Capítulo 3

 De cuando Nia consigue un ascenso y resulta ser literal

 

Nia casi ha logrado convencerse de que no está nerviosa. Lleva dos años trabajando en el complejo. Tiene dos doctorados. En su momento, había sido capaz de pasar diecinueve meses en medio de la nada en Groenlandia, investigando la radiación extraplanar, y había tenido éxito. Cuándo regresó, ocho colegas distintos habían leído su artículo y se habían quedado boquiabiertos por su forma de resolver el problema del puente estroboscópico sin sobrecalentar el rotor del… Oye, nada de eso importa. Es inteligente, capaz, trabaja mucho más duro que cualquiera y es un maldito genio —bueno, según Jamie y eso no cuenta del todo, porque Jamie es su mejor amiga y hay que bajar un poco el tono de esa clase de cumplidos—. Conoce su investigación del derecho y del revés. Es la mejor candidata para el trabajo. Mucho mejor que Fowler, eso está claro. Fowler no puede distinguir las lecturas del espectrómetro de las del magnetómetro. 
     Pero entonces entra en el ascensor y, para colmo de males, ya hay allí dos tipos, ambos absurdamente altos y obscenamente atractivos. —¿Ese tono blanco en el pelo es normal? Está casi segura de que no lo es—. Podrían haber salido de una de esas noveluchas tórridas que ella lee a escondidas cuando hace tiempo en las máquinas del laboratorio. —No se avergüenza de leer basura teniendo dos doctorados, pero nunca lo reconocería delante de Fowler—. Respira hondo y se concentra en no tener un ataque de pánico delante de esos dos tíos. El moreno le suena de algo pero, aunque Nia jamás olvida una cara, dentro de ese maldito ascensor, no puede concretarlo.
     Nia ha pasado sus datos a la tablet; está segura de que le van a sudar las manos y los papeles terminarían empapados. Tamborilea con su lápiz en la pierna, hasta que sale disparado y desaparece por el hueco de debajo de la puerta en dirección al sótano. Siente como se forman cercos en las axilas de su blusa Springfield. En el reflejo de metal de las paredes, ve como los dos tíos se miran. El de pelo blanco se mueve un poco. El moreno, no. Todo empieza a estar borroso. Intenta pensar en los familiares números pero, cuando los va a buscar, descubre que la han abandonado, los muy hijos de puta. Nia tampoco suele olvidar algo así. Desea que las puertas se abran, aunque sea por un segundo. Que se le permita respirar algo más de aire del que cabe en esa diminuta lata. —En realidad caben cómodamente unas ocho personas, pero ella siente como las paredes se encogen a medida que suben—. Sin embargo, el ascensor no se detiene. Está empeñado en llevarla directamente a dónde necesita ir, el piso mil putos millones. Nia trabaja en la octava planta y, cada mañana, sube por las escaleras. Eso le permite vivir una vida más o menos tranquila y lucir unos glúteos firmes. Si le dan el maldito trabajo ya no podrá subir por las escaleras. —Mil putos millones son demasiados pisos para subirlos por las escaleras—. Sus opciones serán, quedarse a vivir en el laboratorio nuevo o padecer esta tortura dos veces al día. Quizá ese mierda de Fowler debería quedarse con su puesto.
     Ni de coña. No lo va a permitir. No permitirá que su claustrofobia le impida ese ascenso.
     Nia se ríe del chiste y su risa suena como la de una demente. Los dos hombres vuelven a mirarse.
     No queda aire, joder. Alguien lo está succionando todo. Seguramente esos dos súpermodelos capullos.
     Las puertas dobles del ascensor se abren en la planta mil putos millones, su planta. Ella sale rápidamente, dando un traspiés y casi cayendo, de no ser porque uno de los hombres —el moreno— tiene los reflejos de… de algo con súperreflejos, joder.
     Joder.
     Joder.
     JODER.
     —¿Estás bien? —le pregunta.
     —No —le responde, sin molestarse en levantar la cabeza y soltándose de su agarre con un tirón firme. Más firme de lo que ella se siente. 
     No mira atrás y no lo ve allí, plantado en la puerta que se cierra, con el ceño fruncido. Mierda. Joder. Está bien. Mierda. La gente no muere por estar en espacios reducidos. Joder.
     Siempre se olvida de eso. Aunque Nia cree que sí podría morir de un ataque de pánico. Es tan sumamente ridícula que podría ser la primera persona en morir de eso.

Camina por el pasillo, decidiendo que todo el martirio podría merecer la pena cada vez que pasa al lado de una de las enormes ventanas de vidrio reforzado que dejan ver los distintos espacios de trabajo, plagados de máquinas carísimas y tecnología extremadamente avanzada. No sabe cuántos laboratorios tienen en el edificio. Ella está en el de la octava planta, luego están estos y también, un par de pisos por debajo, los de Jamie, que son más para fabricar juguetes que explotan y cosas así.
     Los laboratorios del nivel superior son impresionantes. Y están vacíos. Siente una pequeña punzada de indignación a pesar de sí misma. Las cosas que haría si todo esto estuviese al alcance de su mano… Camina con decisión hasta la puerta cerrada que hay al final del pasillo y toca tres veces. No tarda demasiado en escuchar pasos al otro lado, aproximándose para abrirla. Nia reconoce perfectamente al hombre que tiene delante y se pone roja. No roja de vergüenza… roja de rabia contenida.
     Tenía que haber algo más a parte del maldito ascensor… El director Qi tenía que ser su jefe dentro del mismo espacio.

Nia recuerda perfectamente la mañana de hace tres semanas, en la que el dichoso hombrecillo se había presentado en su laboratorio de la octava planta. Lo había hecho de una forma terriblemente grosera, intimidando a Fowler —algo que a Nia no le importó en absoluto— y borrando los datos de las diversas pizarras mientras gritaba y se estiraba de la corbata. Había humillado al hombre hasta el punto de dejarlo reducido a un amasijo sudoroso de nervios y gomina licuada. Sus ojos bovinos mirando con espanto, tratando de esconderse detrás de cada mueble que tenían en la habitación o de encogerse al tamaño de una molécula. Nia había aplaudido el encuentro en riguroso silencio. A fin de cuentas, Fowler no hacía más que ningunearla, menospreciarla y robar descaradamente todo su trabajo. No la respetaba ni como profesional ni como persona, y Nia era plenamente consciente de que la había saboteado, deliberadamente, al menos tres veces. Así que estaba disfrutando del trato que Qi le dispensaba. Hasta que ese odioso idiota fue directo a sus pizarras.
     —¡NO! —le había gritado Nia, poniendo una mano delante de él cuando se acercó lo suficiente. Podía escuchar el castañeteo de los dientes de Fowler desde donde se encontraba.
     —¿Cómo qué no?
     —Si borra un solo número de esas pizarras vamos a tener un problema.
     —Estoy aquí para ver tu trabajo —dijo furioso en voz baja.
     —Pues mírelo sin borrarlo, maldita sea.
     El hombre se había quedado allí, de pie, durante al menos dos minutos. En completo silencio. Después se había dado la vuelta y había salido del laboratorio.
     Y hasta ese momento, eso había sido todo.

     —Tu cabeza es extremadamente simétrica —le dice Qi, ajustándose las gafas para verla bien. Parece mucho más relajado que la última vez. Casi sumiso, incluso. A Nia eso le da aún más miedo—. Lo siento, me han dicho que debo trabajar en los cumplidos. ¿Lo encuentras aceptable?
     El director Qi se quita las gafas y limpia los cristales con el dobladillo de la camisa que sobresale desordenadamente de sus pantalones.
     —No, definitivamente no puedo decir que lo encuentre aceptable.
     —Bien. Me gusta la sinceridad, por eso estás aquí.
     —¿No estoy aquí por mi trabajo?
     —Sí, también. —responde haciendo un gesto vago con la mano antes de colocarse las gafas de nuevo. Nia no entiende como esas gafas no están destruidas y ralladas por el maltrato constante—. Vamos, pasa. Entra y siéntete como en tu casa. Pero imagina que tu casa es un lugar en el que no puedes tocar nada.

La conversación ha sido rara, por llamarlo de alguna forma. El director Qi la ha contratado. El trabajo es suyo, si lo quiere. Y Nia lo quiere, joder. Después de ver todo lo que tienen allí, no está segura de ser capaz de quedarse en su puesto de la octava si la hubiese rechazado. El director Qi ha resultado ser un firme entusiasta de su trabajo —Nia sospecha que también le gusta que lo ponga firme, pero ella está trabajando mucho para no pensar en eso—.
     Nia cree que puede trabajar con el extravagante carácter de Qi. A fin de cuentas, había estado bajo el mando del peor director de investigación del mundo… Nia había impedido un cataclismo de dimensiones globales —literalmente, lo había hecho— mientras trabajaba con ese espécimen…
     Puede manejar a un tipo raro como Qi sin despeinarse.
     Lo del ascensor es otro cantar. 

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