Capítulo 14

 14.    El cumpleaños

 

El Día de los Recuerdos abrió paso al otoño, y con él llegó el día cinco: el cumpleaños de Andy.
     Lo había mandado a regañadientes a sus clases diarias, solo para sacudírselo de encima el tiempo preciso para preparar todo lo necesario. No había pedido otro día libre; había trabajado las últimas tres noches, durmiendo tan solo un puñado de horas sueltas entre ellas, para no tener que ir a hablar con Yan. Sus comisiones estaban listas y Mi-an se las repartiría con discreción antes de unirse también a la fiesta.
     Con eso fuera de la lista, había comenzado a montar las mesas en el patio. Mabel y Vivi no tardaron en aparecer, tomando su cocina sin rendición. Hugo y Cooper llegaron algo después para poner los adornos. Jasmine había pintado la enorme pancarta que cruzaría la puerta y que decía, en todos los colores que existían: FELICIDADES, ANDY.
     Habían preparado una zona especial para que todos dejasen sus regalos allí. Jamie tenía varios que añadiría al montón: una trampa de peces —algo que hacía tiempo que el niño le había pedido y que sabía que le haría ilusión— y los juguetes que sacó de las ruinas el día que descubrieron el cine —los cochecitos y el transformer; las estrellas ya estaban colocadas en el techo de su habitación—. También había otra cosa aparte que tenía muchas ganas de entregarle a solas.
     Andy había husmeado toda la semana en busca de pistas, y Jamie estaba casi segura de que no había conseguido ninguna, más allá de imaginarse que su pastel favorito estaría incluido en el evento. El pobre no había tenido ningún cumpleaños de esta magnitud y no podía medir sus expectativas de forma razonable. Jamie creía que se había quedado bastante corto con lo que le esperaba, y era cierto.
     Casi todos los vecinos estaban invitados. Ella quería que el niño viese cuánto lo apreciaban, porque era verdad. Al igual que había hecho con ella, se los había ganado a casi todos.
     Owen y Grace habían organizado la carta para el cáterin principal, compuesta de los platos favoritos del niño, pero también pensando en los demás. Visto desde todos los ángulos, era perfecto. Andy pasaría un día genial. Un día que compartiría con sus personas favoritas… a excepción de dos. Si Jamie hubiese podido solucionar esto, lo habría hecho.
     Pero no podía.
     El taller era una zona de guerra brillante de trozos de papel, tiras de tela y ambición desalineada, pensaba Jamie, mientras veía a Hugo y a Cooper discutir.
     —¡Está torcida! —gritaba Cooper a Hugo, que estaba subido a una escalera que el ranchero sujetaba.
     Habían colocado ocho postes que cubrían, bien repartidos, todo el perímetro del taller para entrelazar las guirnaldas y los farolillos, y los dos hombres entretejían todo el montaje mientras reñían sin descanso.
     —¡Están torcidas porque las has montado tú, alcornoque! —respondió el herrero, también a gritos—. ¡¿Por qué no subes aquí y yo te doy las indicaciones desde abajo?!
     —¿Sabes qué es lo que pasa con las alturas, Hugo? Que no se puede confiar en ellas. Son traicioneras. Una cosa es mirar desde abajo y decir "oh, qué vista", y otra muy distinta es estar allá arriba, con medio cuerpo colgando y una guirnalda ridícula bailándote en la cara. Y tú tan campante —siguió sin parar a coger aire—. ¿Te crees inmortal o qué? Pues no lo eres. Eres humano. De carne, hueso y decisiones cuestionables. Como subirse al tercer peldaño sin mirar si cojea. Además, ¿por qué siempre hay que colgar las cosas tan arriba? ¿Qué tienen contra la decoración a nivel de los ojos, eh? ¡Los ojos están aquí, y no a tres metros del suelo por una razón! Y ni me hagas hablar de la física. ¿Sabes lo que pasa cuando la gravedad y la estupidez se juntan como ahora mismo? Caídas. Eso pasa. Y no me pienso romper la espalda recogiendo tu gordo culo solo porque a alguien le pareció buena idea subirse a una escalera con las manos ocupadas. ¡Y no me mires así desde ahí arriba! ¡No me mires desde tu trono de temeridad! ¿Sabes qué? Que si te caes, al menos caerás sobre tu ego. Con suerte hará de colchón.
     —¿Has terminado ya tu sermón catastrofista? ¿O me vas a leer también el prospecto de la gravedad por el reverso? —dijo Hugo, apartándose de un manotazo las guirnaldas de la cara y mirando abajo—. Mira, si me caigo, que no va a pasar, va a ser porque me habré dormido al escucharte. Además, ¿desde cuándo te preocupa tanto mi integridad física? Si me resbalo, tú vas a ser el primero en decir: “Te lo dije”. Y puestos a pensar en colchones, si me caigo, que no va a pasar, espero caerte encima, maldito botarate.
     —¿A quién llamas tú botarate, vejestorio?
     —Cállate, eres más viejo que yo.
     —¡Baja aquí y dímelo en la cara si te atreves!
     —Sube tú, que lo único que haces es mirar y decirme lo torcidas que pongo las guirnaldas.
     —¡Eso es porque están torcidas, mentecato!
     —¡No tan torcidas como las tuyas, majadero!
     —No importa cuántos años pasen —dijo Mabel tras ella con una sonrisa indulgente, esa que solo se cultiva después de muchos años de conocer bien a alguien—, ellos nunca cambian.
     —Eso es bueno, ¿no? —dijo Jamie.
     —Es lo mejor. El día que falte uno de los dos, no sé qué será del otro. Son el verdadero matrimonio de Sandrock. Rhonda y yo lo teníamos clarísimo, nunca estaríamos a su nivel —susurró Mabel, echándose a reír.
     —¡Oye, deja de cuchichear, Mabel, te estoy escuchando! —gritó Cooper, girándose en su dirección y dándose unos toquecitos en la nariz—. ¡Te escucho perfectamente con mis oídos de búho!
     —Oídos de búho, dice —respondió Mabel sin dejar de mirar a Jamie—. Y dime, Coop, ¿qué has oído con tus oídos de búho?
     —¡Calumnias! ¡Falsedades! ¡Cosas que seguro que no han sucedido exactamente como las estabas contando! Que no te engañe, Jamie, por mucho que te parezca una dulce mujer, y sabe la Luz que mi melocotón es la más dulce de las mujeres —dijo, cambiando a ese tono meloso que siempre ponía cuando pensaba que podía estar empezando a enfadar a su mujer—, tiene tendencia a la exageración y la fábula cuando se trata de su dócil marido, por no mencionar lo mucho que disfruta haciendo escarnio y mofa de mí y de mi equilibrista compañero…
     —¡Cooper, ¿puedes sujetar la maldita escalera?! —gritó Hugo, bamboleándose precariamente sobre ella—. ¡Una maldita cosa que tienes que hacer y ni eso haces!
     Jamie se alejó de la zona de riesgo riendo entre dientes, dejándolos a lo suyo y deseando que no terminasen quemándole el taller.

Cuando llegó con Andy, tras recogerlo de sus clases, ya lo tenían todo listo y la mayoría de la gente estaba allí también. El niño traspasó boquiabierto la puerta doble del taller, mirando la pancarta que la cruzaba.
     Las guirnaldas de luces se entrelazaban con los cordones de farolillos, proporcionando un cálido resplandor dorado. Tarros de cristal llenos de flores silvestres adornaban la enorme mesa. Los viejos barriles de pienso se habían convertido en puestos de bebidas, regentados por Grace. La purpurina cubría casi todas las superficies, captando la luz de las farolas y adhiriéndose a todo, lo quisieran o no.
     —¿Todo esto es por mi cumpleaños? —dijo, sin poder dar crédito.
     —Claro, cachorrito —le susurró ella al oído con cariño—, aquí sabemos montar una buena fiesta...

El día transcurrió según lo previsto. Los tres únicos niños del pueblo corrieron por todas partes estrenando los regalos de Andy, que estaba encantado de compartirlos, y sembrando el caos. Andy y Jasmine incluían a Pebbles en sus juegos siempre que el niño estaba a la vista, y Andy incluso dejó que se quedase con uno de los cochecitos del que Pebbles parecía haberse enamorado.
     Todos comieron más de la cuenta; algunos también bebieron y, en general, disfrutaron. Especialmente el cumpleañero. Su nueva trampa profesional para atrapar peces le encantó tanto como ella sabía que le encantaría, aunque perdió algo de brillo con la ausencia de Elsie, que era quien le iba a enseñar a utilizarla en un principio. Su habitación terminó prácticamente atestada y hubo cosas que tuvieron que quedarse en el almacén. Jamie agradecería a cada vecino su amabilidad y ya tenía hechos diversos paquetitos con cosas especiales para ellos.
     Cuando todos se hubieron ido, y tras comer el último trozo de pastel del día, los dos subieron a la habitación del niño para colocar en su biblioteca lo que ella le tenía reservado.

Nia le había traído los libros en su última visita, y ella los había guardado sabiendo que tendrían un momento más especial que un día cualquiera. Y así había sido. Al niño le encantó sostener en sus manos esas historias que ella le había estado contando por las noches, algunas con preciosas ilustraciones. Pasó los dedos con reverencia por las páginas, sintiéndose dueño de un tesoro.
     —Pero, ¿son para mí de verdad? —le había preguntado sin apartar los ojos de las cubiertas.
     —Claro, tuyos para siempre, muñeco. Son los libros que Ada me regaló a mí, ¿sabes?
     —¿En serio? Pero yo no debería tenerlos… ¿Ya no los quieres?
     —No se trata de que ya no los quiera —le explicó—. Estos libros son algo muy especial, son el mejor recuerdo que tengo… y tú eres tan importante para mí que quiero que los disfrutes tanto como pude hacerlo yo, ¿entiendes?
     —Creo que sí —dijo en un murmullo, levantando la vista hasta ella—. Te prometo que los cuidaré bien y que no voy a usar mis rotuladores con ellos.
     —Andy, son tuyos, y no me importará que los hagas aún más tuyos si quieres dibujar en los márgenes, como tanto te gusta hacer con los demás. Cuando hacemos un regalo, hay que hacerlo sin condiciones.
     El niño la miró con esos ojos de cachorrito, los que le pedían un abrazo por la noche sabiendo que ella los leería con facilidad, concediéndoselo. Y aún no había terminado de levantar el brazo para hacerle hueco cuando él ya estaba allí, recogiéndolo con la simpleza con la que los niños hacen todas las cosas.

Ya era tarde cuando lo dejó dormido y salió para poner en marcha las máquinas, que habían permanecido en silencio casi todo el día.
     En eso estaba cuando vio la silueta recortada en la sombra de la noche. Absolutamente inconfundible. Una figura coronada por el maldito sombrero con cuernos. Sus ojos azules —esos que se había aprendido de memoria— estaban ocultos en la oscuridad, pero ella podía verlos en su mente. Podía verlos cerrando los suyos.
     Joder… Joder, joder. Hay que joderse, joder… Vale, sí… Joder.
     Miró a su alrededor, asegurándose de que no había nadie más a la vista, y apagó el alumbrado exterior, tal y como hacía siempre cuando entraba para no volver a salir. Desde la penumbra, en la puerta trasera que daba al recibidor de la cocina, le hizo un gesto para que entrase.
     Y él entró.
     Se acercó tenso, alzándose en toda su estatura en los restos de la luz de la luna que se filtraba por las ventanas, la cara envuelta en el pañuelo y en el ala de su sombrero. Y por los malditos infiernos, que era alto, pensó distante, mientras se miraban en silencio. ¿Qué se le dice al hombre más buscado a este lado del desierto?
     Jamie pasó a la cocina y él la siguió. Cerró bien las cortinas y lo encaró de nuevo.
     —¿Por qué no subes a verlo? —le dijo al fin, tratando de parecer tranquila, rompiendo el hielo tras una pausa en la que siguieron observándose mutuamente—. Sube, despiértalo y habla con él. Será su mejor regalo de cumpleaños. Tranquilo, no voy a moverme de aquí.
     Logan parecía como esculpido en piedra, y no le veía los ojos —esos ojos azules que ella recordaba tan bien—, pero sabía que los tenía fijos en ella y que ni siquiera parpadeaba. Al final, un suspiro largo y profundo resbaló por su garganta, y asintió.
     —Quítate el sombrero, el pañuelo, el cuchillo y el revólver. Dejaremos fuera de casa al bandido, si no te importa.
     No sabía de dónde había salido eso. Quizá de la imagen ridícula de un hombre armado y enmascarado subiendo a oscuras por sus escaleras hasta el cuarto del niño, pero le había parecido lo más adecuado.
     —Sí, señora —dijo él tras tomarse un momento para decidirse, con voz ronca y ese acento típico de la zona, pero algo más ligero, arrastrando un poco las palabras. Una voz que parecía que no había usado en años.
     Se descubrió la cabeza y desanudó el pañuelo, dejándolo en el interior del sombrero, sobre la mesa de la cocina. Jamie se formó una opinión muy clara de lo que vio. Una opinión que empujó bien abajo, con el resto de cosas que guardaba para después.
     En un verdadero despliegue de confianza, Logan sacó el arma de la funda de su cadera y la depositó con cuidado junto a todo lo demás. Hizo lo mismo con el cuchillo enorme que llevaba en la otra cadera, poniéndose en sus manos sin reservas.
     —Está arriba, es la última habitación. Tiene la puerta entreabierta, verás la luz —le aclaró—. Despiértalo, habla con él y quédate hasta que vuelva a dormirse. No tengas prisa, yo estaré aquí cuando hayas terminado. No voy a avisar a nadie y no diré que has estado, te doy mi palabra.
     No dijo nada más y salió de la cocina por la puerta que daba al salón, tomando las escaleras que lo llevaban hasta Andy. Escuchó sus pasos firmes sobre la madera en el silencio de la noche. Pasaron un par de minutos, en los que ella lo imaginó simplemente viendo dormir al niño. Y un poco después, el grito de sorpresa y alegría de Andy. Solo uno, enseguida amortiguado.
     Murmullos.
     El corazón le latía deprisa.
     Se obligó a dejar de escuchar, entreteniéndose mientras le preparaba unos paquetes de comida. Volvía a tener la nevera a reventar de sobras, y era una forma de que tanto él como Haru pudiesen probar un poco de lo que se habían perdido. También echó un buen vistazo al revólver en la mesa. Un arma impresionante y totalmente modificada, que estaría encantada de explorar pero que no se atrevió a tocar; muy diferente a la .38 reglamentaria de Unsuur y Justice, y a la que el sheriff le había puesto en la mano aquel día lejano, en la estación Gecko.
     Haciendo a un lado ese pensamiento y regresando al presente, decidió incluir algunas latas y cosas que no se estropearían con el calor. Al final tuvo ante ella una carga considerable, pero nada que esa maldita cabra no pudiese arrastrar de vuelta al lugar en el que se escondían.
     Luego, sacó del cajón del salón las fotos que tenía del niño e hizo otro paquete con ellas, dejándolo encima de todo lo demás.
     Y ya no tuvo nada más que hacer, así que esperó.

Cuando el forajido regresó había pasado muchísimo tiempo; Jamie no sabía realmente cuánto, pero no le importaba.
     —Lo siento —dijo Logan—, ha tardado una eternidad en dormirse otra vez.
     Ella solo pudo sonreír. Estaba muy contenta por Andy. Por los dos, para ser honestos. El hombre parecía algo más relajado ahora, quizá al comprobar que no había salido corriendo en busca de Justice y que sus cosas seguían sobre la mesa, bien a la vista, exactamente donde las había dejado.
     —He preparado unas sobras de hoy y algunas otras cosas para ti y para Haru. Igual se me ha ido la mano, pero en cualquier caso Andy ha comido pastel para sus próximos diez cumpleaños.
     Vio una media sonrisa incipiente en sus labios, una que era de verdad y que le llegó a los ojos. Todo iba bastante bien.
     —¿Por qué haces esto? —le preguntó, escondiéndola tan rápidamente como había llegado.
     —Porque si yo estuviese en tu lugar, me gustaría que me diesen una oportunidad y, realmente, creo que podría llegar a matar por ver al crío aunque fuesen cinco minutos el día de su cumpleaños —las palabras se le agolpaban tan frenéticamente como las preguntas, pero no hizo ninguna—. Sobre todo después de cómo dejasteis las cosas la última vez que os visteis.
     Lo dijo con cautela, esperando que no se molestase, pero a fin de cuentas era ella la que había estado allí, recogiendo el cincuenta por ciento de los cristales rotos. Logan pareció hundirse un poco en su capa, pero no dijo nada al respecto.
     —Gracias —susurró—. Necesitaba verlo. Hablar con él.
     —Me lo puedo imaginar. Tú eres lo único que no podía conseguirle y lo único que él deseaba. Parece justo para todos. ¿Ha ido bien?
     —Sí, mejor de lo que podía esperar. Está bien, ¿verdad?
     —Sí, está bien. Pero te echa mucho de menos —añadió, incapaz de no decírselo—. Muchas noches, cuando se duerme, te llama.
     Logan frunció el ceño en un gesto que parecía permanente. Así, con la cabeza gacha, pensando en sus cosas, a Jamie le recordó una vieja fotografía de uno de sus libros de historia del arte. Era una escultura del Viejo Mundo que representaba al primer ángel caído —y el más importante—. Lucifer de Lieja, decía la inscripción bajo ella. No se le pasó por alto el paralelismo. Los dos habían brillado y volado muy alto, solo para caer a la profunda oscuridad. Su pelo estaba suelto hoy, enmarcando su rostro en plata, como el Lucifer de la escultura, y él se lo colocó detrás de una oreja en un gesto tan inconsciente como acostumbrado.
     —¿Duerme bien? —preguntó, temeroso de la respuesta. Jamie pensó que cualquiera de las dos opciones podía matarlo allí mismo.
     —Duerme mejor que al principio, pero a veces tiene pesadillas. Supongo que te refieres a eso. También las tenía antes. Contigo, digo.
     —Sí. Al principio con mucha frecuencia. Después se fueron espaciando, pero siempre había alguna noche mala. Pasó un infierno antes de que diese con él, pero me imagino que eso ya lo sabes.
     —Sé que se perdió en el desierto y que tú lo encontraste. Sé que sus padres y su hermana murieron junto al resto de su caravana cuando fueron atacados por una bestia de las Periferias.
     —No hablaba de ellos, aunque intenté que lo hiciese. Ni siquiera sabía que tenía una hermana. Cuando dimos con él, llevaba varios días solo en el desierto, bastante mal en muchos sentidos.
     —Sí, él… —la idea de Andy perdido y solo en el desierto durante una tormenta de arena y los largos días posteriores le encogía el corazón—… no me lo contó directamente, pero se nota que pasó sed, hambre y miedo.
     —Lo encontramos a pocos kilómetros de una de las aldeas, después de que nos avisaran de que había un monstruo rondando un pozo de agua local. Llevaba varios días solo, sin comida y bebiendo de los charcos cercanos al pozo, sin poder sacar más agua de él. Casi no se tenía en pie, pero se hubiese defendido de ser necesario. Después de darle comida y agua, nos habló de la caravana. Yo fui a ver si daba con ellos, y lo hice. Mi padre siempre decía que las personas se encuentran por una razón. Nunca rechazaba a un desconocido. Así que… el curso de acción parecía claro. Lo acogimos, dijimos que éramos una pandilla y no solo dos fugitivos… Creo que eso le dio un propósito. Le ayudó a olvidar lo que había pasado. A mí también me ayudó a olvidar, supongo. Ser un padre para él me ayudó a sobrellevar el dolor de haber perdido al mío —frunció el ceño aún más, si eso era posible.
     Jamie sintió la necesidad de estirar la mano y tocarlo, pero no lo hizo. Se preguntó cuántos otros niños, además de la hermana pequeña de Andy, viajarían en esa caravana que él había rastreado. A cuántas personas había enterrado en esas dunas, que se movían salvajemente, como la bestia enorme e inmunda que les dio muerte cuando el viento las azotaba sin piedad. Cuántos cadáveres había contado Logan el día que dio con ellos. Cuántas cosas había tenido que ver, además de todo lo que le había pasado. Cómo sería el azul de sus ojos antes del dolor que los empañaba.
     Jamie se sentó en el banco de dos plazas que estaba pegado a la pared y le hizo un gesto para que hiciese lo mismo. Dudó un momento, pero aceptó. Se sentó, y sus hombros y rodillas se tocaron ligeramente un segundo. Logan se inclinó y apoyó los codos en ellas. El pelo cayó hacia delante, cubriendo su perfil.
     —Habla de ti y de Haru constantemente. Nada que no debiese decir, tranquilo —añadió enseguida, por si acaso—. Solo historias que se le han quedado grabadas. También habla mucho de tu padre. El Día de los Recuerdos le hizo un farolillo, ¿sabes?
     —Me lo ha dicho —repuso, recolocando el mechón rebelde tras la oreja para que ella pudiese ver una sonrisa triste pero llena de afecto—. Me encanta su habitación, por cierto, es increíble. También me ha dado mi regalo de cumpleaños, y me ha enseñado sus libros nuevos. Gracias por cuidar de él así…
     Tenía la voz un poco rota, y ella, tratando de animarlo, le contó muchas de las cosas que se había perdido. Le habló del concurso de baile y de los ensayos previos, de su glotonería, de la relación extraña que había forjado con Qi y de lo mucho que le gustaba todo lo que aprendía. De lo mucho que Andy añoraba estar junto a Haru en su mesa de trabajo, mirándolo hacer, y con él cuando lo llevaba a montar en Rambo por el desierto. Le contó cómo habían decorado toda la habitación entre los dos y cuánto la ayudaba siempre que no estaba por ahí con Jasmine. También le habló de lo bien que se llevaban los dos niños.
     Él la escuchaba hablar como quien ha encontrado agua en el desierto después de días buscando al sol. Escuchaba y sonreía. Y parecía exactamente el hombre al que Andy siempre recordaba, no un mero reflejo idealizado en los ojos de un crío que lo admiraba profundamente. Y las dudas volvieron a ella con mucha más fuerza.
     Sus rodillas se rozaron otra vez, él se giró y la miró.
     —Necesito preguntarte algo… —dijo Jamie sin atreverse a pensarlo dos veces—… pero no tienes que contestar.
     —Dispara.
     —Coloquialismo de forajidos, me gusta —la risa que escuchó fue breve, procedente del pecho, ronca, como su voz. Igual que ella, como si llevase años sin usarla. Le gustó y lo registró en esa zona gris de su cerebro.
     Estaba tan cerca que podía oler el cuero de su armadura y ese aceite de limpiar armas de fuego que también usaba Justice, similar al de sus máquinas. También un sutil rastro de pólvora. Debería tener la sensación de estar sentada junto a un animal acorralado al que no debería molestar pero, extrañamente, no era así—. El Valle de los Susurros, ¿fuiste tú? Lo siento, no quiero romper la magia, pero es importante y tenía que preguntarte.
     —¿El Valle de los Susurros? ¿A qué te refieres? —sonaba realmente confundido. No se lo estaba imaginando, ¿verdad?
     —Alguien saboteó las tuberías para que toda esa mierda saliese.
     —Supongo que es difícil de creer, pero no fui yo.
     —Te creo.
     —¿Por qué? —Sonaba aún más confundido.
     Porque ya lo creía antes de hablar contigo, le habría dicho.
     —No lo sé —dijo, en cambio—. Fue una verdadera putada, y desde que Andy está aquí tengo reservas sobre lo que pasa.
     —¿Seguro que no te ha contado nada? —preguntó con recelo.
     —No. Solo te veo a través de sus ojos, eso es todo.
     Él la miró frunciendo el ceño, como si pudiese leerle la mente. Como si realmente lo estuviese intentando. Devanándose los sesos, probablemente, con tantas preguntas como ella. Después, se enderezó, cruzó los brazos sobre el pecho y suspiró.
     —No sé qué decirte, porque realmente no puedo decirte gran cosa aparte de lo que ya crees saber.
     —Que es…
     —Que esto no es lo que parece.
     —Vale, tendrá que servir.
     —Lo siento, en serio. No puedo contarte nada. Es mejor así.
     —Está bien, no pasa nada. Solo id con cuidado, ¿de acuerdo? Aunque tú tampoco te lo creas, aquí la gente os sigue queriendo. Si esto no es lo que parece, te apoyarían si los dejases. Te apoyaríamos.
     —Gracias… —y le salió como un murmullo estrangulado y tenso, como lo estaban sus hombros de nuevo.
     —Te has arriesgado mucho viniendo. Ha sido incluso estúpido…
     —Estúpido es mi segundo nombre casi siempre.
     —El típico caso de guapo tonto, ¿eh? —le dijo, dándole un toque con la rodilla en la suya.
     Jamie escuchó otra breve risa sofocada, que salía del mismo sitio de donde salió la anterior.
     —Supongo que soy un caso de manual, sí.
     —Me alegro de que lo hayas hecho. De que hayas venido, aunque haya sido estúpido —añadió.
     —Yo también —y esos ojos azules viraron hacia ella con un brillo amable y algo más, allí, justo detrás de las sombras.
     —Por Andy.
     —Claro, por Andy.

No era solo por Andy, se dijo con esa voz que vivía dentro de ella y que ahogaría con ganas en el mismo cubo de agua donde había ahogado muchas otras cosas.
     Había sido todo bastante fácil, una vez rota la primera barrera. Mucho más que con algunas personas en circunstancias normales, incluso.
     Lo despidió y se perdió en la noche, llevándose con él las bolsas de comida y las fotos que no había mencionado —ojalá pudiese ver su cara al abrir el paquete—. Solo faltaban un par de horas para el amanecer. Se tumbó en su cama, agotada y sin expectativas de dormir, pensando en todo y en algo más. En las manos de Logan, concretamente, cuando las suyas viajaron hacia el sur. En su mandíbula firme, capaz de cortar cristal, ensuciada ligeramente por el comienzo de una barba. En su boca, entreabierta como una invitación.
     Y se sintió un poco sucia y a destiempo cuando se dejó ir enseguida, en absoluto silencio, como casi siempre que se atrevía a sentir algo más.

*   *   *


La noche del cumpleaños de Andy, Logan salió de la cueva dispuesto solo a mirar, como cada vez que se aventuraba al exterior. Sin embargo, cuanto más se acercaba, más intensas y claras se volvían sus intenciones de hacer más. Tenía las palabras de Grace dando vueltas en su cabeza, mezcladas con algo parecido a la esperanza. O eso creía… Hacía tanto tiempo que Logan no tenía esperanza que no estaba seguro de reconocerla si se le presentaba. Ni siquiera de aceptarla, de ser el caso.
     Sin embargo, aquella noche, repitiendo mentalmente la conversación que Grace había tenido con la constructora el día de su cumpleaños, algo remotamente parecido a la sombra de una posibilidad se abría paso en su pecho. Algo que aligeraba un poco esa presión constante que siempre se esforzaba tanto por ocultar.
     Lo que nunca se hubiese imaginado Logan era que ella pudiera invitarlo a entrar a su casa sin más.
     Había salido de las sombras, dejándose ver sin darse ni cuenta de lo que estaba haciendo, casi acariciando la idea de que ella saliese corriendo a buscar a Justice. De ser así, no sabía si hubiese huido de nuevo. La idea de quedarse y dejarse atrapar para que aquello terminase de una vez por todas también se le había pasado por la cabeza en un par de ocasiones. De no ser por Haru, quizá lo hubiese contemplado más en serio.
     Sin embargo, no fue eso lo que pasó. Ella lo había invitado a entrar y él había aceptado. Se había puesto en sus manos sin apenas dudar. Subió a ver al niño y disfrutó un momento de verlo dormir, como había hecho tantas veces antes en la cueva.
     Mientras estaba allí, en aquella habitación, tuvo clarísimo que eso era lo mejor para Andy. Luego lo despertó, a regañadientes, pero muriéndose de ganas de hablar con él. O de dejar que el niño hablara mientras miraba cómo se movían las pecas de su rostro, como cuando se volvía loco por algo, de esa forma que amaba.
     Lo despertó y él gritó, hundiéndose en sus brazos sin reservas ni rencores. Y lo abrazó más fuerte de lo que había abrazado a nadie jamás.
     Lo dejó contarle todo lo que quería contarle, que le enseñase todas sus cosas, que le hablara de ella. La idea de que estaba mejor se hizo evidente. Luego le dio el colgante y tuvo que abrazarlo de nuevo.
     Casi no fue capaz de pronunciar palabras durante mucho tiempo, pero no importó porque él rellenaba esos huecos vacíos, como siempre había hecho en la cueva.
     Guardó su carta bajo el chaleco y sobre su corazón, donde estaría para siempre, con la idea de leerla cuando la necesitase. Para cuando ya no estuviese bajo el cálido efecto de su presencia.
     Y cuando Andy pareció calmarse por fin, se quitó el colmillo y se lo entregó.
     —El mío por el tuyo, chico —le dijo—. Ya sabes cuánto lo aprecio, solo podría cambiarlo por algo que apreciase aún más. Mi regalo para ti en tu cumpleaños, a cambio del tuyo en el mío, es lo adecuado.
     —Pero es tu colmillo, Logan —susurró el niño, dejando que se lo colocara con absoluta adoración en sus ojos.
     —No, ahora es tu colmillo. Hay una historia muy importante detrás, ¿sabes? Y también una lección. Mi primera lección de verdad.
     —¿Qué lección? ¿Me vas a contar por fin esa historia?
     A Logan no le gustaba contar esa historia; solo lo había hecho dos veces. Andy había sentido fascinación por el colmillo desde que se lo vio, imaginando alguna gesta legendaria en su mente infantil, y le había pedido que se la contase mil veces. Hoy parecía el momento más indicado, quizá por ser el único. Un buen momento para la tercera vez.
     —Sí, te la voy a contar.
     —Este es el mejor cumpleaños de mi vida, no necesito los demás para saberlo —dijo el niño, estremeciéndose de anticipación, y él hizo una pausa melodramática antes de empezar, tal y como hacía siempre Owen.
     —Cuando éramos algo más mayores que tú, Owen, Justice y yo jugábamos a la pelota. Owen le dio una buena patada y la coló dentro de una lobera. Aunque trataron de disuadirme para que no fuese tras ella, yo era un idiota y no les hice ni caso. Entonces creía que no podría pasarme nada malo.
     —Pero fuiste muy valiente —intervino Andy, tratando de no gritar, con cada nervio de su cuerpo encendido y listo, absorbiendo cada detalle.
     —No, Andy. No hay que confundir nunca la valentía con la estupidez… Y eso es parte de la lección, déjame seguir —y el niño asintió—. Me metí en esa lobera como siempre lo hago todo: sin pensar. Dentro había una loba que acababa de parir. Era enorme y se puso furiosa en cuanto me vio. Se me echó encima y solo tuve tiempo de ponerle el brazo en la boca para que no me abriese el cuello. Casi me mata, pero yo, en mi completa ignorancia, tuve más suerte y la maté antes. Mi padre ya me había enseñado algunos trucos y tuve que usarlos todos y aun así…
     Logan recordaba perfectamente toda la escena, herméticamente guardada en su mente a cámara lenta, fotograma a fotograma. Los gruñidos de ella mientras le desgarraba la carne, frenética. El dolor que se abría paso, distante, tratando de atravesar la barrera de pánico que intentaba derribar con la misma ferocidad con la que luchaba por su vida. Cómo, con el último resquicio racional, logró agarrarla de la boca y tirar hasta partirla, dejándola indefensa. El aullido lastimero que le atravesó la garganta y salió arrastrándose de su mandíbula laxa. El aullido que provocó que los cachorros respondiesen y que lo hizo llorar de rabia mientras la ahogaba en sus brazos, sin ni siquiera la posibilidad de la clemencia de una bala. Con la loba pegada a su pecho en un abrazo mortal, mientras notaba sus últimos latidos en el pulso de su brazo ensangrentado. Como pensó, ya en aquel entonces, en lo rápida y sucia que había sido esa muerte, como lo son todas las primeras veces. Lo pensó justo antes de caer de rodillas llorando amargamente por su inmensa estupidez.
     —Sí, vi tus cicatrices —dijo Andy. Los dos antebrazos estaban marcados por profundos mordiscos, pero las marcas importantes de aquella lucha no estaban a la vista. Cicatrices, un colmillo y la imaginación salvaje de un niño.
     —Me sentí muy mal, de una forma que no entenderías ahora mismo y que espero poder explicarte alguna vez, porque es tan importante como el resto de la historia.
     —¿Por qué? ¡Tuviste que defenderte!
     —Si no hubiese entrado, en primer lugar, no habría tenido que defenderme. No habría tenido que matarla. Ella solo estaba en su agujero, protegiendo a los suyos. Y eso no fue todo, ni lo peor. Los cachorros perdieron a su madre. No iban a vivir. Morirían de hambre después de agonizar o devorados por otros animales. Tuve que matarlos también para que no sufrieran.
     —¡¿Qué?!
     —Todo lo que hacemos tiene un precio, Andy. Todo. Nunca antes había quitado una vida, y aquellas las robé de una forma totalmente innecesaria, como un miserable. Y así me sentí durante muchísimo tiempo. Tuve que hacerlo porque la culpa era mía y era mi responsabilidad terminarlo, ¿comprendes?
     —Creo que sí… pero… ¿no podías quedártelos?
     —Andy, no se mantiene cautivo a un animal que pertenece a la naturaleza. Tampoco podía alimentarlos porque no estábamos en el pueblo tan a menudo como hubiese sido necesario —que, estando recién paridos, era cada pocas horas—. Tampoco podía simplemente dejarle ese problema, mi problema, a otra persona. Las cosas no funcionan así… Por otra parte, nadie hubiese querido tener una camada de lobos rondando las calles, no lo habrían permitido y los habría puesto en la tesitura de tener que hacer lo que debí hacer yo.
     Andy frunció los labios en busca de otras posibles soluciones, pero no encontró ninguna y se rindió, hundiendo los hombros.
     —¿Howlett se enteró?
     —Después de lo que había hecho, parte de mi castigo fue enfrentarlo a él contándoselo. Eso significa la valentía, Andy. Ser valiente es aceptar las consecuencias cuando has metido la pata hasta el fondo, no entrar en una lobera y matar a los lobos que viven en ella. Reconocer que has sido un imbécil y aceptar todas las consecuencias. Eso es lo más difícil siempre y lo que de verdad nos convierte en hombres. Es lo único valiente que tiene esta historia, si es que tiene algo.
     —¿Y qué te dijo?
     —No me dijo nada. Su silencio fue lo peor de todo. Saber que lo había decepcionado completamente me mató por dentro durante un tiempo. Hasta que un día, mientras rastreábamos a una bestia que había atacado una granja en la frontera, él me dijo que había hecho lo correcto con los cachorros. Que estaba orgulloso de mí, a pesar de lo estúpido que había sido, por tener el buen juicio de confesárselo. Que había aprendido esa lección que él trataba de meterme en la mollera sin éxito por las malas y que era importante que no se me olvidase nunca.
     Y no se me ha olvidado. Desde ese día presté mucha más atención a todo y, desde luego, nunca volví a tener la arrogancia de creerme invencible. Llevo ese colmillo al cuello cada día para tenerlo bien presente. Ella siempre ha estado conmigo, señalándome el camino, aunque a veces parezca borroso. Por eso quiero que te lo quedes, chico, para que te ayude a tomar decisiones importantes y para que tu corazón sepa siempre qué es lo correcto. Y, como soy un egoísta insufrible, para que también me recuerdes a mí.
     El niño volvió a sus brazos y se quedó allí mucho tiempo, acurrucado contra su pecho mientras le acariciaba el pelo con una mano temblorosa.
     —¿Qué hiciste con los cachorros después? —preguntó sin moverse ni un centímetro.
     —Los dejé allí para que los carroñeros se alimentasen de ellos, como debe ser. La rueda siempre gira.
     Andy suspiró y él lo apretó un poco para que supiese que todo estaba bien.
     —¿Voy a volver a verte?
     —No lo sé. Espero que sí, chico.
     —Me gustaría que pudieras quedarte. Y Haru.
     —Lo sé. A mí también, Andy.
     —Entonces… ¿va a ser ahora cuando las cosas se van a poner feas?
     —Sí, creo que sí —Logan apoyó la barbilla en el pelo del niño y respiró su olor, grabando ese momento.
     Grace había dado con un pasaje subterráneo que parecía dirigirse hacia el oasis de Martle. El camino se había sellado con una puerta que la agente no había sido capaz de abrir. Era una puerta que parecía llevar la firma de un constructor. Ni Mi-an ni Jamie; esa puerta llevaba allí bastante más tiempo que ellas. Si Grace hubiese tenido que apostar, le dijo, lo hubiese hecho por Yan. El misterio del agua se escondía tras varios centímetros de acero y un cierre a prueba de bandidos y agentes secretos. Estaban cerca de algo por fin. Más cerca de lo que lo habían estado nunca desde que todo comenzó. Solo tenían que dejar que Grace le diese un par de vueltas, que decidiese lo que iban a hacer a continuación.
     Pensaba en todo esto mientras el niño se quedaba dormido en sus brazos, dejando que su mano trazase círculos en la espalda de Andy mientras respiraba y dejaba salir esa sombra que se filtraba por la linde de su consciencia: la sombra del futuro incierto.
     Después lo arropó y lo observó un poco más antes de regresar a la cocina, donde la constructora lo esperaba.
     Tal y como había dicho que haría.


De vuelta a la cueva, Haru saltó sobre él con preguntas e inquietudes. Nunca llegaba tan tarde sin avisar. Las palabras cesaron cuando vio las bolsas de comida.
     —Dime que no has estado en su casa.
     —No puedo decirte eso.
     —Por todos los infiernos, Logan… Cuando Grace se entere nos va a despellejar.
     —Prefiero que no se lo cuentes.
     Se sentaron en silencio tras separar de lo que había traído lo que se iban a comer ya, descubriendo las fotografías. Los dos hombres las miraron una a una con absoluta reverencia, tratando de evitar el temblor en las manos. Allí estaba impreso mucho de lo que se habían perdido. Un regalo totalmente inesperado.
     No se lo podían creer.
     Después de mucho rato, cuando el sol ya había salido, Haru le hizo las mismas preguntas que él le había querido hacer a ella. Él se lo contó casi todo. Haru se tranquilizó un poco y comieron algo más de tarta de Mabel. Cuando se metió en la boca el último trozo, lo hizo recordando a qué sabía su hogar.
     Cada estación que habían dejado atrás, desde el derrumbe del templo, lo había alejado un poco más de la persona que había sido y, a estas alturas, ya no quedaba prácticamente nada de ese hombre dentro de él. Y lo peor de todo, lo que se preguntaba mientras masticaba, era si podría volver atrás y ser lo que esperaban que fuera.
     No podía.
     Forjó su reputación con coraje y pólvora, sintiendo cómo la piel intentaba desprenderse de su cuerpo con cada paso hacia delante que daba. Hacia el precipicio por el que caminaban. El espectáculo y el personaje. El foco y la máscara que necesitaba para mantenerse intacto. La forma en la que se tenía que comportar para que lo tomasen en serio y lo bien que se le daba. Era un actor increíble cuando era necesario, pero no cuando era él mismo.
     No sabe cómo ser él mismo.
     Pensó en la mujer, Jamie, y en las cosas que no le había contado a su hermano. Sensaciones, más bien. Sensaciones que se enroscaban en algún lugar lejano, pero no lo suficiente. Pequeños detalles que guardaría solo para él.
     Cuando se tumbó en su cama tratando de descansar un poco, metió la mano bajo su chaleco, pasando los dedos por el sobre de papel. Era un sobre bastante grueso; Andy tenía muchas cosas que decirle. Pero él no pudo leerlo. Aún no. Lo guardaría porque no quería desmoronarse.
     Tan cerca de algo por fin, volvió a recordar la noche del templo. Ese momento concreto, con la sangre de su padre en las manos y una promesa imposible dándole vueltas en la cabeza. Acarició las tres placas de su colgante, tal y como había hecho siempre con el colmillo. Le había implorado a Andy que no lo olvidase y se había arrepentido al momento. Ya había tomado demasiado del niño como para pedirle más. Era un prófugo y los prófugos no tienen derecho a nada.
     Ni siquiera a tener esperanza.

*   *   *


Por la mañana fue a despertar a Andy y lo encontró tumbado mirando el techo, muy concentrado, con una mano detrás de la cabeza y la otra acariciando un colgante que llevaba al cuello. En seguida imaginó que había sido un regalo de él.
     —He oído que ayer tuviste una visita muy especial…
     El niño se movió para sentarse en la cama. No estaba tan eufórico como esperaba y no terminó de entender por qué. Logan había dicho que las cosas habían ido muy bien…
     —Le di mi regalo y la carta, y le gustó, Jamie, aunque me dijo que quería guardarla para cuando estuviese solo, y a mí me pareció mejor así. Le gustó mucho saber que yo le había escrito y que había pensado en él, tal y como dijiste. Tenías razón…
     —Veo que él también te trajo algo…
     —Sí —dijo, levantándolo para mostrárselo mejor. Era un cordón de cuero que atravesaba un colmillo. Uno bastante grande, por cierto. El hueso tenía un intrincado grabado alrededor, tallado con bastante precisión y maestría, el mismo patrón que la figurita de la tumba de Howlett. Era una preciosidad—. Logan lo ha llevado desde siempre. Es muy especial para él, como tus libros. Nunca se lo quita para nada y me lo ha dado. Un intercambio, ha dicho. Ahora yo tengo el suyo y él tiene el mío. Un intercambio de cumpleaños…
     —Es un buen intercambio.
     Owen le contó una vez una historia sobre Logan. La única vez que el posadero había hablado de su amigo en todo ese tiempo desde que se conocieron, justo después de lo de la torre del agua. Le contó que, de adolescentes, habían estado jugando a la pelota con él y con Justice cerca de una lobera. La pelota se metió y Logan fue tras ella, a pesar de que intentaron convencerlo de que no lo hiciese. Salió una eternidad más tarde, cuando pensaron que ya no lo haría, cubierto de sangre, con los antebrazos llenos de mordiscos, la pelota en una mano y un colmillo en la otra. Owen le dijo que siempre lo llevaba al cuello y Jamie supo que se trataba de ese colmillo. Owen le había dicho que Logan era impulsivo e imprudente, que siempre se había dejado llevar por su sangre caliente y que nunca pensaba demasiado en las consecuencias. También le dijo que nunca les había contado lo que había pasado en la cueva y que ese día algo había cambiado dentro del muchacho.
     —Sí que lo es —dijo el niño pensativo—. Jamie…
     —Dime, cachorrito.
     —Me dijiste que querías que confiase en ti porque te lo habías ganado.
     —Sí, eso dije…
     —Quiero contarte algo porque confío en ti, pero no quiero que se lo cuentes a nadie más… ¿Me prometes que no lo harás? Te creeré si me lo prometes.
     Algo se le apretó en las entrañas. Algo que se movía despacio, como una serpiente perezosa.
     —Sabes que jamás contaría nada que me pidieses que no contase, Andy, pero tienes que estar realmente seguro de que quieres contármelo.
     —¿Por qué dejaste entrar a Logan? Me dijo que tú le habías dejado entrar, que tenía tu permiso…
     —Así es, quería verte. Y yo quería que tú lo vieses a él.
     —¿Vas a contárselo a alguien? Que ha estado aquí, digo…
     —No.
     —¿Y por qué no?
     —Porque creo que es lo correcto.
     —Entonces quiero contarte una cosa, Jamie, pero no puedes decírselo a nadie. A nadie, ¿me lo prometes?
     —Te lo prometo.
     Guardó silencio un minuto, mientras su dedo pulgar subía y bajaba por aquel enorme colmillo, buscando las muescas de las tallas.
     —Pen voló la torre del agua —dijo al fin, dejando escapar el aire que estaba reteniendo sin darse ni cuenta en un murmullo ronco.

Siguiente capítulo


 

*Notas:

¡BOOM! Pen volando la torre del agua, quien se lo hubiese imaginado... Yo no.

Por el bien de la narrativa, vamos a dejar a un lado que un niño traumatizado de seis años no recuerda qué día nació —seguro al 99,9%—.

El encuentro entre la constructora y el bandido me trajo por la calle de la amargura. Me costó mucho imaginarme qué se dirían, que no se sintiese forzado (aún no sé si lo he conseguido), que fluyese de forma natural, dentro de las circunstancias. Aquí arrancan los acontecimientos que nos llevarán a dónde iremos, que es exactamente dónde no querríamos estar. 

Dije que este era uno de mis capítulos favoritos y es por el relato de la lobera. En el juego, Owen te da un texto, el que vemos en las capturas, y le di más historia junto al colgante. El colmillo de lobo es uno de los regalos favoritos de Andy, así que he hecho esta fusión para seguir rellenando huecos. Le tengo un cariño muy especial, a pesar del drama que arrastra (obviamente no me gusta matar animales, pero creo que esta fue una dolorosa lección que encaja perfectamente con el personaje de Logan).

El domingo que viene vamos a doblar capítulos. Dos, porque el primero es muy cortito y porque los dos juntos tienen mucho sentido (le di muchas vueltas a si dejarlos en uno, pero al final creí que separados estaban mejor). 

En las capturas de hoy, Logan vigilando el pueblo. Es una imagen de la intro del juego y me encantó cuando la vi (el constructor llega a Sandrock en ese tren).
El texto de Owen.
Pen volando la torre del agua en uno de esos dibujitos explicativos que adoro.
Una bonus de Andy, que está brillante de felicidad y para eso es su cumpleaños xD
Y bueno, el maldito Lucifer de Lieja, ¿vale? Es una de mis esculturas favoritas, amo esa expresión, joder. Ese ceño fruncido...
En mi cabeza, encuentro ese paralelismo entre los dos. No sé porqué, ni qué lo trajo, pero ahí está desde el principio.