El tercer día amaneció desenfocado. Andy estaba nervioso, más callado de lo habitual, golpeando sin descanso la pata de la silla de mimbre con el pie mientras desayunaban. “Esperando la sentencia”, le había respondido escuetamente cuando ella le preguntó si estaba bien, al verlo inquieto y retraído. Habían quedado con Justice a última hora de la mañana, y Jamie esperaba que los vecinos mantuviesen la cabeza de Andy fuera de todos esos pensamientos que giraban allí, como agua sucia en un desagüe cuando quitas el tapón que la retiene, así que decidió embarcarlo en la enorme tarea de repartir regalos de agradecimiento por la comida. Jamie, que era previsora y nunca tenía tiempo para estas cosas, guardaba dos arcones enormes en su almacén, llenos de detalles no perecederos, envueltos algunos en telas de colores o guardados otros en cajitas de madera —que también hizo en su día—. Eligió cuidadosamente todos los que iba a entregar y junto al niño, los cargaron en el carrito en el que solía llevar sus comisiones de un sitio a otro, añadiendo también las que tenía pendientes del día anterior.
A estas alturas, el niño ya conocía a casi todos los vecinos. A algunos se los habían encontrado mientras caminaban de un sitio a otro y otros habían pasado por la casa de nuevo, a pesar de haber dejado comida el día anterior.
—¿Crees de verdad que es necesario hacer esto habiéndolos visto y agradecido ya a todos? —preguntó Andy mientras cargaban el carrito.
—Muy necesario. Ellos esperan que lo hagamos, así que no debemos hacerlos esperar en vano.
Los hombros de Andy se hundieron un poco más, dándole un aspecto arrugado, muy acorde a su estado general.
—¿Crees que decidirán llevarme a otra parte? —susurró, haciendo una mueca que trataba de camuflar un puchero.
—¿Llevarte a otra parte? ¿Estás preocupado porque piensas eso? —el niño asintió, sin mirarla—. No te van a llevar a ningún sitio, vas a quedarte aquí, es oficial.
—¿Oficial?
—He firmado papeles que dicen que estas a mi cargo. Nadie puede llevarte a ninguna parte sin mi consentimiento —explicó, agachándose para quedar a la altura del niño y cogiéndole las manos—. Y lo único que quiere Justice es hacerte unas preguntas. Ya sabes sobre qué.
—Me preguntará todo sobre ellos.
—Sí.
—¿Vas a estar allí?
—¿Quieres que esté?
—No… Seguramente voy a mentir bastante... No quiero que lo veas, aunque lo sepas. No se lo vas a decir, ¿verdad? —preguntó alarmado, como si acabase de darse cuenta de que había dicho todo eso en voz alta.
—No les voy a decir nada, Andy. Y por lo que a mí respecta, que mientas hoy a Justice o que decidas no decirle toda la verdad es solo cosa tuya. No me gustan las mentiras, pero entiendo que estás en una posición bastante mala y yo me mantendré al margen digas lo que digas.
En realidad quería decirle que lo apoyaría pasase lo que pasase, no que se mantendría al margen, pero quizás era demasiado pronto para eso. Su relación iba por muy buen camino, pero aún tenía que asentarse para comenzar a dar muestras de confianza, por mucho que ella quisiese hacerlo. Jamie sentía que tenía mucho trabajo por delante con el niño, y gran parte consistía en dejar correr el tiempo.
Un concepto muy familiar.
Justice caminaba
arriba y abajo por la pequeña oficina del Cuerpo Civil, esperando a que Jamie
llegase con Andy. Había sacado a Unsuur a la calle con la excusa de que los
recibiese allí porque necesitaba pensar en soledad.
La conversación se había
repetido en bucle en su cabeza de forma ininterrumpida desde que habían fijado
una hora, y todo seguía sonándole a mierda. No había forma de que interrogar a
un crío surgiese en él como algo natural y fluido. Todo el tema lo inquietaba y
hacía que las palmas de sus manos estuviesen húmedas y resbaladizas. Casi tanto
como sus axilas. Al terminar, se iría a casa y se daría otra ducha. Esperaba
que el agua fresca fuese capaz de llevarse toda esa incomodidad. Esperaba poder
sentirse limpio de nuevo después de haberse sentido así de sucio.
No quería tener que preguntarle al niño por Logan. Diablos, estaba
deseando que el crío no le dijese absolutamente nada, puesto que no quería, de
ninguna manera, tener que salir detrás de su amigo. No quería tener pistas
nuevas, ni hilos de los que tirar. Toda la investigación era un absoluto
desastre, y estaba seguro de que su falta de interés general había sido el
primer obstáculo. Estaba harto de las preguntas de la prensa. De las preguntas
de los turistas que, últimamente, asediaban el pueblo con el único objetivo de
saber más cosas sobre el temible forajido
y su banda de rufianes. Estaba harto de Ernest y de su novela nonata de un
oro. Pero lo que más harto tenía a Justice era verse obligado a dejar atrás la
amistad que había compartido con el cazador durante toda su vida. Trataba de
empujarla bien abajo, con la ayuda de uno de los whiskys de Owen algunas
noches; las noches solitarias en las que mandaba a Unsuur a casa y él se hundía
en esa misma silla incómoda, con los pies sobre el papeleo pendiente y un baso
en la mano.
Vivo o muerto, decían los
carteles.
Cada vez que habían ido tras él, Justice volvía a ser Maurice y sentía
como el corazón se le apretaba en el pecho. Justice no quería encontrar a Logan,
no quería pelear con él, no quería tener que mirarlo a los ojos mientras lo
arrestaba y, por encima de todo, no quería tener que matarlo. De llegar el
momento, ni siquiera podría hacerlo, estaba muy seguro. Nunca imaginó que su
trabajo como sheriff terminaría siendo una carrera sin fin tras uno de sus dos
mejores amigos.
Vivo o muerto.
Cada noche, a solas, Justice se preguntaba qué, en nombre de la Luz,
había llevado a Logan a comportarse de esa forma. Si todo el asunto de su padre
había sido suficiente para volarle la cordura por los aires, junto con la mitad
del maldito templo. O qué clase de enajenación nefanda se había apoderado de él
para ser capaz de dejarlos a todos sin el bien más preciado, en medio de un
maldito desierto. “Se le ha subido la pólvora al campanario”, había dicho Pen
esa mañana, cuando el sol asomó entre los restos humeantes de la torre del
agua.
En el fondo de su mente, Justice
ya tenía una respuesta: no habían sabido ayudarlo cuando más los necesitó.
Cada noche a solas, Justice bajaba la culpa junto con los restos
desperdiciados de aquella amistad. Algunas veces, no quería beber solo y
esperaba a que Owen hubiese cerrado para lamentarse en compañía. Owen cargaba
con el mismo peso sobre los hombros —los tres habían crecido juntos y habían
sido inseparables—, aunque intentaban no hablar de ello en sus conversaciones.
Las hacían girar, con la maestría que da la práctica, en torno a las cosas
cotidianas del pueblo, dejando a Logan y a su hermano pendiendo entre líneas. Solo bebían
un trago, dos como mucho. Justice se tomaba muy en serio su trabajo, a pesar de
sus reticencias en este aspecto concreto, y no quería ser una de esas personas
que se lo bebían todo hasta no recordar nada. Justice quería recordar, aunque
luego tuviera que ganar el pulso para volver a enterrarlo todo de nuevo. Hasta
la noche siguiente.
Y aquí estaba hoy. El tiempo iba
pasando sin resultados y cada vez había más presión sobre su pecho. La Iglesia
quería resultados. Trudy quería que la Iglesia la dejase en paz, pero no podía
conseguirlo sin resultados. Trudy, al igual que él, no quería resultados de
ningún tipo. Aunque no lo habían hablado, Justice lo sabía bien; si había alguien
en el pueblo que detestase todo ese asunto tanto como Owen y él, esa era Trudy.
Todo era un carrusel enfermizo del que no podían bajar.
La aparición del niño abría un abanico de nuevas posibilidades, y
Justice quería mantener ese abanico bien cerrado. De ser posible, quería quemarlo.
Vivo o muerto.
Maldita fuese su estampa, joder.
* * *
Jamie había hablado con Justice el
día anterior. Quería asegurarse de que ni Pen ni Miguel estarían presentes.
Justice le había dicho que se trataba de un asunto del cuerpo civil, no de la
Iglesia de la Luz. Ella sabía que Justice tampoco estaba interesado en tener a
ninguno de los dos hombres revoloteando a su alrededor mientras hacía su
trabajo. Solo él y Unsuur, y Jamie respiró aliviada. Andy estaría en buenas
manos.
También quería saber qué clase de preguntas iban a hacerle, y él le
contó, sin oponerse, todo lo que pensaba sacar a colación. Cosas lógicas, pensó
ella, tratándose de una investigación abierta. Justice era un buen hombre. Andy
estaría bien, se repitió una vez más.
—¿Estás bien? —le preguntó al niño.
—No.
—¿Seguro que no quieres que entre contigo?
—… No, tengo que hacerlo solo —dijo
suspirando exageradamente.
Lo había pensado un poco antes de responder.
Jamie sabía que había estado a punto de cambiar de idea.
Durante el trayecto había estado callado, como casi toda la mañana. Los
nervios habían ido en aumento a medida que el sol se acercaba a su punto más
alto. Ella había sugerido comenzar la reunión a primera hora, para quitárselo
de encima y evitar un estrés innecesario, pero el sheriff había preferido ese
margen de tiempo para poner nervioso a Andy. No es que eso le hiciera gracia,
pero entendía la maniobra, o al menos la necesidad de intentarla.
Unsuur ya estaba en la puerta y los saludó con un gesto de cabeza,
abriéndola y haciéndose a un lado para dejar entrar a Andy. Ella lo retuvo un
segundo, agachándose para verlo bien.
—Estaré aquí mismo, ¿de acuerdo?
—No te preocupes, no vamos a encerrarte… —dijo Unsuur con su habitual
tono asertivo—. Podrías colarte entre los barrotes.
Ambos alzaron la vista, tratando de determinar si eso había sido un
intento de broma o un comentario serio. Era imposible distinguirlo en su rostro
inexpresivo, así que lo dejaron pasar.
Andy volvió a mirarla y asintió. Cruzó el umbral con una calma estoica,
en silencio, como un reo que se dirige al patíbulo. Era una imagen cómica, con
un toque de melodrama, a medio camino entre lo real y lo fingido, tal y como el
crío solía enfrentar casi todo.
* * *
Grace
apagó el cigarrillo en la suela de su bota y entró al salón para recoger el
paquete que contenía los almuerzos de Justice y Unsuur. Agradecía haber hecho
cierta costumbre de esto porque hoy, cuando entrase a las oficinas, su
presencia no llamaría la atención. Solo sería ella, llevándoles comida a los
chicos un día cualquiera. Tampoco llamaría la atención que hiciese unas
entregas por la tarde en alguna de las aldeas colindantes y, de paso, fuese
hasta la cueva en la que esos dos se estaban subiendo por las paredes.
Logan estaba de los nervios, esperando sus noticias. Había tenido que ir
el primer día para avisar de que el niño estaba a salvo en Sandrock —casi se
habían vuelto locos buscándolo, y más aún al saber que el crío se había ido
hasta el pueblo por su cuenta y riesgo—. También les había contado toda la
trifulca con la Iglesia y cómo se había resuelto, aunque seguían a la espera de
más noticias. Iba a regresar por la tarde, para ponerlos al día de lo que
hubiese pasado en las oficinas del cuerpo civil. Solo esperaba que Logan no hiciese
ninguna estupidez antes de que ella llegara. Objetivamente, el niño estaba
mejor donde estaba ahora. Pero también era el ancla que mantenía centrado al
cazador.
Desde que Andy había ido a parar a Sandrock, los nervios le recorrían la
espina dorsal como descargas eléctricas. El niño era listo, sí, pero a Grace le
aterraba que pudiera irse de la lengua, ya fuera por un despiste tonto o por simpatizar
demasiado con la constructora. Todo el plan estaba ahora en manos de un crío, y
Grace podía gestionar muchas cosas, pero esto… esto planteaba un porcentaje de
imprevistos demasiado alto. Y Grace odiaba los imprevistos. Amaba improvisar
—se le daba jodidamente bien—, pero que todo por lo que habían luchado durante
el último año se viese en juego por el despiste de un niño… Tenía que
hablar con Andy, ver cómo estaba, entregarle el mensaje de Logan para
tranquilizarlos a ambos —Haru, Logan y ella habían trabajado mucho en qué
decirle y cómo hacerlo—. No había podido quedarse a solas con él desde que
llegó, pero hoy podría tener una oportunidad, y debía aprovecharla para hacer
un sondeo completo de la situación.
Al acercarse, vio a Jamie en la
puerta, apoyada tranquilamente en la pared, con los brazos cruzados, aún ajena
a su presencia. Grace desterró todo lo demás para centrarse en ella. La habían
investigado a fondo cuando llegó. Logan y ella la habían observado de cerca y
de lejos, hasta que decidieron que no era una espía de Duvos. Hoy, viéndola
apoyada en esa pared, Grace deseaba con todas sus fuerzas que sus apreciaciones
hubiesen sido correctas, porque, de lo contrario, Andy había ido a parar de
cabeza a casa del enemigo.
Estaba segura de que Logan habría estado vigilando estos días —era la
primera estupidez que le venía a la cabeza—. Dudaba mucho que la impaciencia
del hombre lo hubiese mantenido apartado del pueblo. Podía verlo,
perfectamente, ensillando a Rambo con los labios fruncidos bajo el pañuelo,
espoleando a la cabra con los binoculares en la mano, saltando al mar de dunas
al cobijo de la noche.
No se lo recriminaría. Después de enterrar a toda su familia en el
desierto y de casi un año haciéndose cargo de él, Grace sabía que quería al
crío como si fuese suyo. Entendía que estuviera muerto de preocupación por su
futuro incierto, envuelto en un alivio insulso y frustrante por saber que el
pueblo era su mejor opción, y hundido por tenerlo lejos. Y, por supuesto, también
estaba la culpa, porque nunca tenía suficiente de eso. La arrastraba como un
fantasma arrastra sus cadenas.
Habían hablado muchas veces sobre lo mal que se sentía por empujarlo a
esa vida, especialmente a su corta edad, cargando con el peso en la conciencia
de otra alma más, a parte de la de su hermano. Otra alma y otra boca, pensaba ella, porque, aun con
las provisiones que Grace les proporcionaba esporádicamente, era complicado
abastecerse de comida y agua. Ella no podía ir siempre que quería, ni llevarles
todo lo que necesitaban sin levantar sospechas. Logan había prescindido de
comer más de una vez para darle su parte a Andy. Haru se lo había contado una
vez, y sabía que el cazador seguiría haciéndolo tan a menudo como lo
considerase necesario.
A
pesar de todo eso, el niño había hecho muchísimo bien en la moral de la
pandilla, especialmente en el carácter taciturno de Logan, y su ausencia se
sentiría como una nube densa, una que se pudiese cortar con un cuchillo
afilado. Otra piedra pesada que añadir encima de las demás.
—¿Cuánto
lleva dentro? —le preguntó a la constructora al llegar.
—Algo
más de cuarenta minutos —respondió Jamie, dejándose caer a lo largo de la pared
hasta quedar sentada en el suelo.
—¿Te
ha contado algo a ti?
—No.
No le he preguntado y no sé si quiero que me lo cuente— dijo levantando la
vista a las vigas de madera del porche.
—¿No
tienes curiosidad? —volvió a preguntar, tratando de no parecer demasiado
ansiosa.
—¿Sabes cuantas veces he tenido esta
conversación?
—Conmigo ninguna.
Jamie resopló, dibujó media sonrisa y
apoyó los brazos en las rodillas.
—Sí, tengo curiosidad, Grace, aunque no sé
si lo llamaría así ahora mismo, ya que está bastante lejos de la curiosidad que
sentía antes de conocerlo.
—¿Y qué diferencia hay?
—Pues antes era una curiosidad lejana, la
de alguien que no conoce a los implicados. Ahora, la curiosidad está algo
aplastada por todo lo demás. Me gusta el crío, me preocupo por él y por cómo le
puede afectar todo este asunto de mierda. La curiosidad es secundaria, como
poco. Creo que también tiene miedo de decepcionarlos o traicionarlos si habla
de ellos —añadió tras una pausa breve—. No quiero que se sienta así por
satisfacer la curiosidad de nadie, y menos la mía.
Grace analizó cada palabra bajo su microscopio
profesional, como siempre lo hacía con todo. Jamie parecía sincera, así que
parte de esa electricidad que la recorría encontró una salida.
—Cuando
me enteré de que el crío se quedaba contigo no entendí nada —le dijo mientras
se encendía otro cigarrillo y le daba una calada larga —. Ahora sigo sin
entenderlo, pero algo encaja. Él está donde tiene que estar.
Y se dio cuenta, con verdadero estupor, de
que lo había dicho en serio. Había pasado mucho tiempo con ella, al principio
porque necesitaba comprobar que era quien decía ser. Después, simplemente
porque le gustaba su compañía. Grace no era una persona que confiase fácilmente
en los demás, y solo el tiempo determinaría si se había equivocado o no. Pero de
momento podía seguir siendo solo su amiga. Podían compartir una cerveza en ese
tejado suyo, como habían hecho otras veces. Y bueno, si de paso podía ver de
cerca cómo iban las cosas con Andy, no iba a quejarse.
—Bueno, Grace, yo tampoco entiendo nada ni la
mitad de las veces, pero tengo la misma sensación.
—Me
preocupaba un poco —aventuró, tendiendo un puente y esperando que ella lo cruzase.
Nunca le había contado nada personal y esa era una de las razones por las que
la sospecha nunca la abandonaba del todo—. Cuando llegaste había algo oscuro en
tus ojos. El tiempo aquí lo ha apaciguado ligeramente, pero ha sido ahora
cuando me he dado cuenta de que no lo he visto durante los tres últimos días. A
él le va bien y a ti también.
Grace
se permitió sonreír. Una sonrisa genuina, de verdad. Había sido sincera con
ella y se sentía como se siente volver a casa después de mucho tiempo, cuando
te pones esas viejas —pero increíblemente cómodas— zapatillas de las que te
habías olvidado.
—Algo
oscuro, ¿eh? —dijo Jamie con un deje de amargura traviesa, algo que Grace
adoraba de una manera extraña. La cerveza la hacía aflorar un poco más de la
cuenta, pero siempre sin perder la frontera de vista—. Ya se ha enterado todo
el pueblo, ¿no?
—Sí. Nunca he querido preguntarte directamente
porque no es asunto mío, aunque seamos amigas —añadió, dándole un toque en el
pie con la punta del suyo.
—Pareces
esa clase de persona que se mantiene en los márgenes, hasta que deja de hacerlo—
dijo Jamie, dejando las vigas a un lado para enfocar la mirada en ella con
interés—. Mis padres murieron cuando yo tenía más o menos la edad de Andy.
Alguien a quien llegué a querer mucho se hizo cargo de mí después de estar un
par de años en uno de los orfanatos de la Iglesia. No éramos familia, pero a
ella no le importó. Murió hace poco, también antes de hora y decir que no lo he
llevado bien es quedarse muy corto. No me gusta hablar de ello, aunque los
últimos tres días no he pensado en otra cosa. Eso es un buen resumen de la
historia.
La muerte siempre deja algo oscuro en los
ojos.
Grace
ya sabía todo eso, claro. Hasta tenía el expediente de Ada —un expediente que
le había costado muchísimo esfuerzo conseguir, y solo a través de medios
completamente ilícitos—.
—Lo siento —y, nuevamente, lo dijo de verdad—.
Eso explica muchas cosas, sí.
—Fue una decisión impulsiva tomada en caliente
después de un día de remover demasiadas cosas, con la mente y con el pico. Y me
gustaría poder decirte que nunca me hubiese metido en esta situación con la
duda de si podría con ella, pero te estaría mintiendo. Y tú ya sabes la cara
que pongo cuando miento…
Las dos se echaron a reír recordando el
incidente en la cocina del salón, poco tiempo después de la llegada de Jamie al
pueblo.
—Sí —suspiró Grace, mientras le daba otra
calada al cigarrillo—. Joder, mientes fatal.
Y deseó tener razón más que cualquier otra
cosa en el mundo. No quería equivocarse con ella. No podía permitirse ese
error, pero tampoco quería descubrir que su amiga no lo era de verdad. Y ese
pensamiento la hizo sentir un poco falsa por dentro, algo que, en este maldito
pueblo, le había llegado a pasar más de una vez con el resto de los vecinos.
Había días que mentía tanto, que todo perdía el sentido. Tanto, que se notaba
marchita por dentro.
—Creo que, al menos, puedes entenderlo mejor
que Miguel—le dijo—. Sobre todo porque quieres
hacerlo. Míralo así: es como una retribución.
—Empatía
a secas. La retribución implica un pago y yo no tengo deudas pendientes con la
vida, más bien al revés.
—Bueno,
quizá sí que haya algo de retribución a tu favor. Te sienta bien, ¿sabes? Te
veo… en paz.
—Por un momento me habías asustado, pensaba
que ibas a decir feliz.
—La felicidad es para los ignorantes y los
estúpidos —dijo disponiéndose a entrar a las oficinas—. Voy a darles esto a los
chicos, espero que no tarden mucho más. ¿Unas cervezas una noche de estas?
Cuando Andy se haya dormido, si quieres.
—Me
parece bien. Las hecho un poco de menos. Pero tendrás que traerlas tú, en casa
ya no tengo ninguna.
Grace apagó el cigarrillo en la suela de su
bota y se guardó la colilla en el pequeño bolsillo de su camisa para tirarla
más tarde.
—Buf, deshacerte de las cervezas, ¿en serio? —preguntó
con sorna—. Te veo de charlas con el grupo de las madres en menos de dos
semanas.
Jamie resopló y le hizo un gesto con ambos
dedos anulares mientras ella se perdía en el interior, un poco más tranquila
que cuando había llegado.
* * *
Jamie
aún tuvo que esperar un buen rato más a que todos saliesen, Grace incluida.
Cuando lo hicieron, Andy parecía mucho más tranquilo y aliviado, y eso quería
decir que las cosas no habían ido mal del todo.
—Jamie, ¿puedes quedarte un momento para
comentar contigo un par de cosas? —le preguntó Justice.
—Claro —contestó, mirando a Andy, que se
encogió de hombros.
—Yo me quedo con él —dijo Grace—. Si vamos
a tener noches de cervezas vamos a tener que conocernos mejor…
—¿Puedo beber cerveza? —preguntó el niño,
con las cejas tan levantadas que se perdían bajo los mechones salvajes de su
cabellera.
—No —respondieron todos a la vez. Todos
menos Unsuur, que parecía que aún estaba procesando la pregunta de Andy.
—Puedo llevármelo a la Luna Azul y lo
pasas a buscar por allí cuando terminéis de rellenar el informe —ofreció Grace.
—Muy bien, pero vamos a comer enseguida,
así que no dejes que te engañe para que le des nada antes.
—Podría beberme una cerveza —insistió el
niño.
—¿Te daban ellos cerveza? —preguntó
Unsuur, sin salir aún de su papel como interrogador.
—¿Qué? ¡Claro que no, solo estaba
bromeando! ¿Cómo me iban a dar cerveza si no teníamos de casi nada?
—Ah —dijo Unsuur, sacando su libreta y garabateando
algo en ella. Jamie vio, por encima de su hombro, que estaba llena de esbozos y
dibujos más elaborados de minerales, rocas e incluso algunas personas. Nada de anotaciones
sobre forajidos o niños propensos al alcoholismo prematuro.
—Bueno —comenzó el sheriff, una vez dentro
de las oficinas y sentados en sus respectivas sillas, en torno a la mesa cubierta
de papeleo—, Andy sostiene que era miembro de una caravana que cruzaba Eufaula y
que se separó de su familia durante una tormenta de arena. Encontró unas ruinas y se refugió junto a una de las paredes que aún quedaban
en pie. Cuando la tormenta pasó, buscó la caravana, pero no dio con ella. Estuvo
solo un tiempo que no puede determinar, días, una semana, quizás, hasta que
Logan lo encontró. Cree que eso fue hace un año, aunque tampoco lo sabe con
certeza.
—Joder, vaya percal.
—Sí —convino Justice—. Logan lo llevó con
él y, mientras Haru lo atendía, dio con la caravana. Le dijo al crío que no había
supervivientes y no entró en detalles, pero poco después, los escuchó hablando
de un ataque. Parece que una bestia, a la que Logan rastreó y dio caza, acabó con la caravana durante o después de la tormenta. Le oyó decir que podría haber
salido de las Periferias, lo que los situaría en algún punto al sur de aquí en
ese momento… Algo que, ahora mismo, no nos sirve de nada.
—Una bestia peligrosa de las Periferias
pudo ser un contrato de clase A+. O incluso S. Podría haber registros de eso.
Supongo que Andy no sabe dónde estaba su caravana…
—No, y el desierto es muy grande. Voy a
tratar de comprobar todo esto, pero va a ser complicado corroborarlo… La gente
de las caravanas no suelen dejar demasiadas pistas tras de sí, salvo por las
huellas de sus carretas. No tienen lazos fuera de su círculo, nadie que los
eche en falta y nadie a quien preguntar por ellos. Son nómadas que van y vienen
sin ataduras. Quizás alguien de las aldeas colindantes vio los restos en algún
momento y pueda confirmar que esa caravana existió o, como dices, haya un
contrato de clase superior en los registros de la zona.
Justice sabía un poco de todo eso. En su
día les había contado, a Unsuur y a ella, que vivió en una de esas caravanas
hasta que sus padres decidieron que era mejor asentarse para escolarizarlo.
Tenía ocho años cuando llegaron a Sandrock, y Justice no ha vuelto a salir
desde entonces.
—Comprobar todo eso sería un viaje largo…
—Demasiado largo para que merezca la pena,
teniendo en cuenta que es un rastro viejo que, salvo por verificar la muerte de
la familia del niño, no nos sirve de nada.
—Entonces… ¿esa es toda la historia? —le
preguntó al sheriff.
No le dijo que verificar la muerte de la
familia de Andy sería lo único que a ella le interesaría, aunque ya sospechaba
que esa parte era muy cierta.
—Más o menos. Dice que se quedó con Logan.
Que él quiso dejarlo en alguno de los pueblos, pero amenazó con escaparse y
seguirlos.
—¿Crees que lo han dejado aquí con alguna
excusa? Eso suena bastante lógico, aunque le haya costado un año llevarlo a
cabo.
—El niño dice que vino por su propia voluntad,
y que desconocen su paradero porque se fue sin su consentimiento. Se hizo pasar
por el cazarrecompensas para tener la posibilidad de fabricar el escudo ese
para darle una sorpresa a Logan. Asegura que no sabría volver a dónde acampan y
que, en cualquier caso, ya se habrán ido sin él. Dice que se mueven
constantemente y que nunca le contaron nada sobre sus planes, ni pasados ni
futuros.
—Muy conveniente, pero también tiene su
lógica.
Jamie tampoco dijo en voz alta que, de ser eso cierto, la sorpresa que
se habrían llevado ambos hombres habría sido mayúscula. Ni que, por alguna
razón desconocida, ella esperaba que supieran dónde estaba, y que estaba bien.
—Creo que hay cosas que son ciertas y
otras que no.
Justice no era el sheriff por ser tonto,
sino por todo lo contrario.
—¿Y qué vas a hacer?
—Nada. Si lo quieren de vuelta, que lo
vengan a buscar —dijo, reclinándose en la silla y cruzando los brazos—. Si no,
la solución actual me vale. Voy a escribir a las aldeas al sur, por atar desde
aquí lo que pueda, pero estoy seguro de que esa parte es cierta. Encaja bien
con el perfil de Logan, es algo que haría. Probablemente hasta se molestó en
enterrar los cuerpos.
—¿Y qué es lo que no te crees?
—No me creo que no sepa volver al
campamento, que se estén moviendo todo el tiempo ni que no sepa nada de lo que
traman. No porque se lo hayan contado ellos, sino porque lo haya escuchado, lo
mismo que escuchó todo lo demás. Es demasiado espabilado para vivir en la
ignorancia.
—¿Por qué crees que no se mueven?
—Porque llevan ya un tiempo rondando por
aquí y moverse en círculos por la misma zona es absurdo. Hay muchas cuevas
donde esconderse y Logan se las conoce todas mejor que nadie. Es muy posible
que hayan ido cambiando, pero seguro que pasan un tiempo en el mismo sitio
antes de hacerlo.
—¿Entonces?
—Entonces, nada. Andy es un niño, no voy a
meterle palillos entre las uñas para que me cuente lo que quiero oír, es lo que
hay. Lo que ha dicho es lo que pondrá en el informe y, mientras no haya
novedades al respecto, el caso Andy
queda cerrado.
Justice rellenó toda la documentación
mientras la repasaban juntos y, al terminar, lo firmó y se lo tendió para que
hiciese lo mismo. Había un tercer hueco para la firma de Unsuur, que había
seguido con su patrulla tras el “interrogatorio”.
* * *
Andy
se sentía más tranquilo tras su charla con el sheriff. Pensaba que lo peor ya
había pasado, aunque las noticias de Grace no habían sido las que él esperaba.
Grace había dicho que había estado en el
escondite, y que Logan quería que se quedase en el pueblo, con Jamie. Que
mantuviese un perfil bajo y los ojos abiertos. Andy le había asegurado que
Jamie no era una espía, aunque Grace y Logan ya sabían eso antes de que él se
fuese. Tendría que esperar, como hacía Grace. Trabajar encubierto, como ella.
Jamie no era la espía, pero eso solo significaba que tenían que seguir
buscando…
Mantener los ojos bien abiertos.
Podía hacer eso.
Grace también le había dicho lo bien que
lo había hecho y lo orgullosa que estaba de él.
Después
de comer Jamie se puso a trabajar y le dijo que fuese a buscar a Jasmine.
Jasmine jugaría con él, le dijo.
—¿No estoy bajo arresto domiciliario, o
algo así? —había preguntado él, muy sorprendido de que lo mandase a jugar sin
más.
—¿Arresto domiciliario? ¿Te ha dado tiempo
a hacer alguna algarada mientras estaba en la oficina?
—No, creo que no…
—Pues ves a buscar a Jasmine. Estará en
casa de Vivi.
Así que eso fue lo que hizo.
Jasmine
estaba justo donde Jamie le dijo que estaría, sentada en la mecedora del porche
de casa de la abuela, leyendo un libro.
Andy no sabía decir qué es lo que le gustó
de Jasmine la primera vez que la vio. Puede que fuese el contraste de colores
en su pelo y su vestido, contra los terrosos que dominaban el pueblo y todos
los alrededores. Puede que fuese la patada que le dio. O simplemente la idea de
tener una amiga de su edad.
Hacía mucho tiempo que no hablaba con otro
niño. No se había dado cuenta de que lo echaba de menos.
—¿Qué haces? —le preguntó.
—Leo un libro —respondió Jasmine, sin
levantar los ojos de las páginas—. Para ser tan listo como dicen que eres, no
pareces muy observador…
—Bueno, también dicen que eres muy amable,
pero tengo un cardenal en la espinilla que dice lo contrario —dijo apoyando la
barbilla en la valla de madera.
Jasmine puso su marcapáginas en el libro y
lo cerró. Mis vacaciones se arruinaron por una profecía, Andy no lo había
leído y no le sonaba de nada.
—¿Te gusta leer? —preguntó Jasmine.
—Sí, aunque he perdido los que tenía —contestó,
recordando con lástima sus libros del escondite. Logan le había conseguido unos
cuantos—. Ahora solo tengo algunos cómics…
—¿Qué libros tenías?
—Los
siete artefactos místicos y el que se me olvidó en casa, Mi equipo de aventureros y otras decepciones,
Salvar el mundo en chanclas, Cómo huir de una maldición sin parecer
desesperado, El mapa estaba al revés (¡otra vez!)…
—¿Te los has leído todos? —le preguntó
asombrada, interrumpiendo su lista.
—Claro, algunos hasta dos veces. Tenía
mucho tiempo…
—Puedo dejarte los míos y tú me dejas los
cómics… Nunca he leído ninguno.
—¿En serio?
—En el pueblo no hay, que yo sepa… —Jasmine
se encogió de hombros.
—¿Es verdad que trabajas repartiendo el
correo?
—Sí, me encanta repartir el correo, la
gente se pone muy contenta, menos cuando son facturas.
—Pensaba que me lo decían para animarme a
estar ocupado, pero veo que lo de la explotación infantil iba completamente en
serio… —dijo frunciendo el ceño.
—Cooper quiere que recojas boñigas —aventuró
Jasmine.
—Y Krystal que le cuide a Pebbles —añadió—.
Y el guardián del agua, que le ayude a recoger basura en el oasis, aunque no
mencionó que fuese a pagarme…
—No, Burgess no te va a pagar. ¿Vas a dar
clase en el centro de investigación con Qi?
—Empiezo mañana. También con Heidi. Jamie
dice que tú también estarás.
—Sí. ¿Por qué no te gusta la escuela
dominical?
—No me gusta Miguel y yo no le gusto a él.
Jasmine se quedó un rato pensativa, luego
se levantó y dijo:
—¿Es cierto que te perdiste y sobreviviste
tú solo a una tormenta de arena?
—¿Quién te lo ha dicho? Solo he hablado de
eso con el sheriff y su ayudante…
—Unsuur no es su ayudante, es un miembro
raso del Cuerpo Civil. Salió a patrullar y pasó por delante de Las Escaleras.
Arvio le preguntó y Unsuur le dijo que eso era lo único que le podía contar porque
es una investigación en curso. Arvio se encontró a Pablo, fumando en la puerta
de la peluquería, y se lo contó a él, que a su vez se lo dijo a Heidi, que se lo
dijo a Amirah. Heidi se lo contó a Hugo y Hugo a Cooper, quien se lo dijo a
Mabel. Amirah se encontró a Elsie de camino al oasis. Elsie se lo dijo a Venti,
que se lo dijo a Rocky y a Krystal y a los chicos de la chatarrería. Ernest
sabía que se estaba perdiendo algo y le preguntó a Dan-bi, que no sabía nada,
pero juntos se fueron a las escaleras de Las Escaleras y Arvio explicó toda la
historia por segunda vez. Ernest se lo dijo a Jensen cuando recogió un paquete
en la estación y Dan-bi a Rian y a Burgess, que se lo contó a Pen, que se lo
contó a Matilda, que se lo contó a Miguel. Justice se lo ha contado todo a mi
madre, porque es la alcaldesa. Grace ya se lo habrá dicho a Owen y Hugo a mi
abuela, así que creo que los únicos que no lo saben son Mort, Zeke, Mi-an, que
está recogiendo material fuera del pueblo, Qi que no tiene ningún interés en
saber nada, Yan que tardará bastante en saberlo porque no le gusta a nadie y
nadie quiere hablar con él, Catori, que lo sabrá en cuanto salga del museo y el
doctor Fang, que está muy ocupado porque hay un turista en la clínica al que le
ha picado un escorpión —Jasmine asintió satisfecha y se quedó en silencio, y
Andy abrió la boca. Luego la cerró. Luego la abrió otra vez y la cerró de nuevo—.
¿Te han enseñado ya el pueblo?
Jasmine lo miró y parpadeó, esperando a
que él le respondiese, pero no pudo hacerlo porque no había escuchado la
pregunta.
Andy
la siguió a todas partes, recibiendo su tour
de bienvenida que, al parecer, se había perdido el primer día. Jasmine también
estaba multiempleada y aparte de repartir el correo, organizaba estos tours de bienvenida para la gente nueva —aunque
Andy estaba bastante seguro de que los tours
no le quitarían demasiado tiempo…—. Al final terminaron en el rancho, donde
Andy descubrió algo chulísimo con lo que poner a prueba una de sus teorías.
* * *
Jamie
estaba terminando la última comisión cuando Mabel se presentó en el taller
buscándola.
—Andy está en la clínica —le dijo sin
aliento.
—¿Qué ha pasado? —preguntó, soltando el
soldador y quitándose los protectores—. ¿Está bien? ¿Es grabe? Joder, ¿qué ha
pasado?
Siguió haciendo preguntas, sin detenerse,
mientras ensillaba a Brego a toda velocidad. Mabel no tenía demasiadas
respuestas.
—Te tiraste desde el tejado del rancho con un paraguas gritando: “¡Soy
un pájaro del desierto!” —decía la voz de Jasmine, al otro lado del biombo.
Desde la puerta, podía ver el sombrero de Cooper asomando por arriba y
sus botas, las de Fang y las de Jasmine por abajo. En la camilla que estaba a
la vista, uno de los escasos turistas que visitaban Sandrock languidecía, con
una mejilla tan inflamada que se extendía al ojo y los labios, dándole un
aspecto grotesco. Parecía una picadura de escorpión. Afortunadamente, uno de
los grandes —los pequeños eran los peligrosos, aunque no te dejaban la cara así
podían matarte si no te dabas prisa en tomar el antídoto—. En menos de media
hora, la superficie de la piel afectada estaría cubierta de llagas.
—Casi funcionó —dijo Andy. Su voz sonaba bien, como había sonado hasta
ahora.
—Te has roto… una pierna —dijo Fang.
—¡Croc! Pajarito, ¿te has hecho un chichón? —graznó X.
—Pero he aprendido algo —respondió el niño—. Nunca uses un paraguas con
agujeros.
Jamie pasó al otro lado del biombo, justo para ver como Jasmine ponía
los ojos en blanco y suspiraba.
—La ignorancia no es divertida, ¿sabes? —dijo.
—Oye, ¿quién es un ignorante? Quería comprobar la hipótesis de que un
objeto con mayor superficie expuesta al aire caerá más lento debido a la
resistencia—explicó Andy—… Y el paraguas abierto aumenta la superficie expuesta
al aire, lo que crea más fricción (resistencia del aire) y ralentiza la caída,
al menos en teoría.
—Los paraguas no están diseñados para soportar la presión del aire desde
abajo —intervino Jamie, mirando la pierna escayolada del niño.
—Bueno, ahora ya lo sabemos… —contestó él.
—¡¿Se puede saber qué ha pasado?! Te he quitado el ojo de encima un par
de horas y tengo que venir a buscarte a la clínica, ¿en serio?
—Se tiró desde el tejado de mi granero —explicó Cooper, que por una vez
en su vida, parecía que no sabía qué decir—. Verás, Jamie, un hombre fue a
comprar una montura para hacer un largo viaje. El vendedor le ofreció un
caballo joven y fuerte por quinientas monedas de oro o un viejo yak por veinte —falsa
alarma, solo lo parecía, aquí venía otra de sus parábolas—. El hombre compró el
yak, que murió antes de recorrer la mitad del camino, así que regresó para
reclamarle al vendedor su dinero. Él lo miró fijamente y le dijo: “¿Cómo iba yo
a saberlo?” ¿Cómo iba yo a saberlo? ¿Lo pillas?
—La última vez que me contaste una de tus parábolas —le reprochó Jamie
exasperada—, yo era una cesta de pollos. ¿Esta es para que sepa lo tonta que
soy yo o lo listo que eres tú?
—Ambas —respondió Cooper muy serio, llevándose un dedo a la nariz y
dándose unos toquecitos.
—Oye, no necesito conocer los detalles para saber que no ha sido culpa
tuya, si es lo que estás tratando de decirme.
—Pero el paraguas es suyo, y el granero también —protestó Andy.
—Mira bien lo que te digo, si vuelves a coger mi paraguas de atizar a
los topos, maldito ladronzuelo de medio pelo…
—Ya… basta —imploró Fang, llevándose las manos a las sienes y
masajeándoselas—… No debe apoyar el pie… Cuidado mientras seca la escayola… Muletas…
Treinta días… Llévatelo… por favor… Vuelve si hay dolor o cambios…
X hizo un vuelo rasante y Cooper se sujetó el sombrero con fuerza,
cogiendo la directa para salir el primero.
—Sube, pájaro del desierto… —instó
al niño, poniéndose de espaldas para llevarlo a cuestas.
Andy se subió, sujetándose a sus hombros, y Jamie sintió el yeso aún
húmedo en el costado.
—¿Estás enfadada? —susurró, acomodándose y levantando la pierna rota.
—No, pero me has asustado. No vuelvas a saltar desde ningún tejado. O
desde ningún otro sitio, por favor —añadió, pensando rápidamente en no dejar
lagunas legales—. Prométemelo.
—Prometido.
—Al final te has arrestado tú mismo. Treinta días con la escayola… Luz,
Andy, no has aguantado ni una semana sin romperte algo…
Jamie no quería pensar en la cantidad de comida que volvería a tener en
la nevera.
—Creo que había una porra sobre cuanto tardaría en hacer alguna trastada
—apuntó Jasmine, saliendo de la clínica delante para sujetarle la puerta.
—¿Cuánto dinero había en juego? —quiso saber Andy, muy interesado—.
¿Creéis que el ganador debería compartir conmigo?
—No lo sé y supongo que podría, si quisiese —respondió Jasmine.
En la calle, Andy le apretó el hombro.
—¿Podemos pasar por el cementerio? —le preguntó en voz baja al oído—.
Solo un momento…
—Jasmine, ¿vuelves tú sola? —le pidió Jamie.
—Claro. Andy, mañana irás a clase, ¿no?
—No —contestó él.
—Sí —le aseguró Jamie.
—¡Pero no puedo caminar! ¿Cómo voy a ir hasta allí? —se
quejó el niño.
—No te preocupes por eso, lo tendremos resuelto… No vas a saltarte las
clases por una pierna rota.
—¿Qué crees que debería haberme pasado para saltármelas? —tanteó, como
quien no quiere la cosa. Y Jamie podía ver esa cara mortalmente atenta a su
respuesta aunque no la tuviese a la vista.
—Puede que tenga que arrestarte, después de todo —dijo, tratando de no
parecer preocupada.
—Nos vemos mañana, Jasmine.
Tomaron el desvío al cementerio, que estaba
justo al lado de la clínica de Fang y se veía perfectamente desde allí.
—¿Quieres visitar a alguien en particular?
Jamie imaginó a quien.
—¿Cuál es la de Howlett? —preguntó el niño al llegar—. Está aquí,
¿verdad?
—Sí.
Jamie lo llevó hasta la tumba más reciente. Andy se deslizó por su
espalda y aterrizó en el suelo con cuidado, mientras ella lo sujetaba para que
no perdiese el equilibrio.
—No apoyes el pie —le recordó.
El niño se sentó en el suelo, junto a la lápida, y retiró la capa fina
de arena que comenzaba a cubrir la inscripción.
—¿Quién le deja todo esto? —preguntó, refiriéndose a las diversas
flores, plantas, piedras y tallas en diversos materiales que rodeaban la tumba.
—Los vecinos.
El niño cogió una figurita de hueso que parecía un lobo. Jamie, que
había visitado la tumba alguna vez desde su investigación tras lo de la torre
del agua, ya se había fijado en ella. Era pequeña, pero estaba hecha con mucha
atención y detalle. Se había preguntado de quien sería. Quien, en el pueblo,
sabía tallar el hueso de esa forma metódica y minuciosa.
Jamie levantó la vista y vio a Mort observándolos desde la puerta de su
casa. El abuelo, el más viejo de todos, vivía allí y se encargaba, con la ayuda
de Fang, de mantener limpias las tumbas. Era un trabajo muy importante para ambos.
El viejo la saludó con la mano y ella le devolvió el saludo. El niño se volvió
para ver a quien iba dirigido y Mort se metió de nuevo en casa, cavilando, tras
asentir con la cabeza.
—Pasaremos un rato con él antes de irnos. Se alegrará de conocerte por
fin.
—Parece un espectro —observó el niño, sin dejar de mirar en esa
dirección. Jamie no le dijo lo que estaba pensando: que vivir entre fantasmas
puede convertirte en uno. No se refería a ninguno de los ocupantes de las
parcelas adyacentes, sino a Martle, su mujer desaparecida—. ¿Y esas? —preguntó
Andy, reparando en las tres tumbas que estaban juntas arriba del todo, al lado
de la cerca. Como las demás, estaban llenas de plantas y flores, pero lo que
destacaba en ellas era que también había algunos juguetes desgastados. Una
visión muy triste en un cementerio demasiado concurrido para un pueblo tan
vacío.
—Esos son los niños que se perdieron en la tormenta.
La ausencia y el duelo habían minado la moral de todos, y hubo quienes
se fueron, dejando el pueblo aún más desolado.
Miya, Tang y Aakil
La casa de Mort era pequeña pero muy
acogedora. Mi-an y ella la habían adaptado, añadiendo todo tipo de ayudas para
una persona mayor. Yan se había puesto furioso al enterarse de que habían
vuelto a trabajar por su cuenta, pero Zeke, el hijo de Mort, que era un hombre
enorme y corpulento, lo había levantado por el cuello mientras sus pies,
embutidos en esos zapatos carísimos de piel de lagarto, se agitaban en el aire.
Eso puso fin a su malestar, no volviendo a mencionar jamás ni una sola palabra
al respecto.
—¿Qué tal estás, Mort? —le preguntó Jamie, dejando a Andy en el sillón
orejero del salón.
—Tirandillo. No me estoy haciendo más joven. ¿Es este el chico de Logan?
La voz del abuelo sonaba cansada y ronca, como arrastrada por la arena. Era
la primera vez que alguien mencionaba abiertamente al forajido cuando le
preguntaban por el niño. Andy se removió inquieto y la miró con aprehensión.
—Este es —el viejo se limitó a asentir y no dijo nada más. Se sentó en
el otro sillón, haciendo un gesto a Jamie para que ocupase la silla libre, que
era dónde solía sentarse cuando estaba en su casa, y comenzó a limpiar su pipa—.
Mort es un gran jugador de cartas, Andy. Si te invita no se te ocurra apostar,
porque te desplumará.
Mort rió entre dientes, sacudiendo los restos de tabaco en el lateral de
la chimenea apagada.
—Solo soy un viejo con suerte —dijo.
—Jamie dice que te sabes todas las historias de Sandrock porque siempre
has estado aquí —apuntó Andy.
Jamie le había hablado del anciano, con la esperanza de que el niño
pasase a visitarlo ocasionalmente, como hacía Jasmine. Los niños y los abuelos
siempre hacían buenas migas. A Andy le gustaba que le contasen historias y al
viejo le gustaba contarlas. Y tenía un álbum de fotos para acompañarlas.
Historias sobre la fiebre de las reliquias, aventureros en el desierto en busca
de fama y riquezas, y de como un pueblo, que fue el epicentro de todo, se fue
al garete en poco tiempo por la avaricia del ser humano.
—Sé muchas cosas, pero no sé cómo te has roto esa pierna —dijo
apuntándole con la pipa.
—He saltado desde el tejado del granero de Cooper.
—Hmm —Mort llenó la pipa de tabaco, lo apretó y se la llevó a los
labios, encendiéndola con una varilla larga que prendió en la vela que ardía
sobre la mesilla, únicamente para tal fin—. Ajá. Te he visto en la tumba… La
talla del lobo… la has reconocido. Sabes de quien es. Se le da bien, ¿verdad?
—Sí —susurró Andy—. ¿Ya sabías que había estado aquí?
—Así es.
—¿Se lo dijiste al sheriff?
—No, hijo, no se lo dije.
—¿Por qué?
—Porque el sheriff ya lo sabe, aunque preferiría no saberlo. Dime —dijo
el viejo dejando salir el humo—, ¿te ha hablado Logan de su padre?
—Sí —admitió el niño—. Me contó algunas historias.
—¿Te
contó la vez que dio caza a una gran sierpe de arena que anidó bajo unos pozos
de agua?
—Sí, pero no me importaría oírla de nuevo. Seguro que Jamie no se la
sabe.
—No me la sé —reconoció, perpleja por el rumbo inesperado que estaba
tomando la conversación.
Nadie hablaba de Logan, Haru o Howlett. Nadie contaba historias sobre ellos.
Nadie salvo, al parecer, Mort, a quien no se le había ocurrido preguntar por no
incomodarlo. El viejo no parecía incómodo en absoluto.
—Verás, esto pasó cuando Logan tenía más o menos tu edad, así que
seguramente yo lo recuerdo mucho mejor que él, que se la sabe porque se la ha
escuchado a Owen mil veces, que, a su vez, se la escuchó a su padre otras mil —dijo
con una media sonrisa, dándole una calada a la pipa—. Howlett no era un hombre
común. Llegó de las montañas, donde viven los clanes de cazadores, y conocía
muy bien a todas las criaturas, grandes y pequeñas. Limpió toda la zona en poco
tiempo y enseguida se hizo famoso. Lo llamaban de muchas aldeas, incluso del
borde de las Periferias, para dar caza a monstruos de especies que nadie había
visto hasta entonces. Por aquí, lo peor son las sierpes, ya lo sabes. Acechan
bajo la arena y te cogen por sorpresa, pero algunas pueden hacerse tan grandes,
que un hombre adulto puede ponerse en pie en el interior de su boca.
—¿Y esa era así de grande? —preguntó Andy, que ya estaba completamente embelesado—
¿La de los pozos de agua?
—Oh, sí, ya lo creo. En efecto, era de esas —afirmó, exhalando volutas
de humo—. Howlett estaba en el salón cuando una mujer, Yara, entró en su busca.
"Vive bajo los pozos. Bebe lo que brilla. Tiene lengua de hilo negro y
ojos que no parpadean”, dijo. Y todos supieron que algo viejo había despertado,
hambriento tras años de dormir. Nadie se atrevió a bajar. Nadie... salvo Howlett.
Fue al pozo más antiguo y bajó sin soga, sin luz, y sin decir palabra. Solo con
su escopeta y el cuchillo de caza, el que ahora lleva Logan en la cadera. Dicen
que estuvo allí toda la noche. Al amanecer, apareció en la plaza, cubierto de
lodo, mugre y sangre oscura, arrastrando una piel tan larga como una sombra al
mediodía. No dijo nada. Solo colgó la piel sobre el pozo seco y regresó al
pueblo. También dicen que se quedó los dos colmillos, pero él nunca lo confirmó
y nadie los ha visto.
Andy se estremeció en el sillón, satisfecho.
—Caramba —dijo admirado, en voz baja—. La cuentas mucho mejor que Logan…
—Pero no tan bien como Owen —dijo el viejo, encendiendo de nuevo la pipa,
que se le había apagado—. Aunque no se la pidas, hijo. Ya sabes por qué.
Andy asintió, porque lo sabía muy bien.
—Jamie —dijo el niño, cuando ya estaban los dos tumbados en su cama—,
¿crees que encontraron a esos tres niños o están por ahí?
Como su familia.
Miya, Tang y Aakil.
Las tres tumbas le habían hecho pensar, Jamie se había dado cuenta
enseguida. Él también se perdió en una tormenta y podría haber muerto. Y de no
haberse perdido, así hubiese sido.
Como su familia.
—No lo sé, cachorrito —respondió—. No quise preguntar. Es un tema muy
doloroso.
—¿Crees que estaban asustados?
Andy se dio la vuelta con cuidado, poniendo la pierna sobre la almohada
que ella había colocado abajo para que la tuviese en alto. La miró, con ojos
grandes y preocupados, acercando la cabeza a la suya y doblando las manos bajo
la barbilla, una posición que adoptaba casi siempre cuando se quedaba dormido.
—Seguro que sí. A mí me asustan bastante —admitió. Y no era ninguna
mentira—. He visto algunas desde que llegué y no me acostumbro. La primera
noche, cuando la arena golpeaba las contraventanas de madera y el viento soplaba
de esa forma… Nunca había escuchado nada igual.
—Yo tampoco. Suena diferente cuando estás solo —dijo bajando aún más la
voz y acercándose aún más a ella. Jamie lo abrazó y le acarició el pelo—… Al
menos ellos no estaban solos.
—Es verdad, no estaban solos. Fuiste muy valiente, Andy. Muy valiente…
Y no fue la única vez que se lo diría.
* * *
Andy empezaba a entender la nostalgia
que sentían Logan y Haru por su hogar. Por qué salvar el pueblo y regresar a él
era lo único en lo que pensaban, aunque eso les hiciera mucho daño. Empezaba a
comprender, al menos un poco, por qué se habían negado a alejarse demasiado de
cualquiera que tuviese la intención de atraparlos, tal como él les había
sugerido tantas veces. Entonces no lo entendía, pero ahora podía ver —con algo
de añoranza también— la sensación de hogar en cada rincón que miraba. Familia,
amistad. Gente que se une cuando las cosas van mal. Como en la caravana. Como
en la cueva.
Logan le había dicho que él también tenía uno. Uno enorme. Le explicó
que, cuando alguien muere, esa clase de agujeros aparecen, y que el suyo era
tan grande porque, cuanto más quieres a la persona que se va, más grande es el
agujero que deja detrás. Y también le había dicho que era muy importante no
dejar que se hicieran tan grandes que terminasen por hacernos desaparecer.
Él se había asustado, porque algunas veces sentía como si ese agujero
pudiera tragárselo entero. Logan decía que la forma de mantenerlos a raya era
meter ahí dentro a otras personas. Le contó que él estaba allí ahora, dentro
del suyo, junto con Haru y con gente a la que aún quería, aunque ellos ya no lo
quisieran a él. Le dijo que meterlo allí había sido lo que más había ayudado a
que su agujero se encogiera desde que apareció.
Y lo entendió muy bien. Lo entendió porque, cuando conoció a Logan, esa
apestosa sensación que lo apretaba hasta el punto de no dejarlo respirar se
fue, dejando solo el hueco vacío y negro que tenía ahora. Esa sensación había
vuelto con fuerza la primera noche, pero él ya sabía, ahora, que si se había
ido una vez, podía irse de nuevo. Y así había sido.
Había tenido que meter dentro a Jamie, pero no le importó, porque le
gustaba mucho, y ella también hacía que se sintiera bien. La noche anterior le
había dado un beso en la cabeza, como hacía su madre cuando lo acostaba, y
aunque eso le puso triste al recordarla, también le hizo sentir bien. Le hizo
sentir que había alguien a quien le importaba lo suficiente como para prestarle
un beso.
Y ahora, Andy le había pedido que se quedara con él toda la noche,
porque no quería estar solo, y ella le había dicho que sí.
Andy sabía que si esa noche había una tormenta de arena y la escuchaba
aullar fuera, gritaría muy fuerte. Jamie había dicho que nunca había oído nada
igual. Andy recordaba bien cómo sonaba, mientras estaba acurrucado contra
aquella pared, solo. Se había olvidado de muchas cosas, pero no de eso.
Y ojalá lo hubiera olvidado.
Una tormenta de arena suena como el aullido de un animal enorme y
salvaje que viene a devorarte. Suena como un grito interminable y profundo en
la oscuridad. Como un coro de voces antiguas que gritan bajo la tierra. Como el
lamento de un dios dormido que no quiere ser olvidado, dijo Haru una vez.
Como el susurro de los muertos queriendo regresar.
Miya, Tang y Aakil.
Papá, mamá y Jinny.
*Notas:
Este es un capítulo muy largo, pero es de mis favoritos. Podemos saber más sobre el pasado de Andy y ver como se va soltando. Me encanta escribir cuando aparece y poder imaginármelo haciendo cosas del tipo "me tiro de un tejado con un paraguas". Me costó un poco romperle la pierna porque eso podía condicionarme después, pero al final todo ha fluido en la dirección correcta.
Ah, ➩ Andy ❤ Jasmine
En el juego también tenemos una escena con el interrogatorio. Yo he querido verlo desde fuera y no desde dentro, porque me gusta más esa perspectiva para poder entrar más en serio a la conversación con Justice o en los monólogos internos de él y Grace.
Otra de las razones por las que este capítulo es uno de mis favoritos es por la escena con Mort. No es que sea un personaje muy relevante a lo largo de nuestro camino, aunque para la historia del pueblo lo es. Mort fundó Sandrock junto a su mujer, Martle, que desapareció tras una de las tormentas. Él se resiste a darla por muerta y siempre habla de ella como si fuese a regresar. Una de sus cadenas de misiones es recuperarle las fotografías de un álbum que se le ha llevado el viento. Me gusta mucho la idea de Mort contando historias a los niños. Historias un poco sin filtros, como las de antes.
También quería unir un poco la desaparición en una tormenta de los tres niños, Miya, Tang y Aakil con la de Andy. Las tumbas de los niños son las más tristes y Andy comprende que estuvo muy cerca de terminar como ellos. En el juego no se habla de que la familia del niño esté caput, pero a mi me gusta cerrar. Cortar por lo sano. Quemar los barcos. No es la primera mención a un ataque de un monstruo de las Periferias. Doss, el pueblo de Miguel,fue arrasado completamente por uno y el ministro, que era un niño, fue el único superviviente. Es lo que le hace ser como es y lo que, al final, hace que lo entiendas un poco.
El siguiente capítulo es ridículamente corto. Así aireamos, porque vaya tela...
El pobre no sale muy favorecido con los fluorescentes de la prisión, pero el momento del interrogatorio es uno de mis favoritos... El de la frente es Unsuur y el de las rastas, Justice xD