Capítulo 18

 18.   El Protector de Sandrock

 

Pen había regresado al almacén con esa escoria resbaladiza colgada del hombro. El pueblo aún no se había despertado y tenía un rato —poquísimo para su gusto— para hacer preguntas. Que no se vea excesivamente perjudicado, le habían dicho, tiene que mantenerse en pie y ser el malo. El cuerpo civil debe arrestarlo para que todos lo vean, le habían dicho, hay que dar ejemplo. Nada de jueguecitos ahora, le habían dicho, mantente al margen y entrégalo a tiempo. Si hay que hacerlo, diremos de dónde salía cuando lo atrapaste, le habían dicho. Que pretendía cometer otro acto de vandalismo y volarlo también.
     Pen no tenía objeciones con esto último. Le importaba muy poco a quién se le encasquetaba qué.
     
Preferiría haberse divertido un poco. Calentar motores. Usarlo de saco mientras entrenaba. Sin embargo, lo había atado a una silla y esperaba, paciente, a que despertase. ¿Se le había ido la mano? No lo creía, pero a veces le costaba bastante medir su fuerza.
     Como leyéndole la mente, el perro callejero parpadeó y trató de enfocar esos ojos suyos. Ojos de bobalicón que no sabe lo que se le viene encima.
     —Ya era hora… Estaba a punto de despertarte por las malas, hombre.
     Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, Pen le soltó un bofetón, sin paños calientes, sin medias tintas. Le atizó sin medir y el bandido no cayó al suelo porque estaba muy bien sujeto.
     Ahora le pitaría el oído. Tal vez hasta le había reventado el tímpano… Pero para eso tenía dos, ¿no? Podría seguir escuchando lo que tenía que decirle por el otro.
     El hombre sentado en la silla hizo una mueca y le lanzó una mirada turbia. En sus ojos, nadando en medio del dolor, había una ligera sorpresa, pero no tanta como Pen esperaba.
     —Si crees que te voy a decir dónde está, lo llevas claro. Ya puedes seguir hasta que te canses.
     Pen le dio un puñetazo en los labios, partiéndoselos. La sangre brotó de la herida, manchándole un jersey de antes de la Calamidad y bajando hasta el peto del mono.
     —Yo no me canso. Deberías tenerlo en cuenta antes de abrir la bocaza —dijo, cruzándose de brazos tranquilamente—. ¿Y para qué voy a querer que me digas dónde está? Ya vendrá él a buscarte… ¿no es así, piltrafa? No te dejará aquí. Querrá venir a sacarte. O incluso a entregarse… porque así hacéis las cosas vosotros, ¿no?
     El hombre sentado en la silla frunció el ceño, entendiendo —a Pen siempre le resultaba interesante ver el momento exacto en el que la realidad se abría paso a través de la nebulosa y entendían—, y escupió a un lado la sangre que le llenaba la boca. Buen chico, porque si le ensuciaba el traje… Si se lo ensuciaba iba a tener que hacerle ver lo poco que le gustaba eso. Y era muy pronto para ponerse violentos, le habían dicho.
     Aunque él lo estaba deseando.
     El siguiente golpe se lo encajó en el diafragma. Allí no se vería.
     El hombre sentado en la silla se quedó sin aire que respirar y jadeó, tratando de atrapar un poco.
     —Ese vagabundo es como un cimarrón —le dijo, limpiándolo un poco con el paño húmedo de mantener las apariencias, que el forajido trató de rechazar inútilmente apartando la cara—. ¿Sabes lo que es un cimarrón, pelele? Es un perro que perteneció a una comunidad y que se volvió salvaje. Que vaga generando problemas y robando comida. Tú solo eres un triste perro callejero, apegado a lo único que conoces.
     —¡Que te jodan, payaso! —tuvo el descaro de gritarle.
     Cuando golpeó su costado, las costillas crujieron.
     Música para sus oídos.
     Para los dos.
     El perro tenía agallas, pero eso ya lo sabía. Llevaba mucho tiempo diciendo que debían atajar el problema de los forajidos de raíz. Son solo dos vagabundos, le habían dicho cada vez que expresó su opinión. ¿Cómo pueden dos vagabundos ser una amenaza real?
     Hasta un reloj parado da la hora correcta dos veces al día.
     Pen no tenía por costumbre subestimar a nadie.
     —Verás, chico —dijo, volviendo a la analogía de los perros—, cuando un perro se encuentra con otro, el más débil se tumba tripa arriba, con los genitales bien a la vista, dejando que el más fuerte decida si quiere destriparlo y comerse sus huevos. Deberías estar enseñándome los tuyos y rezando para que decida no comérmelos, ¿comprendes? Es la cadena de los depredadores.

La voz de Pen suena como la de un animal encadenado, deseoso de acercarse unos centímetros más.


Siguiente capítulo


 

 *Notas:

Hechos compartidos: Haru cae en manos de Pen. 
Creo que uno de los personajes que más he disfrutado en este FanFic ha sido Pen. Pen, que, según te enteras en el juego si estás atento, es alguien a quien modificaron genéticamente. Alguien extremadamente fuerte, capaz de mandarte fuera de la órbita terrestre de una patada en el culo. En general, o lo amas o lo odias, no tiene punto medio. Personalmente, me encanta. Me encanta lo absurdo que es, pero también el jugo que se le puede sacar a toda su actitud. Aquí vamos a disfrutar de mi versión particular, que es una versión modificada, como todo lo demás.
No puedo decir gran cosa sin estropear el siguiente capítulo, así que, ya que estamos doblando, ¿por qué no vas a leerlo?