Capítulo 20

Vengo a cerrarte los ojos y a llenarte la boca de tierra

o

En el que Logan hace lo que tiene que hacer y dice lo que tiene que decir

 

Es marzo y la vida de Logan está quirúrgicamente dividida en dos. Una mitad va viento en popa. La otra no. La parte que va bien —muy bien— aún no le ha dicho a Jamie que la quiere y que tiene un anillo en el bolsillo para ella desde Navidad. La otra parte está en carne viva, como una llaga que no se cura nunca.  Todo ese asunto del anillo y de estar loco por ella no es lo único que Logan no le ha contado a Jamie. Y no es porque sea información confidencial —que lo es—, es porque no tiene palabras que puedan expresar todo eso. Así que cuando sale, esta vez solo, decide que escribirá una carta que diga todas esas cosas por él. No lo del anillo ni lo de que la ama, eso debe decirlo en persona, pero sí todo lo demás. Aunque escribir en un papel no le entusiasme, porque los papeles pueden leerse, y no solo por las personas a quienes van dirigidos.

Logan pasa la semana de pista en pista, en busca del rastro caliente de Pen. A su paso, deja un rastro de cadáveres. Al principio ninguno de esos tipos quiere hablar pero, al cabo de un rato, todos terminan por hacerlo. Acaba en Panamá, persiguiendo a un hombre que puede o no haber tenido acceso a algunas armas muy peligrosas, y que puede o no saber dónde se esconde el asesino de su padre —lo sabe con certeza y el hombre ahora está tan muerto como lo están los demás y como espera que lo esté el asesino de su padre en breve—. Cuando regresa a su hotel es después de medianoche, por lo que duerme —mal—. Por la mañana se ducha —se quita la suciedad y la sangre de Panamá—, se viste —camiseta negra, jeans negros y chaqueta negra— y se dirige al aeropuerto para volver a casa. En el avión, saca el papel arrugado de su bolsillo —justo el mismo bolsillo en el que está la cajita— y un bolígrafo y los sujeta con firmeza, como si se tratase del material de sutura que usará para unir esas dos partes divididas y hacer que Jamie entienda.
     Logan se siente un poco como Íñigo de Montoya, persiguiendo la sombra de un fantasma que se mueve demasiado rápido, siempre tres pasos por delante. Al contrario que Íñigo, no tiene preparada ninguna frase para el asesino de su padre. No quiere hablar con él, quiere matarlo. Preferiblemente muy despacio y con grandes dosis de dolor. Y Pen aún no lo sabe, pero ya ha comprado su parcela en el otro barrio —no quiere escribir eso en la carta—.
     Haru le ha dicho mil veces que ese no es el camino pero, aunque ya han pasado dos años, él no es capaz de ver otro. Haru le ha dicho que debería ver las cosas buenas que tiene ahora, como Andy o una posibilidad real con Jamie. Haru sabe bien de qué habla, por eso no le dijo que se iba cuando lo hizo. Logan ve todo eso, pero también ve la cara de Pen. Ve la mueca de desprecio y la ira en sus ojos. No ve culpa ni arrepentimiento pero está bien, porque nadie verá eso en los suyos después de que lo haya matado a él.
     Logan quiere sacarle esos ojos y lo hará si tiene la ocasión.
     A veces sueña que lo hace. “Vienes a cerrarme los ojos y a llenarme la boca de tierra”, le dice Pen en su sueño. En su sueño, Pen tampoco se arrepiente de nada. “A eso vengo, maldito hijo de puta”, suele responderle.
     Y vaya si lo hace.
     Y después está tan vacío como lo estaba antes y nada ha cambiado. Y lo peor de todo es que Logan sabe que, cuando lo haya eliminado de la faz de la tierra debidamente y no solo en sueños, seguirá viendo esos ojos al cerrar los suyos y se sentirá tan vacío como se sentía antes. Y nada habrá cambiado porque Pen estará muerto y bien muerto, y su padre también.
     “Matar a alguien no es un asunto menor, Logan. Eso se quedará contigo para siempre”, le había dicho su padre.
     Logan había matado.
     Bastante.
     Howlett tenía razón.
     Pero por ahora se concentra en regresar a casa del todo y no solo a medias, porque Andy no se merece la mitad de lo que puede ofrecerle. Andy merece mucho más que todo lo que puede darle.  
     Logan tacha y comienza de nuevo. Jamie también se merece mucho más que una carta de mierda.
     Quería hablarle de su asunto —de verdad que si—. Había estado a punto de hacerlo varias veces, cómo la última noche que habían pasado juntos. Iba a hacerlo, pero entonces ella puso una mano sobre su muslo y su cerebro naufragó.

Logan regresa al complejo justo a tiempo para acompañar a Andy a sus clases y poder despedirse de él. Únicamente ha vuelto para poder despedirse como es debido —aunque intenta que para el niño solo sea otra despedida normal—. Andy ha pasado estos días con Jamie, en lugar de con Trudy. Jamie vive en su apartamento desde que aceptó mudarse en Navidad, así que es lógico que sea ella la que se quede con Andy. En su carta, Logan le pide a Jamie que cuide de él si le pasa algo. Logan sabe lo que se siente cuando una persona a la que estás vinculado emocionalmente te pide que cuides de su hijo cuando mueras. Es una putada gigante y también la mayor muestra de confianza que se puede recibir, puesto que dejas en sus manos lo más preciado que posees. Las manos de Jamie son hábiles y cuidadosas, las mejores manos en las que depositar a Andy si él no está. Quizá las mejores manos en las que depositarlo, a secas —unas manos muchísimo más limpias que las suyas—.
     Cuando el niño se gira por última vez, justo antes de entrar en el despacho que hace de clase, le sonríe.  
     Le duele dejarlo. Le duele más que una bala en el corazón.
     Luego va hasta el laboratorio de Jamie. Ella se ha ido la primera esta mañana, cuando él le ha dicho que se ocupaba de Andy. También le ha dicho que se iba a ir de nuevo y que pasaría a despedirse de ella. Logan siente que se ha despedido justo entonces. Sólo ha sido una sensación, un intercambio de miradas que no parece distinto a todas las veces anteriores, excepto que sí lo es. Vuelve a pensar en la carta que ha dejado en un cajón y en que debería poder decirle lo que pone allí él mismo. La ve a través del cristal, concentrada mientras trabaja sobre algo diminuto. Levanta sus gafas de aumento y se gira para coger el soldador pequeño y lo ve.
     Quiere contárselo todo en el momento en que cruce la puerta, pero sigue sin saber cómo. Puede sentir las palabras, enredadas en algún lugar detrás de sus costillas, listas para salir de golpe si las deja. Respira profundamente y un segundo después, cuando su mano ya está en el pomo, las palabras se desvanecen y lo dejan vacío. En ese momento Logan se alegra de haber escrito la carta. Aunque no sea lo mejor, es algo. También se arrepiente de haberla escrito, porque eso quiere decir que hay cierta cobardía durmiendo dentro de él y Logan nunca se ha tenido por un cobarde. Jamie sabe detalles básicos y superficiales, como que su padre fue asesinado. No sabe cosas concretas, como porqué o cómo todo el asunto es una obsesión para él. En la carta, Logan es muy concreto. Le habla largo y tendido sobre la situación y sobre cómo le hace sentir. Sobre el desgarro en su pecho y la forma en que le falta el aire todas esas veces. De cómo no está bien cuando le ha dicho que sí lo está. De las pesadillas. Del tiempo con su padre, cuando aún vivía y del tiempo en la cárcel. De las cosas que ha hecho cuando no quería tener que hacerlas y de las que no hizo pero debió hacer. Habla sobre la sensación irreal de resbalar, de precipitarse hacia alguien que no quiere ser. Ella preferiría escuchar todo eso de sus labios —aunque Logan sabe que son cosas que nadie querría escuchar nunca—. Debería escuchar todo eso de sus labios. Él no puede verbalizarlo, pero puede tratar de apilarlo en palabras más o menos ordenadas sobre el papel. Es todo lo que puede darle por ahora y espera que sea suficiente.  
     —Tan malo, ¿eh? —pregunta Jamie, quitándose las gafas al verle la cara. Debe llevar restos de su carta escritos en ella.
     —Sí, así de malo.
     —Pero no podemos hablar de ello.
     —No podemos. No puedo —se corrige.
     —Sin preguntas, ya veo. Ese es un acuerdo que conozco. Nia y yo lo sacamos a veces, si la situación lo requiere.
     —¿En serio? Pensaba que os lo contabais todo.
     —Casi todo. Hay cosas que no se las cuentas a nadie. Una vez Nia me pidió que recorriésemos quinientas millas en mi coche para tirar una funda de almohada al río —agregó Jamie, como si eso explicara su acuerdo de alguna manera—. Todo era biodegradable, lo prometo —añade con una sonrisa rígida—. Sin preguntas.
     Jamie toma la taza de café de su escritorio y bebe un sorbo.
     —Te he escrito una carta. Es larga y todo lo que hay allí dentro son cosas que no le cuentas a nadie. Cosas que ni siquiera he hablado con Haru, en su gran mayoría. Está en el primer cajón de mi mesilla.
     —¿Vas a volver?
     —No lo sé —Logan mira por la ventana, donde la lluvia cae. Le gusta cuando el clima coincide con su estado de ánimo. Se siente cósmicamente justificado.
     —Joder, sí que es malo. ¿Hay algo que yo pueda hacer al respecto?
     —Sí, está en la carta.
     Jamie se levanta de la silla y se abrazan. ¿Qué otra cosa puede hacer? Puede decirle que la quiere ahora. Lleva tanto tiempo queriendo hacerlo que casi se le derrama sin más. Quiere decirlo cuando siente la nariz fría de Jamie en el cuello cada mañana. Quiere decirlo cuando Jamie le prepara algo de cena solo para él cuando llega tarde a casa, o cuando le deja café listo por las mañanas para que se lo lleve antes de irse. Quiere decirlo cuando Jamie apoya la cabeza en su regazo y hablan sobre libros, películas o música. Quiere decirlo cada vez que Jamie le susurra su nombre al oído, mientras se entierra despacio en ella. Después de cada beso, necesita decirlo. Necesita decirlo cuando ve como se preocupa por Andy cada día.
     No lo hace. Tampoco lo hace ahora. Se lo guarda en el mismo sitio en el que se guardó todas las posibilidades anteriores. Justo debajo de ese anillo que se le clava en el pecho, ahora que ella está allí apoyada.
     Dios, como la quiere, joder.

Logan ha decidido acometer esta empresa en solitario, así que —de nuevo— no ha avisado a su hermano o a los demás. Tampoco se sorprende cuando encuentra a Haru esperándolo en el garaje.
 
     —No te irás sin tu observador, Logan. O sin tu hermano. Elije la opción que más te guste.
     Los francotiradores actúan solos únicamente cuando lo hacen a los márgenes de la ley. Logan ha vadeado esos márgenes mil veces, pero siempre con su observador. Para cuando intentaron inculcarles esa idea en el ejército, Haru y él ya la llevaban grabada bajo la piel. Howlett se encargó también de eso. “Nunca trabajes solo”, les decía mil veces. Y eso es lo que han estado haciendo. Hasta ahora, siempre han trabajado juntos.
     —En ese caso, me llevaré a mi hermano —dice.
     —Nunca trabajes solo —Haru repite esas palabras como si le leyese la mente—. Eres un maldito terco cabezón. Y un imbécil.
     —Lo siento.
     —También era mi padre.
     —Ya lo sé.
     —¿En serio pensabas que podías entrar y salir sin que lo supiese? ¿Qué no estaría esperando expectante a que volvieses?
     —En realidad, pensaba que estarías acechando en alguna parte y que te dejaría inconsciente con este espray para dormir de los laboratorios de inventos súper geniales —dice sacando el espray del bolsillo.
     —Es un maldito espray para dormir, lleva siglos inventado. La estupidez es una de las dos cosas que se ven con mayor claridad en retrospectiva. La otra son las oportunidades perdidas. Aquí tienes las dos delante de ti, Logan. La oportunidad de acabar con todo esto y la estupidez de pretender hacerlo solo. No lo hagas, no saldrá bien —el ceño de Haru estaba fruncido en un gesto severo que a Logan no le gustaba nada cuando iba dirigido a él—. Entonces, ¿voy a dormir o no?
     —No —y Logan tiene la decencia de parecer avergonzado al responder.
     —Mejor, porque ya te digo que eso me hubiese cabreado infinitamente.
     —Lo sé.
     —Hubiese tardado siglos en desenfadarme.
     —Lo sé.
     —Puede que no hubiese sucedido nunca.
     —Lo sé.
     —Es más, que te hayas largado una semana ya me tiene bastante ofuscado ahora mismo.
     —Lo sé.
     —¿Por qué? ¿Por qué lo has hecho, puto imbécil?
     —Porque me he dejado llevar y no quería que lo vieses, ni mucho menos que participases.
     —Esa era mi decisión.
     —Lo sé.
     —Si vuelves a decir “lo sé” una vez más te voy a dar un puñetazo en la cara. Te lo juro, Logan.
     —Puede que me merezca un puñetazo en la cara.
     —Sí que te lo mereces. Más de uno. ¿A dónde vamos?
     —Al desierto.
     —Odio el desierto.
     —Lo sé.
     —Joder, Logan. Me cago en mi puta vida.


Se han abierto camino en la base semienterrada por la arena. Desde fuera, tan solo parece unas ruinas de las muchas que pueden verse si pasas conduciendo por el desierto el tiempo suficiente. Por dentro es más grande. A Logan le recuerda un poco a uno de esos buques de aspecto fantasmal que han estado sumergidos en el mar demasiado tiempo. Pen se ha atrincherado aquí porque sabe que la venganza iba a llamar a su puerta más pronto que tarde. Logan tiene muy claro que no lo hace por miedo, simplemente es un hombre que sabe escoger sus batallas. Fuera, la tormenta de arena que se estaba fraguando se ha desatado.
     Le gusta cuando el clima coincide con su estado de ánimo. Se siente cósmicamente justificado.
     La luz, que se ha estado filtrando por las grietas de hormigón del techo mientras avanzaban, se ha ido apagando, y lo único que se cuela ahora es el polvo y la arena que arrastra el viento. Logan y Haru caminan en silencio con las armas listas, tratando de evitar que el eco de sus botas delate su posición exacta. Dejan atrás una estela de sangre oscura y cuerpos fríos. El aire huele a pólvora y óxido. No hablan, porque llegados a este punto poco tienen que decirse que no se hayan dicho ya.
     Han estado serpenteando por pasarelas y escaleras de metal y ahora, un par de niveles por debajo, han llegado al final. Pen los espera allí, donde el espacio se abre formando lo que a Logan le parece un pequeño anfiteatro romano. Allí, en medio de todo, como el último jefe de un videojuego.
     —Vienes a cerrarme los ojos y a llenarme la boca de tierra —dice Pen. Un escalofrío recorre la columna vertebral de Logan y le pone la piel de gallina.
     —A eso vengo, maldito hijo de puta —le responde, exactamente de la misma forma que en su sueño.
     En su sueño, Pen siempre termina muerto.
     Pero a veces él también.
     Si matar a Pen le cuesta la vida, Logan está de acuerdo con pagar el precio. Cuando mira a su hermano a los ojos, ve en ellos el reflejo de lo que arde dentro de los suyos: las llamas del purgatorio.
     Un zumbido eléctrico hace oscilar los fluorescentes. No proviene de la base, sino de Pen. “Humano alterado genéticamente”, dice su expediente. Pen lleva unos guantes en los que se está empezando a acumular energía. Eso no parece tener nada de genética alterada, solo tecnología punta.
     No hay cobertura, solo disparar y rezar.
     Antes de que puedan reaccionar, Pen ha juntado las manos y una bola que parece un sol palpitante en miniatura ha aparecido de la nada. Tienen el tiempo justo de saltar sin preámbulos el último tramo de escaleras y rodar, antes de sentir el calor desgarrador y ver como el metal sobre el que habían estado un milisegundo antes se funde lentamente.
     —Hostia puta —dice Haru.
     Logan no dice nada. Apunta el revólver y dispara, acertando a Pen en el hombro. Pen no parece afectado ni lo más mínimo. “Alterado genéticamente”.
     —¿Te han dicho alguna vez que te pareces a él? —pregunta Pen—. No en el físico, eso será de tu madre. Me refiero a los gestos. Tu padre también hizo esa mueca cuando vio que no iba a poder conmigo. Fue justo antes de que lo partiese por la mitad. Se quebró como una rama seca y sonó exactamente igual.
     —Quítate los guantes y podremos hablar más de cerca —dice Logan. Su instinto le dice que dispare a los guantes; su cabeza le dice que no lo haga.
     —Claro, me los quito enseguida —responde Pen lleno de ironía.
     Otra bala le da de lleno en el pecho y Haru vuelve a rodar cuando Pen carga los guantes una vez más.
     Logan corre bordeando el perímetro y salta sobre la espalda de Pen justo cuando éste lanza la segunda ráfaga de lo que sea aquello. No le da tiempo a comprobar si Haru ha logrado esquivarla o no, no piensa en nada cuando se sube a la espalda de esa bestia, únicamente se arrepiente de inmediato de haberlo hecho. Las balas no parecen tener demasiada repercusión, aunque no le ha metido ninguna en la cabeza. Pen se lo sacude como si fuese un insecto molesto, pero no lo deja alejarse, lo agarra de una pierna y lo golpea con el puño en las costillas, partiendo algunas con el impacto. Logan se queda sin respiración y escucha dos disparos más que solo pueden ser de Haru. Siente la sangre caliente de Pen en la cara y cuando levanta la cabeza para mirarlo, descubre un agujero nuevo en su pecho. Salvo por la expulsión inicial, la herida no sangra más.
     Logan aprovecha ese momento para propinarle dos patadas en la cara y apretar los dientes, porque las costillas le duelen como el infierno. Pen alza los puños para golpearlo otra vez, como si fuese el maldito homínido de 2001: Odisea en el espacio. Logan le sacude en la cara y es como pegar contra un muro de hormigón. Puede que se haya roto la mano. Pen sonríe. Es esa sonrisa. La que vio a través de la mira de su rifle el día que habló con él por teléfono, hará cosa de un año, mientras le apuntaba. No le disparó entonces, porque estaba perdido escuchando todo lo que Pen tenía que decirle. Y mierda, era mucho que escuchar… Fue ese día en el que se enteró de cómo había muerto su padre. Cómo crujió su espalda al partirse. “Como una rama seca”, dijo ya entonces, consiguiendo que lo viese todo en rojo.
     Pen descarga dos golpes en su cara y eso, más el peso del hombre que se cierne sobre él, se siente como una prensa hidráulica. La sangre le llena la boca y siente que el ojo le va a estallar. Tiene el pómulo roto y, posiblemente, una conmoción cerebral.
     Pen carga los guantes una vez más y se gira buscando a su hermano. Logan lo ve debajo de una de las escaleras. Conserva el revólver —ambos han preferido siempre la potencia del calibre 44 Magnum por encima de cualquier otra arma de fuego— y Logan piensa que si es capaz de meterle una de las balas en la sesera a bocajarro, Pen podrá reunirse con el barquero para que lo lleve directo al infierno. También ve que Haru tiene la parte izquierda de su chaqueta firmemente adherida a la piel del brazo como resultado de una quemadura bastante fea.
     Logan empuja a Pen para arruinar su puntería y la ráfaga de energía pasa tan cerca de su hermano, que ha vuelto a rodar, esta vez sobre su herida, que ha tenido que quemarle las pestañas. Ha escuchado su gemido lastimero y, ahora que está algo más cerca de él, puede ver mejor la quemadura. El rojo de la carne al descubierto aparece entre los jirones de la manga y tiene los dientes tan apretados que casi puede escucharlos rechinar. Pese a todo, Haru es rápido y se mueve deprisa, se lanza sobre Pen como ha hecho él antes y empuja una rodilla contra su cara. El golpe no lo daña, pero sí lo desestabiliza, haciéndolo caer de lado. Logan aprovecha para sacar el otro revólver de la funda de su costado. Es bueno que sea tan hábil en esto. Puede hacerlo dormido o casi con los ojos cerrados, que es exactamente como se encuentra ahora mismo, tras el tratamiento de Pen. Aturdido y con la visión tan borrosa que apuntar será más instinto que técnica. También es bueno que sepa hacerlo con ambas manos, ya que la derecha, de momento, no está en condiciones de disparar a nadie.
     Intenta no pensar en los golpes que está recibiendo su hermano, ahora en el suelo a la misma altura que Pen. Si Logan pudiese ver con claridad, vería algo parecido a dos amantes abrazados en una violenta coreografía. Haru ha mordido la cara de Pen y, si sobreviviese a este encuentro, ya no podría participar en ningún certamen de belleza masculina. Pen aúlla y se ensaña, descargando su puño sobre el suelo de cemento, que se agrieta ligeramente —aunque todos están tan ocupados que nadie repara en ello—.
     Logan apunta —puro instinto—, inhala, reza para no darle a su hermano, porque sus cabezas están tan juntas que las probabilidades son bastante altas, y dispara.
     Tampoco puede ver el resultado, pero Haru sí lo ve. Lo ve porque la cabeza de Pen, a la que ahora le falta algo así como la mitad, estaba rozando la suya. Lo que le falta ha salido disparado y la mayor parte de eso está sobre él, pegajoso y caliente.
     Logan se arrastra asustado, porque Haru no se mueve y está bañado en sangre. Se acerca hasta que lo escucha respirar con dificultad y sonríe cuando entra dentro de su campo de visión. Lo ayuda a apartarse de Pen, sin que ninguno de los dos pueda levantarse todavía. Pen parece pesar aún más muerto que vivo cuando lo empuja lo más lejos posible con ambos pies. El ambiente es denso debido al humo, y hay un olor acre, penetrante,  picante y muy desagradable que proviene de todo metal quemado a su alrededor.
     —¿Te das cuenta de que estarías muerto si hubieses venido solo? —le pregunta Haru.
     —Oye, vamos a dejar eso atrás. Tengo un dolor de cabeza terrible, ¿sabes? —responde cerrando los ojos.
     —Solo quería confirmar que eres consciente de eso.
     —Soy consciente de eso.
     —No vuelvas a hacerme esa mierda, lo digo enserio. Nunca.
     —Nunca. Prometido —Logan le tiende el meñique estirado de la mano sana y Haru enrosca el suyo en él.
     —Está muerto, Logan —dice Haru sin intención de soltarlo aún.
     —Lo está.
     —No me lo puedo creer.
     —Yo tampoco. Eso tiene mala pinta —dice Logan señalando el brazo izquierdo de Haru.
     —Parece peor de lo que es…
     —¿En serio?
     —No. Pero ojalá lo fuera. 
     Logan se da la vuelta, tratando de no vomitar en el proceso, y se deja caer boca arriba al lado de su hermano. Se da cuenta de que ha estado ligeramente equivocado imaginando cómo se sentiría cuando estuviese hecho. El vacío sigue allí, eso es cierto, pero también hay alivio —alivio porque Pen está muerto y ellos vivos—. Y ganas de volver a casa y besar a Jamie y abrazar a Andy. “Solo una persona puede llenar el vacío que deja otra”. Eso también lo dijo su padre. Logan tiene personas. Últimamente tiene más de las que se hubiese imaginado que tendría. Tiene incluso más de las que cree que merece. Quizá su hermano tiene razón y el tiempo y las personas harán que el vacío desaparezca. O se haga más pequeño. Si él deja que suceda.
     Logan piensa que ahora está listo para eso, para dejar que suceda. Y para ver a un médico.
     —No te duermas —le dice Haru empujándolo ligeramente con su hombro bueno.
     —No me duermo.
     —Te estás durmiendo. Cristo, Logan, por una vez en la vida, tener la cabeza tan dura te ha servido para algo. ¡No te duermas, maldita sea!


Logan se despierta y escucha el sonido rítmico de las constantes vitales estables de las máquinas a su alrededor y duele. Respirar duele. Abrir los ojos duele. La luz duele. Tiene la boca seca y se nota la mitad de la cara entumecida. La mano derecha está entablillada, aunque ahora puede decir que no estaba rota. O puede que solo se lo parezca por el exceso de analgésicos en sangre. Se lleva la mano libre al pecho buscando la cajita en un gesto instintivo, pero solo encuentra el tejido áspero de la bata de hospital. Siente movimiento a su lado y enseguida ve a Jamie, que se inclina sobre él con cara preocupada.
     —Jamie —dice. Y la voz le sale ronca, como si no la hubiese usado en siglos.
     Jamie le acerca un vaso de agua con una pajita y bebe. Tragar duele.
     —Está bien, tómatelo con calma.
     —¿Y Haru?
     —Está en la habitación de al lado. Algunos huesos rotos y una quemadura de tercer grado en el brazo. Estuvo en el quirófano para limpiarla y la cubrieron con una piel sintética utilizando una técnica bastante novedosa. No ha habido daño grave en músculos ni huesos, aunque tardará una temporada en volver a trabajar y le quedará una buena cicatriz. Se pondrá bien, Nia está con él.
     —¿Cuánto tiempo ha pasado?
     —Tres días.
     —¿Tres días?
     —Tienes una fractura en la cabeza y una conmoción cerebral, Logan.
     —Sí, ahora que lo dices, supongo que se sentía como todo eso. Sigo viendo borroso.
     —Eso es por la conmoción. Han dicho que se te pasará. Os fuisteis solos al maldito desierto… Si no fuese por la conmoción te daría otro golpe —Logan se da cuenta de que Jamie está llorando. También de que no le gusta nada que lo haga por su culpa.
     —Ven aquí —le dice, moviéndose un poco en la cama para hacerle sitio.
     —Logan, no pienso tumbarme en la cama, tienes rotas la mitad de las costillas.
     —Ven aquí —repite, y tira de ella con la mano libre—. Puedes tumbarte con cuidado.
     Jamie deja de resistirse y se tumba, apoyándose en su hombro y dejando caer su brazo en medio de los dos. Logan le coge la mano, porque necesita tocarla.
     —Te quiero, cabrón estúpido. No vuelvas a hacerme esto… Me has asustado muchísimo, menos mal que estás vivo.
     —Repite eso —los oídos de Logan están pitando como una tetera. Como una olla exprés. Como la válvula de seguridad de un tren de vapor.
     —¿Lo de cabrón estúpido?
     No puede verle la cara, pero Logan sabe que está sonriendo.
     —No, eso no, lo otro.
     —Te quiero, joder.
     —¿Has leído la carta?
     —Sí.
     —Se supone que tenías que leerla si no volvía.
     —No lo especificaste y es la primera carta post mortem que recibo.
     —¿Y aun así me quieres? ¿A pesar de todo eso?
     —No, te quiero aún más por todo eso. Y también por contármelo. Entiendo que no me lo pudieses contar en persona, la carta me sirve. Siento mucho que te hayas sentido así todo este tiempo y que no hayas podido contárselo a nadie.
     —¿Dónde está la ropa que llevaba?
     —En el armario, aunque habría que quemarla.
     —Tráeme la chaqueta, ¿quieres?
     —Me has hecho tumbarme, ¿no puede esperar?
     —No.
     Jamie obedece y busca su chaqueta en el armario.
     —Huele que apesta —dice, sujetándola con el índice y el pulgar, lo más lejos posible de ella.
     —Es por la sangre.
     Logan busca en el bolsillo y encuentra la cajita. Estaba preocupado porque, en su breve pero intensa lucha con Pen, había posibilidades de que se hubiese caído de su bolsillo y se hubiese quedado allí, enterrada en la arena. Cuando la saca, le pide a Jamie que vuelva a meter la chaqueta dónde estaba, porque huele realmente mal y el olor hace que piense en Pen y el desierto. Y no es el momento de pensar en eso. Es más, intentará no volver a pensar nunca en eso.
     Logan abre la cajita y le muestra a Jamie lo que hay dentro.
     —Logan, es un anillo —susurra Jamie.
     —Sí, sé lo que es, lo compré yo.
     —¿Cuándo?
     —En Navidad.
     —¿En Navidad?
     —Sí, Jamie, en Navidad.
     —¿Y por qué has tardado tanto?
     —No quería asustarte. No sabía cuál sería la respuesta y no quería escucharte decir “no”. Pensaba que no me merecía algo así de bueno y que tú no te mereces algo… Bueno, así —añade, encogiéndose de hombros con un gesto de dolor—. Eso lo sigo pensando.
     —¿Te refieres a que no me merezco a un tío que sigue siendo ridículamente atractivo hasta con la cara echa puré?
     —No puedo arrodillarme ahora mismo —dice con una sonrisa torcida, ignorando el comentario. Saca el anillo de la caja con su única mano funcional y se lo pone en el dedo anular de la mano que ella le tiende. Encaja perfectamente, pero Logan ya lo sabía, porque ese anillo estaba destinado a ese dedo —, así que esto tendrá que servir, porque ya no voy a esperar más.
     —Te hubiese dicho que sí en Navidad. Y ya decidiré yo lo que merezco, Logan, si no te importa.
     Logan hace un gesto para que Jamie se vuelva a tumbar a su lado y ella lo hace.
     —Yo también te quiero. Y también me daba miedo asustarte con eso.
     —Oye, digas lo que digas no me vas a asustar, ¿vale? Puedes decirme lo que quieras, lo único que me asusta es que te traigan como te han traído o que, directamente, no vuelvas.
     —Lo siento. Te prometo que intentaré hacerlo mejor a partir de ahora.
     —Andy y yo te tomamos la palabra.
     —¿Dónde está?
     —Con Trudy. Solo he salido de aquí para cenar con él cada día. Estaba aterrado. No hemos querido que viniese hasta que no pudiese verte despierto. Si te hubiese visto así, dormido, se hubiese asustado más.
     —¿No hemos quedado en que estoy ridículamente atractivo hasta con la cara echa puré?
     —Cállate.


Extras

 

Justice cojea con dificultad por el despacho hasta el archivador. Capitán parpadea lentamente desde su trono en el sofá, donde llevaba todo el día lamiéndose las patas, las pelotas y el culo, mientras juzga severamente la existencia humana.
     —¿Sabes dónde coño he metido los formularios 12B? —le pregunta al gato—. No, claro que no lo sabes.
     Capitán bosteza, porque pensar en el paradero de los formularios 12B le da sueño.
     —Pero eso no es lo peor —refunfuña indignado—. Lo peor es que tampoco encuentro el maldito anexo 27C porque, quien puñetas quiere rellenar nunca uno de esos. Ya ves, Capitán, le disparas a alguien y nunca basta con rellenar el informe y decir que te disparó primero. Eso sería en un mundo dónde las cosas fuesen fáciles y sencillas y yo no tuviese que estar horas y horas rellenando formularios que ni siquiera encuentro… Formularios dónde detallar debidamente cosas como la temperatura ambiente, la dirección del viento, si el agresor tenía alergia al gluten o si el enfrentamiento interfirió con algún evento religioso. Como si a mí me apeteciese darle una paliza a una octogenaria y lanzarla al espacio. Se parecía a mi abuela, ¿sabes? Bueno, no físicamente, claro, pero ya me entiendes.
     Capitán se despereza, girando el cuerpo con una elasticidad insultante y quedando boca arriba en una postura obscena.
     —Eres un marrano, no pienso acariciarte ahí. Ni siquiera estás escuchando lo que te digo, ¿verdad? Ahora que lo pienso, lo de la vieja también tiene que ir en un informe de incidencia 46-D. Puede que todos aquí pensemos que las normas de seguridad son más bien sugerencias y no obligaciones, pero eso que quede entre tú y yo.
     Justice regresó a su silla tras varios minutos de búsqueda, con una nueva pila de papeles en las manos. Se dejó caer sobre la mesa, golpeando otra pila de carpetas con la cabeza.
     —Disparar a la gente es fácil, Capitán. Eso es lo de menos. Lo difícil es la burocracia.
     El gato lo miró fijamente con su eterno desdén felino.
     —Exacto. Tú me entiendes.
     Capitán se lamió la pata y la pasó por su oreja, ignorándolo por completo.
     —Cómete eso, Capitán —dice, señalándole al animal el cuenco olvidado del rincón, lleno de comida sin tocar que no es su comida habitual—. Hay gatos muriéndose de hambre en china a los que les encantaría un bol de selectas delicias Friskies.
     Capitán decide que semejante comentario no merece respuesta, así que agita la cola y se escurre por la gatera, dejando a Justice solo.
     —¡Oye, desagradecido, no me dio tiempo de ir hasta la tienda gourmet! ¡Capitán, vuelve aquí, es una orden!
     Capitán es un rebelde que no reconoce las órdenes. No vuelve.


*   *   *


Haru sale del hospital cinco días después que Logan, con Nia colgando alegre de su brazo sano.
     —Podríamos mudarnos a mi casa mientras te recuperas. Podría atenderte mucho mejor en mi bañera que en tu ducha. Mi cama es más grande y correrías menos riesgos de ser aplastado. Y podría cocinar para ti, porque tu apartamento no tiene cocina —añade Nia, mirándolo de reojo y casi sin parar a coger aire. ¿Qué me dices?
     —Te digo sí a todo, pero yo cocino.
     —No puedes cocinar con un solo brazo.
     —Entonces te ayudaré supervisando directamente todo lo que hagas.
     Nia se detiene al llegar al ascensor que, después de los recientes acontecimientos,  ya ni siquiera le acelera el pulso, y lo mira fijamente.
     —Puedes respirar otra vez, Haru. Solo te tomaba el pelo… No pienso cocinar —dice echándose a reír—. Dios, para eso está el servicio a domicilio, joder. Tengo un par de números de sitios con comida casera, te encantarán, ya lo verás.
     —Eres cruel.
     —Ojalá te hubiese hecho una foto de la cara que has puesto.
     —Sobrevivir a todo eso para morir envenenado es algo que hace que te cambie la cara, Nia.
     —¿Quién es el cruel ahora?
     —Estaba pensando en cómo entrar comida en tu casa sin que te dieses cuenta mientras hablabas.
     —No hubieses sido capaz…
     —Ya te digo yo que sí. Y, ¿cuando dices lo de atenderme en tu bañera…?
     —Te gustaría saber más sobre eso, ¿verdad?
     —Sí, me gustaría mucho saber más sobre eso.
     —Quizás tengas que comer algo que yo haya cocinado antes.
     —…
     —Joder, es broma, ¿vale? NO VOY A COCINAR.
     —¿Hay algo que pueda decir que evite que también conduzcas?
     —Me temo que eso no es negociable.
     —Vaya por Dios. ¿Puedes llevar, al menos, uno de los Subaru?
     —Eso tampoco es negociable, guapo.



*   *   *


Número total de lápices que Nia ha perdido o destrozado desde que comenzó esta historia: 567
Número total de condones comprados de forma absolutamente impulsiva por Nia gastados: Se desconoce la cifra concreta, pero han sido unos cuantos desde que el primero cayó vacío al suelo. El resto, estaban todos llenos.


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