En el que Jamie y Logan terminan lo que empezaron y Nia y Haru se conocen mejor
La
misma tarde que Nia y Haru se sumergen en la bañera de ella, Logan y Jamie se quedan
solos en el apartamento de Logan. Andy está con Jasmine y Trudy hasta la hora
de la cena y ellos están en la cocina, bebiendo una cerveza y sin saber muy
bien cómo empezar lo que tienen a medias ahora que pueden terminarlo. Están
solos, bebiendo esas cervezas, pero solo piensan en ir a la habitación y
desnudarse. Sin embargo, por algún motivo, no saben cómo volver a poner eso en
marcha. Es raro. Todo es raro. Así que se miran de esa forma en que suelen hacerlo, esperando a que el otro diga algo.
—Vale —dice Logan por fin, dejando la cerveza y rodeando la
isla para colocarse frente a Jamie, sin una barra en medio que los separe. Le
quita su cerveza y la deja junto a la otra—. Esto es un poco incómodo, ¿qué es
lo que quieres que hagamos?
—¿Necesitas que lo diga?
Logan no está seguro de porqué su respuesta lo hará sentir como si lo
hubiesen abierto en canal y dejado al descubierto en medio de su cocina.
—Sí, creo que sí.
—Quiero ir a tu habitación, quitarte la ropa, que te sientes en la
maldita cama y arrodillarme para tenerte en la boca, Logan. Eso es lo que
quiero para empezar. Y que no suene un teléfono hasta que haya terminado.
—Nunca pensé que me alegraría tanto de vivir en el mismo edificio que
Trudy.
—Nunca pensé que podría decir en voz alta lo que acabo de decir.
Hacerlo es mucho mejor que hablar de
ello. Hasta ahora, ha sido él el que la ha tocado a ella hasta que los han
interrumpido, y se siente muy bien cambiar los papeles. Le gusta escuchar los
sonidos que salen de la garganta de Logan cuando está tratando de que no salga
ninguno y no puede conseguirlo. Logan tiene los ojos cerrados y la boca
entreabierta. Echa la cabeza hacia atrás y frunce el ceño, pero no de la forma
en que suele hacerlo en otras circunstancias —cuando ella no tiene su polla en
la boca—. Su pecho sube y baja deprisa y Jamie puede ver todo eso. Puede ver cómo
su piel se perla de sudor mientras él trata de mantenerse controlado y quieto,
ahogando el deseo de enterrar la mano en su pelo. Jamie deberá agradecérselo
después. Casi todos los tíos tienen esa mala costumbre, que ella aborrece, de
empujar las caderas y tirar del pelo para entrar más profundamente en la
garganta, aunque no quepan. Entiende el frenesí y el placer de agarrar del pelo
a la persona que tienes entre las piernas, de empujar, pero odia que se lo
hagan. Porque una mamada es confianza; es tener a la otra persona dentro de la
boca y poder decidir cómo hacer las cosas.
—Joder, Jamie. Cristo, joder… Mierda, joder, Jamie… —es todo
lo que sabe balbucear Logan ahora mismo, mientras ella lo convierte en un
desastre tembloroso—. Para, Dios, Jamie, para ya…
Y exactamente así es como decide hacerlas.
La piel de Logan está caliente como el infierno.
No va a parar, porque es educado que te avisen de que están a punto de
correrse en tu boca para que decidas si sales o te quedas, pero correrte en la
boca de la chica que te gusta está muy bien. Jamie se queda, recordando como la
última vez fue ella la que se corrió en la boca de él. Y en su mano. Y casi
sobre su polla. Ella se ha corrido dos veces y ha estado a punto algunas más,
pero esta es la primera para Logan, así que lo exprime hasta el final. Hasta
que siente que está tan sensible que no puede soportarlo más. Solo entonces lo
deja ir y se dedica a observarlo, desparramado por la cama revuelta, revuelta
como su cabello blanco, con el pulso descendiendo. Logan la mira con ojos
turbios a través de sus pestañas espesas, la agarra de la muñeca y la tumba
sobre él. Y la besa, la besa, la besa… La besa muchísimo, hasta que está
mareada en sus brazos y él está duro de nuevo. La besa en sitios dónde ya la
besó el otro día y usan uno de los mil millones de condones de Nia hasta el
final.
No suena ningún teléfono.
Cuando van a recoger a Andy para la
cena, lo hacen en silencio pero cogidos de la mano porque, por alguna razón, no
pueden dejar de tocarse. Andy los mira y hace un par de bromas sobre sus ojos
saltones —así llama él a la forma en que se miran—, pero parece extrañamente
satisfecho. Jamie se encoge un poco cuando, al pasar por la habitación de Logan,
de camino a la suya, pregunta a qué huele. Huele a almizcle. A dos personas que
se gustan demasiado y que tardaron más de la cuenta en completar el ritual de
apareamiento. Esto es lo que le diría Nia. Jamie no dice nada y Logan tampoco,
pero abre la ventana y ella lo ve sonrojado, y es gracioso y absolutamente
adorable porque, mientras hacían todo tipo de cosas sobre su cama, no se
sonrojó en ningún momento.
Es viernes, así que no toca película. Los viernes, Logan y Andy juegan a
alguno de los juegos de mesa que Trudy les dejó. Los tres eligen el Monopoly y Jamie los despluma sin
contemplaciones dos veces antes de que Andy se vaya a dormir. Le pide a ella
que lo acompañe un rato, como suele hacer Logan, y Jamie obedece, tumbándose a
su lado como cuando estuvo enfermo. Evita tratarlo como si fuese un niño
pequeño, y descubre que ya tiene una especie de dinámica con él que les gusta a
los dos. Comienza en el laboratorio, pero se extiende hasta cualquier rincón
dónde puedan encontrarse a mitad de camino, entre un adulto y un niño que quizá
nunca lo ha sido del todo.
—Creo que ya soy demasiado mayor para una historia —confiesa Andy,
dejando escapar un suspiro resignado.
—Oye, nunca se es demasiado mayor
para una buena historia. Puedes contarme tú a mí una, si quieres. O podemos
simplemente… hablar de lo que sea.
—Logan me cuenta una historia porque mi madre siempre me contaba una.
—¿Por qué no me cuentas más cosas de ella?
—¿De mi madre?
—Sí. Si me cuentas todo lo que recuerdes puedo conocerla también, aunque
ya no esté. Es bueno hablar de los que ya no están, ¿sabes? Pero solo si
quieres, claro.
—Me gusta hablar de ella porque a veces creo que se me olvida.
—Sí. A veces yo necesito mirar una foto porque tengo sus caras borrosas,
pero nunca me olvido de lo importante y tú tampoco lo harás.
—¿Me contarías cosas de ellos?
—Claro.
Pasan la siguiente hora y media
intercambiando historias de sus padres —eso incluye algunas de Logan que hacen
reír a Jamie—. Le gusta estar allí, con Andy, tanto como le gusta todo lo
demás. Jamie no quiere estar en ninguna otra parte.
Cuando el niño se duerme, ella sale de la habitación y encuentra a Logan
sentado en el suelo, al otro lado de la puerta. Jamie se desliza junto a él y
él la abraza y ninguno necesita decir cómo se siente en ese momento.
Después, Logan la lleva a su cama de nuevo, y todo es diferente a como
era por la tarde o a las tres veces anteriores a esa, sin prisa y sin ansia. Se
besan y se miran a los ojos, que dicen que no están solo follando aunque sea demasiado
pronto para decirlo con palabras. Si Andy escucha algo, no sale de su
habitación.
No duermen en toda la noche. El cuerpo desnudo de Logan está apretado contra
el suyo. Hablan en susurros con las frentes juntas y los labios lo
suficientemente cerca como para tocarse y, a veces, se tocan.
Jamie piensa que ese viernes es, probablemente, el mejor día de su vida.
Nia se despierta el sábado y Haru no
está en la cama. Mira por la ventana y todo es blanco y la maldita nieve sigue
cayendo. Hay tanta que la puerta posiblemente estará bloqueada pero no le
importa, porque eso la deja encerrada con él. Cuándo sale de la habitación,
escucha la ducha y está dividida entre entrar también o prepararle el desayuno.
Se decanta por lo segundo, pero hay un problema: Nia no ha cocinado en su vida.
A pesar del inconveniente, se empeña en hacerlo. No puede ser tan complicado
cuando es algo que todo el mundo hace, ¿verdad? Por el amor de Dios, tiene una carrera
y dos doctorados, ¿qué puede salir mal?
Aplasta bien al fondo la sensación de que nunca antes ha sentido la
necesidad imperiosa de cocinar para nadie hasta ahora. Aplasta todos esos
sentimientos confusos y desconocidos que le gritan, desde alguna parte
recóndita, que las cosas se están poniendo muy serias.
Es mucho peor de lo que parecía en un primer momento. El cúmulo de
sentimientos y el cocinar.
—Tiene muy buena pinta —dice Haru con los ojos entornados.
No es la tortilla lo que lo pone nervioso, es Nia y la forma en la que
se retuerce las manos y arruga el ceño mientras suda un poco. Haru nunca la ha
visto así. Es decir, la ha visto nerviosa en plan exaltada. Nerviosa en plan histriónica.
Nerviosa en plan asesina en serie que conoce cien formas distintas de matarte y
ya ha elegido una. Nunca del tipo de necesitar la aprobación de nadie. Y ahora
mismo, Nia parece que necesita que esa tortilla esté a la altura de caviar beluga
Premium bañado en trufa blanca.
El hecho desafortunado es que, en realidad, parece deliciosa. La
tortilla tiene ese aspecto dorado, brillante y suave, acurrucada ingeniosamente
contra una almohada de tomates secados al sol, que humean discretamente, como
cabría esperar. Acostadas sobre ella, como dos amantes somnolientos en la más
mullida de las camas, dos rodajas de champiñones perfectas. No había nada
discordante en absoluto, ningún ingrediente extraño que desencadenase una
alerta, ningún uso copioso de salsa para cubrir posibles trozos quemados ni
restos visibles de condimentos innecesarios. Todo apunta a que es una tortilla
perfecta con una comparsa perfecta.
Haru corta un trozo con el tenedor, llevando delicadamente la porción
esponjosa hacia su boca y cerrando los labios sobre ella, masticando despacio y
pensativamente. Nia lo mira con angustia a duras penas contenida. Una angustia
que aumenta cuando la cáscara de huevo que se rompió sobre la clara cruje en la
boca de Haru, que mastica un poco más y traga sin misericordia.
—Es horrible, ¿verdad?
—Define horrible…
—Horrible como una cita con un taxidermista amante de los caniches que
termina cuando te invita a su casa y te pierdes buscando el baño, pero
encuentras su colección privada. Horrible como sentir que llueve tras un sonido
fuerte y darte cuenta de que son mil pájaros que se están cagando de miedo,
literalmente, sobre ti. Horrible como descubrir que Milli Vanilli eran un fraude casi tres décadas después de que todos
supiesen que eran un fraude. Horrible como una pústula anal. Horrible como….
—Vale, para —suspira—. Es mucho peor que todo eso y ni siquiera es
porque toda la cáscara está dentro. Pero lo que realmente me interesa saber es,
cómo has conseguido que tenga este sabor, teniendo este aspecto. No puedo
entenderlo.
Nia
se desinfla lentamente, como la propia tortilla se está desinflando ahora
mismo, y hace un puchero.
—No lo sé —admite encogiéndose de hombros—. Creo que la cocina no es lo
mío…
Nia le quita el tenedor de la mano a Haru y prueba un trozo.
Ciertamente, es aún peor de lo que se imaginaba —y tiene una gran imaginación—.
Haru se ríe cuando la ve arrugar la nariz y escupir el trozo a medio masticar
de vuelta al plato.
—Deja que te haga una tortilla de verdad, ¿de acuerdo? Cocinar es solo
otra forma de hacer química —explica Haru cuando ve como sus cejas se levantan.
—Pero yo quería hacerte el desayuno, no que terminases teniendo que
hacerlo tú.
—No necesitas hacerme el desayuno, Nia, ya me has conquistado. Estoy
encerrado contigo todo el fin de semana y ni siquiera me importa. Hasta voy a
ver ese espantoso programa de talentos mientras me usas de almohada en tu sofá
—añade cuando Nia resopla.
—¿En serio?
—Completamente.
—¿Y por qué harías algo así sin que nadie te apunte con un arma a la
cabeza?
—Porque me gustas muchísimo —dice, dejándole un beso en la punta de la
nariz.
La tortilla de Haru es perfecta en
todos los aspectos, no solo a la vista. Cuando Nia la prueba, cree en serio que
jamás va a comer una mejor que esa. No es muy buena con los elogios y nada de
lo que diga le haría justicia, así que besa a Haru y deja que él la bese de
vuelta. Mucho rato.
—Sé cuánto te gusta que te bese pero ahora mismo estás pensando en la
tortilla, ¿verdad? —pregunta él sin despegar los labios de su boca.
La tortilla se está enfriando y eso sí que sería una verdadera tragedia.
—No puedo mentirte. Estoy pensando en la tortilla. Solo en ella
—confiesa.
—Termina de comer, tenemos todo el día para besarnos como si tus padres
fueran a pillarnos en cualquier momento.
—Me pones hipercaliente —murmura Nia con la boca llena otra vez.
—Tengo que decirte que me preocupa un poco las cosas que te ponen
caliente…
Ella contesta algo, pero Haru es incapaz de entenderla con la boca tan
llena de comida como la tiene.
Pasan la mañana en la cama con todo
ese asunto de los besos, y la tarde haciendo exactamente lo que Haru dijo que
harían. Nia está enganchada a esa mierda de concurso de talentos dónde un mago,
un malabarista, un hombre que montó una orquesta con instrumentos hechos de
basura y los toca todos a la vez, una niña que predice el futuro olfateando a
la persona en cuestión, un hipnotizador de animales, un hipnotizador de
personas y el tipo de los gatos, el favorito de Nia, compiten por ver quién es
el más casposo de todos.
—Voy a hacer algo de cenar —dice Haru muchísimo más tarde.
—Espera a que termine este, solo quiero ver hasta dónde puede llegar el
tipo de los gatos…
—Eres tontísima —dice Haru riéndose y dejándole un beso en la sien.
—Ha entrenado a todos esos gatos, oye.
—Bien, quédate viendo al tipo que entrena gatos.
—¡No te vayas! —grita Nia cuando Haru trata de levantarse.
—Solo voy al baño…
—Vale, pero no cierres la puerta.
—Eso es raro, Nia. Hasta para ti.
—Quiero tenerte a la vista todo el tiempo, guapo.
—Creo que aún no estamos en el punto en el que podemos dejar la puerta
del baño abierta.
—Entonces, ¿no harías pis sobre mí si te lo pidiese?
—No.
—¿Y si me pica una medusa?
—No.
—¿Y si estuviese, literalmente, en llamas?
—No. Ni siquiera entonces. Ni siquiera aunque estuvieses ardiendo como
una antorcha.
—Vaya, ¿quieres decir que puedes poner tu boca en mis genitales y yo
poner la mía en los tuyos, pero salvarme la vida con un poco de orina es
demasiado guarro para ti?
—No rompas la magia y mantén vivo el misterio, Nia. Mantenlo vivo…
La puerta del baño se cierra y Nia sonríe.
Cuando se van a la cama, Nia lleva
puesta una camiseta y unos boxers de Haru que ha sustraído de la bolsa que él trajo.
—Lo he encontrado, así que ahora es mío —dice, mientras Haru la mira
fijamente, esperando una explicación.
—Oh, ¿así es como funciona?
—Sí —afirma Nia.
—En ese caso, ese frasco carísimo que tienes en mi baño ahora es mío.
—¡Oye, lo estaba buscando! —protesta, subiendo a la cama.
—Lo gastaré todo —bromea Haru cuando ella se acomoda.
Nia nota que la cama ya huele a él y eso le encanta, de la misma forma
que le encanta su olor en su ropa y por eso se la roba en cuanto tiene ocasión.
—Ni siquiera sabes para qué sirve.
—No importa, me lo voy a frotar por el cuerpo.
—Es para el pelo.
—Entonces se lo daré a Logan y a Andy.
—En ese caso, también puedes tirarlo por el desagüe —murmura Nia.
—Puede que lo haga. No volverás a verlo.
—Eres lo peor.
Nia mete sus manos frías bajo la camiseta de Haru en represalia, y Haru
grita y agarra a Nia, atrapando sus piernas y sujetándola para que no pueda
moverse. Empuja la nariz contra su hombro, respirando el olor a perfume caro
que lo vuelve loco. Salvo las manos y los pies, ella está caliente bajo su
cuerpo.
—Aún quiero mi camiseta de vuelta —consigue decir en un susurro ronco.
—Tendrás que quitármela.
—Eso se puede arreglar.
Muerde el cuello de Nia mientras sus dedos trabajan el dobladillo de la
camiseta tratando de quitársela, y no le cuesta mucho esfuerzo conseguirlo. Nia
suspira mientras le quita la que él lleva puesta y eso los deja a escasos
veinte segundos de follar como conejos. Otra vez.
Nia no entiende cómo su enorme cama puede sentirse tan pequeña cuando la
comparte con Haru, ambos enredados el uno en el otro en un lío tremendo de
piernas, manos y bocas. Cuando está sola ya no la soporta y la siente excesivamente
grande. Demasiado grande para una persona y demasiado vacía en el fondo de su
pecho.
No entiende en qué momento llegó a preferir la cama individual de Haru,
aunque se le duerman los brazos en mitad de la noche y tenga que levantarse
para despertarlos.
En resumidas cuentas, Nia ya no entiende nada y ha renunciado a
entender. Por lo menos, mientras esté nevando afuera.