes afinidad con alguien especial de inmediato. Casi puedes ver esa energía que se crea entre tú y esa persona, ¿sabes a qué me refiero?
     —Creo que sí.
     —Creo que lo sentiste con Logan y con Haru. Yo te siento a ti así. Y a Nia y a Ada, cuando las conocí. Es inexplicable y es más fuerte que ninguna razón.
     —También lo siento contigo —dijo el niño. No podía verlo bien en la oscuridad, pero Jamie sabía que se había sonrojado. Siempre lo hacía cuando usaba esa voz.
     Permanecieron un buen rato en silencio, contemplando los puntos brillantes, como luciérnagas, en el cielo. Jamie le pasó un brazo por los hombros y el niño se apretó contra ella, como hacía muchas veces.

Quisieron terminar la noche acampando en su nueva tienda, repasando los dulces que habían conseguido durante la tarde. Jasmine y él se habían repartido sus botines tras participar en la caza de fantasmas juntos. Tenía una cesta de calabaza llena de porquerías que Jamie tendría que racionar durante décadas.
     La nueva tienda estaba dentro de la habitación, junto a su cama. La habitación, en sí misma, había cambiado completamente desde los primeros ajustes. Se alegraba de que fuese lo suficientemente grande para que cupiese todo. La tienda la habían hecho con telas de colores chillones, a juego con la estridencia que dominaba el resto. Ella, en principio, había querido ponerla en el tejado, pero Andy se había negado. Su sólido argumento era que si estaba en el tejado no la podría usar tanto, y que no tenía gracia meterse dentro cuando lo que quería era ver el cielo. Irrefutable.
     Teniéndola instalada en su cuarto, Andy la usaba para casi todo, desde leer hasta desayunar en algunas ocasiones. También habían acampado allí de verdad un par de veces, quedándose a dormir dentro, bajo la luz de la esfera reliquia que el niño usaba como lámpara fija en su dormitorio. La esfera emitía una luz tenue que lo relajaba, y dentro podían verse un sinfín de estrellas salpicando un firmamento en miniatura. Estrellas que se proyectaban al exterior cuando era la única luz que quedaba en la habitación.
     Todo el dormitorio estaba lleno de cosas. Trastos viejos a medio terminar y juguetes se amontonaban por igual en los rincones, pareciéndose un poco a su lugar de trabajo. Jamie no se sentía culpable por dejar que el niño crease su propio caos organizado; a fin de cuentas, la habitación era suya. Las paredes estaban ya llenas de dibujos y pronto tendrían que empezar a solaparlos. En torno a su escritorio, todos los esquemas que a Andy se le habían ido ocurriendo.
     Y así, dentro de la tienda de campaña plantada en mitad de una jungla salvaje de chismes, se quedaron dormidos muchísimo más tarde de lo recomendable.


Siguiente capítulo


 

*Notas:

Cuando comencé a jugar y puse la fecha del cumpleaños del constructor, algo que elijes al crear el personaje (y que tiene su relevancia porque todo el mundo quiere celebrarlo), puse el 22 de verano (no hay meses, solo estaciones) porque yo los cumplo el 22 de julio y soy vaga para pensar algo significativo. Andy los cumplía la semana anterior, aunque luego, misteriosamente, pasó al 5 de otoño. Logan los cumple el penúltimo día de verano. Así que los cumplían en tres semanas consecutivas: primero Andy, luego Jamie y por último Logan. Con el cambio, Andy quedó el último, pero seguían siendo las tres semanas consecutivas. Me gustaba más cuando los tres eran hijos del verano, pero en fin.

Como dato curioso que, de momento, no he reflejado en el FanFic, Jamie los cumple el mismo día que Cooper. Fue una señal divina, porque no sé si lo habéis notado, pero Coop es uno de mis favoritos. Si quitamos al entorno familiar directo, puede que esté en primer lugar xD
¡Cumplir años el mismo día que Cooper no es poca cosa, maldita sea! 

La faceta de espía de Grace es genial. Cuando ya sabes que está con Logan y Haru y hablas con ella, ves muchas cosas que antes no veías. Grace es otro de mis favoritos.

En el juego, no hay disfraces ni dulces. Solo la caza de fantasmas (o ser el fantasma). Es un evento que me gusta mucho. Junto al del concurso de baile, mis favoritos.
Me ha encantado inventarme los nombres de los dulces... Siempre digo que me gustaría trabajar poniéndoles nombre a los medicamentos, así que ha sido algo similar xD
Sobre los disfraces, a Andy le encanta la parafernalia, ¿como no van a disfrazarse?

La semana que viene tenemos otro ligero volantazo al canon. El cumpleaños de Andy y todo lo que arrastra con él. Es uno de mis favoritos, pero eso lo dejamos para el próximo domingo, amigos. 

He terminado de editar y reescribir todos los capítulos que ya tenía y a partir de ahora es seguir con los nuevos. Espero terminar toda la historia antes de que me adelantéis. 

Para las capturas de esta semana, una preciosa de los farolillos, que no es mía y que no sé de dónde saqué, lo siento. 
Y otra de Yan en su posición habitual, porque es una serpiente sibilina y repugnante, pero que nos ha dado en el juego momentos estelares. Es un personaje que no sale demasiado aquí, pero que, en su demencia (o en la mía), me encanta.