25. El día después - primera parte
Owen y los topos irrumpieron en las celdas,
eliminando a los guardias, totalmente cogidos por sorpresa. Tan sorprendidos
estaban como sus propios amigos y vecinos de verlos.
—¡Mi visión del mundo hecha pedazos ante mis propios
ojos…! —exclamó Cooper con asombro—. ¿Podría ser que estos mutantes que
escarban en mi jardín de colinabos sean, de hecho, nuestros salvadores?
Todo el mundo conocía la guerra que el ranchero libraba con los topos desde
que llegó a Sandrock.
Jamie escuchó el revuelo desde el fondo. Había
transitado entre el sueño y la vigilia, quizás adentrándose a veces en la
inconsciencia. Aparte de todo el estrés y el terror en estado puro que la había
atropellado, llevaba días sin dormir. Así que, cuando su cuerpo se convirtió en
un despojo sin voluntad, se rindió y se dejó caer.
No fue hasta que unos brazos familiares la instaron a
incorporarse que se dio cuenta, aturdida, de que eran libres. Los primeros
destellos del día asomaban ya por la puerta entreabierta y todo apuntaba a que
las cosas estaban a punto de cambiar. O al menos de darles otra oportunidad
para hacerlo mejor…
Salió,
ayudada por Logan, porque no estaba muy segura de poder bajar las escaleras por
su propio pie.
Todos
la miraron con ojos amables y comprensivos, y eso lo hizo peor.
A la
pálida luz del amanecer, las cosas no mejoraron. Se dio cuenta de que tenía la
camiseta cubierta de la sangre de Andy, que resaltaba oscura entre la mugre y
la suciedad de la lucha, y el recuerdo reciente le devolvió las ganas de
llorar. Se secó con el hombro una lágrima furtiva y descubrió cuánto apestaba.
Todos apestaban, en realidad, y ofrecían una estampa lamentable. Sus compañeros
de celda habían pasado su noche de pie, atados a los barrotes, escuchando los
gritos de la caseta del agua. Primero los suyos y los del niño. Después, los de
Grace. Había sido una noche terrible, y la nueva luz dejaba a la vista los
restos.
Owen
había resumido muchísimo su historia sin dar demasiados detalles sobre los
diecisiete cuerpos que ahora cubrían el suelo de su cocina. Estaba tenso,
cansado, y había algo más en él que hizo que Jamie pensase en lo que no estaba
contando. Algo oscuro, muy ajeno y distante del Owen de siempre.
Había
sido una noche terrible.
Por otro
lado, Ged y sus topos llevaban alerta desde que todo había comenzado. Habían
observado desde la distancia el ir y venir del pequeño ejército. Los habían
seguido, espiando cada movimiento y cada conversación, le estaba contando Ged a
Logan. Ciertamente, ambos parecían conocerse muy bien y también apreciarse y
respetarse.
—Ged —dijo Logan—, ¿qué
habéis oído tú y los tuyos?
—La nave, La Ballena la
llaman, ha venido para llevarse algo de las ruinas, chasseur. Llevan excavando mucho tiempo en secreto, en busca de
conocimiento y tecnología perdida, y parece que hace poco encontraron lo que
necesitaban. Es algo grande, difícil de cargar, y tienen prisa por salir.
Piensan que l’Alliance vendrá… Le Chevalier está allí para asegurarse
de que todo salga bien.
—Ojalá tengan razón sobre
lo de la Alianza, pero no podemos esperar a que aparezcan. No podemos dejar que
se lleven nada.
—No lo haremos —repuso
Justice—, pero lo primero es lo primero. Los apartamentos y el templo,
recuperar el control del pueblo, y cuando lo tengamos… meterles un puño por el
culo.
—Yo voy a la caseta del
agua a buscar a Grace —dijo Jamie—. Iré al templo desde los apartamentos,
aprovechando que ya habréis limpiado allí.
—No hace falta que entres
sola, socia —dijo Justice, poniendo una mano en su hombro—. Ni siquiera hace
falta que entres. Ya has tenido bastante… Cualquiera de nosotros puede ir a por
ella.
—Yo la he sentado en esa
silla, Justice. Lo menos que puedo hacer ahora es mirarla a la cara y
enfrentarme al resultado.
—Id a los apartamentos
—los apremió Logan—, yo iré con ella. Quedamos en el templo después.
Jamie se sentía furiosa por haber
delatado a Grace, impotente por no haber podido evitarle al niño todo lo que
había tenido que pasar y enferma por haber sido incapaz de hablar de ello en la
celda, cuando todos necesitaban saber más.
Cruzaron la
calle deprisa y en silencio, y al llegar a la puerta de la caseta se detuvo,
dejando que un gemido se le cayese de los labios.
Estaba
aterrada.
Logan la
cogió del brazo, forzándola a detenerse un momento, a confrontarlo. Lo había
estado evitando, tratando de no mirarlo a la cara porque era incapaz, aunque él
no se había separado de ella desde que Owen le cortó las sogas de las muñecas.
Ahora, en la puerta, sus pulgares callosos reposaron en sus mejillas,
obligándola a hacerlo. Jamie enfrentó sus ojos azules con miedo, pero, cuando
lo hizo, no vio ningún reproche en ellos, solo dolor. La besó en la frente y la
abrazó, reteniéndola allí un buen rato, como si el tiempo no apremiase,
mientras ella ocultaba sus lágrimas en el chaleco de cuero y se sacudía en su
pecho en silencio.
—Hiciste lo
que tenías que hacer —le susurró, apretándola aún más, llevando una mano a
enredarse en su pelo—. Lo que yo mismo hubiese hecho, Jamie. Todos aquí te
dirían lo mismo. Y escúchame bien: si me diesen a elegir entre cualquiera y el
crío, no dudaría ni un momento. Todos preferiríamos no tener que hacerlo, pero
esta noche no se ha tratado de lo que preferiríamos hacer, y nunca deberías
atormentarte por elegirlo a él. Grace está haciendo su trabajo, y es un trabajo
que conlleva este tipo de riesgo, no lo olvides. Se ha preparado para la
posibilidad de lo que ha sucedido.
Y eso,
viniendo de él, aligeró su carga y su vergüenza.
—Logan… —dijo
con voz rota, hundiéndose más en su pecho.
—No importa
lo que encontremos al otro lado de la puerta, Grace estará de acuerdo conmigo.
Y lo sé porque la conozco lo suficientemente bien como para poder asegurarlo. Y
tú también lo sabrás si haces a un lado la culpa —se separaron para mirarse de
nuevo—. Cuando estés lista.
—Estoy todo
lo lista que puedo llegar a estarlo.
Antes de abrir la puerta del todo, un
olor denso y espeso llenó el aire. Sangre, descomposición, orina, sudor y la
ligera fragancia especiada del chile de Duvos. Luz, qué adecuado... Si el dolor
tuviese un aroma, sería ese, pensó Jamie. Entrar a la caseta no era solo por
Grace, también era por ella misma, por enfrentarse a esa noche de horrores
interminables y terminarla. Si esta situación acababa —y acababa bien—, ella
misma tumbaría esa nauseabunda construcción y levantaría otra nueva en su
lugar. Lo que fuese para no volver a verla jamás, por borrarla del todo. Pero
en ese amanecer turbio, Jamie iba a afrontar las consecuencias y a mirar
directamente a las profundidades del terror que invadía su mente. Porque nunca
se había dado por vencida hasta esa noche, y por todos los infiernos, nunca más
lo haría.
La puerta se
abrió y ella corrió hasta Grace, aún sentada en la silla, con el corazón
apretado. Lo que vio, cuando analizó la escena, le dio ganas de vomitar de
nuevo. A Grace le faltaba mucha piel. En el muslo, varias tiras anchas de un
brazo, y una sección completa sobre la clavícula hasta la mitad del pecho. Todo
en el lado derecho. Pen había espolvoreado el chile sobre las heridas, ahora
resecas, que comenzarían a agrietarse e infectarse en nada. Y toda esa piel que
le faltaba estaba allí, sobre la mesa, cuidadosamente depositada en una pila
ordenada que le recordó a la cecina puesta a secar. Logan, tras ella, con la
mano sobre la boca, trataba de reprimir lo que fuese que necesitaba salir. Sus
ojos iban de Grace, a la piel, y al dedo de Andy, aún allí tirado, como si no
importase. Y unas lágrimas se le escurrieron, y cerró los ojos unos segundos,
antes de hacerlo todo a un lado y unirse a ella junto a la agente.
Logan puso
los dedos sobre su pulso en el cuello, y estaba viva.
—Oh, joder
—susurró—. Grace… Tenemos que llevarla hasta Fang, pero dudo que pueda hacerse
cargo de esto.
—Grace…
—Jamie se agachó y la tomó de la mano sana, apretándosela—. Vamos a sacarte de
aquí, ¿me oyes?
Ella se movió
un poco y abrió los ojos.
—¿Estoy
alucinando? —preguntó. Las lágrimas habían formado una costra de legañas sobre
los ojos que Jamie trató de limpiar.
—No
—respondió Logan con una sonrisa triste—, pero puedes empezar cuando quieras.
—Mierda, no
sabes cómo escuece… —dijo, arrastrando las palabras con voz ronca.
—Oye, vamos a
desatarte y a llevarte hasta el templo, con los demás. Fang se ocupará de ti.
—¿Pen?
—No está en
el pueblo ahora mismo.
Jamie le pasó
a Logan sus alicates, que aún estaban sobre la mesa con todas las demás
herramientas. Logan había reparado en ellas por primera vez cuando Jamie se los
tendió. Se habían vuelto invisibles tras el horror de los pellejos y el vacío
que habían dejado sobre la carne de la mujer, pero ahora que comenzaba a hacer
un análisis más profundo de la situación mientras susurraba a Grace, sus ojos
vagaban por la estancia en un reconocimiento riguroso. Se la aprendería de
memoria para más tarde. Para no borrarla nunca, aun cuando la caseta ardió
hasta los cimientos días después y el olor del humo quemó todos los demás. Él
no la olvidaría. Jamie, Grace y Andy tampoco.
Logan cortó
las sogas y la tomó en brazos por el lado que tenía intacto.
—Vámonos de
aquí.
No hubo incidentes hasta el templo.
Pararon un par de veces para que Logan reajustase a Grace a su cuerpo y para
comprobar que estaba todo lo bien que podía estar. Y cuando llegaron y
encontraron a los soldados muertos y las puertas abiertas, ninguno de los dos
pudo reprimir un suspiro de alivio.
A los demás
no les costó mucho despejarlo todo a su paso. El odio hizo maravillas en el
ánimo y se llevó el agotamiento. Y todos andaban sobrados de odio en esos
momentos.
Los vecinos
se hicieron a un lado cuando entraron con Grace. La gran mayoría no entendía
nada de lo que estaba viendo, puesto que no sabían la historia completa. La
tumbaron en el futón, que Haru despejó inmediatamente, y Fang comenzó a lavar
la carne con mucho cuidado con un suero que había traído con el resto de su
material de emergencia. Trudy le sujetaba la cabeza, dándole de beber tragos
cortos de agua entre las pausas.
Andy había
corrido hasta ellos, separándose de Jasmine y Haru por primera vez desde que
había vuelto. Había frenado en seco al ver lo que traían. Jamie lo apretó
contra ella, buscando la mano, que estaba oculta por un montón grueso de
vendas, y, después de comprobar que estaba bien, dejó que se pegase a su
cintura como una lapa, de donde solo salió cuando Logan lo levantó en brazos
tras dejar a Grace al cuidado del doctor. Logan lo abrazó muy fuerte, como si
así pudiese deshacer todo lo que estaba hecho, y lloró unas pocas lágrimas más
al darse cuenta de que no podía.
—Andy, esta
noche has sido muy valiente —le dijo en el oído, apretándolo aún más.
Y eso que no
sabía ni la mitad… Ella les contaría días después lo realmente valiente que
había sido el cachorrito. Cómo había mandado a Pen a la mierda, y cómo había
levantado la mano, eligiendo el dedo. Cómo la miró sin ceder al pánico y cómo
se fue sin derramar ni una lágrima más.
A Jamie se le
apretó el nudo de la garganta al recordar, y Haru, que se había unido a ellos,
le pasó un brazo por los hombros.
—Estará bien
—le susurró.
Y los cuatro
permanecieron allí, mientras Haru les contaba lo que había pasado en el templo.
Krystal y
Venti estaban estables. Rocky no se separaba de ellas ahora que Pebbles
descansaba en sus enormes brazos. Mabel tenía la cabeza vendada y solo se le
veía un ojo. Cooper y Elsie estaban con ella, y Hugo le había contado a Heidi
que el granjero se había postrado a los pies de su señora al llegar y, agarrado
a su falda, le había gritado lloroso que era la cosa más bonita que había visto
en su vida. A Burgess habían tenido que sacarle la bala en vivo, sin anestesia
ni atenuantes, y Fang le había dicho que había tocado algo importante y que
necesitaría un bastón para ayudarlo a caminar. A Burgess no parecía importarle
nada de eso; solo tenía ojos para la bebé que Dan-bi mecía en sus brazos.
Linden había
nacido en esa noche de terrores oscuros, asistida principalmente por Mi-an,
cuando Fang tenía que atender a los demás —incluido suturar la desgarrada nariz
del soldado de gatillo fácil, cuyo cuerpo yacía ahora en el suelo, junto al
resto de sus compañeros—. Todos habían pasado a ratos para estar con ella y
siempre bajo la atenta mirada del guardián del agua. Incluso Ernest había
ayudado, aunque el periodista se había desmayado justo cuando la cabeza de la
niña se abrió paso al exterior, mientras su madre empujaba sudando todo el
miedo que le quedaba dentro para sacarla. A pesar de todo, lo único complicado
del parto habían sido las circunstancias.
Al irrumpir
en el templo para liberarlo, Mi-an se había asustado tanto que se tropezó,
cayendo de bruces, rompiéndose un brazo y dejándose la cara a juego con la de
Logan y Owen.
Y hablando de
él, Owen llegó enseguida —aunque Jamie no se había dado cuenta ni de que se
había ido—, trayendo a Amirah bajo su brazo. Sobre su vestido llevaba puesta
una de las camisas del chef. Los dos se miraban de una forma que decía que algo
iba a cambiar entre ellos, por fin, aunque todo indicaba que hubiese sido mucho
mejor una transición clásica que lo que sea que hubiese pasado.
Lo que había
pasado, hacía apenas quince minutos, era que Owen había regresado a su casa y
le había confesado a Amirah entre lágrimas que no hubiese sido capaz de
envenenar la bebida si ella no hubiese estado arriba, con Lefu. Le había confesado
que mataría por ella mil veces de ser necesario —y algunas más—, y que, de ser
necesario, también hubiese muerto por ella —y es probablemente lo que hubiese
pasado si no llega a escuchar al comandante decirle que la llevaría a Duvos
cuando estaba a punto de saltar sobre él—. Le había confesado que siempre
pensaba en ella, desde que se levantaba por la mañana hasta que cerraba los
ojos por la noche, que llevaba cinco años enamorado de ella y que, por no ser
un cerdo como todos los demás, nunca había querido hablarle de sus
sentimientos, y que muy posiblemente jamás lo hubiese hecho.
Amirah le
había dicho que nunca podría ser como todos los demás y que llevaba cinco años
imaginando cómo sería que él la besase. Así que Owen, para sacarla de dudas, la
había besado poniendo todo su empeño, y Amirah había suspirado contra sus
labios cuando dejó de hacerlo para coger aire. También le había dicho que
tardaría mucho en poder meterse en la cama con él para otra cosa que no fuese
dormir o volver a besarse así. Owen le respondió que no le importaba esperar lo
que hiciese falta, como si se tratara de otros cinco años, y que podría pasarse
la vida solo besándola así y ya está.
Todos tenían
una historia diferente que contar, y algunos, como Amirah y Owen, se guardarían
la suya muy adentro, sin sacarla de allí jamás.
Tampoco
Amirah y Owen serían los únicos que se mirarían de otra forma a raíz de lo
sucedido, porque si algo les había dado esa noche a las duras gentes del
desierto, era la sensación de que por la mañana todos iban a estar muertos. O a
la hora de comer, a más tardar.
*
* *
Se
habían reunido de nuevo en el ayuntamiento, tras asegurarse de que no quedaba
ni un solo soldado con vida en el pueblo y recuperar sus equipos.
—Tenemos
que llegar a las ruinas e impedir que se lleven lo que sea que se quieran
llevar —dijo Logan, volviendo a meter el tambor de su revólver de un golpe seco
de muñeca y haciéndolo girar para comprobar que no se atascaría antes de
devolverlo a la funda de su cadera.
—No
podemos ir sin más, no somos suficientes para poder enfrentarlos… —intervino
Trudy—. ¿No podríamos esperar a que lleguen los refuerzos?
—No
sabemos si llegarán, o si lo harán antes de que recojan y se larguen
—puntualizó Logan—. Y no tenemos que enfrentarlos, solo boicotear lo que sea
que tramen.
—¿Quieres
decir como una misión de infiltración? —preguntó Justice.
—Exactamente
eso. Bastaría con un equipo pequeño… colarnos en las ruinas por alguna de las
entradas menos accesibles. Mi padre y yo estuvimos en esa zona hace unos años…
—Hay
una entrada que está oculta, pero llegar hasta ella es muy difícil. Al menos
para un humano. C’est… très raide. Muy escarpado —informó Ged.
—Sí,
conozco esa ruta —dijo Logan—, pero no sabía que arriba había otra entrada.
Se
hizo un momento el silencio en el que todos pensaban cómo esquivar los
escollos.
—Podemos
subir con las mochilas de buceo —apuntó Jamie.
—Es
una buena idea…
—¡Rocky!
—gritó Jamie al hombretón, que se acercó enseguida a donde estaban—. ¿Cuántas
mochilas de propulsión operativas tienes en el almacén?
—Siete
—respondió él, tras pensarlo un poco.
—Vamos
a necesitarlas. ¿Puedes prepararlas lo antes posible?
—Claro,
dame una hora.
Rocky
se fue, llevándose a Fey y a Peck con él.
—Siete…
—murmuró Logan.
—Yo
voy —dijo Jamie enseguida.
—Y
yo —dijo Justice—. Llevaremos a Unsuur, Owen y Hugo, si quiere venir. Creo que
es la persona que más ruinas ha pisado después de tu padre, Logan. Nadie más.
El resto os quedáis por si se les ocurre volver.
Trudy
asintió, aun sin estar demasiado convencida.
—Entraremos
por arriba, manteniendo un perfil bajo, y trataremos de averiguar lo que están
haciendo e impedirlo, si podemos —dijo Logan—. No sabemos lo que quieren ni
para qué lo usarían de conseguirlo…
Elsie y Mi-an se sentaban muy juntas, cabeza con cabeza.
—Hay que moverse deprisa, necesitarán algo más de calor y condiciones específicas —decía Mi-an, frunciendo el ceño—. Qi me ha hecho un diagrama funcional que podemos empezar a construir…
—Pero tu brazo…
—Tú serás mi brazo —le dijo a la muchacha pelirroja, apretándole la mano con la que le quedaba a ella—. Los llevaremos a mi taller, de momento, cerca del calor de los hornos. Los cubriremos con una lona, pero dejando que pase algo de aire. Vamos a buscarlos.
Juntas salieron sin hacerse notar, algo terriblemente fácil dado que todo el mundo estaba pendiente de otras cosas. Elsie sabía que, si le hubiese dicho a su padre a dónde iba y para qué, le hubiese costado otra discusión, y en esos momentos era lo último que quería. Se llevó su vieja escopeta —otra cosa que el ranchero le hubiese prohibido—, por la que había cogido un gran apego durante la jornada del día anterior. Su peso familiar en el hombro la tranquilizaba y le daba seguridad.
Enseguida llegaron a su casa, entraron, y llevó a Mi-an a su habitación, sacando el tesoro que guardaba bajo la cama, envuelto en una manta.
Los cinco huevos de Daisy, lo único que le quedaba de su amiga.
—Se lo debo, Mi. Ella me salvó la vida. Lo menos que puedo hacer es todo lo posible por sus crías…
Las palabras se le atascaron en la garganta, y Mi-an le apoyó su mano sana en el hombro.
—Salvaremos los huevos, te lo prometo —le dijo con absoluta seguridad.
A mediodía, los heridos estaban instalados en la clínica. Nunca había estado tan llena como ahora, y ojalá nunca tuviese que verla así de nuevo. Crystal, Burgess, Haru y Venti. Y Andy, al que le había permitido quedarse con Haru, sabiendo que estaría mejor allí que ensuciando las vendas mientras hacía cosas de niños fuera. Grace era la que peor estaba, con diferencia, y, aunque había conseguido limpiar bien las heridas y cubrirlas con el bálsamo que tenía para quemaduras para hidratarlas, esperaba que, si la Alianza hacía acto de presencia, pudiesen tratarla con algo más específico. Ni siquiera estaba seguro de que los antibióticos naturales que él procesaba fuesen suficientes para evitar el cuadro grave de infección que se aproximaba.
Fang había leído algunos estudios muy interesantes de regeneración tisular, mezclados con avances biomédicos del Viejo Mundo. Parches de membrana dérmica o regeneración asistida. Gel regenerador con nanobots. Tratamientos nuevos de soporte con inmunomoduladores para evitar rechazos o inflamaciones severas. Analgesia avanzada con bloqueadores nerviosos localizados y parches transdérmicos inteligentes que regulaban el dolor sin efectos secundarios. Antibióticos de amplio espectro o bacteriófagos programables para la infección. En Atara podían darle todas esas cosas que marcarían una diferencia enorme en su rehabilitación.
Al menos Dan-bi había podido ir directamente a casa con la bebé. Así que Fang por fin respiraba tranquilo, habiendo puesto orden y terminado su trabajo más acuciante. Solo le quedaba hacer un seguimiento de los pacientes y observar que todo fuese como se esperaba.
A última hora de la tarde, Amirah se presentó allí. Fang la miró y supo lo que buscaba. También supo que ella esperaba no tener que pedirlo, así que le hizo un gesto con la cabeza y fue a buscarlo.
Deslizó en su mano una bolsita de hierbas, un tarrito de pomada y una receta.
—Infusión. Tres días seguidos… misma hora. Empieza ya —dijo en un susurro para que nadie aparte de ella lo escuchase—. La crema, para zonas sensibles. Puedes aplicarla en mucosas. Tres veces al día.
La mujer asintió, agradecida, y cuando intentó pagar, él se lo impidió.
Cuando salió, Amirah miró al cielo y vio la sombra lejana de la nave sobre las ruinas, y suspiró, sin saber si lo peor había pasado o estaba por llegar.
*Notas:
