Capítulo 26

26.    El día después – segunda parte

 

     —Necesito ir a casa un momento, Jamie, por favor —suplicó el niño—. Solo un momento, es importante… Necesito ir con Logan y luego volveremos.
     Jamie lo miró, encogiéndose de hombros.
     —Puedo llevarlo mientras termináis de ajustar las mochilas —le dijo—. Quiero echarles un vistazo a las cabras y a Brego.
     —Me parece bien.
     Andy saltó en el aire y él lo cogió, echándoselo al hombro como un saco de patatas. Le costaba la vida tenerlo fuera de su alcance, y por un momento pensó en Rocky y en cómo no había sido capaz de despegarse de Pebbles hasta que salió en busca de las mochilas, o en cómo Trudy se agarraba a Jasmine sin desenredarse de ella en el templo. Era una sensación que nunca hubiese sido capaz ni de imaginar hasta que la tuvo bien agarrada a la piel. Andy se reía colgando en su espalda, y no se podía creer cómo el niño parecía haberse olvidado ya de todo. Hasta que volviese a despertarse por las noches, pensó. Él mismo añadiría un puñado interesante de nuevas pesadillas a su propia colección.
     Al llegar a la valla, dejó al niño en el suelo y se encaramó al protector de arena, que habían dejado puesto por ser más alto y resistente. Miró dentro. No parecía que hubiese nada extraño, y todo estaba en su lugar, como antes de que las cosas descarrilasen. Desbloqueó la puerta y, tras cruzarla, volvió a cerrarla. Las cabras se movieron inquietas mientras el semental pastaba pacíficamente, ajeno a su presencia. Con la ayuda de Andy, les añadieron comida y agua a los tres. No irían a la meseta montados; lo harían en una de las carretas de Cooper, y el ranchero la traería de vuelta tras dejarlos en el lugar más cercano posible, fuera de la vista de cualquiera. Ged había trazado una ruta segura para ellos, y una vez allí, Logan conocía bastante bien el camino que tomarían.
     —Ven conmigo —le dijo Andy una vez terminado el trabajo, tomándolo de la mano y arrastrándolo al interior de la casa.
     Subieron las escaleras y entraron en su habitación.
     El niño fue hasta el escritorio y le señaló el escudo que estaba colgado en la pared, demasiado alto para alcanzarlo. A su lado, enmarcado, un esquema que supo que era suyo. Reconocería sus dibujos en cualquier parte.
     Logan sonrió.
     —Vaya, compañero… —dijo, sacando la pieza del gancho con reverencia. Era liviano y resistente. Pasó los dedos por los bordes, dándose cuenta de que en el interior había algunas sorpresas. No era un simple escudo.
     —Es lo primero que Jamie y yo hicimos juntos, ¿sabes? —dijo el niño, lleno de orgullo—. Vine aquí precisamente para conseguir que alguien se encargase de mi diseño, y creo que se ve bastante bien… Es a prueba de trompazos espaciales.
     —Se ve mucho mejor que todo eso, Andy —y no estaba mintiendo.
     —Las correas son para sujetarlo al pecho. Quiero que te lo pongas para ir a las ruinas hoy, sé que Pen está allí.
     —Parece que sabes muchas cosas, como siempre —le dijo, mirándolo fijamente.
     —Pues claro que sí, soy un niño, pero no soy tonto —respondió, resoplando.
     Él le revolvió el pelo. En el tiempo que habían pasado separados, a Andy se le habían caído tres dientes, que le estaban saliendo de una forma terriblemente lenta, según la opinión del niño. Tres dientes que le dejaban un frontal despejado, por donde se le escapaba el aire al hablar y que enfatizaban ese aspecto de pillo que siempre lucía. Ahora lo miraba con las cejas levantadas y los ojos entornados, igual que tantas otras veces. Se había perdido muchísimas cosas, y era posible que aún tuviese que perderse muchas más, pero haría lo que fuese por impedir que nada lo hiciese cambiar. Cada vez que lo había mirado desde que entró al templo, Logan esperaba que, a pesar de lo que había pasado, se mantuviese intacto. Esperaba ver el destello de siempre en sus ojos traviesos y su sonrisa un poco torcida. Y allí estaba todo eso, y el niño se lo ofrecía sin reservas, como siempre lo había hecho.
     Se sentó en la silla, quitándose la capa y el chaleco, dejando la carta de Andy al descubierto. Aún no la había leído, aunque esa noche hubiese matado por tener las manos libres y luz para poder hacerlo. El niño deslizó los dedos que sobresalían del vendaje, acariciando el sobre, reconociéndola.
     —¿La tenías allí todo este tiempo?
     —Sí, me ha traído suerte, ¿sabes? No la he leído aún, quería guardarla para un momento en el que la necesitase mucho, pero estos días no la he abierto porque te tenía a ti.
     Andy trepó a sus rodillas, sentándose allí una vez más. Desde la primera vez, había crecido mucho. Recordaba claramente cómo se enroscó ese primer día, todo piel y huesos. Ahora sus piernas sobresalían bastante en comparación, y Logan sentía que cada vez le costaría más conseguir que él le diese eso sin pedírselo, así que respiró en su pelo y lo abrazó deseando poder hacerlo un millón de veces más.
     —Tendréis cuidado, ¿verdad? —le preguntó con la cara hundida en su pecho. Y Logan deseaba que no tuviese que preguntárselo nunca más.
     —Claro que sí, siempre.
     —Jamie le dijo que lo mataría, y lo dijo muy en serio… Pero nadie puede matarlo, no es como nosotros.
     —No es como nosotros, Andy, pero eso no significa que no pueda morir —le dijo, apretándolo contra él. Había un miedo feroz allí que él mataría por borrar—. En cualquier caso, no creo que nos lo encontremos.
     Permanecieron así un poco más, sin decir nada. Después, con la ayuda de Andy, se ajustó el escudo al pecho. Era tan fino que podría llevarlo bajo la ropa sin problemas, así que volvió a ponérselo todo. Casi ni se notaba. La pieza le cubría el torso desde debajo de las clavículas hasta encima del ombligo.
     —Sí, sabía que te quedaría perfecto —dijo Andy, satisfecho, cogiendo la carta y tendiéndosela—. Para que te dé suerte también hoy.
     Él la metió bajo el metal y sobre el corazón, exactamente donde tenía que estar.
     Parecía que hacía toda una vida desde la noche en que Logan les había dicho a Justice y a Owen que el niño era lo mejor que le había pasado. No era solo algo tan simple como eso, Andy le había salvado el pellejo durante todo ese año. Sin él, posiblemente estaría boca abajo en alguna zanja debido a su imprudencia y al desapego por sí mismo que había conseguido desarrollar. Antes de que le robase a Pen el chip de su guante, el niño ya le había salvado sin saberlo. Era por él por quien se mantenía cuerdo. También por su hermano, pero Haru ya era adulto y nunca lo necesitaría de esa forma; podría seguir adelante sin el lastre que lo anclaba a esta tierra seca. Por Andy se levantaría las veces que fuesen necesarias, solo porque nadie tuviese que decirle que lo había perdido todo de nuevo. Y de no ser por esa idea, que se llevaba muchas otras por delante, Logan hubiese entrado a las ruinas con el único propósito del fuego y la venganza. La idea que era capaz de aplacar el instinto visceral que había anidado en su interior a lo largo del día anterior.
     El cansancio se pegaba a sus párpados y pensó que, si conseguían arreglar las cosas, tendría que dormir durante todo un mes.
 

*   *   *


Cuando regresaron, todo estaba listo. Fueron hasta Jamie y Logan se dio un golpe en el pecho, dejando que el sonido le diese una pista de lo que llevaba debajo del chaleco. Jamie sonrió. Logan se colgó el fusil al hombro y cogió su mochila. Owen estaba empaquetando dentro de otra algo de comida para el viaje en el carro. Jamie hizo memoria, tratando de recordar cuándo había comido por última vez… La falta de descanso y los recientes acontecimientos habían dilatado el tiempo hasta desfigurarlo por completo.
     Haru se acercó y le tendió a Logan un paquete.
     —Explosivos con temporizador —aclaró—. Procura no moverlos demasiado.
     Él asintió y los guardó con cuidado.
     Andy la cogió del brazo, llevándola un poco aparte y obligándola a agacharse.
     —¿Lo dijiste en serio? —le preguntó. Jamie lo miró, frunciendo el ceño, sin estar segura de a qué se refería—. Cuando me dijiste que me querías, en la caseta.
     —Claro que lo dije en serio, Andy —dijo, pasándole la mano por el pelo, un poco pegajoso—. Nunca diría algo así si no fuese cierto. Te quiero muchísimo, ¿me oyes?
     —Yo también te quiero mucho —susurró, mirándose los pies. Y se quitó el colmillo del cuello y se lo puso a ella—. Solo es un préstamo, tienes que traérmelo de vuelta.
     Jamie lo guardó bajo la camiseta, que aún llevaba la sangre del niño impresa porque no se había molestado en cambiársela, para no olvidar ni un segundo la razón que la llevaba a las ruinas y a esforzarse por salir de ellas.
     —Te lo traeré de vuelta.
     Logan la miraba con esos ojos cerúleos entrecerrados. Esa mirada que no llegaba a comprender y que la hacía pensar en cosas en las que prefería no pensar. Un terrón de azúcar en el bolsillo —que ya era un óvalo en vez de un cuadrado— y el colmillo de lobo sobre su pecho: todo estaba cubierto.
 

*   *   *


El camino estaba despejado, tal y como se esperaba. Una vez tuvieron la senda serpenteante a la vista, dejaron el carro y se colocaron las mochilas propulsoras. Logan había movido los explosivos a la de la comida, ya vacía, y se la había colgado sobre el pecho.
     Y así iniciaron el ascenso.
     Irían a pie hasta donde la cuesta se complicaba y se convertía en un desafío. Sobre ellos, la sombra omnipresente de la nave de Duvos. Unos cables de aspecto resistente se adentraban profundamente en las ruinas, dejando claro que, efectivamente, trataban de extraer algo. Algo enorme, al parecer.
     Cuando llegaron hasta el tramo al que Ged y Logan se referían como escarpado, entendieron por qué. Había una escalada interesante que, de no ser por las mochilas, les habría llevado demasiado. Lo suficiente como para que se les hubiese hecho de noche sin ver por dónde iban. Lo suficiente como para contemplar la posibilidad de que alguno se hubiese despeñado.
     Hicieron pausas en los repechos y salientes para evitar el sobrecalentamiento, aunque, cuanto más se acercaban a la cima, más difícil era encontrar uno al que sujetarse, llegando a convertirse en sitios donde apoyar un pie y aferrarse con ambas manos.
     Una vez arriba, no tardaron en ver el agujero.
     Era una entrada que hacía mucho que no se había usado. La tierra y las rocas la habían cerrado parcialmente, y de una boca enorme solo quedaba una grieta, que atravesaron con cautela para sumergirse en la oscuridad del interior. Se quitaron las mochilas y esperaron a que sus ojos se adaptasen al cambio de luz para avanzar por un camino despejado, similar al de otras ruinas en las que habían estado. Al menos hasta que llegaron a una sala más grande que, a su vez, daba a lo que parecía un pasillo amplio que desembocó en la parte superior de un enorme cilindro iluminado por fluorescentes, bordeado de escaleras y pasarelas.
     Una cavidad recubierta de acero, del diámetro de dos de los enormes edificios del Viejo Mundo que podían asomar desde cualquier punto del desierto. Si mirabas abajo, un agujero abismal que parecía no tener fondo. Unos cables gruesos —los más gruesos que Jamie había visto jamás— descendían hasta allí, tensos, como si soportasen un gran peso. Los mismos que llegaban hasta la nave, lo que les indicó que su objetivo estaba abajo del todo.
     Justice silbó a su lado, impresionado, y Logan lo instó a guardar silencio. Sacó el fusil y, apuntando arriba y abajo, observó por la mira. Justice y Unsuur sacaron sus binoculares e hicieron lo mismo. Había guardias apostados en diversos puntos que ella ni llegaba a ver sin la ayuda que los demás tenían.
     —Deberíamos encontrar un camino despejado para bajar —susurró Logan—. Lo que sea que quieren tiene que estar allí.
     Jamie recordó una conversación con Qi, tras ayudarle a montar el telescopio y observar el Carroñero —un satélite del Viejo Mundo que seguía dando vueltas alrededor del planeta, arrastrado por la gravedad—. En aquella ocasión, el director le había hablado de una antigua estación espacial que, según sus hipótesis, podría estar enterrada en algún punto de Sandrock. Desde ella, siglos atrás, se habrían lanzado naves fuera de la órbita terrestre: misiones tripuladas para explorar las estrellas o construir satélites como el que contemplaban aquella noche.
     Aquel lugar —pensó Jamie— podía ser justo lo que Qi había estado buscando. De hecho, era su único motivo para establecerse en Sandrock… al menos al principio. Todo en aquellas ruinas evocaba la imagen de la gran fortaleza del cielo que él soñaba encontrar: un faro brillante de la tecnología del Viejo Mundo. Uno que había permitido a la humanidad alcanzar alturas inconmensurables de riqueza y gloria… y que, irónicamente, acabaría conduciéndola a su caída.

Tras bordear el perímetro encontraron dos posibles rutas, así que decidieron separarse. Unsuur, Hugo y Owen se despidieron de ellos para entrar por la primera tras repartirse los explosivos. Justice, Logan y Jamie continuaron para adentrarse por la segunda. Ella no quería que se dividiesen, pero de esta forma cubrían las dos posibilidades. Habían quedado en regresar si el camino se volvía complicado o estaba infestado de soldados. Sin riesgos, habían dicho.
     Nuevamente en las salas del interior, Jamie logró activar uno de los ascensores para llevarlos abajo de forma rápida. Al estar inoperativo, no estaba vigilado, aunque a la salida sí que encontraron un pequeño pelotón que Logan eliminó antes de apearse de la plataforma con su rifle, sin que apenas se diesen cuenta de lo que estaba pasando. Jamie comprendió para qué servía el cilindro que descansaba en la boca: era un silenciador. No falló ni un solo disparo.
     Al salir, Logan se detuvo un momento, agachándose en la pared.
     —Es la marca de cazador de mi padre —susurró, desconcertado.
     —¿Crees que es de aquí desde donde lo trajo Pen? —preguntó Justice, agachándose a su lado.
     —Sería lo más lógico, ni siquiera sabemos cuándo llegaron. La marca, desde luego, indica que mi padre pasó por aquí.
     Jamie vio cómo sus hombros se tensaban, pensando que quizá no era esto lo que esperaba encontrar.
     Algo más adelante, unas sondas se movían mecánicamente de lado a lado, escaneando en busca de cualquier alteración. Logan las barrió también con su rifle sin pestañear. Literalmente.
     Serpentearon por pasillos estrechos y por una especie de hangar que ahora estaban usando como almacén, donde lucharon con otro grupo de soldados. Al salir de allí, escucharon los ecos de una conversación que hizo que la idea de acercarse un poco más mereciese la pena.
     —Tenemos un motor cargado en la nave, señor —decía un soldado—. Solo queda el segundo.
     —Arriba se están impacientando —los tres reconocieron esa voz y Jamie se estremeció—, todo debería haber estado listo esta mañana, en cambio tengo que dejar de lado mis cosas para venir a comprobar las vuestras.
     —Los motores pesan más de lo esperado, nos costó mucho liberarlos y no podemos cargarlos más deprisa, nos arriesgaríamos a destrozarlos si se caen o se sueltan.
     —Tenéis una hora. Si no está para entonces, os tiraré desde el punto más alto y otros terminarán vuestro trabajo.
     Pen se fue, dejando la presión de una muerte segura en el ambiente.
     —¿Para qué necesitamos unos motores de ese tamaño? —dijo uno de los soldados—. Tanto esfuerzo y tiempo para algo simple como un motor. Un motor, de todas las cosas que hay aquí dentro…
     —Hemos cargado bastante tecnología además de los motores —dijo el que había hablado con Pen—. Y son dos, no uno. Y no son motores normales, idiota, son enormes porque con ellos Duvos podría levantar otro castillo en el aire, como antiguamente hacíamos. Uno que nos haga ganar la guerra… O podríamos copiarlos y levantar tantos como queramos.
     Justice, Logan y Jamie se miraron, comprendiendo el alcance del proyecto de Duvos. Eliminaron a los soldados y siguieron adelante, inquietos por la nueva información. Por fin la respuesta a la gran pregunta, aunque fuese mucho peor de lo que se habían atrevido a imaginar.

El camino que seguían —y el que Jamie pensaba que había tomado Pen— ascendía por una escalera de caracol, llevándolos hasta unas celdillas que parecían haber sido, en su momento, habitaciones individuales. La presencia de los muertos allí era tangible. Siempre pensaba en ellos cuando estaba en cualquiera de las ruinas, removiendo los restos de esa civilización barrida por el viento y convertida en chatarra. Al ver esos pequeños espacios, donde antes había dormido gente con sueños y esperanzas, la idea de que los vivos no deberían hollar esos lugares se le hizo más fuerte en el pecho. Y la cortó cuando Logan vio otra de las marcas de su padre en una de las puertas. Al acercarse, extrajo una escopeta de una caja de madera. Una exclamación trémula salió de golpe de sus labios, llevándose todo el aire de sus pulmones con ella.
     —Que me jodan si esa no es la escopeta de Howlett —dijo Justice, apretando los dientes—. La reconocería en cualquier parte.
     A Jamie no le costó creerlo; tenía el mismo aspecto que el resto de las armas que el cazador empleaba. Logan se giró y se la tendió, con los labios apretados y el ceño fruncido en una mueca de dolor.
     —Quédatela, a mi padre le hubieses gustado mucho. Yo no puedo ni tocarla ahora mismo.
     —La cuidaré muy bien hasta que puedas tocarla de nuevo —le dijo ella, aceptándola con reverencia.
     Le dio varios cartuchos que descansaban en el fondo de la caja, que Jamie se metió en los bolsillos. Lo vio guardar en la mochila que llevaba en el pecho un libro y alguna otra cosa que no alcanzó a distinguir. Ella se colgó la escopeta del hombro, y siguieron avanzando con paso sombrío.

Tuvieron que deshacerse de varios drones de combate y algunos láseres de vigilancia antes de alcanzar otra de las plataformas, desde donde se volvían a ver los cables que bajaban. Se asomaron al llegar a ellos y la voz de Owen y Hugo retumbó desde arriba.
     —¡Hay un motor abajo! —gritó Owen—. ¡Salid de allí, hemos tenido un problema con el temporizador de los explosivos! ¡Hay otro ascensor más adelante, tenéis diez minutos!
     —No me lo creo —murmuró Justice, contrariado.
     Corrieron en dirección al ascensor y allí lucharon con tres guardias que les duraron muy poco. Cuando entraron, suspiraron aliviados. Un alivio que se les terminó cuando las puertas se abrieron nuevamente al llegar arriba.
     Una sala llena de máquinas encendidas con un panel de control. La palabra “OLIMPIA” en vertical en el centro. Una puerta de cristal blindado que se abría indicando la salida. Y Pen al otro lado, custodiándola.
     —No nos da tiempo —dijo Logan.
     Jamie lo miró y vio cómo le cambiaba el semblante de la derrota a la determinación. Lo vio solo unas milésimas de segundo antes de que él se lanzase contra el Caballero. Subid vosotros, decían sus ojos. Jamie y Justice corrieron tras él, pero ya había embestido, y ambos rodaron, impulsados por uno de los golpes de Pen, cayendo justo en el interior de la sala de nuevo.
     Pen se movió deprisa y pulsó algo en el panel de control, cerrando la puerta de cristal, atrapando a Logan con él y dejándolos a ellos fuera. Si no hubiesen sido tan rápidos… Si solo se hubiesen rezagado un segundo…
     Jamie golpeó el cristal, pero era imposible de atravesar, ni siquiera disparándole, así que se ahorró el comprobarlo. Se quedó allí un momento, las manos sobre él, mirando a Logan que ya estaba de pie de nuevo, encarando a Pen y listo para afrontar lo que fuese él solo.
     —Esa mirada en tus ojos… —escuchó Jamie que le decía el gigante—. Odio y furia, como una bestia acorralada… Lamentable y débil, igual que tu padre…
     Logan apretó los dientes, y ella los oyó rechinar en su mente.
     —Socia —dijo Justice a su espalda, con la voz llena de desesperación—, se me han acabado las ideas, no tengo un plan bueno. Mierda, ni siquiera tengo un plan malo…
     Buscaba frenético la forma de entrar para poder hacer algo, lo que fuese. Jamie estaba pendiente de lo que pasaba dentro, sin prestarle atención. Tan en trance como cuando se ponía a trabajar… Porque era eso lo que hacía.
     —La misma mirada que cuando le inyecté el virus y supo que había perdido, Logan…
     —¿Qué?
     La voluntad de Logan flaqueó solo un momento, justo antes de que sus puños se apretasen y se volvieran blancos.
     —Luego lo llevé hasta el pueblo y aproveché esa ridícula explosión para terminar de hundir el templo… Yo hundí el templo, Logan… ¿Qué te parece eso? Me encantaba pensar que allí donde estuvieses escondido lo hacías lleno de culpa y remordimientos, marinándolo todo hasta que estuvieses tan inmerso que se te olvidase hasta tu propio nombre… Tú y ese perro callejero nunca deberíais haber salido de esos escombros… —escupió con asco.
     Logan se lanzó sobre él de nuevo y los cuerpos rodaron. Sus ojos eran dos llamas del purgatorio empeñados en hacer justicia.
     Jamie se dirigió a una pequeña consola que había al lado de las puertas, la llave que las abría. Arrodillada, trató de manipularla sin éxito, mientras escuchaba los golpes al otro lado y trataba de no mirar de nuevo.
     Recordó el día, tras el derrumbe del puente, en el que Pen había bromeado sobre probar si podía hacerle un suplex al tren. En ese momento, viéndolo golpear a Logan de reojo, creyó que podría. El cazador le había parecido un tren dirigiéndose de forma sólida hasta su objetivo. Imparable. Y lo había sido… Hasta que chocó con él.


Logan trataba de asumir la cruda realidad de que no tenía ninguna posibilidad de hacer absolutamente nada, aunque resistía infringiendo todo el daño que era capaz de infringir, y que era más bien poco. El Caballero no era el hombre al que trataron de arrestar entre los tres esa mañana de hace mil años en la plaza del ayuntamiento. Aquel hombre se había estado conteniendo, y su verdadera fuerza se desplegaba ahora al completo, puñetazo tras puñetazo, sin restricciones.
     Y cuando lo tuvo en el suelo, con la mano del revólver vacía y bajo su bota, pisó hasta oír el crujido de sus dedos rompiéndose. Después le dio la vuelta, y la estática crepitó a su alrededor justo antes de asestarle uno de sus trompazos espaciales en el pecho, que hubiese matado a cualquier hombre que no llevase un escudo super shock.
     Logan perdió el sentido de la realidad y se quedó en suspenso, sin capacidad para reaccionar, sintiendo cómo dos lágrimas se deslizaban a través de la mugre que le empañaba la cara. Pudo ver, en esos momentos lentos, cómo las partículas de polvo flotaban a su alrededor, como pequeñas estrellas brillantes reflejadas por la luz mortecina y artificial. Un pensamiento le cruzó por la mente: la idea de morir en ese agujero hediondo cuando hubo tantas ocasiones de hacerlo al aire libre, sobre la arena del desierto que amaba.

Tiene los pulmones llenos de vidrios rotos, y su aliento se convierte en un chasquido húmedo y lento. Se convierte en un estertor de muerte.
     Logan deja de respirar y las pupilas se dilatan. Su cuerpo le promete paz y sosiego si se rinde, y eso es lo que desea. Anhela la profunda eternidad. La oscuridad que amenaza con llevárselo a ninguna parte.
     El dolor es visual: un espacio en blanco infinito. Puede introducirse en él y desaparecer en su interior. Llega en oleadas, como las náuseas, sin esfuerzo y sin misericordia.
     El dolor ya no importa.
     Tiene miedo de cerrar los ojos y soñar, y también de no volver a hacerlo. De no volver a ver a Andy. A Jamie —Jamie, bañada en sudor y sangre y también innegablemente hermosa, como una valkiria—.
     Morir siempre es doloroso, desconcertante y lleno de contradicciones, como nacer.
     Nunca entiendes del todo a dónde vas.

     Y en la oscuridad, antes de irse, un último destello rojo de los restos de su rabia sin gastar.
     Rojo como la sangre.
     Como el pelo de Jamie.
     Sangre.
     Como la capa de Andy.
     Rojo como la sangre que lo empapa; suya y de Pen.
     —Ahora somos hermanos —le susurra al oído el Protector de Sandrock—. Hermanos de sangre. Tú y yo.
     Tú y yo.
     Logan enloquece.
     El cuchillo de su cadera está en su mano sana, y agradece a la providencia esa mera casualidad.
     Lo hunde con pulso firme, todo lo que le queda antes de despedirse.
     Pen abre los ojos un poco más y se llenan de estupor. Su boca se curva hacia arriba y Logan no sabe si es una sonrisa o una mueca de desprecio.
     Tampoco le importa.

Pen lo agarró del cuello, levantándolo como a un muñeco roto, para mirarlo a los ojos con sorpresa y deleite mientras apretaba. Caminó con él hasta el ascensor del que los tres habían salido minutos antes.
     ¿Cuántos minutos antes?
     No parecía un hombre apuñalado.


Cuando vio a Pen avanzar hacia el abismo, Jamie se dio por vencida y sacó dos cartuchos de sus bolsillos, mientras Justice miraba impotente a través del cristal.
     —Jamie, dime que hay algo que hacer ahí, por favor —rezaba, llevándose las manos a la cabeza y tirando de sus rastas.
     Jamie inhaló profundamente y soltó el aire. Necesitaba respirar, porque no se había dado cuenta, pero había dejado de hacerlo cuando Logan recibió el golpe letal.
     Su reflejo es la hoja de un cuchillo. Es un presagio de destrucción, es el maldito amanecer rojo y sangriento. Se siente como en un sueño donde todos los relojes van hacia atrás.
     —Voy a abrir esta puerta, Justice, y cuando lo haga lo único que tienes que hacer es no ponerte delante de mí.
     La voz que salió no era la suya. Era de alguien frío, que calculaba posibilidades mientras apuntaba la escopeta de Howlett al panel y disparaba.
     Las puertas se abrieron.
     ¿Por qué no había empezado por ahí?
     Sacó otros dos cartuchos y los insertó en su sitio, cerrándolo con un clack seco. Avanzó hasta estar lo suficientemente cerca de Pen y apuntó.
     —Se te ha terminado la suerte, cimarrón —le decía Pen a Logan.
     Sus pies aún estaban dentro de la plataforma, pero Pen caminaba sin ningún esfuerzo hasta el extremo. Aún no había logrado sacarlo cuando ella habló a su espalda.
     —Suéltalo, hijo de puta…
     Y Jamie disparó.

Hubo un destello, un fogonazo, y lo que Jamie vio fue cómo parte de la cara y el pelo de Pen salían despedidos por el aire. Los sesos salpicaron la pared de cemento, una de las cristaleras y gran parte de la superficie de piel expuesta de Jamie, junto con su ropa.

     Jamie se fijó entonces en el cuchillo del cazador, que sobresalía del costado de Pen.
     Logan nunca recordaría habérselo clavado.
     El cazador cayó al suelo boqueando, tratando de respirar de nuevo, salpicado también de sangre en abundancia, suya y del Caballero.
     El enorme cíclope —pues ahora solo tenía un ojo— la miró un par de largos segundos antes de postrarse de rodillas primero, y derrumbarse del todo después, como un árbol talado de raíz, separado de la mitad de su cabeza.
     La sangre manaba de la herida abierta como un río caudaloso, empapando el suelo rápidamente y formando un charco que se extendía hacia sus pies.
     Nada da mayor satisfacción que las promesas cumplidas, pensó Jamie. La justicia divina, junto a los restos de lo que sea que tuviese Pen en el interior del cráneo hasta ese momento fatídico —para él—, se extendía por las láminas de metal que antes había pisado con la fuerza de un titán. Con el pulso tibio, ajena a todo, Jamie dio un paso atrás para evitar mancharse las botas con su sangre. Ese maldito bastardo no volvería a matar a nadie por la espalda, ni a intentarlo. No volvería a obligar a ningún niño a elegir el dedo que le iba a cortar. No despellejaría sin contemplaciones nunca más.
     Estaba muerto. Muerto para siempre.
     Ella le había disparado con la escopeta que fue creada para derrotar monstruos. Jamie le había dado un último servicio, aunque pensar en eso y en Howlett hizo que un rastro húmedo de tristeza se filtrase en alguna parte de su interior. Recordó el epitafio de la tumba del cazador: “Un auténtico héroe. Salvador de los heridos, los débiles y los malditos. Ningún monstruo pudo con él.”
     Ninguno excepto Pen, pensó ahora. Irónico.
     Jamie agarró la mochila del suelo y también el revólver y el fusil de Logan. Arrancó el cuchillo del cuerpo sin vida de la bestia, y luego, Justice y ella levantaron a Logan y corrieron como pudieron —con él tambaleándose, casi a rastras en el centro de los dos— hacia la salida.
     Al cruzar las puertas de cristal, hubo una explosión y el suelo tembló, tirándolos a los tres.
     Una sirena comenzó a sonar sin piedad.

 

*   *   *


Ya no había nadie a la vista; los soldados habían desaparecido y no tuvieron que añadir ningún problema adicional a los que ya tenían.
     Encontraron a Owen, Hugo y Unsuur fuera. Antes de que pudiesen hablar, un escuadrón de pequeños cazas aéreos, con el emblema de los Cerdos Voladores, surcó el cielo en dirección a la nave, que trataba de alejarse, libre ahora del peso del motor que pretendían extraer —los explosivos que había colocado el segundo equipo lo habían destrozado—. Dispararon sobre ella, derribándola y haciendo que se estrellase en el fondo del barranco, donde estalló. La Alianza había llegado.
     Jamie se sintió hueca, aunque se le pasó en cuanto recordó que, al menos, sus esfuerzos habían servido para matar a la bestia. No sentía remordimientos. En honor a la verdad, en esos momentos Jamie no sentía absolutamente nada. Sentidos anestesiados, el rastro entumecido que deja la muerte. Una sensación muy familiar que siempre precedía a un ataque de pánico. El vacío y, después, el triple salto mortal sin red. Cruzaba los dedos para ser capaz de llegar a casa antes de que eso sucediese y poder hacerlo en la discreción del baño, a puerta cerrada.
     Jamie no podía escuchar las preguntas que Hugo y Owen le hacían mientras le quitaban a Logan de encima para cargarlo ellos. No era consciente de las palabras tranquilizadoras que Hugo le susurraba al cazador cuando lo tumbaron con mucho cuidado en el carro de suministros abandonado que estaba allí mismo, esperándolos —tampoco habían necesitado descender por la senda escarpada—.
     No se dio cuenta de que lo tenía cogido de la mano y no se la soltaba, ni siquiera cuando le pidieron que lo hiciera para meterlo en la clínica. Estaba frío al tacto y, aunque su mirada turbia estaba fija en ella, Jamie se daba cuenta de que le costaba un gran esfuerzo mantenerla. No tenía buen aspecto, y la mueca tirante en los labios de Fang, cuando sus dedos se hundieron en el pulso de su cuello, no la tranquilizó en absoluto. Logan estaba allí tumbado, teñido de un frío azul verdoso — tan frío como su mano—, el color que caía del neón de la barra sobre sus cabezas. No era el tono adecuado para él, pensó Jamie. Logan era el naranja del amanecer o los ocres del desierto.
     Tampoco mejoró que la clínica estuviese llena de gente, ni que Andy estuviese entre ellos cuando llegaron, cubiertos de sangre y restos. Llenándolo de dudas que ella no podía despejar. 
     Cuando la camilla de Logan se perdió tras el biombo, fue hasta el futón de Haru con el niño firmemente sujeto a su costado. Se dejó caer a su lado, arrastrando a Andy con ella, y cogió la mano que Haru le tendía. Sabía que le estaba diciendo algo. Que Andy le hacía preguntas y que estaba tratando de no llorar, aunque parecía muy asustado. Jamie tampoco podía escuchar nada de eso mientras miraba la sangre en sus manos y recordaba el tacto frío de la de Logan.
     El miedo se apoderó de ella del todo y la desgarró desde dentro. Comenzó a contar hacia atrás desde cien, como hacía cuando no tenía cerca el cubo de agua. Llegaba a treinta y nueve cuando empezó a sentir la presión de la mano en la suya, a ver el ceño fruncido de Haru y a notar el cuerpo apretado de Andy contra su pecho.
     —Andy, no la dejas respirar —le estaba diciendo Haru.
     Pero ella lo apretó aún más.
     Después, todo se volvió negro.
    

     *   *   *


Hugo, Justice y Owen le contaron al comandante Avery cómo habían acabado con Matilda, que los había atacado en la plataforma de abajo del todo usando una especie de robot aumentado que ella pilotaba.
     Le contaron cómo Unsuur le pegó uno de los explosivos en la parte trasera, mientras los otros dos la entretenían jugando a machacar y a esquivar sus patas de acero, y cómo ella los había pisoteado un poco a cambio.
     Le contaron cómo Hugo, con su maza, había derrumbado sobre ella una viga entera de hormigón, dejándola atrapada y aplastada, y cargándose en el camino el temporizador del explosivo que Unsuur le colocó en el culo.
     Diez minutos era lo que Haru les había puesto a todos de base, pensando en que ellos lo modificasen en función de sus necesidades.
     Diez minutos en los números digitales que parpadeaban en rojo.
     Habían gastado al menos dos tratando de pensar dónde estaban ellos y cómo avisarlos, antes de verlos a mitad de su huida hacia la superficie.
     Debido a los fallos sufridos por la presión de la viga y, contrariamente a lo que se podía pensar, la bomba les dio catorce minutos en total antes de detonar.
     Nunca lo supieron ni llegaron a ponerse de acuerdo en cuántos habían gastado en qué, aunque lo discutieron muchísimas veces desde entonces.

Años después, cuando el recuerdo de la invasión ya no los dejaba a todos en carne viva, Owen contaría esa historia en uno de sus sábados, algo maquillada y exagerada pero cierta, a fin de cuentas.
     Entre el público, un Andy casi adulto —o al menos con la edad suficiente como para tomarse una cerveza— asentiría complacido. A su lado, una Jasmine casi adulta que no estaba escuchando nada de lo que Owen decía, lo miraría con adoración.

Siguiente capítulo


 

 *Notas:

Cuando Pen se revela como el asesino de Howlett, es un poco como cuando Vader le dice a Luke que es su padre. Creo que, en este caso, su muerte por escopeta es justicia divina, y no me arrepiento de nada.

Pen es un hombre modificado genéticamente, víctima de experimentos cuando era un niño (en el juego, durante la invasión, podemos escuchar la conversación al respecto entre dos soldados de Duvos). No creo que nadie tuviese una oportunidad real al enfrentarse a él.

Quise saltarme todo el combate de Matilda y mostrarlo después, en ese segundo plano. En el juego lo tenemos como encuentro final, pero aquí me pareció mejor dividirlo y centrarnos en un solo villano, para no saturar de acción.

No lo había dicho aún, pero cuando pienso en Logan, siempre me viene a la mente The Whistler, de The White Buffalo (amo, amo, AMO la voz de Jake Smith). Hay un momento, en el juego, en el que bajamos en un ascensor durante esta parte de las ruinas, y Logan silba y Justice le dice que se le da bien. Cuando llego allí, en mi cabeza sigue sonando Jake Smith.

Entre los objetos personales que Logan encuentra en la caja está el diario de su padre. Todo eso termina en nuestras manos en el juego y nos da mucho en qué pensar. No quería dejar esa mochila atrás, ni por amenaza de muerte o bomba.

Y bueno, parece que Duvos quería reconstruir la parte fundamental de su arsenal del pasado. Los castillos flotantes —como naves de guerra— eran el emblema del país y lo que casi los hizo ganar la última guerra, antes de que se los volaran por los aires. ¿Qué pasaría si volviesen a tener una flota entera a su disposición? ¡Parece que no lo vamos a saber!

En las capturas de hoy tenemos
Logan, Justice y Jamie frente a frente con Pen
Justice evaluando la situación desde fuera (en el juego lo hace desde dentro)
La intervención de los cazas de los Cerdos Voladores. Bajo la nave de Duvos, herida de muerte, puede verse la entrada superior a la estación. Yo imaginé un pequeño agujero entre las rocas, muy oportuno para colarse. Está ahí mismo, si te fijas bien. Sí, ahí mismo
La foto bonus sería Mecatilda (Matilda como jefe final se llama así, ¿cómo te quedas?)