De cómo Logan conoce a sus compañeros
de trabajo antes de trabajar con ellos
Justice
Justice
ha sido secuestrado. Es la tercera vez que le pasa, pero en este momento no quiere
pensar en las dos anteriores. Justice prefiere concentrarse en esta, que es, después
de todo, la que tiene entre manos ahora mismo. Aunque decir que la tiene entre
manos es un eufemismo, ya que sus manos están atadas a los reposabrazos de la
silla en la que lo han sentado —y sus piernas a las patas—.
Justice regresaba a casa a primera hora de
la mañana, después de haber pasado la noche en una fiesta de dimensiones épicas
con Heidi, cuando tres tipos fuertemente armados salieron de un callejón
oscuro. Afortunadamente para todos, había dejado a Heidi en su casa antes.
Sin embargo, el evento, y lo que había
hecho con Heidi en una de las cien habitaciones de ése ricachón desconocido,
mientras las luces de la ciudad entraban por los enormes ventanales de la
planta noventa y seis, antes de salir de su casa escondiendo una botella de
champan de dos mil dólares, había sido legendario. Lo que, en opinión de
Justice, ha hecho que el secuestro merezca totalmente la pena.
Siempre y cuando no lo maten, claro.
Aunque si lo piensa fríamente… si hubiese
una maldita fiesta por la que mereciese la pena morir sería esa, sin lugar a
dudas. Ninguna otra podrá igualarla.
Pero si no llegan a esa parte quizás sea lo
mejor para él.
Está algo magullado porque, a pesar de que
no ha ofrecido demasiada resistencia, no han sido los secuestradores más
atentos —no como los de sus dos anteriores secuestros—.
No han sido atentos, pero sí interesantes,
decide.
Dos de ellos son completamente imbéciles; los
llama los dos tarados. El tercero
oscila entre claramente molesto cuando mira a sus compañeros y ligeramente
divertido cuando lo mira a él; lo llama el
cazador. El cazador es plenamente
consciente de que está rodeado de imbéciles, y eso hace que su irritabilidad
aumente exponencialmente conforme pasa el tiempo.
Justice trata de formar una hipótesis en
su mente.
Los dos
tarados están a prueba y tratan de impresionar al cazador —no, el cazador
está demasiado desinteresado en ellos como para eso—.
Los dos
tarados trabajan para el cazador,
están sacando malas notas hasta ahora y además son dolorosamente conscientes de
ello, lo que los vuelve más nerviosos y arrastrados, si es que eso es posible.
Justice se fija bien en los tres
individuos. Los dos tarados cubren la
mayor parte de su cara con unas enormes gafas verdes de espejo y una gorra de
corte militar, a juego con sus uniformes. El
cazador viste ropa táctica, de la que cuelgan varias armas de fuego y un
par de cuchillos de los buenos. Lo más llamativo es su pelo blanco. No blanco
como canoso. Blanco como una extraña mierda genética. Blanco como la nieve y
puede que igual de brillante. El cazador,
al contrario que los dos tarados, no
trata de ocultar su cara. No obstante, Justice sabe que lo que cuenta es el
pelo —que tampoco trata de ocultar—. Justice ha oído hablar del hombre de pelo
blanco antes.
Justice ha oído cosas sobre el tipo. Cosas
que lo inquietarían, si es que Justice fuese capaz de sentir inquietud en una
situación como esta después de una fiesta como esa y con una resaca de DEFCON
1.
—¿Juegas? —le pregunta el cazador, sacando una baraja de Animalitos de uno de sus mil bolsillos
de su chaleco de mil bolsillos. Le suelta las manos con la absoluta seguridad
de alguien que cree firmemente que eso no le va a traer problemas y Justice
traga, haciendo que su nuez suba y baje visiblemente—. Si intentas algo te
dispararé a las rótulas.
—Sí, ya sé cómo va la cosa, este no es mi
primer secuestro. ¿Vamos a tener que esperar mucho más? —le pregunta, deseando
algunos analgésicos. En plural.
El tipo se encoge de hombros, baraja las
cartas y las reparte.
—Joder, amigo, no puedes usar siempre el
gato, estoy barriendo el suelo contigo.
—Me gusta el gato —replica Justice.
—El gato tiene, literalmente, el doble de
probabilidades de perecer en su misión, aplastado por el elefante o devorado
por el zorro. Los estás llevando a todos a una muerte segura. No puedes sacar
la carta más débil siempre que la subes a la mano, Cristo.
—Pero es que me gustan MUCHO los gatos.
—Pues deja de matarlos. Estamos haciendo
esto para entretenernos. No es entretenido si te gano nueve de cada diez manos,
¿lo entiendes? No vas a querer que me aburra, olvídate de esos malditos gatos,
te lo pido por favor.
—¿Es una amenaza?
—Aquí todo es una amenaza, pero si
quisiese jugar con alguien que tiene encefalograma plano estaría jugando con
esos dos capullos —dice haciendo un gesto con el pulgar a su espalda, que es
donde están los dos capullos.
Justice piensa que le gusta el tipo. Piensa
que es la clase de tío con la que se llevaría bien, salvando las
circunstancias. La clase de tío con el que se habría ido a la fiesta de la que
ha salido esta misma mañana. No es la clase de tío al que le presentaría a su
chica. Parece la clase de tío que aprovecharía la primera ocasión para
levantársela. Diversión compartimentada, piensa.
Se da cuenta de que está nadando en las
aguas poco profundas del síndrome de Estocolmo y se reprende mentalmente. No es
ningún novato, mierda. ¿Cuánto llevan allí? ¿Cuatro horas? Cabe pensar que, con
su experiencia en secuestros, podría llevarle unos días desarrollar el maldito síndrome.
A menos que lo hubiese secuestrado una pandilla de conejitas de Playboy.
De repente el cazador se lleva una mano a la oreja y escucha atentamente. Saca
una pistola con silenciador de la funda de su costado y, sin perder ni un
segundo, dispara a los dos tarados.
Dos tiros limpios entre sus ojos. Luego se gira de nuevo hacia él y Justice se
da cuenta de que hay una alta probabilidad de mortalidad en este secuestro. Nunca
ha sido de los que suplica y no va a empezar hoy. Puede que pierda la vida,
pero no le quitarán la dignidad —se siente un poco como William Wallace y le da
pena que el cazador no le dé pie para
decirlo en voz alta—. Además, suplicar ante un profesional nunca sirve de nada.
Justice lo sabe mucho mejor de lo que le gustaría, así están las cosas.
—Haz lo que tengas que hacer —dice sin
más.
—Hoy no —responde el cazador con una sonrisa.
Se dirige a la puerta y, sin mirar atrás,
lanza uno de sus cuchillos, que se clava en los tres centímetros de madera que
hay entre sus piernas. Está tan cerca que siente la vibración del filo en los
testículos, que ahora son diminutos.
Justice espera un tiempo prudencial para
salir de la habitación. Conoce las reglas y no es tan estúpido como para correr
y encontrarse de nuevo con él.
Va a ir directo a casa de Heidi, se meterá
en su cama y pensará en lo malditamente afortunado que es mientras se entierra
en ella otra vez.
Hay gente que recibe revelaciones divinas.
Justice no sabe si cree en Dios, nunca se ha parado a pensarlo detenidamente,
dada su línea de trabajo. Hoy ha tenido una revelación, aunque no ha venido del
Todopoderoso…
Elsie
Es
después de su tercera misión con Grace que Elsie le dice: “No fallo, soy la
mejor”
Grace contesta: “Tal vez”
Ese “tal vez” no ha dejado dormir a Elsie.
Ni esa noche, ni la siguiente, ni la siguiente. Ni siquiera la que sigue a esa.
Elsie se pregunta qué demonios quiso decir Grace con “tal vez”. No hay nadie mejor que ella disparando
un arma, todos lo saben. Todos menos quizá Grace. O puede que ella sepa algo
que Elsie no sabe… A Elsie no le gusta no saber. Especialmente si involucra un ranking secreto de tiradores de élite. Elsie
puede acertarle a una comadreja en el ojo desde una distancia bastante
considerable. Una distancia mucho más amplia que la de cualquier otro tirador.
Elsie se obsesiona. Se obsesiona
profundamente, incluso. Días después interroga a Grace —en ese campo no es tan
buena, el interrogatorio es la especialidad de la propia Grace, y es un poco
frustrante interrogarla recibiendo consejos sobre cómo mejorar su técnica y rendimiento—.
La espía rubia deja caer algunas migas de pan que ella sigue. La información es
demencialmente escasa para la inmensa obsesión que Elsie está manejando en estos
momentos. El hombre de pelo blanco parece un fantasma. No hay suficientes datos
y todo parece una tomadura de pelo de Grace. Una tomadura de pelo que la
conducirá hasta un chimpancé muy bien entrenado con un gusto extremo por las
armas de fuego. O hasta muchos tipos distintos. O hasta un grupo de animadoras
rubias casi albinas que se hacen pasar por el tipo y se turnan para hacer los
trabajos de esos informes llenos de tachones negros.
Grace se ríe mucho cuando ella le explica
otra de sus teorías que desmiente totalmente la existencia del hombre de pelo
blanco. Grace le dice que está obsesionada y que el hombre de pelo blanco existe.
Entonces Elsie le pregunta a Grace si ella lo conoce y Grace dice “Sí”. Elsie
se reprende largamente por no haber empezado por ahí.
Elsie pasa el mes siguiente metida en la
sala de prácticas de tiro, disparando hasta que termina con todas las balas. Y
eso son muchas balas, porque Trudy no repara en gastos cuando se trata de
practicar. Al día siguiente las balas vuelven a estar en su sitio, como si ella
nunca las hubiese gastado todas el día anterior.
Elsie está a un paso de trastornarse
completamente y es consciente, aunque jamás lo admitiría. Y menos delante de
Grace.
Hasta
el día de la misión en el Caribe.
Grace y ella están trabajando cuando un
tifón espantoso interrumpe lo que sea que están haciendo. Un tifón no parece
gran cosa cuando escuchas hablar de él. Sin embargo, cuando lo tienes delante
lamiéndote la cara, parece muchísimo más grande que cualquier cosa que hubieses
imaginado —y Elsie tiene una gran imaginación—.
Grace y ella se esconden refugian
en un almacén vacío. Es ridículamente pequeño y huele a humedad y a algo que
Elsie no quiere saber qué es, pero al menos tiene una repisa plana dónde se pueden
sentar a esperar a que el tifón pase de largo o se las trague del todo.
A Elsie no le gusta esperar.
La
tormenta aúlla, así que la forma que se desliza por la puerta con dos armas en las
manos es una sorpresa absoluta. Por suerte, están entrenadas para las sorpresas
absolutas y apuntan sus propias armas hacia el intruso antes de que éste haya
dejado de moverse.
—Grace —dice el desconocido a modo de
saludo.
—Logan —responde Grace—. ¿Tregua
climática?
—Tregua climática.
Su
voz es ronca y profunda, como si no estuviese muy acostumbrado a usarla. O tal
vez solo suena así porque un tifón le ha estado mordiendo las pelotas. El caso
es que cuando baja su capucha con una mano mientras apunta a Grace con la otra,
Elsie ve su pelo blanco —blanco pero no de canas. Blanco, blanco, maldita sea—
y está a punto de perder el oremus.
Ninguno baja las armas, es una fase
demasiado temprana en la confianza para eso. Solo se miran fijamente durante un
buen rato sin decir nada. La cabeza de Elsie da vueltas y más vueltas. Su boca
comienza a trabajar mientras su cerebro cortocircuita.
—Uh, hola, soy una admiradora de tu
trabajo. Gran admiradora, en realidad. Uh, no —farfulla—. Eso no está muy bien.
No es que admire tu forma de matar gente. Bueno, en realidad sí, pero ya me
entiendes. Admiro tus habilidades, ya sabes. Solo eso. Habilidades disparando.
A gente, claro, pero no sé, ya sabes. Eres realmente bueno… ¿Ese trabajo en
Hong Kong el año pasado? Realmente bueno.
—Yo he oído que tú nunca fallas y que eres
la mejor —dice en un susurro que eriza el vello de la nuca de Elsie cuando
reconoce sus propias palabras. Maldita Grace. Maldita mil veces. Si no hubiese
estado tan nerviosa, habría podido ver cómo la comisura de los labios del
hombre casi se levanta en un amago de sonrisa—. Quizá puedas demostrármelo.
Algún día.
—¿Me estás retando a un duelo o algo?
—pregunta en un murmullo un poco desanimada. No está lista para perder en un
duelo contra el hombre de pelo blanco. Sus pesquisas dicen que está entre los
cinco mejores del mundo. Eso es mucho decir. Quizá Elsie se ha precipitado al
afirmar que es la mejor… Su padre siempre le dice que tiene una boca muy grande
que algún día le causará un problema muy grande. Es posible que ese día haya
llegado. Hoy. Y es un Problema con mayúscula porque, aparte de todo lo
mencionado, lo único en lo que Elsie puede pensar es:
ohdiosmíoohdiosmíoohdiosmío, es el hombre
de pelo blanco, ohdiosmíoohdiosmíoohdiosmío, lo tengo delante de mí. ¿Ha dicho
que se llama Logan? No le pega, ¿no?
Grace también la ha acusado,
ocasionalmente, de estar un poco enamorada del hombre de pelo blanco. Dice que nunca
ha hablado tanto de nada, ni siquiera de su padre —Elsie habla mucho de su
padre y de lo muchísimo que la irrita con sus tonterías. Elsie puede pasar,
literalmente, horas hablando de su padre. Hablar durante horas es algo que ha
heredado de él—. Pero volviendo al tema del duelo, enfrentarse a un hombre que
está entre los cinco mejores tiradores del planeta no la conduce a una larga
expectativa de vida, lo que la lleva nuevamente de regreso a su padre y a lo
que le ha dicho mil veces sobre su enorme bocaza.
—Oye, está bien —dice el hombre de pelo
blanco. Logan—. Relájate, estás empezando a hiperventilar… No voy a retarte a
un duelo, no estamos en el Salvaje Oeste ni tampoco en el siglo dieciocho.
—Buff, vale. Bien. Sí. De acuerdo. Sin
duelos. Puedo vivir con eso. Literalmente. Creo. ¿Estás seguro?
—Completamente.
Elsie pasa los siguientes dos minutos
mirando con interés científico el revólver que apunta en su dirección.
—¿Por qué un revólver? —pregunta llena de
curiosidad. Ahora que se siente más o menos a salvo, su enorme bocaza necesita
volver a la carga.
—Soy un tipo clásico.
—Poco práctico, ¿no?
—Bueno, teniendo en cuenta que lo práctico
es no participar en un tiroteo… Si te meto una bala de estas en la cabeza, tu
familia no podrá identificar tu cadáver. Así que supongo que todo depende del
contexto en el que vayas a dispararlo. Y de perspectiva.
—Pero no es tan preciso como una semi —dice
Elsie muy orgullosa de sí misma por mantenerse en la conversación—. Tiene más
retroceso y menos control. También menos munición, por no hablar del engorro que
supone recargar. Ya no estamos en el Salvaje Oeste ni en el siglo dieciocho.
Elsie se maldice por su impertinencia. Tiene
la oportunidad de hablar con el tipo y, ¿qué hace? Irritarlo con su pedantería
mientras trata de impresionarlo soltando toda la mierda que conoce, que es la misma
mierda que todo el mundo que se dedica a lo que ellos se dedican, conoce.
—Todo eso no es tan importante como parece
cuando sabes lo que haces —responde él sin perder la paciencia—. Y cuando puedes
realizar ciertos ajustes. Al final es una cuestión de preferencias. Conozco mis
armas y en mis manos son las más fiables para mí.
Elsie casi deja de escuchar —y de respirar—
cuando él dice “ajustes”. Vuelve a observar el revólver con más atención y se
da cuenta de todo lo que no ha visto hasta ahora.
—Mierda, ¿están modificados? —le pregunta
boquiabierta.
Le da rabia que su voz suene como la de
una adolescente: aguda y llena de expectativas. Ella no sabe nada de
personalizar armas, solo las dispara. Hasta hoy le bastaba con eso y se da
cuenta de que solo es una pardilla del montón con una puntería increíble. Se
pone roja como un tomate y espera que no se le note, aunque sabe que se le
nota. Su piel es pálida, perfecta para dejar sus emociones al descubierto en el
momento más inoportuno. Otra cosa que ha heredado de su padre —solo que las
únicas emociones que puede destilar su padre son: irritabilidad, molestia,
exasperación, malhumor… Y bueno, así con todos los sinónimos que se quieran
añadir—.
—Claro, siempre. Es lo que las hace tuyas.
A veces hay que jugar con lo que tienes más a mano, especialmente si quieres
ser silencioso. No es lo ideal, pero si cumple su función…
Elsie también se da cuenta tardíamente de
que ha bajado la guardia, como una auténtica novata. Sus manos están a los
costados, pero como el hombre de pelo blanco —Logan— no ha disparado, enfunda
sus armas para estar más cómoda. Grace y Logan hacen lo mismo y pasan un par de
horas muy agradables hablando de trabajo, armas, modificaciones y accesorios
para armas mientras Grace resopla y trata de aprovechar el tiempo recostando la
cabeza en la pared y cerrando los ojos. Elsie tiene la sensación de que, en
realidad, Grace está tomando notas mentales de todo para avergonzarla en un
futuro no muy lejano. Uno que se le hará eterno, porque Grace no abandona
fácilmente un tema que tiene potencial. Puede que también tenga algo de razón
en lo de que está un poco enamorada del tipo. No le interesa que el hombre parezca
un Dios griego, solo lo que tenía en sus manos cuando entró en el almacén y lo
que puede hacer con ellas en ese mismo contexto.
La tormenta va disminuyendo gradualmente a
su alrededor y el hombre de pelo blanco —Logan— sale del almacén abruptamente,
antes de que ella pueda terminar la frase que ha empezado.
Al menos evita despedidas extrañas. Puede
que ese sea su motivo para abandonar el edificio a la velocidad de la luz,
decide.
Grace levanta una ceja en su dirección.
—A Justice le va a encantar este informe.
Unsuur
Unsuur
viaja de vuelta a casa tras una misión en solitario. Ha sido algo sencillo y
sin complicaciones. La clase de misión que puede manejar sin ayuda de nadie. Un
pequeño grupo de agentes enemigos cubiertos por enormes gafas verdes y
uniformes trataban de destruir unos archivos y él los había copiado antes de
que eso pasase. El nombre de la carpeta era “Duvos”. A Unsuur no le dice nada
ese nombre, pero no ha recorrido esa distancia para saber, solo para copiar.
Está cansado y sediento y también un poco animado porque se ha mezclado con la
gente de incógnito, cambiando su apellido para que nadie lo reconozca. Hoy es
Unsuur Stone. El mejor apellido que existe es suyo por un espacio limitado de
tiempo que él va a aprovechar al máximo. Así que, mientras se bebe un agua con
gas, entabla conversación con la mujer que se sienta a su lado.
A Unsuur le gusta mucho hablar con
desconocidos. Cuando era niño, sus padres se lo habían prohibido
terminantemente, pero, al igual que todas las demás prohibiciones, a excepción
de la de esperar al menos dos horas antes de meterse en el agua después de
comer, Unsuur había decidido ignorarla. A fin de cuentas, hablar con
desconocidos nunca le ha traído problemas. No como meterse en el agua
inmediatamente después de comer. Aunque si se para a pensarlo dos veces, quizás
ése problema se deba más a que no sabe nadar —pero, diablos, tampoco está aquí
para ponerse a pensar—.
Tania, que así se llama la mujer, tiene
muchos gatos. Concretamente doce. No le interesan las rocas, solo los gatos, y
más específicamente los suyos. Pero es divertida, sus gatos son divertidos y a
Unsuur no le importa demasiado que no le interesen las rocas. A Unsuur también
le gustan los gatos —sobretodo Capitán—.
Después de un buen rato, la gente a su
alrededor comienza a fingir un sueño profundo. No le sorprende; la gente suele
fingir que duerme con bastante frecuencia a su alrededor. No Justice, ni Grace,
ni Elsie. Ninguno de sus amigos lo hacen, pero sí casi todos los demás.
Así que Unsuur ve películas a pesar de que
preferiría seguir hablando —lo que quieres y lo que obtienes rara vez coincide—,
hasta que hace un transbordo y cambia de avión. Allí se sienta al lado de un
hombre de pelo blanco que también ha viajado en el mismo avión de antes y que finge
quedarse dormido antes de que el avión despegue.
—Hola, me llamo Unsuur Stone —le dice al
hombre de pelo blanco que finge dormir, después de darle quince minutos para
asegurarse de que realmente finge y no está tratando de dormir de verdad.
—Estoy tratando de dormir.
—No —le responde, negando enfáticamente
con la cabeza, aunque el hombre no puede verlo porque tiene los ojos cerrados y
bien cerrados—. Estás fingiendo que tratas de dormir. No es lo mismo.
—Donald —dice a través de un suspiro
cansado que arrastra el nombre por el aire.
—¿Vuelves a casa o te vas?
—Vuelvo.
—Yo también.
—Genial, Unsuur Stone.
Unsuur Stone le tiende la mano y el
desconocido la acepta, resoplando un poco molesto.
—Vaya apretón. Creo que es el apretón más
fuerte que me han dado nunca —dice Unsuur Stone genuinamente sorprendido.
—Hago mucho ejercicio —responde lacónico
Donald, justo antes de cerrar los ojos de nuevo para tratar de zanjar la
conversación.
No lo consigue, Unsuur Stone es mucho más
tenaz que el Unsuur de siempre.
—¿A qué te dedicas, Donald? ¿Trabajas en
el mundo del fitness?
—Exacto.
—Oh. Yo soy geólogo, aunque sé que no lo
parezco.
Unsuur siempre ha querido ser geólogo y
aún se pregunta qué pasó para que se desviase tanto de su objetivo. Realmente
no tiene la respuesta.
—Oye, he tenido un día muy largo y quería
dormir un poco.
—Vaya, es una lástima… ¿Ayudarían unas
bebidas con cafeína?
—No.
Unsuur Stone detiene su asalto durante un
rato. Donald sigue sin dormir de verdad, aunque su respiración se hace más
lenta y sus hombros se relajan como si estuviera dormido. Es realmente bueno
con eso, decide Unsuur. Detrás de sus párpados cerrados, él puede sentir un
aire de vigilancia constante. Unsuur también es bueno advirtiendo esa clase de
detalles.
La azafata se prepara para darles la
información sobre cómo funcionan las cosas en caso de accidente. A Unsuur le
encanta ese momento —a Unsuur Stone también—, ver a la azafata haciendo sus
gestos le parece la monda. Le da algo de pena que Donald se lo esté perdiendo
por ser tan obstinado, así que le da un codazo.
—Deberías mirar —le dice—. Creo que esto
es importante.
—Lo he visto mil veces, déjame dormir, ¿de
acuerdo?
A Unsuur no le gusta esa actitud —a Unsuur
Stone tampoco—. La preparación es siempre lo más importante. Es el noventa por
ciento del éxito. Así que observa y comprueba que puede encontrar el chaleco
salvavidas debajo de su asiento y, tras el despegue, lee algunas revistas de
actualidad que ha comprado en el aeropuerto. Actualizarse también es
importante.
La revista Cosmopolitan ofrece consejos
muy extraños sobre el contacto sexual. Se pregunta si lo que está leyendo es un
error de algún tipo o es una de esas cosas que a él le cuestan tanto
comprender. A su lado, Donald sigue fingiendo que duerme pacíficamente y Unsuur
Stone suspira echando de menos conversar. Conversar es menos confuso que leer
revistas femeninas, decide. Así que le da otros veinte minutos de cortesía
antes de volver a la carga —a fin de cuentas, Donald ha tenido su tiempo de
descanso y la oportunidad de dormir de verdad si hubiese deseado hacerlo—.
Cuando transcurren, Unsuur Stone le propina otro codazo.
—Jesucristo, ¿y ahora qué?
—Esta revista sugiere que pasar un peine
por los genitales es placentero. No me parece probable.
Donald lo mira fijamente, con los ojos
azules llenos de incredulidad y asombro, aunque Unsuur está casi seguro de que
no se debe al artículo de la revista. Luego observa detenidamente la revista,
aún abierta por esa página, y luego, de nuevo a él.
—No te tomas en serio los consejos
sexuales de las revistas, ¿de acuerdo? —dice muy serio—. Y tampoco despiertas a
desconocidos dormidos.
—Pero, Donald, no estabas dormido…
Donald lo mira como si lo estuviese evaluando
y luego dice:
—Estaba tratando de dormir. Quiero dormir.
No quiero hablar de revistas femeninas.
—¿Y de qué quieres hablar?
—Oh, por el amor de Dios, Unsuur Stone…
¡De nada! —grita, haciendo que un señor mayor que se sienta delante de él se
gire a ver qué pasa ahí detrás—. No quiero hablar de nada. Quiero dormir y si
no puedo, quiero descansar.
Después de ése arrebato se cruza de brazos
y cierra de nuevo los ojos. Es muy decepcionante. Están perdiendo la
oportunidad de intercambiar historias y compartir recuerdos. Pero Donald está
decidido a no hablar con él y finge dormir el resto del vuelo y, cuando el
avión aterriza, es el primero en bajarse. Se mueve tan deprisa que Unsuur teme
que vaya a abrir la puerta y a saltar antes de que el avión se detenga
completamente.
Cuándo se sube al coche que Trudy ha
enviado para él, ya no se acuerda de Donald.
Sólo
dos días más tarde, todos están sentados en la sala de reuniones cuando Trudy
aparece seguida de Donald y de otro hombre de pelo oscuro que Unsuur no conoce
de nada.
—Entonces —dice Trudy tratando de ocultar
su nerviosismo—, déjame ver si lo he entendido bien: Secuestraste a Justice, te
quedaste atrapado durante un tifón con Grace y Elsie y Unsuur te pidió consejo
sobre mujeres…
Donald pone los ojos en blanco.
—No, era un consejo sexual, aunque ni
siquiera lo llamaría así. No sé cómo llamarlo, Truds.
—Pu- pues mejor no lo llamamos de ninguna
forma, po- porque ni siquiera estoy segura de que debamos tener esta
conversación.
—Todo se resolvió bien, ¿no?
—No es la mejor forma de que os conozcáis,
pero tendrá que servir.
—Tú y yo, sala de tiro mañana —dice Elsie
apuntando a Donald con un dedo.
—Hecho —le responde él con una sonrisa.
—¿Revancha de Animalitos? —pregunta Justice.
—¿Vas a seguir con los gatos?
—Posiblemente.
Donald simplemente resopla y vuelve a
poner los ojos en blanco.
—No te llamas Donald —le dice Unsuur
cuando se quedan a solas.
—Y seguro como el infierno que tú no te
llamas Unsuur Stone —responde Donald.
—Supongo que estamos en paz.
* * *
El
hombre de pelo blanco —Logan— trabaja con ellos y Elsie casi no puede
creérselo. Está tan excitada que se cuela en la sala de archivos y sustrae
temporalmente su expediente. De repente, tiene en sus manos toda la información
del fantasma. El hombre que Justice, su jefe, ha apodado el cazador durante su encuentro. Elsie se encoge de hombros; le
parece mucho más apropiado que Logan, aunque no le queda más remedio que
llamarlo así.
Si no hubiese estado tan cegada, Elsie
hubiese visto los otros dos expedientes que estaban sobre los archivadores con
el sello de “Prioridad máxima” en rojo estampado en ellos. Los agentes Pen y
Matilda no trabajan para Trudy, pero el cazador
está muy interesado en ellos… Trudy también, aunque aún no sabe todo lo que tiene
que saber al respecto. Y cuando lo sepa… Cuando lo sepa, preferiría haberlo
ignorarlo.
Cosas
que Elsie ha aprendido tras leer minuciosamente el expediente de Logan:
Ex militar
Ex convicto
Ex mercenario
Mejor tirador que Elsie (esto quedó claro
en la sala de tiro después)
Padre adoptivo de un niño de ocho años.
Actualmente de servicio trabajando para
Trudy, como todos los demás.
Elsie ha sospechado —y acertadamente— que
Logan lleva trabajando para ella desde hace bastante más.
Échame humo por el culo y llámame arenque.
* * *
Cuando
era un niño, Howlett, el padre de Logan, le leía un cuento cada noche antes de
acostarlo. Había uno en particular que Logan recordaba bastante bien, a pesar
de los años transcurridos. En el cuento, un niño era tan bueno que comenzaron a
crecerle unas alas de ángel en la espalda. El niño se asustó y decidió que
tener alas no era tan molón como parecía. Decidió que tener alas, de hecho, era
una verdadera mierda, porque todo el mundo le preguntaba por ellas y le tiraban
de las plumas. Así que el niño se volvió malo para que las alas de ángel desapareciesen.
La maldad cumplió su objetivo y se las llevó, así que para evitar que el
problema se repitiese, el niño siguió siendo un hijo de Satanás. Pero al poco
tiempo comenzaron a crecerle unos cuernos en la frente. Los cuernos eran
mejores que las alas —los otros niños no tenían plumas de las que tirar y le
tenían miedo—, pero resultaban igualmente molestos y la gente siempre lo miraba
fijamente. Al niño no le gustaba nada de nada que lo mirasen fijamente. Así que
estaba en un dilema moral tremendo cuando recordó algo muy importante: Su madre
le había enseñado a lavarse los dientes de arriba abajo y de abajo a arriba —Howlett
siempre decía que había sido su padre el que se lo había enseñado porque Logan
no tenía madre, aunque Logan sabía que en el cuento, decía claramente que había
sido su madre—, así que el niño comenzó a recorrer el camino de la
desobediencia solo lavándose los dientes de izquierda a derecha y de derecha a
izquierda.
La moraleja aquí es que hay que bailar al
filo de la navaja y mantener el equilibrio sin caer. Logan había sido un buen
chico y le había salido mal. Después había sido un mal chico y le había salido
aún peor. Así que ahora solo está bailando en el filo, tratando de no caer.
A Logan se le dan bien muchas cosas, pero
bailar no está entre ellas.
Y es algo que le resulta jodidamente agotador.