Capítulo 2

 De cuando Andy resuelve problemas de matemáticas a su manera

 

Logan lleva en el complejo veinticuatro horas exactas cuando Trudy lo llama para hablar de Andy. Considerándolo todo, quizá sea un nuevo récord. Se pregunta si el niño habrá quemado algo y, de haberlo hecho, si habría escuchado sirenas o voces por megafonía anunciando la evacuación. Lo habría escuchado, ¿no? Quizá, después de todo, no ha quemado nada.
     Aún.

No ha quemado nada. Trudy está en el despacho que usan como sala de estudios, que antes de ese mismo día solo había sido ocupado por Jasmine, su hija de siete años —quien Logan desea fervientemente que deje un poso en Andy, y no solo porque sea una especie de niña súper dotada o algo así—. Trudy está acompañada de Jane, la profesora, y de una mujer pelirroja que él no conoce.
     —Ah, Logan, aquí estás —dice Trudy cuándo repara en su presencia.
     —Truds —la saluda Logan de vuelta.
     La menuda mujer se acerca a la profesora y le quita el folio que sostiene en las manos para tendérselo a Logan después. Lo coge con aprehensión, tratando de adivinar en qué lío se han metido.
     Es una hoja de problemas matemáticos. En ella hay montones de tachones en rojo corrigiendo una ortografía espantosa, y los característicos dibujos de Andy que cubren todos los espacios en blanco.
     Logan ha pensado algunas veces que hacerse cargo del niño fue un error garrafal. La madre de Andy tomó esa decisión por él, y él no pudo negarse. Porque Logan es muchas cosas, pero un hombre que le niega su último deseo a una mujer moribunda no es una de ellas. Así que Logan lleva dos años cuidando del crío a su manera. No ha podido preocuparse demasiado de su ortografía. Ni siquiera lo había escolarizado hasta ahora. Simplemente había confiado su educación a Haru, que es un genio. Un genio que está tan ocupado como él. En este momento, Logan se siente profundamente avergonzado. Avergonzado hasta el punto de querer hacer un agujero en el suelo y enterrarse en él. Avergonzado sin remedio.
     —Yo… —comienza a decir, pensando que debe decir algo, aunque el problema es que no sabe muy bien qué.
     —Es increíble —dice Trudy cortando de raíz cualquier posible excusa. 
     Entonces le quita la hoja de la mano, tal como hizo cuando era Jane quien la sujetaba, y la lleva hasta la mujer pelirroja para que todos en la sala puedan contemplar hasta dónde llega su absoluta incompetencia criando niños. Llamarán a los servicios sociales y se llevarán a Andy y terminará en un hogar de acogida de dónde nadie lo sacará después de que lean su expediente. Exactamente lo que Laura había querido evitar cuando le pidió que se lo llevase.
     La mujer pelirroja coge la hoja y la mira muy interesada. Después frunce los labios. Y el ceño. Se concentra como si pudiese quemar el papel que tiene ante ella con la mente pero, afortunadamente para todos, no puede.
     —¿Andy? —lo llama, sin apartar los ojos del papel.
     El niño está haciendo el payaso con Jasmine, quien, en ese momento en particular, no parece un prodigio, sino una cría normal y corriente.
     —¿Qué? —responde Andy, poniéndose la zapatilla que ha perdido durante sus juegos con la niña, que salta fuera de su alcance provocándolo.
     Logan está feliz de que, al menos, haya sido capaz de hacer una amiga —e, incluso antes, de provocar un incendio—. Eso significa que aún no lo ha impregnado con su sociopatía.
     —En esta catapulta tuya, ¿es el clip eléctrico lo que la acciona? Parece un clip eléctrico —dice la mujer entrecerrando los ojos, como si así pudiese verlo mejor—. Se parece al que usé con el Súper Shock Shield pero es más grande y potente.
     —Así es —asiente Andy, acercándose a ella con interés.
     —¿Has dibujado esto después de tenerlo en la mano cinco minutos?
     —Me sobraron cuatro.
     —Aun así, es una cantidad indecente de fuerza —replica la mujer pelirroja frunciendo los labios de nuevo—. A menos que tu intención sea ponerlos en órbita, claro.
     La mujer deja el papel sobre la mesa de trabajo para poder analizarlo más cómodamente.
     —¡Claro que no! —se defiende el niño—. ¿Tienes botones en lugar de ojos? ¡Hay una unidad de amortiguación en el conjunto de lanzamiento! ¡No soy idiota!
     —Vale, ya lo veo —dice ella sin más, sacando un lápiz de detrás de la oreja y garabateando una jerigonza en los márgenes que solo Andy parece entender y que, de inmediato, lo vuelve loco e hiperactivo—. ¿Y cuál es tu plan para cuando aterricen en el otro lado? ¿Estás asumiendo algunos huesos rotos aquí?
     Jasmine también se acerca, intrigada, para averiguar cómo ha solucionado Andy el problema de la señorita Jane. Sus ojos se abren de par en par, lo que, por alguna extraña razón,  aumenta aún más ansiedad de Logan.
     —Pero el problema es restar la gente que cruza y averiguar cuantos se han quedado… —añade Jasmine confusa, sin terminar de entender lo que está sucediendo allí.
     Y Logan se da cuenta, en ese preciso momento, de que ha malinterpretado por completo la situación.
     —¡Pero bueno! ¡¿Por quién me tomas?! —exclama Andy indignado, ignorando a Jasmine—. Mira, lo escribí aquí mismo: “Ver el diseño del lanzador de colchones”. No me cabía todo, así que lo añadí por detrás —explica, dándole la vuelta a la hoja—. Estos folios que nos dan para trabajar no contemplan cosas como la salud y la seguridad. ¡Es como si quisieran que la gente se ahogase en los ríos! Jane, no voy a poder resolver los otros nueve si no me das más material, pensaba que estábamos trabajando con el presupuesto mínimo cubierto…
     Jane mira a Andy boquiabierta. Trudy y Logan también.
     La mujer pelirroja suspira con satisfacción al ver todo lo que el niño ha conseguido desarrollar en el reverso. Logan siente un calor desconocido en el pecho que identifica como orgullo paterno y, también, algo de alivio. Quizás un poco menos cuando Andy le arranca el lápiz de la mano a la mujer y comienza a escribir a toda prisa una prueba más de su increíble lanzador de colchones.
     —Vaya, eso es genial —susurra ella.
     —¡Claro que sí, te lo dije! Voy a patentarlo y seré multimillonario. ¿Estaríais interesados? Podría ofreceros un precio especial, ya sabes.
     Jane se acerca a Logan y dice algo absolutamente inesperado:
     —Andy es un portento. Va a ser increíble tenerlo aquí, pero creo que no soy capaz de cubrir todas sus necesidades…
     —Quería saber si estarías dispuesto a permitir que trabaje por las tardes con Jamie en su laboratorio —dice Trudy.
     —¿Jamie?
     —Ah, perdona, estaba tan absorta que no os he presentado. Ella es Jamie —dice señalando a la mujer pelirroja, que sigue hablando con Andy—. Jamie, Logan es el padre de Andy.
     —No es mi padre de verdad —le explica Andy a Jamie muy animado—, pero es bastante genial. Ha matado a un montón de gente, ¿sabes? Y una vez me dejó disparar. Bueno, he disparado dos veces, pero la segunda fue por mi cuenta y estuve castigado mucho tiempo. Puede que aún lo esté, ya ni me acuerdo.
     Logan deja escapar un gemido bajo y decide que habría preferido un incendio cuando los ojos verdes de Jamie lo miran directamente. Y, aunque lo intenta, no puede apartar los suyos de ella.
     Logan es muy bueno leyendo a la gente. Leer a la gente es casi la mitad de su trabajo.
     No puede leer a Jamie.
     Un incendio habría estado bien.
     Uno del tamaño del dolor de cabeza que siente ahora mismo, piensa, sujetándose el puente de la nariz con fuerza.

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