En el que Jamie tiene la primera parte de una primera cita con Logan
Logan
y Andy han pasado varias semanas de sábados de películas con Jamie. Logan se ha
dado cuenta de que se le han estado escapando muchas cosas desde que Andy está
con él. Se siente un poco culpable —y algo viejo— por no estar al día sobre todo
lo que podría disfrutar el niño. Hasta ahora, simplemente se ha dejado llevar,
haciendo que el tiempo pase. Un día detrás de otro. Andy se ha perdido muchas
cosas interesantes que ya estaban antes de que él naciese, como Harry Potter, Parque jurásico —Andy no durmió esa noche, en parte por la emoción
de ver una película de dinosaurios y en parte porque tuvo una pesadilla demasiado
real sobre dinosaurios— o la animación
de Hayao Miyazaki, así que los sábados se han ampliado a un par de tardes entre
semana. Andy parece bastante satisfecho con el resultado y Logan está
definitivamente enamorado. No solo de Jamie, también de la forma en la que Andy y ella encajan. Encajaron desde el
principio, pero cuando están fuera del laboratorio todo es aún mejor. Logan
cree que nada puede superar la sensación que tiene en el pecho cuándo ve sus
cabezas muy juntas mientras se ríen de cualquier cosa. La mayoría de esas
veces, Jamie lo busca con la mirada inmediatamente después y aún está sonriendo
y, cuando sus ojos se encuentran, ella se muerde el labio de esa forma. Muerde los restos de sonrisa
que le quedan y Logan se muere por dentro por ser él quien los muerda. A veces,
si tiene tiempo libre, Jamie también va a su apartamento a ayudar a Andy con
los deberes. Logan está especialmente agradecido por eso, porque, aunque Haru
es un genio, es un genio bastante ocupado, y Logan nunca ha sido de letras o
números. Ha sido más de sangre, sudor y lágrimas, y prefiere no tener que
enseñarle a Andy nada de eso si puede evitarlo.
Logan ha estado analizando y diseccionando
todos esos datos. Está definitivamente aterrorizado. Quiere besar a Jamie
—entre otras muchas cosas—, pero al mismo tiempo teme que ella descubra, en
algún momento, que es un completo desastre. Ahora ya no es solo él. Ahora, si
Logan se enamora y la deja entrar, podría destrozarlos a los dos al salir. Y
Andy ya ha estado destrozado antes, cuando su madre murió. Logan ha pasado
estos dos años tratando de recomponerlo como ha podido, y ahora todo empieza a
sentirse más o menos normal. El infierno de los primeros meses había quedado
atrás, al igual que el año difícil que vino después. Ahora siente que se han
estacionado en una comodidad dónde se reconocen, y cada uno sabe que botones no
tocar en el otro. Ser dos es complicado, pero un poco menos que ser tres. Aun
así…
Logan le pidió a Jamie una cita y ella
dijo que sí. Lo hizo sin la ayuda de Andy y sin los consejos de Haru y aun así ella
dijo que sí. Por alguna razón estúpida, Logan esperaba que dijese que no. Si
Jamie le decía que no, no tenía que pensar dónde iba a llevarla —de acuerdo,
nada de restaurantes italianos caros, pero eso deja abiertas otras mil millones
de opciones—. No tendría que pensar en dejar a Andy con alguien por algo que no
es trabajo. No tendría que pensar en qué ponerse o en qué decir —o qué no
decir— para no cagarla, como le suele pasar habitualmente. No tendría que
pensar en cómo se sentirían Andy y él si las cosas iban muy bien y después
terminaban en todo lo contrario.
Logan no ha tenido una cita con alguien
que le gusta de verdad desde Laura. Ha salido con chicas con la única intención
de acostarse con ellas y darse un paseo rápido antes de seguir con su vida,
entre tiroteos y tratando de criar a un niño de ocho años. Logan no ha tenido
una cita desde hace mil años, ha tenido breves acuerdos que beneficiaban a
ambas partes. Intercambios bastante satisfactorios y sin compromisos.
Así que Logan piensa en todo eso mientras
se ata las zapatillas de Chuck Taylor. Mientras se da cuenta de que depende de
Justice para vestirse con demasiada frecuencia desde que lo conoce —y conoce a
Jamie—. Depende de él como si fuera el puto Dolce
& Gabbana o cualquier otro experto en el tema. Justice, que es más de
comprar la ropa al peso, de pantalones deportivos con agujeros en la
entrepierna y manchas de pizza. Así que Logan no tiene ni puta idea de cómo
alguien así ha llegado a ser su gurú de la moda, pero cuando se mira al espejo
ni siquiera puede cuestionarlo. Por eso lo dejó cambiar todo su armario. Dónde
solo había ropa táctica, jeans demasiado viejos y camisetas negras, ahora hay
ropa táctica, jeans que parecen demasiado viejos —pero que son nuevos— y
camisetas negras. Bueno, hombre, Logan se rasca la barbilla cuando analiza todo
esto tratando de encontrarle sentido, pero no lo consigue. La diminuta
diferencia se ha hecho enorme en alguna parte, porque realmente todo se ve
distinto.
Jamie
también se ve distinta cuando se encuentra con ella en la puerta de cristal
giratoria del complejo. A pesar del frío, se ha puesto un vestido que Logan
quiere quitarle. Ha dejado de moverse mientras el aire se le escapaba
lentamente de los pulmones y se ha quedado mirándola como un pasmarote. Ella
sonríe y se muerde el labio, lo que no mejora las cosas.
—Estás… guapa —le dice carraspeando. Se
siente absurdamente idiota.
—Y tú —replica ella sin dejar de inclinar
la boca hacia arriba—. ¿Has dejado a Andy con tu hermano?
—Los he dejado a los tres en mi
apartamento, Nia también estaba. Creo que ha estado durmiendo aquí un par de
noches…
—Ella lo ha justificado con que es una
idea brillante para no subir y bajar en el ascensor —los dos se ríen de eso.
—Andy invitó a Jasmine a ver una película.
Jasmine quería elegir, pero me temo que Andy no se fía tanto de ella como de
ti. No sé en qué habrán quedado…
Pasar
el rato con Jamie es fácil, tanto si es viendo una película como cenando. Logan
le preguntó a Nia dónde le gustaría cenar a Jamie. Nia dijo que, además de los
restaurantes italianos pijos, ningún sitio dónde se sirva la comida en
tartaletas diminutas. Nada de tratar de sorprenderla gastando demasiado dinero,
le dijo. A Logan todo eso le sonó muy bien, así que la llevó a un restaurante
dónde suelen ir con Haru y Andy. En realidad es un restaurante italiano, pero
está muy lejos de parecerse al que Bryan la llevó —se ha tomado su tiempo para
indagar más a fondo y asegurarse de esto—. Es el restaurante de una familia
italiana de verdad, dónde se come la mejor pasta y la mejor pizza en enormes
cantidades. Jamie es libre de pedirse una cerveza y él se pide otra. Luego
piden otras dos. Y otras dos. Cuando se dan cuenta, han pasado casi tres horas
y están un poco achispados. Los dedos de Jamie han rozado los suyos un par de
veces de forma totalmente intencional y sus rodillas se tocan ligeramente a
ratos bajo la mesa. Logan piensa, con mucha frecuencia, en separarlas, mientras
sus manos se pierden bajo el vestido, en busca del elástico de las medias. Tiene
que recordarse que, en algún momento, se van a levantar y no debería sentir esa
presión en los pantalones cuando lo haga. Sus mejillas están calientes y un
poco sonrojadas y no es por la cerveza.
No esperaba que la noche fuese TAN bien.
Quizá solo bien, a secas. Pero, Dios, es que ahora le gusta mucho más que antes
de cenar, y sabe que a ella le pasa lo mismo, porque puede ver cada síntoma. El
lenguaje corporal, la forma en que lo mira —y se sigue mordiendo el maldito
labio— o como busca esos pequeños y breves contactos. A Logan se le da muy bien
leer a la gente y Jamie es un libro abierto ahora mismo.
Así que cuando le pide que la acompañe a
casa él le dice que sí, aunque aún está esperando que algo salga mal porque
todo es demasiado perfecto y sencillo.
No
se molestan ni en encender las luces al entrar. Le ha costado toda su fuerza de
voluntad no besarla en el ascensor —si fuesen los casi cien pisos del complejo
lo hubiese hecho, pero son solo cuatro—. Al cruzar la puerta es ella la que lo
besa a él. Lo besa y él se lo devuelve poniendo allí todo lo que tiene. No le
parece suficiente; quiere vivir en esa boca. Piensa en eso cuando la atrae
apretándola para que ocupen exactamente el mismo espacio.
Y cuando se separan un poco, calientes y
agitados y ansiosos por más fricción, Jamie se acerca a su oído.
—Por favor… Por favor, Logan... —susurra.
Dice las palabras y suenan afiladas y
pesadas mientras él las moldea en su mente. No hay ninguna duda ni nada más
tras lo que esconderse y haría falta ser un santo para ignorarlas. Para ignorar
la línea de su cuello hasta esas clavículas que ha dibujado mentalmente cada
día desde que la conoce. O como se sentiría estar dentro de ella, empujándose
con fuerza. Logan no es un santo, solo es un hombre. Y está seguro de que ni siquiera
es un buen hombre. Y ha deseado esto durante un tiempo. Todo ese combustible
bajo capas y capas de control férreo está a punto de arder.
Así que hace lo único que puede hacer:
dejar que arda.
Hasta
que se rompe la magia.
—Mierda —dice Jamie un buen rato después.
No es lo que quieres escuchar cuando has enterrado la mano en la piel sensible,
semidesnuda y húmeda de otra persona—. ¿Has traído condones?
—No —responde apoyando la frente sobre la
suya, respirando agitadamente y sintiéndose bastante tonto—. Honestamente,
nunca pensé que la noche iba a terminar así. Creía que usaría mi boca para
cagarla, no para besarte.
—Yo no tengo. Estoy algo oxidada, no suelo
hacer esto.
—Vale, puedo ir a comprar o puedo terminar
lo que he empezado aquí…
—Vamos a ir a comprar, Logan —protesta con
voz lastimera—. Vamos a ir a comprar y vamos a ir muy deprisa.
Logan se ríe y está muy de acuerdo con
eso.
Cuando están regresando, su teléfono suena
en el bolsillo interior de su abrigo. Lo saca para ver que es Haru el que
llama, así que responde, porque solo puede tratarse de Andy o de una emergencia
laboral.
Es lo segundo.
No es lo habitual, así que no puede evitar
sentirse bastante frustrado por la interrupción, porque las estadísticas
jugaban a su favor. Aunque, claramente, no esta noche.
—Tengo que irme —le dice a Jamie cuando
cuelga.
Ella tiene cara de saber qué pasa, así que
solo suspira con resignación.
—Tendría que haberte dejado terminar lo
que empezaste ahí…
—Sí, creo que sí.
—Bueno, al menos no puedes escapar de una
segunda cita.
—Sería más bien la segunda parte de la
primera cita.
—Me gusta cuando te pones riguroso…
—Puedo ponerme terriblemente riguroso la
próxima vez.
—Para la segunda parte de la primera cita.
—Exacto.