Capítulo 12

En el que Nia es Nia y hace exactamente lo que se espera de ella

 

     —¿Cómo que no teníais condones? —le pregunta Nia a Jamie sin poder creer lo que está escuchando.
     Nia está en medio de una videollamada con Jamie porque ha dormido en la ridícula cama del increíble hombre moreno, y está de un humor terrible porque ha dormido sola. Él se tuvo que ir en mitad de la noche, pero no dejó que ella regresase a su casa a esas horas. Además de besar bien, ser un genio del sexo oral y aún mejor con el resto, también es un tipo extremadamente considerado. Nia, la serpiente nefanda, no se lo merece. El síndrome del impostor está haciendo mella en ella, hundiendo aún más los dientes en su carne a cada minuto que pasa sin saber su nombre. Y, joder, joder, joder… Cuando está en esa cama es lo único que quiere gritar. Su trastorno obsesivo compulsivo está por las nubes.
     —Sin condones —añade Jamie. Y Nia se está esforzando a tope para entrar al mil por ciento en esta conversación. ¿Quién no lleva condones encima hoy en día?—. Creo que fue lo mejor, porque luego lo llamaron y tuvo que irse. Si lo llegan a llamar después de habernos puesto a ello no sé qué hubiese hecho. Dios, estaba tan caliente que no se me ha pasado, te lo juro.
     Y Nia la cree, porque ella sí se quedó a medias y sabe la respuesta a esa pregunta. Jamie no hubiese hecho nada, porque no hubiese podido hacer nada —quizá masturbarse un par de veces, que es exactamente lo que hizo ella en esa cama vacía que olía a él—. Nia se había quedado a medias en el sofá de Logan porque su chico sin nombre estaba al cargo de Andy. Habían acordado que se sentarían tranquilos como dos adultos, pero eso no pasó nunca. Ni dos minutos después, se estaban manoseando como adolescentes muy salidos. Y cuando él estaba bien adentro recibió esa llamada y Nia lo odió por cogerla, aunque sabe que no puede no hacerlo. Y Nia se cambió de apartamento mientras él llevaba al niño al de Trudy, deseando que hubiese vuelto de dónde fuese que hubiese ido antes del desayuno. No había sido así.
     —Haz zoom en mi cara para que veas bien lo sorprendida que estoy, Jamie. ¿Por qué no tienes condones en casa? ¿Es que no te he enseñado nada?
     —Hace mil años que no los necesito, se hubiesen caducado —protesta Jamie sin ganas.
     —¿Y salir con el macizo no era un buen motivo para comprar un millón de malditas cajas? Un millón, Jamie, en serio.
     —No pensaba usar ninguno esta noche. Estaba segura de que no iría bien.
     —¿Por qué?
     —Porque era demasiado bueno para ser verdad.
     —Joder, que panorama, Nostradamus.
     —Él me dijo lo mismo.
     —¿Te llamó Nostradamus?
     —No. Dijo que no había pensado que fuese a usar ninguno.
     —Bueno, escúchame bien —amenaza Nia—, cuando vuelvan vas a tener que terminar esto.
     —Te noto especialmente interesada en que lo termine y no lo entiendo…
     —No puedo centrarme en el hecho de que estoy empezando algo que parece serio si tú andas languideciendo por las esquinas. Tenemos que coordinarnos, Jamie, tenemos que estar bien y tranquilas para poder pensar con calma en que yo salgo con un tío que no sé ni cómo se llama y tú con uno que tiene un crío —Jamie resopla y Nia ve en su pantalla cómo frunce el ceño, como lo hace cuando piensa que Nia está empezando a decir locuras—. Vamos a tener problemas serios, Jamie. Al menos que no sean de abstinencia, piénsalo.
     Los seis meses de sequía de Jamie a Nia le resultan años, quizá por eso está muy obsesionada preocupada por su vida sexual. Para Nia, todo lo que pasa de dos semanas es preocupante.
     —Esto es tan ridículo como cuando te empeñas en que nuestras reglas tienen que sincronizarse —dice Jamie.
     —Es que tienen que sincronizarse. Está científicamente demostrado y tú eres mi mejor amiga, así que si no se sincronizan es porque nos hemos descompensado y tú me quieres menos que yo a ti.
     —Eres ridícula. Absolutamente ridícula. No sé si reírme o tirarme por la ventana.
     —¿Lo ves? Es exactamente de lo que estoy hablando, Jamie, tu actitud apesta. Y no puedes tirarte por la ventana, estás a pie de calle.

Por la noche él aún no ha vuelto. Esta vez Nia está en su enorme cama y descubre, con gran horror y pesadumbre, que preferiría estar en esa cama diminuta acompañada que en la suya, demasiado grande y vacía.
 
     Solo han estado juntos tres veces y media. A Nia le parece poco y eso la molesta mucho porque, generalmente, tres veces y media son dos veces y media más del tiempo que le da a cualquiera. Está a solo dos veces más de querer acurrucarse con él en el sillón para ver la tele mientras le acaricia el pelo. Y eso la lleva al sótano oscuro donde ella es consciente de cosas que prefiere ignorar, como que no puede dejar de pensar en cómo le cae el pelo —ese pelo que quiere acariciar mientras se acurrucan en el sillón— sobre los ojos ligeramente rasgados, y como él siempre trata de apartarlo. Ella quiere hacerlo en su lugar. Quiere apartarle el pelo de los ojos, acariciárselo, estirárselo mientras él se sumerge entre sus piernas. Incluso quiere besarlo en la sien cuando está concentrado en algo, con el ceño fruncido de esa forma tan sexy. Quiere besarlo en los labios, en la comisura de la boca, en la mejilla. Quiere morder su mandíbula cuando aún no se ha afeitado y raspa, y tener los pezones y la cara interna de los muslos sensibles porque él pasó demasiado tiempo rozando su barbilla allí. Nia recuerda muy bien la forma en que lo hace. Roza su barbilla y luego pasa la lengua y luego le deja un rastro de mordiscos que sus dedos siguen, arriba o abajo, dependiendo de dónde la esté trabajando, hasta que siente la piel caliente como el infierno. Como la sangre dentro de sus venas.
     Nia repasa los últimos mensajes que se mandaron y le deja uno especialmente sucio, porque ahora está terriblemente húmeda y necesitada y furiosa por sentirse así y preferir una cama diminuta a su enorme cama de siempre.
     Tres veces y media y ya no piensa en otra cosa.
     Maldito hombre del demonio.
     Por la mañana no tiene ningún mensaje nuevo, así que todo sigue igual.

Nia ha pasado el día bastante ocupada porque ha estado pensando. Ha estado pensando en muchas cosas, en realidad. Y pensar la ha llevado a actuar. Así que ha pasado todo su tiempo libre —y parte de su tiempo en el laboratorio— perdiendo algunos lápices y haciendo pedidos.
 
     También ha trazado un plan. Bueno, en realidad dos, pero uno no es para ella, así que una vez trazado y concretado se ha olvidado de él.
     Jamie no se sorprende en absoluto cuando se presenta en su laboratorio para arrastrarla con ella a última hora de la tarde. Ni cuando saca de su bolso un par de gorras y unas enormes gafas de sol y la obliga a ponérselas, tal y como ella hace.
     —¿No las tienes con bigote? —tiene la audacia de preguntarle.
     Jamie se mantiene casi imperturbable, aunque comienza a hacer preguntas dentro del ascensor. Habla con ese tono tranquilizador que se suele usar para calmar a un animal salvaje que se ha trastornado, y cuando las puertas se abren en el piso de los archivos, Nia puede decir con exactitud el momento concreto en el que Jamie descubre lo que han venido a hacer.
     —¡NO! —grita.
     —Shhhhh Jamie, se supone que estamos trabajando de incognito, no gritamos cuando estamos a punto de allanar una propiedad ajena…
     —No me lo puedo creer, vas a buscar su expediente.
     —VAMOS a buscarlo. Eres mi súper mejor amiga, nuestras reglas están tan sincronizadas como nuestros relojes y vamos a hacer esto juntas.
     —Nia, creo que…
     —Me da igual —dice alejando las excusas de Jamie con un gesto de la mano—, vas a ayudarme y estamos aquí por tu culpa.
     —¡¿Cómo que por mi culpa?!
     —Si le hubieses preguntado a Logan como se llama hace siglos, no tendría que verme forzada a cometer delitos.
     —Si le hubieses preguntado a él tú misma, no tendrías que arrastrarme a cometer delitos, joder.
     Nia se cala la gorra y se ajusta las exageradas gafas de sol, como si nadie la fuese a reconocer con eso puesto, y comprueba que la puerta de los archivos está abierta. No es la primera vez que está aquí, por eso sabe a dónde va. Qi la mandó una vez a por un expediente cerrado de un trabajo inacabado muy anterior a ella. Dentro de la sala —que es enorme y se divide en varias secciones—, solo tiene que buscar la puerta que la lleva a los archivos del personal. Jamie corre detrás de ella con la gorra y las gafas en la mano —porque se las quitó en su ataque de furia al salir del ascensor y se niega a ponérselas de nuevo—, cuestionando las implicaciones de que las pillen aquí sin permiso, hurgando en documentos que están protegidos por la ley y buscando datos personales altamente confidenciales sobre la persona que le gusta y a sus espaldas —lo que, en opinión de Jamie, es el mayor agravante—. Habla sobre trasgredir y quebrantar. Sobre romper la confianza de tu pareja y vete a saber qué más. Nia ha dejado de escuchar hace cinco minutos porque está demasiado ocupada haciendo todo eso de lo que Jamie la acusa.
     Los archivos del personal están muy bien ordenados, así que va directamente a los expedientes clasificados, que son los de las personas que frecuentan la sala común.
     El del hombre sin nombre está justo debajo del de Logan.
     Su nombre está en el exterior. Se llama Haru. No William/Billy. Haru.
     Haru.
     Joder, por fin. Se siente como un salmón que ha conseguido desovar después de remontar el río a contracorriente durante las cuatro semanas de rigor.
     A pesar de las protestas de Jamie, no puede parar ahí y lo abre.
     —Deja eso, ya tienes lo que querías… ¿Es que no sabes la historia de Barba Azul?
     —Cállate. ¿No quieres ver el de Logan?
     —NO.
     Cuando lo abre, lo primero que ve es una nota.

     Nia:
Si tienes esto en la mano, Logan y yo hemos ganado la porra. Sí, hay una porra, lo siento. No te enfades demasiado, no fue cosa nuestra, solo hemos participado. Ganar dinero siempre está bien (prometo repartir mi parte), aunque hubiese preferido que me preguntases a mí.
Ahora, suelta la carpeta y sal de allí antes de que alguien te vea.
P.D: Logan y yo tenemos nuestra propia apuesta sobre cuánto tiempo eres capaz de fingir que en realidad  ya lo sabías.

     —¡JA! —la risa de Jamie resuena en la sala.
     Maldito hombre del demonio.

     Cosas que Nia aprendió tras leer minuciosamente el expediente de Haru:

     Ex militar
     Ex convicto
     Ex Mercenario
     Experto en explosivos, seguridad, sistemas de comunicación de datos, programación, hardware y software.
     Actualmente de servicio trabajando para Trudy, como todos los demás.


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