Capítulo 15

En el que la tercera parte de la primera parece una película de los hermanos Marx

 

     —No puedo creerme lo que me estás contando —dice Nia atónita en la pantalla de su teléfono.
     —Pues créetelo.
     —Estáis gafados. No vais a follar.
     —Gracias. ¿Por qué llevas una sudadera con capucha? ¿Le estás robando la ropa a Haru? Y lo más importante… ¿Estás saliendo con un tío que usa sudaderas con capucha?
     —Respondiéndote en orden: Es muy cómoda, sí y sí.
     —La Nia que conozco jamás saldría con alguien que usa sudaderas con capucha y mucho menos se las robaría. Has plantado a tíos por esa razón muchas veces. Puedo decir cinco nombres ahora mismo.
     —Vamos a olvidarnos de todo ese asunto de saberse los nombres de la gente, ¿eh?
     —Puedo decir diez. Y lo peor de todo es que yo sé cómo se llaman y tú no. Todos eran buenos chicos. Chicos agradables y atractivos. Chicos encantadores que usaban sudaderas con capucha, su único defecto. Así que no me culpes si quiero saber lo que está pasando ahí. Espera —añade en cuanto se da cuenta de lo que ha dicho—, no quiero saberlo. Pero sé que está pasando algo.
     —Bueno, mira, no voy a entrar en detalles pero, por lo visto, todas mis reglas han quedado anuladas. Haru es como una anomalía, ¿vale? Da la impresión de que nada se aplica a él y él no se ajusta a nada que haya visto antes. Parece inmune a todos mis defectos y doblemente afectado por mis escasos encantos. Es una combinación bastante extraña —explica Nia resoplando.
     El móvil se desliza ligeramente hacia abajo y Jamie puede ver que la sudadera con capucha no es lo único que le ha robado a Haru.
     —Joder, ¿llevas puestos sus calzoncillos?
     —¿Qué? ¡No!
     —Enséñamelos.
     —¡NO!
     —¡ENSEÑÁMELOS!
     El móvil baja de nuevo revelando los bóxer negros que se adivinaban antes.
     —También son muy cómodos. ¿Sabías que esto no se te mete por el culo?
     Jamie se ríe porque no puede hacer otra cosa. Se ríe y lo hace con ganas.
     —Sería lo único que no se te metiese por el c…
     —¡Cállate! —grita Nia—. ¡Y deja de reírte! Vas a conseguir que tenga una crisis nerviosa.
     —No puedo dejar de reírme, Nia, lo siento. Ahora mismo reírme de ti es lo único que hace que deje de pensar en las manos de Logan.
     —Estáis gafados.
     —Y tú te has mudado a su apartamento y ni siquiera te has dado cuenta. Al menos llévate algo de ropa, imbécil.
     —¡No me he mudado!
     —Llevas durmiendo allí desde el principio. ¿Tienes cepillo de dientes?
     —No es mío, me dejó su cepillo de repuesto.
     —Seguro que no espera que se lo devuelvas… Y seguro que no lo harás, como te quedarás esa sudadera y esos calzoncillos.
     —Eres una envidiosa.
     —Eso no lo voy a negar.
     —Hoy es sábado y no pienso salir de aquí.
     —¿Dónde está?
     —Está en el gimnasio, con Logan, Justice y Unsuur. Y cuando vuelva, lo interceptaré antes de que se meta en la ducha, porque cuando suda así a mí también me hace sudar…
     —No quiero saber nada de eso, eres una guarra.
     —Una guarra que va a sudar, Jamie, no lo olvides. ¿Vais a ver una película esta tarde?
     —Sí, es sábado, tarde de película y pizzas —responde. Y siente como una sonrisa se le forma en la boca instantáneamente.
     Puede que no vaya a usar ni uno de los condones de Nia, pero no se va a quejar de sus sábados. Le encantan los sábados, siempre le han gustado, pero le gustan muchísimo más desde que conoce a Andy y a Logan.
     —Estás sonriendo como una idiota —dice Nia sonriendo también.
     —Me gustan los sábados —responde sin más.

Por fin consiguen colgar. A veces sus conversaciones son eternas —a veces no lo son pero lo parecen—. Jamie echa de menos subir y bajar en el ascensor con Nia, pero está absolutamente convencida de que esta relación podría convertirla en un ser casi humano y eso es bueno. En principio.
     Menos de dos minutos después, Nia le envía un vídeo. Es un clip de un documental de leones narrado por una voz femenina aburrida. Mientras un macho y una hembra se miran a los ojos con interés, esa voz monótona dice: El coito es breve y mecánico. Lo único que puede hacer la hembra es esperar y esperar Y la palabra “esperar” se repite en bucle mientras los leones se siguen mirando.

                      Jamie:
No tiene gracia.

                                         Nia:
Sí la tiene.

La tarde de sábado es lo que se espera de ella. Ven El vuelo del navegante y Andy le hace millones de preguntas sobre películas viejas mientras se comen las pizzas después. El niño está completamente recuperado y vuelve a ser el glotón que Jamie ha conocido —Jamie cree que no ha visto a nadie comer con tanto entusiasmo cuando es algo que le gusta—. La película le ha encantado, y Andy no puede creerse que sea tan vieja y le encante tanto, así que está loco por ponerse al día de todo lo que se perdió antes de nacer y comienzan a hacer una lista que termina siendo muy larga. Siempre está acelerado porque siempre tiene mil cosas en la cabeza al mismo tiempo. Jamie adora eso de él. Jamie cree que puede adorar absolutamente cualquier cosa de él.
     Logan los mira y sonríe para ella con mucha frecuencia. A veces la besa. Ligero en los labios, en la sien, en la mejilla… Una de esas veces Andy los pilla y hace un gesto de vomitar y Jamie le recuerda lo que pasó la última vez que vomitó de verdad. No lo repite. Cuando se hace tarde, Logan acuesta al niño y ella sigue con una historia que le está contando, que en realidad es Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne. Hablan de Julio Verne y de su capacidad inventiva, algo que los une un poco a ambos con el escritor. Jamie tiene toda la colección de libros porque sus padres se la regalaron antes de morir, y promete dejárselos para que los lea cuando termine todos los que tiene pendientes. Tarda bastante en dormirse, pero lo hace.

Cuando salen de su habitación Logan la arrastra de la mano hasta la suya. Jamie no ha pensado en quedarse. Estaba lista para irse, no para hacer un tercer intento. La mente se le queda en blanco cuando Logan saca un condón del bolsillo trasero de sus jeans. Es uno con una cara amarilla, redonda y sonriente.
     Jamie sonríe aún más.
     —¿Estás seguro? No sé dónde está la línea de lo que debo hacer y lo que no. No sé si quedarme está bien —le dice a Logan.
     —Está bien si lo está para los dos.
     —¿Y Andy?
     —Hay una cosa que debes saber sobre niños: una vez que se han dormido es casi imposible despertarlos —afirma Logan rotundamente.  
     —¿Es esa clase de magia que hace que, aunque los levantes en brazos para acostarlos en la cama, no se inmuten?
     —Exacto.
     —Pensaba que era por algún tipo de droga infantil aprobada por los pediatras para eso.
     —Bueno, te diré algo… Si no fuese magia, esa opción estaría sobre la mesa ahora mismo.
     Jamie se ríe y Logan la besa. No deja de hacerlo mientras la desnuda con cuidado, dejando más besos en la piel pálida que va quedando al descubierto, ahora erizada por la anticipación y por el contraste con la calidez de la boca de Logan sobre ella. Ella trata de hacer lo mismo con la ropa de él, tirando al suelo sin ceremonias lo que consigue arrancar. Es la primera vez que no hay tejidos entre ellos, solo piel contra piel y el tacto de los músculos tensos de Logan bajo las palmas de sus manos se siente como lo más increíble que haya tocado jamás. No tan increíble como la mano de él de nuevo entre sus piernas y está tan caliente que se corre enseguida, por fin. A Logan le gusta eso. De su garganta sale un sonido que ella no ha escuchado nunca antes, pero que se muere por escuchar de nuevo. Y Logan vuelve a besarla y baja dejando un camino caliente y húmedo por dónde pasa. Se detiene en el cuello, en las clavículas, en su esternón… Pasa bastante rato comprobando lo duros y sensibles que están sus pezones y baja, baja y baja hasta su ombligo, mordiendo la piel de alrededor mientras ella no puede dejar de moverse. Para cuando su boca aterriza en ése sitio que su mano conoce muy bien, ya es gelatina. Jamie se corre de nuevo poco después, mientras la lengua de Logan la destroza, agarrada a su pelo. Luego él se pone el condón y ella abre las piernas para dejarlo entrar.
     Todo es mucho mejor que cualquier cosa que haya podido imaginarse. Logan se mueve despacio mientras la mira a los ojos y apoya la frente sobre la suya y Jamie cree que va a explotar otra vez.
     —¡LOGAN! —grita una voz infantil con horror—. ¿Pero qué estáis haciendo? ¿Por qué te estoy viendo el culo? Oh, demonios, tienes tú… dentro de su…
     —¡ANDY! —Logan se incorpora y Jamie mira hacia la puerta, dónde la silueta de Andy se recorta en la escasa luz que se filtra por la ventana de la habitación. Deja que un gemido ahogado escape desde lo más profundo de su ser, trata de cubrirse con las mantas y entierra la cabeza en la almohada intentando esconderse aún más.
     —Este es el siguiente paso a besuquearse, ¿no? Es bastante asqueroso, si me preguntáis —dice Andy con tono crítico mientras se cruza de brazos, sin ningún interés en salir de allí.
     —Nadie va a preguntarte nada, amigo. Solo espero que hayas aprendido a llamar a la puerta antes de entrar sin más —dice Logan mientras busca algo con lo que taparse.
     —Oye, solo pensaba que había una urgencia médica —argumenta Andy—. Sonaba como si la hubiese… Creí que debía llamar a una ambulancia… ¿Voy a tener que hacer eso algún día?
     —Jesucristo, Andy, ¡NO! —grita Logan completamente exasperado—. ¡No hasta que tengas al menos cuarenta!
     —¿Cuarenta qué?
     —Años, Andy. Cuarenta años.
     —¿Tienes cuarenta años? ¡¿Cuarenta?! ¡Eso es una barbaridad! ¡Dijiste que no eras tan viejo!
     —Andy…
     —Dijiste que no te ibas a morir de viejo antes de que yo cumpla dieciocho. ¡Lo dijiste, Logan!
     —Vamos, no me jodas —murmura Logan mirando hacia arriba, como en busca de cualquier poder superior  a quien culpar o que lo saque de esta.
     —¡Oye, esa boca! —grita Andy, fingiendo estar más contrariado de lo que está, frunciendo el ceño y gesticulando.
     Logan parece atónito. Desconcertado. Incómodo. Irritado. Todo eso al mismo tiempo. Abre y cierra la boca en busca de palabras, pero parece que no encuentra ninguna. Jamie entiende que no sepa qué decir. Ella tampoco lo sabe.
     Jamie cree que no va a ser capaz de salir de la seguridad de esa cama nunca más. Puede vivir allí. Cree que podría convencer a Logan para que le traiga comida cuando la necesite y algo para no tener que adentrarse en el baño. Eso lo cubriría todo y no tendría que salir nunca más y enfrentarse a que un niño de ocho años los ha pillado desnudos y sudando, fornicando como animales salvajes. Joder, siente como se pone roja y cree que va a implosionar.
     —Pensé que era casi imposible despertarlos… —dice al final. Es un apunte ridículo, pero es lo que sale de su boca cuando se abre.
     Durante este bochornoso y caótico intercambio, Logan se ha quitado el condón vacío de espaldas a Andy y de cara a ella —que lo ve caer con algo de lástima, a pesar de todo—, ha recogido los jeans del suelo y se los ha enfundado. Le cuesta unos momentos abrocharlos, porque esa erección descarada —y desperdiciada— no ha empezado a bajar. Luego, se pone la camiseta y la cresta en su pantalón queda oculta definitivamente. El telón baja y la obra concluye. Se terminó el espectáculo.
     —Casi, sí, casi… —contesta Logan con fastidio, agarrando al niño por el brazo y saliendo de la habitación.
     —Oye, no es como si no estuvieseis haciendo nada de ruido, ¿sabes? —escucha decir a Andy desde el pasillo—. Parecíais un par de goril….
     —¡ANDY!
     Jamie cree que morirse de cualquier cosa fulminante ahora mismo sería algo bueno.
     Ya escucha reírse a Nia en la lejanía, la muy hija de puta.
     “Estáis gafados. No vais a follar”
     Técnicamente, follar, han follado, y Jamie se ha corrido casi tres veces. También sabe que Logan va a pasar la noche con dolor de testículos. El clásico síndrome de huevos azules.
     Joder, están gafados.


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