12. Luz en las ruinas
Dos semanas
antes del Día de los Recuerdos, y pocas después del cierre definitivo del Valle
de los Susurros, la carretera se volvió una realidad. Musa ya estaba de vuelta
en la mansión donde probablemente vivía, y los planos y presupuestos ya estaban
aprobados y firmados. Fue entonces cuando Trudy convocó una reunión para
anunciar la noticia. Habían estado delineando un plan de trabajo con el alcalde
de Portia por telégrafo, y Mint había llegado la noche anterior junto a Albert,
uno de los arquitectos de la ciudad vecina, para ponerse al día con Heidi y las
constructoras. Ellas aún tardarían en entrar en acción; Mint, Albert y Heidi
tenían mucho que estudiar.
Jamie se sentía completamente recuperada y
había vuelto al trabajo. Estaba lista para la carretera. Lista para todo.
Cuatro semanas de baja la tenían
hiperactiva. Había aprovechado mucho ese tiempo con Andy. Había supervisado la
restauración de reliquias, y el niño era casi un experto en el tema, algo que
Qi ya estaba aprovechando. Le había dejado meter las manos en su sancta
sanctorum para que se las catalogase, aunque su ortografía lo estaba matando
por dentro.
Jamie había hecho caso a Nia, y ahora el
invernadero se había convertido en un lugar de trabajo interior, donde montaban
las reliquias o Jamie trabajaba en sus comisiones pequeñas, con tres enormes y
cómodos ventiladores de techo que podía encender —si no había nada que corriese
el riesgo de volar—. El espacio era inmenso y tenía una habitación al fondo que
ella usaba para revelar sus fotografías, algo en lo que había estado pensando
desde que terminó el primer carrete hace siglos. Lo había estrenado
oficialmente poniendo en papel el trabajo de Ernest durante el concurso de
baile.
Y aun así, todo el mundo seguía llamándolo
el invernadero.
—Tendría que ir a las ruinas de la
chatarrería a por motores y algunos microchips —dijo Mi-an al salir de la
reunión. Era una invitación abierta para que se uniese a ella.
—Cuando quieras —respondió—. Me encantaría
volarles la cabeza a algunas máquinas…
Alguien, hacía mucho tiempo, había llamado
a las ruinas de la chatarrería Paraíso
Perdido. Para Mi-an y para ella lo era. Un paraíso de materiales que
aprovechaban. De lo viejo, sale algo nuevo, pensaba ella siempre que entraba. A
Jamie le encantaban esas ruinas, y no solo porque el nombre le trajese todo
tipo de cosas a la cabeza. Eran las ruinas de lo que en su día fue un centro
comercial. Jamie no sabía muy bien qué quería decir eso, pero Grace, que estaba
estudiando todo lo referente al Viejo Mundo, le había explicado que llamaban
así a zonas exclusivas de ocio y compras. La única pega, si es que querías
verle alguna, eran las IAs sueltas que pretendían decapitarte. Nada que no
pudiesen solucionar con la dosis justa de violencia —tras lo del valle,
volarles la cabeza a un puñado de máquinas era como ir a un spa a relajarse—.
—¿Mañana a primera hora? Mientras Andy
está en clase.
—Sí, genial. Hay una puerta que no cede
—dijo Jamie arrugando la nariz. Los dedos le dolían solo de recordarlo—. Voy a
llevar herramientas para abrirla porque necesito saber qué hay al otro lado.
—Pensaba que ya lo habías explorado todo…
—Todo menos esa puerta.
Al día
siguiente, Jamie empaquetó su equipo en la mochila y la echó al carrito que
usaba para repartir las comisiones o entrar a la mina o a las ruinas de la
chatarrería. No se llevaba a Brego porque tendría que dejarlo fuera y podía
toparse con alguna de las IAs que merodeaban por la zona. Las ruinas estaban
justo al lado de la chatarrería. Eso significaba que estaban justo al lado del
taller, al final de la pendiente que las mantenía ocultas a la vista.
Mi-an apareció poco antes de la hora
acordada, como siempre. Era asquerosamente puntual, aunque Nia hubiese dicho
que ser puntual no es llegar diez malditos minutos antes. Sonrió al pensar en
ella, mientras avanzaban cuesta arriba, cargadas con todas las herramientas
necesarias. Al final, Nia no vendría en verano. Su trabajo con Luo era
demasiado importante como para que se tomase unas vacaciones nada más empezar.
La iba a echar de menos.
Atravesaron la puerta metálica y la
cerraron tras ellas. Descendieron con las mochilas en la espalda para aligerar
el carro y manejarlo mejor en la pendiente. Charlaron de cosas irrelevantes:
comisiones, trabajo, comida, trabajo, comisiones, trabajo… Al llegar a la
entrada, tomaron el camino de las escaleras mecánicas y las bajaron a pie —esas
escaleras llevaban sin funcionar desde el Día de la Calamidad—. En todo el
recorrido, Jamie solo disparó tres veces.
Había sido Justice quien la enseñó a
disparar de verdad. En el resto de las Ciudades Libres, lejos de fronteras o
periferias, no se permitía el uso de armas de fuego. Por su trabajo, Ada tenía
una o dos —puede que algunas más—, pero no tenía permitido sacarlas ni
enseñarle a usarlas. Le había enseñado a pelear, a usar todo tipo de armas
cuerpo a cuerpo, pero nada de disparar. La primera vez que lo hizo, en la
estación Gecko, cuando el sheriff le puso su revólver en la mano… No era como
nada que hubiese hecho antes. Era ruidoso, rápido y violento. El retroceso fue
tremendo, y el olor y la sensación de la pólvora corriéndole por las venas,
algo nuevo que amó al instante. La adrenalina acelerándole el pulso y todos sus
sentidos en las yemas de los dedos.
Jamie mentiría si dijese que no había
disfrutado. Cuando entraba a las ruinas, lo hacía con la idea de repetir, en
cierta medida, esa descarga eléctrica que le recorría la espina dorsal. Tres
disparos era decepcionante, pero las ruinas estaban muy limpias gracias a sus
incursiones anteriores. Al menos hasta la dichosa puerta. Jamie ignoraba lo que
se escondía al otro lado, pero iba a averiguarlo muy pronto.
Una vez dejaron atrás las escaleras,
serpentearon por las hileras de tiendas abarrotadas de cosas indeterminables,
recogiendo todo aquello que pudiesen utilizar en futuros encargos: los motores
de Mi-an y los microchips, que extrajeron de las IAs que encontraron inertes
por el camino y de alguna más que Jamie abatió antes de que el láser las fijase
en su mira.
Todo estaba lleno de escombros. Maniquíes
vestidos con prendas ridículas que permanecían erguidos pese al tiempo y las
desdichas. El olor del aceite y el metal de las máquinas que lo regentaban y
que aún se arrastraban por allí en menor medida. Jamie quiso entrar en una
tienda de música que ya había expoliado en anteriores ocasiones, sumando varios
vinilos y CDs más a su colección y encontrando un par para Grace que no había
visto antes. La camarera era tan friki como ella con la música del Viejo Mundo,
y Jamie tenía preparado el esquema de un tocadiscos para una ocasión especial.
También le cogió algunos pósters porque los coleccionaba. Para Andy, unas
estrellas fluorescentes de diversos tamaños para el techo de su habitación,
algunos coches de carreras de colores chillones y unos muñecos plegables que se
llamaban Transformers y que lo volverían loco.
Al llegar a
la puerta atascada, Mi-an probó suerte con una palanca industrial, mientras
Jamie preparaba el cortador de plasma. Ya sabía que la palanca no serviría de
nada; era justo lo que ella misma había intentado sin éxito.
Se trataba de una puerta doble de metal
con una barra de empuje en el otro lado. Jamie había estudiado ese tipo de
mecanismo, todavía en uso hoy en día para evitar que las puertas se bloqueasen,
algo imprescindible en espacios públicos. Esta, sin embargo, no estaba
técnicamente bloqueada: el paso del tiempo había oxidado y corroído sus
componentes internos, fusionando las piezas entre sí y pegándolas al marco.
Además, presentaba una grave deformación estructural. Podía deberse a los años
o a un derrumbe al otro lado, no podían saberlo. Como si no bastara, el
mecanismo estaba completamente obstruido por arena y porquería.
Jamie terminó de montar el cortador y lo
conectó a las baterías portátiles que había traído. Le ofreció a Mi-an la
máscara extra que tenía para ella, y ambas se colocaron las gafas protectoras.
Luego le tendió la herramienta, mientras ella misma se preparaba para posibles imprevistos.
El cortador haría bastante ruido, y cualquier IA que merodeara por la zona lo
oiría sin problema. Tampoco sabían lo que encontrarían al otro lado. Pero Jamie
estaría lista para lo que fuese, pensó, desenfundando su revólver una vez más.
Había mucho
humo y el ruido sobre el metal era aún peor de lo que esperaban. Jamie disparó
varias veces antes de que el cortador abriera un agujero del tamaño suficiente
para atravesarlo, y cruzó la primera. Al otro lado no parecía haber ninguna
amenaza.
Ayudó a Mi-an a mover el equipo y lo
dejaron allí mientras echaban un primer vistazo con las linternas. Lo primero
que le llamó la atención, mientras inspeccionaba mejor la puerta por la que
habían entrado, era el viejo letrero que se sujetaba a duras penas sobre ella:
“Hoy: Sesión Doble”. A su lado, en la pared, había varias carteleras de
películas protegidas tras marcos de vinilo agrietados. La luz de su linterna se
desplazaba por la sala, dándole vida al polvo en suspensión que lo abarrota
todo. Había butacas rojas desvencijadas. Una enorme pantalla, cuya mitad se
había derrumbado. Jamie se movía por la sala como si estuviese en trance,
apuntando el haz de luz sobre las escaleras, que ascendían partiendo la sala
por la mitad hasta una cabina de proyección cerrada por una puerta oxidada.
Mi-an estaba a su lado, y Jamie imaginó
que su cara se parecía mucho a la de ella. Era la cara de absoluto asombro.
—Mi-an, es un maldito cine… —susurró, como
si toda la sala pudiese desaparecer sin más. Como si lo estuviesen imaginando y
nada de lo que veían pudiese ser real.
—¿Qué? No te escucho, tengo el corazón en
los tímpanos —respondió Mi-an sin mirarla—. ¿Puedes oírlo tú también? Sí,
¿verdad? Ay, dios, Jamie. Dios mío…
—Oye, respira. Respira, ¿vale? No estás
respirando.
—Es un cine, Jamie —dijo tirando de su
brazo—. Un cine…
—Eso parece, sí.
Ya no había
cines. Había teatro y alguna película animada, como la que proyectaba Catori en
bucle en el museo. Cines, no. No se rodaban películas. Todo el proceso se había
perdido en el tiempo, como había pasado tantas veces antes a lo largo de la
historia. Se hereda lo funcional, no lo emocional ni lo estético. Un cataclismo
no deja espacio para el arte.
El cine no era solo cámaras, requería montaje,
proyección, sonido sincronizado, preservación química, iluminación, dirección
de actores y guiones narrativos específicos para imagen y movimiento. Por no
hablar de la enorme infraestructura. El cine murió como arte y como industria,
sepultado bajo los escombros del Viejo Mundo, como muchas otras cosas.
Aplastado por las prioridades: supervivencia, reconstrucción, ciencia práctica…
Las dos constructoras hicieron un esfuerzo
conjunto por centrarse. Instalaron los generadores para iluminar mejor la sala
y no tener que depender de las linternas para explorar. Las sombras de ambas se
retorcían en lo que quedaba de pantalla, como ecos del pasado.
—Tiene que haber películas en alguna parte
—dijo Mi-an.
—No nos vamos a emocionar demasiado con eso,
¿de acuerdo? Lo más probable es que se hayan deshecho, como todas las demás.
—Jamie, esto está bajo tierra,
perfectamente sellado y aislado. No hay humedad y todo parece estar en
condiciones aceptables. Podría haber algo…
—No nos vamos a emocionar —repitió.
También se lo estaba recordando a sí misma.
Pero era en vano, las dos estaban demasiado
emocionadas…
La puerta de la sala de proyección cedió
fácilmente. Dentro había muchas cosas, además de un almacén bastante grande.
Más pósters enrollados y guardados en tubos de PVC que por sí solos ya eran un
tesoro. Muchas filas de estanterías de metal llenas de latas oxidadas que
contenían rollos de película de 35 y 16 mm.
Tras un primer examen, se permitieron
emocionarse abiertamente. Hubo gritos, saltos y abrazos. Y después más gritos,
saltos y abrazos. Se sentían como si hubiesen visto a Peach abrir el cielo.
Dentro de las latas había un poco de todo.
Además del óxido, también encontraron polvo, restos de humedad y algunas estaban
ligeramente deformadas. Otras bobinas parecían sueltas, enredadas o partidas.
Y, a pesar de todo, Jamie pensó que podría hacer algo con ellas. Había
trabajado con película de fotografía. No era lo mismo, de acuerdo, pero era un
comienzo. Y sabía del tema mucho más que la mayoría. Jamie había estudiado
Historia del Arte en la universidad y se había interesado por este mundillo por
su cuenta, aprendiendo mucho más de lo que se enseña.
Este hallazgo era algo único porque se
habían dado las condiciones específicas para preservarlo todo de la mejor forma
posible. Los rollos de película eran muy frágiles, susceptibles a cualquier
cosa. Cuando los encontraban, estaban literalmente descompuestos.
—Jamie —dijo Mi-an con los ojos
brillantes—, ¿recuerdas la cápsula del tiempo que enterramos?
—Sí, claro.
Estaban sentadas en dos de las butacas,
tratando de hacerse a la idea de lo que habían descubierto.
—Esto es una cápsula del tiempo. Si
podemos llegar a ver algo de lo que hay aquí… ¿Sabes lo que significa?
—Veríamos su forma de vivir de primera
mano. Su forma de trabajar. Escucharíamos sus palabras.
—Sería lo más cerca que estaríamos del
mundo que quedó atrás.
—Tenemos que sacarlo todo. El proyector
está muerto, pero podemos replicarlo.
—¿Te imaginas un cine con películas del
Viejo Mundo en Sandrock?
—Ahora mismo estoy montando todo esto en
mi cabeza. No deberíamos decir nada hasta que no hayamos visto lo que hay aquí.
No queremos que la Iglesia nos lo confisque…
—¡Es
verdad! —gritó Mi-an horrorizada—. Jamie, sabes que mentir se me da muy mal.
—No tienes que mentir, solo estar muy,
pero que muy callada al respecto. Se lo vamos a contar a Grace, a Trudy y a Qi.
Lo que hemos encontrado es nuestro y nosotras decidiremos qué hacer, pero
mantendremos a Trudy al tanto.
—¿Crees que Miguel y Matilda nos pedirían
que nos deshiciésemos de todo?
—Creo que, dependiendo de lo que haya
aquí, como poco querrían entregarlo a otros para no tenerlo a la vista. En el peor
de los casos, tendríamos que verlo arder. Y no voy a verlo arder, Mi-an.
—Ni yo —contestó Mi-an en voz baja,
considerando seriamente lo que acababa de escuchar.
No era que quisiera ocultarlo. No
exactamente. Pero había cosas que no podían mostrarse a todo el mundo sin más.
Cosas que se desmoronarían si las tocaban las manos equivocadas. Así que, de
momento, lo guardarían. Lo estudiarían. Lo verían con sus propios ojos, en vez
de con las gafas empañadas de recelo que usaba Miguel.
—Vamos a llevárnoslo todo —dijo Jamie con
firmeza— y solo nosotras decidiremos qué hacemos y cómo lo hacemos.
Se hizo un breve silencio en el que Jamie
creyó que ambas pensaron en las implicaciones de su hallazgo, pero Mi-an le
daba vueltas también a otras cosas.
—Jamie, este pueblo me ha cambiado la vida
—dijo, subiendo los pies a la butaca para abrazarse las rodillas—. Es la
primera vez que me siento bien con todo, ¿sabes? Como en armonía con el
universo… Esto es muy importante para mí y me alegra que lo hayamos encontrado
juntas. Tú y yo. Es la primera vez que tengo una amiga de verdad. Sin competencias ridículas y sin tratar de
hundirnos la una a la otra.
Jamie sabía muy bien de lo que estaba
hablando. La rivalidad entre constructores era lo habitual, pero Mi-an era
dulce, aun cuando Yan trataba de aplastarla. Aun cuando pretendía enfrentarlas.
Ellas no se lo habían permitido.
—Oye, hicimos esa promesa, ¿recuerdas? La
de dejarnos la piel trabajando porque nos necesitaban, no por aparecer en esas
estúpidas listas de constructores del año, o por promocionarnos o lucirnos.
—Pensé que ibas a mandarme a freír
espárragos por proponerte algo así nada más bajar del tren.
—Sabes que no puedo hacerlo, sería como
aplastar a un gatito. Es tu súperpoder.
—Solo me funciona contigo —dijo esbozando
una sonrisa triste—. En serio, nunca, nunca, nunca me imaginé algo así para mí.
La familia de Mi-an era una familia de
constructores. Se remontaban tan arriba en el árbol genealógico que no se
alcanzaba a ver el origen. Quién fue el primer constructor de todos.
Probablemente, se remontaba a antes de la Calamidad. Mi-an había nacido entre
presión y expectativas. Sus padres eran rígidos en todo y nunca estaban
contentos con nada de lo que Mi-an conseguía.
Jamie había leído una de las cartas que su
familia le envió. Mi-an se la mostró un día, tras unas cervezas de más. Era
descorazonadora. No parecían impresionados por nada de lo que su hija había
logrado en el pueblo y, en cambio, hablaban sin parar de sus dos hermanos, que
trabajaban en los talleres de otra persona en Cieloalto. No entendía cómo esa
gente y su amiga compartían genes. Jamie le había dicho que viviese su vida
como quisiese. Que no dejase que le afectasen las opiniones de los demás.
Parecía que últimamente se le estaba dando
bien. Tampoco es como si tuviesen demasiado tiempo para pensar, pero saber que
Mi-an se sentía a gusto era muy importante para ella. Mi-an lo había pasado
bastante mal, y todo empeoró cuando Elsie se marchó. Siempre estaban juntas, y
si algo molestó a Jamie de la partida de Elsie, fue que dejara a Mi-an atrás
sin despedirse, sin siquiera mirar atrás. Justo lo mismo que ella le reprochaba
a Logan.
—Creo que hemos esnifado demasiado óxido
—dijo Jamie—. Te estás poniendo melosa, como cuando vas borrachita.
—¿En serio? ¿Me pongo melosa cuando me
emborracho? —preguntó muy preocupada.
—Completamente, pero eres adorable
—repuso, pasándole un brazo por los hombros y zarandeándola un poco—. Nada de
esto sería lo mismo si no estuvieses. Me cubres las espaldas y yo a ti, ¿vale?
Es lo que hacen las amigas.
—Amigas para siempre —añadió Mi-an.
—Amigas para siempre.
—No le mencionaremos a Nia esta
conversación.
—Ah, se lo confesaste todo en la última
noche de chicas. Tenemos su bendición, aunque tuvimos que incluirla. Amigas
para siempre por tres.
—Ay —se quejó Mi-an, tapándose la cara con
las manos—. No voy a beber nunca más.
—Melosa y adorable, como un gatito
esponjoso.
—Cállate.
Salieron y
cargaron los pósters que pudieron, haciendo con ellos un primer viaje, y
decidieron que el invernadero sería el mejor sitio para guardarlo todo. Fueron
en busca de Qi y Grace —y también de Trudy, para pedirle que se llevase a Andy
tras las clases—. Qi se resistió, pero se dejó de tonterías en cuanto Jamie le
mostró una bobina pequeña del proyector, que se había metido en el bolsillo
para tal fin. Él entendió exactamente lo que eso significaba sin que le
tuviesen que decir ni una sola palabra más.
Jamie le alquiló a Cooper uno de los yaks,
como solía hacer cuando pensaba transportar una cantidad importante de
materiales o metales, y junto a Brego los dejaron a la entrada de las ruinas.
Cuando regresaron a la sala, acompañadas
por los nuevos integrantes del club cinéfilo secreto, disfrutaron el doble
viendo sus reacciones. Qi, que había estado irritable por tener que arrastrarse
fuera del centro de investigación y ensuciarse la camisa, se estiraba del pelo
sin darse cuenta. Grace le quitó la corbata por miedo a que se estrangulara con
ella y luego se la volvió a poner, tratando de estrangularlo cuando, en uno de
sus alardes de gran habilidad social, el director quiso entender qué pintaba la
camarera allí con ellos.
Avisaron a Rocky y a sus chicos para que
los ayudasen a transportar las cosas en sus carretas y ninguno sabía lo que se
estaban llevando. A sus ojos, eran materiales sin más. Del tipo que habían
emocionado antes a Qi, como cuando el telescopio o el robot Gungam. No hicieron
preguntas y nadie les dijo que no debían hablar de ello —ese es siempre el
camino más fácil para que hablen de ello—. Tardaron unas horas en sacarlo todo y
ya era de noche cuando Jamie, sucia, sudada y satisfecha, fue a casa de Trudy a
recoger a Andy.
No le había
dado explicaciones. Había prometido contárselo todo al volver de las ruinas,
así que eso era lo que iba a hacer.
Andy y Jasmine estaban en la habitación de
la niña, jugando. Salieron a recibirla y, cuando le dijo a Andy que antes de
volver a casa tenía que hablar con Trudy de trabajo, se volvieron a encerrar
allí.
—Hemos encontrado algo en las ruinas
—anunció sin rodeos.
—¿Algo de qué tipo? —preguntó Trudy
arqueando una ceja—. ¿Tecnología? ¿Una reliquia activa? ¿Es peligroso?
—Hay un cine ahí abajo.
—¿Un cine?
—Sí, películas. Del Viejo Mundo, ya sabes.
—Sé lo que es un cine —dijo sentándose en
el sillón y haciendo un gesto para que Jamie ocupara un sitio a su lado.
—Creo que podría restaurar las películas.
No todas, pero sí muchas. Hay muchas, Trudy. Y un proyector destrozado, pero…
reconstruible. Lo hemos llevado todo al invernadero.
—¿Mi-an y tú?
—Y Qi y Grace.
—¿Y por qué me lo cuentas?
—Porque no quiero escondértelo. Quiero que
lo sepas, y que sepas que, hasta que no sepamos lo que hay allí, no lo vamos a
decir a nadie más.
—Cuando
dices “a nadie más”, estamos hablando de la iglesia, ¿verdad?
—Bueno, sí. Están fuera definitivamente.
Sabes por qué. Lo estropearían todo antes de saber si es algo bueno o malo.
—Saberlo me pone en un compromiso, Jamie.
—Te lo cuento como amiga, no como
alcaldesa. No es algo peligroso, es… arte.
—Si te creyeses lo que me dices, no
pretenderías esconderlo.
—No pretendo esconderlo, solo omitirlo.
—Ya, porque no es lo mismo… —resopló Trudy
divertida.
—Pues claro que no. Oye, Mi-an y yo le
hemos dado muchas vueltas. Nos gustaría echar un buen vistazo a esas películas.
Saber qué tenemos allí. Si es algo que merezca la pena, podríamos estudiar la
idea de un cine. Aquí.
—¿Un cine en Sandrock?
—Sí. Eso atraería algo de turismo. Es lo
que queremos, ¿no? Nos gustaría que perteneciese al ayuntamiento para que nadie
se enriquezca a costa de esto. Es demasiado importante. Los beneficios, de
haberlos, irían directamente al pueblo. Podríamos hacer cosas con ese dinero
extra.
—Sí que lo habéis pensado…
Vaya que sí lo habían hecho. Lo habían
pensado muchísimo.
—Hemos tenido todo el día. Pero antes hay
que trabajar en esas películas y verlas, para comprobar que no vamos a
infringir ningún término estúpido de censura actual, etcétera…
—Bien, no queremos incomodar a nadie…
Apruebo la idea, me gusta. Y entiendo lo que me dices. Mirar al pasado no es
malo. Si no miramos, se nos va a olvidar lo que importa…
—Exacto. ¿No te encantaría que hubiese
películas que Andy y Jasmine puedan disfrutar? ¡Y tendríamos el primer maldito
cine funcional desde el Día de la Calamidad!
Trudy sonrió. Jamie estaba segura de que
la menuda mujer pensaba en todas esas veces que pedía ayuda al consejo de las
Ciudades Libres y ellos miraban a otro lado. No habían sido capaces ni de
ayudar con la carretera —ni con el puente, la granja de rocío, el agua o
cualquiera de las otras mil adversidades que habían azotado al pueblo—, había
sido Musa quien apostó por ellos poniendo su dinero.
—Gracias por confiármelo.
—Siempre estarás dentro, Trudy.
A lo largo
de la semana todo fue vertiginoso. Mi-an y ella trabajaban en sus comisiones
todo el día. Al terminar, trabajaban en el invernadero. Qi se había encargado
de diagramar el proyector, uno que admitiera los dos tipos de rollos que
tenían. Mi-an lo estaba montando, sacando cada pieza de la nada como un mago
saca conejos de un sombrero de copa. Jamie trabajaba restaurando las películas
y tratando de echar a Qi de allí la mayor parte del tiempo. Grace venía con la
cena y los cinco —con Andy, que estaba al tanto de todo y había prometido
guardar silencio hasta que le dijesen lo contrario— daban cuenta de la comida
allí mismo. Todos los vecinos pensaban que estaban trabajando en algo para la
carretera, excepto Heidi, que era la que trabajaba de verdad en ello. Jamie le
había pedido que respaldase esa versión sin hacer preguntas y Heidi no solo lo
hizo, sino que se inventó algo en lo que podían estar trabajando de verdad.
Jamie había
acondicionado el cuarto de revelado para hacer su trabajo: luz roja para las
tareas delicadas, oscuridad total cuando tocaba jugarse el cuello con una
bobina antigua. Era como operar a corazón abierto, pero en silencio, y con el
pasado temblando en sus manos.
Las paredes estaban ahora cubiertas con
cortinas negras de vinilo. Una bombilla roja, baja, tenue, colgaba del techo
como un sol enfermo. Sobre la mesa, extendido con sumo cuidado, un rollo de
película aguardaba, salpicado de grietas, polvo y pequeñas ampollas de hongos
que Jamie raspaba con una espátula diminuta y un paño impregnado en alcohol.
Cada herramienta tenía su sitio: pinzas,
brochas de cerdas suaves, cinta de empalme, lupa de aumento, cepillos antiestáticos,
guantes de algodón. A un lado, un escáner improvisado hecho con una vieja
cámara y una fuente de luz regulable. Al otro, una caja de baterías que
alimentaría el proyector que Mi-an y Qi habían reconstruido con piezas de medio
siglo de diferencia.
Cuando trabajaba allí dentro, el mundo
desaparecía. El tiempo se comprimía, como los fotogramas en la cinta. Había
algo íntimo, casi religioso, en limpiar cada centímetro de imagen. Jamie no
pensaba en las personas que lo habían grabado, ni en las que lo habían visto.
Pensaba en las que lo volverían a ver.
Y eso lo cambiaba todo.
Una semana
antes del Día de los Recuerdos y una después del descubrimiento, los cinco
estaban dentro del invernadero. Grace y Mi-an habían hecho una pantalla bastante
genial con sábanas blancas, que habían colocado en una de las paredes
laterales. Habían arrastrado un par de sillones viejos y los habían colocado
delante, a una distancia prudencial. Aunque, de momento, estaban cenando sobre
varios cojines en el suelo.
Jamie y Qi estaban tumbados boca arriba,
con el estómago lleno y terriblemente nerviosos, igual que Mi-an, que no podía
estarse quieta. Jamie había elegido la primera película. Andy iba a estar
presente y cruzaba los dedos para no tener que pararla a medias. De los cinco,
Andy era el único que tenía la edad apropiada para comportarse como un niño,
pero eso no parecía importarle a nadie.
—Prueba las alitas picantes otra vez —le
dijo Andy a Qi—. Creo que es el empujón que necesitas esta noche.
—Creo que tu estómago podría estar lleno de
sustancias aún no descubiertas —replicó Qi—. El tipo de cosas que podrían
salvar a la humanidad del veneno… Sin embargo, me vendrían bien más hongos
negros encurtidos.
—Eso es asqueroso —protestó el niño.
—Van
bien para el cerebro.
—Ya. Claro. Me da igual.
—¿Hay arroz? —preguntó Mi-an.
Sin levantarse, Jamie deslizó en su
dirección una caja de arroz.
—¿Palillos?
—No me puedo mover —dijo Grace—. Están
debajo del cerdo con castañas.
—Esto es ridículo, dinos al menos cómo se
titula —pidió Qi.
—Vais a tener que esperar a que la
pongamos.
Media hora después, apagaron
la luz y se sentaron en los sillones. Jamie tenía a Mi-an a un lado y a Andy
enroscado entre sus piernas en el suelo, mientras ella le tocaba el pelo.
—¿Estamos listos?
—No —respondió un coro de voces.
—Creo que voy a vomitar la cena —dijo Qi
con un gemido lastimero.
Hay un
silencio sepulcral. En la pantalla aparece una frase:
Una música épica suena. Nunca nada les había sonado tan bien como aquello. Sonaba realmente bien, joder. Grace había montado los altavoces con la ayuda de Qi.
—¿Episodio IV? —preguntó Qi en un susurro—. ¿Estarán los anteriores?
Todos lo hicieron callar.
—Me cago en mi puta vida —dijo Grace.
—¿Eso es una nave espacial? —preguntó Andy—. ¿Una nave espacial de verdad?
—Nadie se va a creer esto —dijo Mi-an sin respirar.
—No se lo tienen que creer, podrán verlo —dijo Jamie en voz baja, más para sí misma que por responder a su amiga.
Ciertamente, era lo más increíble que habían visto nunca.
Cuando la película termina, dos horas y un minuto después, nadie puede hablar. El silencio se extiende un buen rato y ni siquiera Andy es capaz de romperlo. Jamie parpadea, casi incapaz de salir del estado de trance en el que está. Grace tiene una mano sobre el pecho, conteniendo algo que no sabe si es emoción o vértigo. Qi no ha dejado de mirar el centro de la pantalla, aunque ya no hay nada que ver. Andy tiene el corazón desbocado. Resuena en sus oídos como el expreso de Atara. Durante la película ha estado agarrando con fuerza una de las piernas de Jamie y ahora todo lo que hace es dejar el suelo para subir al sillón con ella.
—¿Había más? —se atrevió a preguntar Mi-an en un susurro.
No hizo falta que aclarase a qué se refería; todos sabían que hablaba de las otras partes de lo que acababan de ver.
—No lo sé —reconoció Jamie—. Me va a llevar mucho tiempo encargarme de todas y es complicado saber qué es qué. Pero puedo intentar examinar los fotogramas antes de seguir.
—Puedo ayudarte —se ofreció Qi. Su voz sonaba distante, como si no estuviese allí.
—Ya llegaremos a eso —dijo Grace—, ahora mismo no importa. Lo importante es que todos puedan verlo. Algún día.
—Lo verán —aseguró Jamie—. Nos encargaremos de eso.
Cuando regresaron al trabajo al día siguiente, Mi-an y Jamie lo hicieron flotando en una nube irreal. La noche anterior se sentía como si la hubiesen soñado, y las expectativas les burbujeaban en las venas. Volver al trabajo, a la vida cotidiana, se les hizo extraño y un poco cuesta arriba.
Comenzaron con la noticia de que iban a abrir un túnel en las montañas para atravesarlas.
Jamie se topó con una manifestación de dos personas en la puerta del ayuntamiento: Dan-bi y Burgess gritaban que no podían cometer esa agresión contra las montañas.
—¡Jamie! —la llamó Dan-bi tras la reunión informativa—. ¿En serio vais a volar la montaña? ¿Es que no hemos aprendido nada?
—Hay que hacer un estudio previo, pero será lo mejor, chicos.
—¿Cómo va a ser lo mejor volar algo por los aires? —preguntó Burgess, indignado.
—No vamos a volar nada por los aires, será una explosión controlada —le contestó—. Tampoco es una agresión. Pensad en ello como… ¡como perforar una oreja!
Dan-bi y Burgess se miraron, no muy convencidos.
—¡Largo de aquí, impertinentes! —gritó Yan, agitando los brazos como las aspas de un ventilador—. ¡Os guste o no, el progreso se abre camino!
El progreso se abre camino.
*Notas:
Este capítulo es nuevo. Lo escribí estos días atrás, cuando editaba, corregía, recortaba y añadía. La idea del cine ya estaba allí, es algo que aparecía en el FanFic, solo que bastante más adelante y no había un capítulo dedicado en exclusiva. Creo que lo vale y que este es tan buen momento como cualquier otro. Me gusta la idea de mostrar un poco más de cerca la amistad con Mi-an. En el juego, el romance con ella te lleva a montar un proyector. No he hecho esas misiones, por la misma razón que no he hecho las de Fang, ni las de ningún otro romance. Yo desconocía lo del proyector hasta que vi la receta por ahí y me puse a investigar como conseguirla. Para entonces, la idea del cine ya estaba en marcha, esos capítulos escritos, pero me hizo darle vueltas a esta alternativa y creo que funciona bien para respirar antes de que entremos en otras cosas de peso.
He encontrado la escena exacta en un vídeo. Os la dejo aquí, por si tenéis curiosidad.
La familia de Mi-an se nombra en las dos misiones nuevas que añadieron con el DLC de los amoríos. Son buena gente y la quieren mucho, aunque yo ya había ideado una familia un poco espantosa porque sí también me encajaba mucho con su personalidad insegura y sumisa y lo he mantenido.
El cine, como tal, no existe en el universo My time. Catori tiene un proyector en el que podemos ver en bucle una animación. No se ruedan películas y solo se trabaja el teatro. No hay una explicación, así que me la he sacado del mismísimo sobaco. Creo que queda muy lógico, la verdad.
¿Qué película iban a encontrar? Mierda, una guerra, un imperio, planos secretos, un grupo rebelde... El puto espacio... Yo creo que, además de todo, se cagaron encima de gusto.
La rivalidad entre constructores es real. En Portia es espantoso lo que hay que madrugar para llegar al tablón de encargos el primero xD
Retomamos la rutina de publicar únicamente el domingo. Para la semana que viene, un poquito del Día de los Recuerdos. O el Halloween del juego.
La captura de hoy es una frase de Mi-an durante los primeros momentos del juego (es ella la que te viene a buscar a la estación y el primer personaje con el que interactúas). Mi-an es Telesis en su estado puro, joder. Antes, una de Jamie y Mi-an tomando algo en la Luna Azul, servidas por Owen.