De cuando Nia consigue un ascenso y resulta ser literal
Nia
casi ha logrado convencerse de que no está nerviosa. Lleva dos años trabajando
en el complejo. Tiene dos doctorados. En su momento, había sido capaz de pasar
diecinueve meses en medio de la nada en Groenlandia, investigando la radiación
extraplanar, y había tenido éxito. Cuándo regresó, ocho colegas distintos
habían leído su artículo y se habían quedado boquiabiertos por su forma de
resolver el problema del puente estroboscópico sin sobrecalentar el rotor del…
Oye, nada de eso importa. Es inteligente, capaz, trabaja mucho más duro que
cualquiera y es un maldito genio —bueno, según Jamie y eso no cuenta del todo,
porque Jamie es su mejor amiga y hay que bajar un poco el tono de esa clase de
cumplidos—. Conoce su investigación del derecho y del revés. Es la mejor
candidata para el trabajo. Mucho mejor que Fowler, eso está claro. Fowler no
puede distinguir las lecturas del espectrómetro de las del magnetómetro.
Pero entonces entra en el ascensor y, para
colmo de males, ya hay allí dos tipos, ambos absurdamente altos y obscenamente
atractivos. —¿Ese tono blanco en el pelo es normal? Está casi segura de que no
lo es—. Podrían haber salido de una de esas noveluchas tórridas que ella lee a
escondidas cuando hace tiempo en las máquinas del laboratorio. —No se
avergüenza de leer basura teniendo dos doctorados, pero nunca lo reconocería
delante de Fowler—. Respira hondo y se concentra en no tener un ataque de
pánico delante de esos dos tíos. El moreno le suena de algo pero, aunque Nia
jamás olvida una cara, dentro de ese maldito ascensor, no puede concretarlo.
Nia ha pasado sus datos a la tablet; está
segura de que le van a sudar las manos y los papeles terminarían empapados.
Tamborilea con su lápiz en la pierna, hasta que sale disparado y desaparece por
el hueco de debajo de la puerta en dirección al sótano. Siente como se forman
cercos en las axilas de su blusa Springfield.
En el reflejo de metal de las paredes, ve como los dos tíos se miran. El de
pelo blanco se mueve un poco. El moreno, no. Todo empieza a estar borroso.
Intenta pensar en los familiares números pero, cuando los va a buscar, descubre
que la han abandonado, los muy hijos de puta. Nia tampoco suele olvidar algo
así. Desea que las puertas se abran, aunque sea por un segundo. Que se le
permita respirar algo más de aire del que cabe en esa diminuta lata. —En
realidad caben cómodamente unas ocho personas, pero ella siente como las
paredes se encogen a medida que suben—. Sin embargo, el ascensor no se detiene.
Está empeñado en llevarla directamente a dónde necesita ir, el piso mil putos
millones. Nia trabaja en la octava planta y, cada mañana, sube por las
escaleras. Eso le permite vivir una vida más o menos tranquila y lucir unos
glúteos firmes. Si le dan el maldito trabajo ya no podrá subir por las
escaleras. —Mil putos millones son demasiados pisos para subirlos por las
escaleras—. Sus opciones serán, quedarse a vivir en el laboratorio nuevo o
padecer esta tortura dos veces al día. Quizá ese mierda de Fowler debería
quedarse con su puesto.
Ni de coña. No lo va a permitir. No
permitirá que su claustrofobia le impida ese ascenso.
Nia se ríe del chiste y su risa suena como
la de una demente. Los dos hombres vuelven a mirarse.
No queda aire, joder. Alguien lo está
succionando todo. Seguramente esos dos súpermodelos capullos.
Las puertas dobles del ascensor se abren
en la planta mil putos millones, su planta. Ella sale rápidamente, dando un
traspiés y casi cayendo, de no ser porque uno de los hombres —el moreno— tiene
los reflejos de… de algo con súperreflejos, joder.
Joder.
Joder.
JODER.
—¿Estás bien? —le pregunta.
—No —le responde, sin molestarse en
levantar la cabeza y soltándose de su agarre con un tirón firme. Más firme de
lo que ella se siente.
No mira atrás y no lo ve allí, plantado en
la puerta que se cierra, con el ceño fruncido. Mierda. Joder. Está bien.
Mierda. La gente no muere por estar en espacios reducidos. Joder.
Siempre se olvida de eso. Aunque Nia cree
que sí podría morir de un ataque de pánico. Es tan sumamente ridícula que
podría ser la primera persona en morir de eso.
Camina
por el pasillo, decidiendo que todo el martirio podría merecer la pena cada vez
que pasa al lado de una de las enormes ventanas de vidrio reforzado que dejan
ver los distintos espacios de trabajo, plagados de máquinas carísimas y
tecnología extremadamente avanzada. No sabe cuántos laboratorios tienen en el
edificio. Ella está en el de la octava planta, luego están estos y también, un
par de pisos por debajo, los de Jamie, que son más para fabricar juguetes que
explotan y cosas así.
Los laboratorios del nivel superior son impresionantes.
Y están vacíos. Siente una pequeña punzada de indignación a pesar de sí misma.
Las cosas que haría si todo esto estuviese al alcance de su mano… Camina con
decisión hasta la puerta cerrada que hay al final del pasillo y toca tres
veces. No tarda demasiado en escuchar pasos al otro lado, aproximándose para
abrirla. Nia reconoce perfectamente al hombre que tiene delante y se pone roja.
No roja de vergüenza… roja de rabia contenida.
Tenía que haber algo más a parte del
maldito ascensor… El director Qi tenía que ser su jefe dentro del mismo
espacio.
Nia
recuerda perfectamente la mañana de hace tres semanas, en la que el dichoso
hombrecillo se había presentado en su laboratorio de la octava planta. Lo había
hecho de una forma terriblemente grosera, intimidando a Fowler —algo que a Nia
no le importó en absoluto— y borrando los datos de las diversas pizarras
mientras gritaba y se estiraba de la corbata. Había humillado al hombre hasta
el punto de dejarlo reducido a un amasijo sudoroso de nervios y gomina licuada.
Sus ojos bovinos mirando con espanto, tratando de esconderse detrás de cada
mueble que tenían en la habitación o de encogerse al tamaño de una molécula.
Nia había aplaudido el encuentro en riguroso silencio. A fin de cuentas, Fowler
no hacía más que ningunearla, menospreciarla y robar descaradamente todo su
trabajo. No la respetaba ni como profesional ni como persona, y Nia era
plenamente consciente de que la había saboteado, deliberadamente, al menos tres
veces. Así que estaba disfrutando del trato que Qi le dispensaba. Hasta que ese
odioso idiota fue directo a sus pizarras.
—¡NO! —le había gritado Nia, poniendo una
mano delante de él cuando se acercó lo suficiente. Podía escuchar el castañeteo
de los dientes de Fowler desde donde se encontraba.
—¿Cómo qué no?
—Si borra un solo número de esas pizarras
vamos a tener un problema.
—Estoy aquí para ver tu trabajo —dijo
furioso en voz baja.
—Pues mírelo sin borrarlo, maldita sea.
El hombre se había quedado allí, de pie,
durante al menos dos minutos. En completo silencio. Después se había dado la
vuelta y había salido del laboratorio.
Y hasta ese momento, eso había sido todo.
—Tu cabeza es extremadamente simétrica —le
dice Qi, ajustándose las gafas para verla bien. Parece mucho más relajado que
la última vez. Casi sumiso, incluso. A Nia eso le da aún más miedo—. Lo siento,
me han dicho que debo trabajar en los cumplidos. ¿Lo encuentras aceptable?
El director Qi se quita las gafas y limpia
los cristales con el dobladillo de la camisa que sobresale desordenadamente de
sus pantalones.
—No, definitivamente no puedo decir que lo
encuentre aceptable.
—Bien. Me gusta la sinceridad, por eso
estás aquí.
—¿No estoy aquí por mi trabajo?
—Sí, también. —responde haciendo un gesto
vago con la mano antes de colocarse las gafas de nuevo. Nia no entiende como
esas gafas no están destruidas y ralladas por el maltrato constante—. Vamos,
pasa. Entra y siéntete como en tu casa. Pero imagina que tu casa es un lugar en
el que no puedes tocar nada.
La conversación ha sido rara, por llamarlo
de alguna forma. El director Qi la ha contratado. El trabajo es suyo, si lo
quiere. Y Nia lo quiere, joder. Después de ver todo lo que tienen allí, no está
segura de ser capaz de quedarse en su puesto de la octava si la hubiese
rechazado. El director Qi ha resultado ser un firme entusiasta de su trabajo
—Nia sospecha que también le gusta que lo ponga firme, pero ella está
trabajando mucho para no pensar en eso—.
Nia cree que puede trabajar con el
extravagante carácter de Qi. A fin de cuentas, había estado bajo el mando del
peor director de investigación del mundo… Nia había impedido un cataclismo de
dimensiones globales —literalmente, lo había hecho— mientras trabajaba con ese
espécimen…
Puede manejar a un tipo raro como Qi sin
despeinarse.
Lo del ascensor es otro cantar.