Capítulo 10

 En el que Nia y el increíble hombre moreno tienen una especie de extraña cita

 

Nia está leyendo una de sus habituales novelas sucias, una especialmente mala, mientras analiza en profundidad las palabras “delicioso ardor”. Amiga, piensa ella, no hay ningún ardor delicioso. Solo ardor a secas. Sobre todo si has dejado que te entren por detrás sin lubricante.
     Son las tantas de la noche, pero no puede dormir. Últimamente le cuesta bastante porque se siente como una auténtica sabandija, y esa horrible sensación va imparable y en aumento cada día que pasa.  
     Nia tiene insomnio porque es una persona repugnante e incapaz de preguntarle al chico que le gusta desde hace un mes —mierda, ¿ya ha pasado tanto?— cómo se llama. Se han estado mandando mensajes. Nada serio, solo tonterías. Quiere más y sabe que él también, pero el escabroso detalle siempre está entre ellos, impidiéndole decir lo que quiere decirle —y hacer lo que quiere hacerle—. Cree que nunca ha pasado tanto tiempo sin acostarse con alguien y, lo peor de todo, es que ni siquiera tiene ganas de hacerlo si no es con él.  
     Así que Nia lee. Lee porno sucio y malo y se masturba. A estas alturas debería tener una tendinitis. Una tendinitis múltiple en todos los músculos de su mano derecha —ha intentado cambiar a la izquierda varias veces, pero no es lo mismo—.  
     Y luego está lo competitiva que es… Nia se ha propuesto que va a tener una cita antes de que Logan se decida a pedírsela a Jamie —y eso da para otra conversación totalmente distinta y muy larga—.
     Así que Nia lee, se masturba y piensa en la mejor forma de salir de este ciclo interminable de autocompasión. Quiere ser atrevida, quitarse el problema de encima —piensa en dobles sentidos muy guarros con eso—, llamar por su nombre al chico que le gusta en vez de dirigirse a él como guapo —aunque luego ve la cara que él pone cada vez que lo llama así y sabe que no va a dejar de hacerlo—.
     Coge el teléfono y pone su dedo por centésima vez sobre el nombre provisional —EIHM, de El Increíble Hombre Moreno. Es una cobarde y no es demasiado original, pero no son sus dos peores defectos—. Abre el chat y comienza a escribir otra tontería. Luego ve que él está en línea y maldice antes de entrar en pánico. Seguro que ha visto que está escribiendo. Ahora tiene que escribirle de verdad, en lugar de borrarlo como ha hecho las noventa y nueve veces anteriores. La tecnología es muy útil, pero nunca dejará que Nia aceche a la gente en paz.
     Maldita tecnología de mierda.
     Él sigue en línea y debe pensar que le está escribiendo una novela. Problema número dos: diez minutos de “escribiendo…” para decirle “Hola guapo”, que es como comienzan todas sus conversaciones.
     Al carajo.

Nia:
Hola guapo. ¿Qué haces despierto a estas horas?

EIHM: Me preguntaba qué haces tú despierta a estas horas. Mi excusa es Jet Lag.

Nia sabe que han estado fuera tres días. Además de todo, lo ha estado echando de menos furiosamente, ya que ni siquiera ha podido tontear con él por teléfono porque estaban aislados.

Nia:
No tengo una excusa tan buena como esa.
Estoy leyendo.
No puedo dormir. Leo y miro el teléfono.

EIHM: ¿Qué lees?

Nia: La perdición de un pirata (es tan sucia como mala).
Iba a decirte que estaba leyendo un clásico para quedar mejor, pero con todos los que hay y no se me ocurre ni uno.  

EIHM: Te hacía más de Jane Austin que de Victor Hugo
Pero esto es mucho mejor…
Descríbeme la portada (no quiero una foto)

Nia: Hay un pirata (qué sorpresa para nadie)
Está lleno de músculos y se acaricia la entrepierna de una forma que se supone que es sensual: NO LO ES.
Detrás aparece la silueta de un barco que no le interesa a nadie.
El dibujo es bastante espantoso, pero es que busco lo peor de lo peor.

EIHM: Ah, sabía que merecería la pena preguntar…

Nia: ¿Te estás riendo a mi costa?

EIHM: Por supuesto.

Nia: Y tú que estás haciendo, ¿eh?

EIHM: Leo y miro el móvil.

Nia: Pues ahora me tienes que decir lo que estás leyendo.

EIHM: Leo un libro sobre desarrollo avanzado de software.
Iba a decirte que estaba leyendo porno sucio y malo…
pero tampoco se me ha ocurrido ningún título.
Ninguno que pueda competir con “La perdición de un pirata”

Nia: A la mierda, yo no puedo competir con desarrollo avanzado de software.
Ni siquiera sé si quiero.
O si debo… xDDD
Solo tengo que pensar en eso para dormir esta noche.
Entiendo que lo hayas elegido…

EIHM: xDDD Ojalá pudiese decir lo mismo.
Mañana voy a ir a una librería que me gusta mucho. Está cerca del complejo.
Necesito leer algo que no tenga que ver con trabajo.
¿Quieres venir?

Nia: Solo si tienen porno de la peor clase.

EIHM: Me temo que no lo sé. Tendríamos que buscar.
Es enorme, te gustará.

Nia: Eso es lo que dicen siempre todos los chicos.

EIHM: ¿Todos los chicos?
Suena bastante agotador…
Si te paras a comprobarlo, digo.

Nia: Definitivamente, me gustaría comprobar la tuya.

EIHM: Definitivamente, estoy interesado.

Nia: Entonces… ¿mañana por la tarde? ¿Cuándo salga del laboratorio?

EIHM: Sí, puedo ir a buscarte allí si quieres.
Tengo el día libre.

Nia: ¡Vale!

EIHM: Y ahora vete a dormir. Es tardísimo.
No quiero tener que arrastrarte mañana.

Nia: Lo mismo digo. Nos vemos mañana, guapo.
Buenas noches.

EIHM:
Buenas noches, Nia.

Nia se siente como una serpiente cada vez que él la llama por su nombre.
 

Por la mañana no lo ve en el ascensor y lo echa de menos. Ha aprendido a soportar mejor los viajes gracias a él. Siempre trata de mantenerla entretenida hablando de nada en concreto, algo que a los dos se les da especialmente bien. Envidia un poco a Jamie, que está enganchada mirando a Logan fijamente —Logan sí que ha hecho su viaje en ascensor para acompañar a Andy a sus clases—. Ellos no hablan, solo se miran. Todo el tiempo. Agradece que Andy se meta con ella cuando empieza a respirar pesadamente, eso hace que Jamie también lo haga. Y está bien, siempre que no tenga tiempo de pensar en que no hay suficiente aire para respirar allí dentro.

Recuento de lápices perdidos o destruidos:
197
     Qi lo lleva tan minuciosamente como cualquier cosa que hace. El número está escrito con rotulador rojo, para que puedan verlo bien.
     Es posible que Nia siempre haya tenido un problema con eso. Verlo en la pizarra hace que sea mucho más consciente.
     —Tu mente es como una perforadora industrial que siempre atraviesa todas las capas hasta llegar a los recursos más valiosos —la saluda Qi. No ha mejorado con los cumplidos, pero Nia no se lo va a señalar.
     —Buenos días para ti también, director.
     El hombre se limpia las gafas con el dobladillo de su camisa, como siempre, asiente con la cabeza y sigue con lo suyo. Nia abre sus gráficas de datos en la tablet, enciende dos de las máquinas que suele utilizar para procesarlos, pierde otros dos lápices debajo de ellas mientras piensa en la sonrisa a medias y los ojos semi-cerrados del chico que no se quita de la cabeza. Luego se regaña, trata de concentrarse para hacerlo mejor y pierde un tercer lápiz.
     Recuentos de lápices perdidos o destruidos: 200
     Han cubierto otro hito.

Nunca una jornada laboral ha pasado tan despacio. A Nia le gusta su trabajo, pero hoy lo único que quiere hacer es ir a esa librería y pasar un tiempo a solas con él.
     Cuando sale y lo encuentra en la puerta, no puede evitar que su sonrisa sea capaz de prender fuego a las instalaciones.

La librería resulta ser alucinante. Nia no la conocía y se alegra de que la haya traído. Es realmente enorme. También realmente vieja. Huele de esa forma en la que huelen los libros y está llena de estanterías abarrotadas.
     Hay una sección de novela romántica, así que no se le puede pedir más.
     Los dos han comprado una tonelada de libros.
     —Veo que eres tan bueno como yo comprando libros de forma sensata —dice Nia levantando sus dos bolsas llenas y señalando las dos de él.
     —Ninguna persona decente es un comprador sensato de libros. De entrada, no me interesa nadie que no sea capaz de comprarlos únicamente de forma compulsiva.
     —Entonces… he pasado esa prueba.
     —Sí. Por mi parte, sospecho que eres irritablemente difícil de complacer.
     —Y extremadamente molesta —añade Nia—. Me lo dicen mucho.
     —Vaya, nunca lo hubiese sospechado.
     —Tú pareces del tipo inesperadamente odioso.
     —También me lo dicen mucho. Aunque el resto sí suele esperarlo.
     Están parados en la puerta de la librería, en medio de la calle, ambas manos ocupadas por las bolsas. Se están mirando y no parece que vayan a dirigirse hacia ninguna parte.
     —¿Quieres cenar? —le pregunta Nia, que ahora mismo no puede soportar la idea de que se despidan y se vayan cada uno por su lado.
     —Sí, claro —responde enseguida él con una sonrisa.
     —¿Comida india?
     —Me parece bien. ¿Estabas pensando en el de la esquina del complejo?
     —Dios sí, hacen el mejor pollo tandoori del mundo…
     —¡Sí! Y el biryani… ¿Quieres que dejemos los libros en mi apartamento para ir sin las bolsas?
     —Sí, buena idea.

Su apartamento es Esparta. Apenas hay muebles. Claro que es ridículamente pequeño, apenas hay habitaciones. Salón/cocina, un dormitorio y un baño —deduce Nia, porque ambas puertas están cerradas—.
     Él le quita las bolsas de las manos y las deja sobre el único sofá del diminuto salón, porque ni siquiera hay una mesa dónde dejarlas. Nia lo intercepta antes de que trate de salir del apartamento para ir a cenar. Lo detiene tomándolo de la mano, que está cálida a pesar del frío que hace fuera. Él exhala por la nariz. Hay un poco de sorpresa en su expresión, pero sus labios se curvan hacia arriba perezosamente, como a ella le gusta. Lo agarra del jersey para acercarlo más. Para que se incline hacia abajo. Para poder besarlo sin subirse a una puta escalera.
     Cuando sus labios se tocan él suspira, como si lo hubiese estado esperando desde hace tiempo. Huele a colonia —una que huele especialmente bien y que hace que Nia quiera saber a qué huele el resto de su piel—. Cítricos, sándalo y algo que no puede identificar. Nia apoya la mano en su cuello y le roza la mejilla con el pulgar. La barba incipiente le raspa la yema y es demasiado agradable. Luego lo obliga a abrir más la boca empujándolo ligeramente con la lengua. Después, él la está besando de verdad —no como las caricias tentativas y superficiales de hace dos segundos— y Nia decide que no quiere saber nada de comida india ni de ningún otro continente.
     —Supongo que podemos llamar después para que nos lo traigan aquí —dice el hombre sin nombre que huele bien y besa mejor, cuando consiguen parar un milisegundo para coger aire.
     —Hmm… —es todo lo que puede articular ella.
     Él la arrastra hasta su habitación.
     —¿Qué clase de adulto duerme en una maldita cama infantil? —pregunta atónita cuando mira a su alrededor y ve la cama.
     —No es una cama infantil, es una cama individual. Para uno de esos adultos que duermen solos, ya sabes. No traigo chicas aquí.
     —Oh, ¿soy la primera?
     —Me temo que sí —dice justo antes de besarla de nuevo.
     Ser la primera en esta habitación no tiene demasiado mérito, comenzó a trabajar en el complejo dos segundos antes de conocerla, pero a Nia no le importa.
     —Bueno, puedo perdonarte lo de la cama solo por eso.
     Él sonríe contra sus labios y Nia sabe que una de sus cosas favoritas a partir de ahora será besarlo a través de una de esas sonrisas.
     —Me gusta un poco cuando te enfadas —confiesa él encogiéndose de hombros.
     La toma de la mano y se sienta en la cama.
     —Es una cama ridículamente pequeña. Está completamente en contra de los convenios de Ginebra. Debería ser ilegal dormir en una cama de este tamaño.
     —Vamos, ven aquí —le dice él, acomodándose y dejándole cuatro milímetros más. Los únicos cuatro milímetros que puede apartarse sin caer por el otro lado.
     —Oh, ahora sí —protesta Nia—. Muchísimo mejor, claro. Ahora se ha convertido en una cama familiar…
     Nia protesta pero obedece. Se tumban en esa cama absurdamente pequeña.
     Se besan.
     Se besan.
     Se besan y Nia ya no tiene nada más que decir.
     Esto está pasando y no sabe su maldito nombre, pero pronto deja de pensar.

Resulta que al hombre sin nombre no le huelen los pies. Ni tiene una mancha asquerosa de nacimiento —Nia busca concienzudamente en cada centímetro cuadrado, aunque eso solo sea la excusa barata que se dice a sí misma para seguir examinándolo muy de cerca—. Ni tampoco tres pezones, ni acné, ni vello. Nia ignora si su nombre será William y terminará llamándolo Billy, pero le da exactamente igual, porque todo lo demás es perfecto. Perfecto en textura, aroma y sabor.
     Y en todo lo demás.
     Puede que Nia le deba toda su fortuna a los orfanatos del mundo y, por razones que no vienen al caso, Nia es asquerosamente rica.


Siguiente capítulo