De cuando Andy resuelve problemas de matemáticas a su manera
Logan
lleva en el complejo veinticuatro horas exactas cuando Trudy lo llama para
hablar de Andy. Considerándolo todo, quizá sea un nuevo récord. Se pregunta si
el niño habrá quemado algo y, de haberlo hecho, si habría escuchado sirenas o
voces por megafonía anunciando la evacuación. Lo habría escuchado, ¿no? Quizá,
después de todo, no ha quemado nada.
Aún.
No
ha quemado nada. Trudy está en el despacho que usan como sala de estudios, que
antes de ese mismo día solo había sido ocupado por Jasmine, su hija de siete
años —quien Logan desea fervientemente que deje un poso en Andy, y no solo
porque sea una especie de niña súper dotada o algo así—. Trudy está acompañada
de Jane, la profesora, y de una mujer pelirroja que él no conoce.
—Ah, Logan, aquí estás —dice Trudy cuándo
repara en su presencia.
—Truds —la saluda Logan de vuelta.
La menuda mujer se acerca a la profesora y
le quita el folio que sostiene en las manos para tendérselo a Logan después. Lo
coge con aprehensión, tratando de adivinar en qué lío se han metido.
Es una hoja de problemas matemáticos. En
ella hay montones de tachones en rojo corrigiendo una ortografía espantosa, y
los característicos dibujos de Andy que cubren todos los espacios en blanco.
Logan ha pensado algunas veces que hacerse
cargo del niño fue un error garrafal. La madre de Andy tomó esa decisión por
él, y él no pudo negarse. Porque Logan es muchas cosas, pero un hombre que le
niega su último deseo a una mujer moribunda no es una de ellas. Así que Logan
lleva dos años cuidando del crío a su manera. No ha podido preocuparse
demasiado de su ortografía. Ni siquiera lo había escolarizado hasta ahora.
Simplemente había confiado su educación a Haru, que es un genio. Un genio que
está tan ocupado como él. En este momento, Logan se siente profundamente
avergonzado. Avergonzado hasta el punto de querer hacer un agujero en el suelo
y enterrarse en él. Avergonzado sin remedio.
—Yo… —comienza a decir, pensando que debe
decir algo, aunque el problema es que no sabe muy bien qué.
—Es increíble —dice Trudy cortando de raíz
cualquier posible excusa.
Entonces le quita la hoja de la mano, tal
como hizo cuando era Jane quien la sujetaba, y la lleva hasta la mujer
pelirroja para que todos en la sala puedan contemplar hasta dónde llega su
absoluta incompetencia criando niños. Llamarán a los servicios sociales y se
llevarán a Andy y terminará en un hogar de acogida de dónde nadie lo sacará
después de que lean su expediente. Exactamente lo que Laura había querido
evitar cuando le pidió que se lo llevase.
La mujer pelirroja coge la hoja y la mira
muy interesada. Después frunce los labios. Y el ceño. Se concentra como si
pudiese quemar el papel que tiene ante ella con la mente pero, afortunadamente
para todos, no puede.
—¿Andy? —lo llama, sin apartar los ojos
del papel.
El niño está haciendo el payaso con
Jasmine, quien, en ese momento en particular, no parece un prodigio, sino una
cría normal y corriente.
—¿Qué? —responde Andy, poniéndose la
zapatilla que ha perdido durante sus juegos con la niña, que salta fuera de su
alcance provocándolo.
Logan está feliz de que, al menos, haya
sido capaz de hacer una amiga —e, incluso antes, de provocar un incendio—. Eso
significa que aún no lo ha impregnado con su sociopatía.
—En esta catapulta tuya, ¿es el clip
eléctrico lo que la acciona? Parece un clip eléctrico —dice la mujer entrecerrando
los ojos, como si así pudiese verlo mejor—. Se parece al que usé con el Súper Shock Shield pero es más grande y
potente.
—Así es —asiente Andy, acercándose a ella
con interés.
—¿Has dibujado esto después de tenerlo en
la mano cinco minutos?
—Me sobraron cuatro.
—Aun así, es una cantidad indecente de
fuerza —replica la mujer pelirroja frunciendo los labios de nuevo—. A menos que
tu intención sea ponerlos en órbita, claro.
La mujer deja el papel sobre la mesa de
trabajo para poder analizarlo más cómodamente.
—¡Claro que no! —se defiende el niño—.
¿Tienes botones en lugar de ojos? ¡Hay una unidad de amortiguación en el
conjunto de lanzamiento! ¡No soy idiota!
—Vale, ya lo veo —dice ella sin más,
sacando un lápiz de detrás de la oreja y garabateando una jerigonza en los
márgenes que solo Andy parece entender y que, de inmediato, lo vuelve loco e
hiperactivo—. ¿Y cuál es tu plan para cuando aterricen en el otro lado? ¿Estás
asumiendo algunos huesos rotos aquí?
Jasmine también se acerca, intrigada, para
averiguar cómo ha solucionado Andy el problema de la señorita Jane. Sus ojos se
abren de par en par, lo que, por alguna extraña razón, aumenta aún más ansiedad de Logan.
—Pero el problema es restar la gente que
cruza y averiguar cuantos se han quedado… —añade Jasmine confusa, sin terminar
de entender lo que está sucediendo allí.
Y Logan se da cuenta, en ese preciso
momento, de que ha malinterpretado por completo la situación.
—¡Pero bueno! ¡¿Por quién me tomas?!
—exclama Andy indignado, ignorando a Jasmine—. Mira, lo escribí aquí mismo:
“Ver el diseño del lanzador de colchones”. No me cabía todo, así que lo añadí
por detrás —explica, dándole la vuelta a la hoja—. Estos folios que nos dan
para trabajar no contemplan cosas como la salud y la seguridad. ¡Es como si
quisieran que la gente se ahogase en los ríos! Jane, no voy a poder resolver
los otros nueve si no me das más material, pensaba que estábamos trabajando con
el presupuesto mínimo cubierto…
Jane mira a Andy boquiabierta. Trudy y
Logan también.
La mujer pelirroja suspira con
satisfacción al ver todo lo que el niño ha conseguido desarrollar en el
reverso. Logan siente un calor desconocido en el pecho que identifica como
orgullo paterno y, también, algo de alivio. Quizás un poco menos cuando Andy le
arranca el lápiz de la mano a la mujer y comienza a escribir a toda prisa una
prueba más de su increíble lanzador de colchones.
—Vaya, eso es genial —susurra ella.
—¡Claro que sí, te lo dije! Voy a
patentarlo y seré multimillonario. ¿Estaríais interesados? Podría ofreceros un
precio especial, ya sabes.
Jane se acerca a Logan y dice algo
absolutamente inesperado:
—Andy es un portento. Va a ser increíble
tenerlo aquí, pero creo que no soy capaz de cubrir todas sus necesidades…
—Quería saber si estarías dispuesto a
permitir que trabaje por las tardes con Jamie en su laboratorio —dice Trudy.
—¿Jamie?
—Ah, perdona, estaba tan absorta que no os
he presentado. Ella es Jamie —dice señalando a la mujer pelirroja, que sigue
hablando con Andy—. Jamie, Logan es el padre de Andy.
—No es mi padre de verdad —le explica Andy
a Jamie muy animado—, pero es bastante genial. Ha matado a un montón de gente,
¿sabes? Y una vez me dejó disparar. Bueno, he disparado dos veces, pero la
segunda fue por mi cuenta y estuve castigado mucho tiempo. Puede que aún lo
esté, ya ni me acuerdo.
Logan deja escapar un gemido bajo y decide
que habría preferido un incendio cuando los ojos verdes de Jamie lo miran
directamente. Y, aunque lo intenta, no puede apartar los suyos de ella.
Logan es muy bueno leyendo a la gente.
Leer a la gente es casi la mitad de su trabajo.
No puede leer a Jamie.
Un incendio habría estado bien.
Uno del tamaño del dolor de cabeza que
siente ahora mismo, piensa, sujetándose el puente de la nariz con fuerza.