En el que se eligen árboles navideños y se descubre un secreto
Antes de que todos se den cuenta,
llega diciembre. Hace frío, un frío de cojones, pero también es el mes favorito
de Nia. Diciembre trae la Navidad y cosas que le encantan, como colocar el
árbol, beber ponche de manzana y canela —muchísimo— y consumir bebidas
alcohólicas en dosis alarmantes —muchísimo más—. Nia también compra regalos
para todo el mundo. Puede que sea una serpiente nefanda, pero es una serpiente
nefanda excesivamente generosa, en la modesta opinión de Jamie. La palabra
exceso siempre va justo detrás de su nombre, independientemente del contexto —y
puede que Nia tenga mucho dinero ahora, pero ya era generosa y excesiva antes
de eso, cuando tenía poco—. Nia tiene la aborrecible costumbre de llevar
siempre consigo una libreta en la que anota todo tipo de tonterías cuando ve
que algo llama la atención de alguien que está en su lista de personas
favoritas. Eso no parece peligroso. O eso es lo que pensaría alguien que no
conociese bien a Nia. Hay que tener mucho cuidado de no pararse delante de una
tienda de mascotas si no quieres terminar cuidando de un Varano de Komodo.
Este año, la lista de personas favoritas de Nia —excluyendo a su
familia— ha aumentado de una a cuatro —debajo del nombre de Jamie están Haru,
Andy y Logan—. Jamie ya ha tachado varias ideas para Andy, como cualquier tipo
de mascota viva, un cursillo para aprender a montar en globo, réplicas de las
espadas de Íñigo de Montoya y el Temible Pirata Roberts —que el niño quiere
utilizar en sus clases de esgrima con Jasmine— y unos robots de batalla que
Jasmine y él quieren para añadirles modificaciones —ya ha presentado los
diagramas de todo lo que piensa añadirles y es lo que ha terminado de convencer
a Jamie de que es una muy mala idea—.
Jamie ha quedado con Nia, Logan y
Haru para ir a comprar el árbol para la casa de Nia y algunos adornos nuevos.
También quieren echar un vistazo en algunas tiendas que Heidi les ha
recomendado, incluida una de antigüedades que queda más o menos cerca de dónde
recogerán el abeto. Al enterarse de los planes, Heidi se ha terminado apuntando
con Justice —que también quiere un árbol para la sala común— que, a su vez, ha
invitado a Grace, Unsuur y Elsie. No caben todos en un coche, ni siquiera en
los enormes Subaru del complejo. Haru se niega a montarse en el coche de Nia y
consigue persuadirla para que se suba a uno de los todoterrenos que él va a
conducir. Nia no pone objeciones. No muchas, en todo caso. Una resistencia
relajada que consiste en arrugar un poco la nariz —gesto que queda anulado por
llevarlo a cabo con una sonrisa— y poner los ojos en blanco.
Jamie contempla toda la escena con el sobrecogimiento y la reverencia de
Alan Grant y Ellie Sattler cuando ven los primeros dinosaurios en Parque Jurásico: como algo imposible
pero que, de alguna forma, está sucediendo. La interacción concluye cuando Haru
besa la punta de la nariz de Nia justo antes de meterse en el coche. Nia se
sienta junto a él en el asiento del copiloto, y sus meñiques se rozan de forma completamente
intencional cuando se ponen los cinturones de seguridad. Jamie sube detrás con
Logan, sus rodillas rozándose también de forma completamente intencional, y se
miran. No de la forma en la que suelen mirarse, ya sea que estén a solas o no.
Se miran más bien diciendo: Tú también lo
estás viendo, ¿no? Son absolutamente repugnantes y huelen a que no han salido
de casa sin revolcarse primero, aunque se hayan duchado después. Luego se
echan a reír a la vez y Haru y Nia los miran por los retrovisores, él con las
cejas levantadas, ella con el ceño fruncido.
Hace muchos años que Logan no ha
celebrado una Navidad. Quizá, si se para a pensar, no la haya llegado a
celebrar nunca debidamente. Howlett, su padre, no era un gran aficionado —puede
que lo fuese antes de que su mujer lo dejase tirado con un bebé, Logan lo
ignora—. El pobre hombre lo intentó, pero como a Logan tampoco pareció
interesarle demasiado todo el asunto, lo cambió por clases en el campo de tiro
o acampadas para dos. Para tres, cuando Howlett recogió a Haru de la calle.
Logan y Haru se miran de reojo mientras caminan entre los enormes abetos
naturales —Nia ha exigido que el árbol sea de verdad, claro—.
Las navidades de su hermano, antes de que Howlett lo llevase con ellos,
eran bastante malas. Haru también estaba solo con su padre, solo que éste bebía
y se desquitaba con él, hasta que fue lo suficientemente mayor como para
devolvérselo y huir de casa con los puños apretados y los nudillos en carne
viva. Haru tenía catorce años cuando Howlett lo encontró durmiendo en la calle,
y ese sería un buen resumen de todo el escenario general.
Este año, todo apunta a que podrían terminar disfrutando y no solo
fingiendo que disfrutan, como hicieron el año anterior por Andy. Puede que
Logan sea un completo idiota que no se entera de nada, pero aún le llega para
pensar que el niño no tiene edad para dejar la navidad a un lado y pasar a las
acampadas de chicos. Andy se merece que lo intente con todas sus fuerzas, sin
rendición. Andy es solo un niño, debería ser feliz y es su maldito trabajo
conseguirlo, por encima de todo lo demás.
Haru se ve feliz. Logan se siente más o menos bien, con destellos de algo que
podría ser felicidad —o cree que la felicidad podría ser eso que siente, porque
tampoco la recuerda demasiado bien más allá de pequeños momentos demasiado
efímeros—.
—¿Estás bien? —le pregunta Haru, leyendo un poco de todo eso en sus ojos
y dándole un toque con su hombro.
—Sí. Solo pensando.
Logan siempre trata de evitar pensar. Los problemas para él son un poco
como el sol, es mejor no intentar examinarlos de cerca durante demasiado tiempo
para no quemarse. Es curioso cómo funciona, comienzas a analizar uno y terminas
repasándolos todos, aunque no tengan nada que ver.
—¿Es demasiado?
—No. O creo que no. Creo que podemos manejarlo. Solo se trata de superar
la Navidad, eso es todo.
Las palabras le salen apretadas. Eso
es todo, como si no fuese nada. Como si no fuese una tarea hercúlea la que
tienen por delante. Las palabras le salen apretadas porque ha tenido que
esforzarse mucho para sacarlas y sabe que su hermano no se las creerá del todo,
aunque no va a decir nada al respecto.
Superar la Navidad es como nadar contracorriente en un río de mierda con
la boca abierta.
Haru lo mira y sus ojos dicen que prefiere que le disparen, lo apuñalen,
caer delante de las ruedas de un taxi que circula a toda velocidad, darse un
baño con una tostadora enchufada, lanzarse por el hueco de las escaleras del
complejo desde la planta número cien. Tragar cien cuchillas de afeitar de golpe
y sin masticar.
Logan opina lo mismo.
—Podemos hacerlo. Solo… ya sabes, una cosa detrás de otra —añade Haru
humedeciéndose los labios. Puede que se vea feliz en su nueva situación, es más,
puede que realmente lo esté, pero la Navidad es algo grande e inquietante que
se mueve demasiado deprisa en sus cabezas ahora mismo—. Ponemos estos árboles
donde se suponga que deban estar y les añadimos esa capa de luces y cosas y
comemos lo que sea que cocinen. Y si es algo que ha cocinado Nia, fingimos que
lo comemos pero no lo comemos de verdad, ¿entiendes?
Logan se ríe y la tensión no desaparece, pero se aligera. Pueden
hacerlo.
Pueden hacerlo, ¿verdad?
—Quiero comprar calcetines y colgarlos en alguna parte, ya sabes.
—Sí, a Andy le gustará. El año pasado no lo pensamos.
Normalmente se les suelen escapar todo tipo de cosas comunes y
corrientes, como ponerle un calcetín al niño para que lo encuentre lleno el
maldito veinticinco de diciembre. Andy lo había mencionado de pasada cuando se
levantó y abrió sus regalos, que estaban sobre la mesa. No debajo de un árbol o
dentro de un calcetín. Laura los ponía allí, como el resto de la gente, y
cuando el niño lo recordó, fue como una ducha de ácido sobre la piel desnuda.
Se hubiese cambiado con ella sin dudarlo. Laura siempre sabía lo que tenía que
hacer o decir, no como él, que es un completo idiota.
Eligen dos árboles demasiado grandes.
Nia dice: “ese y ese” señalando con el dedo índice. Justice contesta: “no
caben”. Nia replica: “Sí caben” y se
los llevan. Se los llevan atados en el techo de los dos todoterrenos, amarrados
a los portaequipajes que Haru y él han colocado esta mañana para poder
transportar dos malditos árboles y sobresaliendo una barbaridad. Logan había
sugerido dejar los abetos para el final, pero Nia agitó una mano y dijo: “No”.
Así que tienen que regresar al complejo a dejarlos allí, sabiendo que luego uno
de ellos hará otro viaje hasta la casa de Nia. Jamie le dice a su mejor amiga que,
para ser un genio, su logística apesta, y pasan gran parte del trayecto
discutiendo sobre eso y sacando trapos sucios la una de la otra. Información
confidencial que Haru y Logan escuchan con sendas sonrisas mientras echan
vistazos furtivos por el retrovisor —ahora ellos van delante y ellas detrás—.
Logan piensa que, a pesar de la mala logística, podría acostumbrarse a esto.
Compran adornos. Como mil millones.
Luego, la tienda de antigüedades.
La tienda de antigüedades es grande, pero está atestada de cosas
amontonadas en cada rincón. Estantes repletos de todo tipo de desechos de vidas
estropeadas: pequeños electrodomésticos —como radios de antes de la primera
guerra o moledoras de café de antes del café—, muebles de todos los tamaños y
épocas y cacharros que Logan ni siquiera puede identificar. Poesía pura. Quiere
encontrar algo para Jamie. Algo que le diga lo especial que es para él —últimamente
también ha pasado mucho tiempo pensando en eso, mucho más del que ha pasado
pensando en todo lo demás—. Ha recorrido sin éxito algunas tiendas en solitario
antes de hoy, pero aquí ha sentido que podría tener suerte.
Y cuando todos se hallan dispersos y no hay nadie a la vista, se para delante
de una vitrina que contiene joyas —no estaba pensando en una joya pero, por qué
no, tampoco lo va a descartar—. Algo muy especial, aún más especial de lo que
esperaba encontrar, llama su atención. Bueno, mierda, no es eso lo que está
buscando, pero es incapaz de apartar los ojos de él.
—No le regalas un anillo a una mujer a menos que quieras casarte con
ella, socio —dice Justice a su espalda—. Un anillo no es un regalo de navidad,
eso lo sabes aunque parezcas un bot,
¿verdad?
Logan no lo ha visto venir porque estaba demasiado concentrado pensando
de nuevo. No le contesta, solo se da la vuelta y lo mira con la misma expresión
con la que lo miró cuando se despidieron en las oficinas en las que lo retuvo
cuando se conocieron. Justice lo pilla al vuelo, se da la vuelta, y desaparece
como si nunca hubiese estado allí.
No era eso lo que buscaba pero, a veces, hay cosas que te encuentran a
ti.
Las compras concluyen y todos parecen
agotados. Logan se siente como si hubiese pasado por una prensa hidráulica, por
dentro y por fuera. Entran en una cafetería a sugerencia de Justice, dónde el
interior es tan genérico como el exterior. Eligen una de las mesas grandes del
fondo y, mientras Jamie, Nia y Heidi luchan por quitarse los abrigos y se dejan
caer en el sillón que está pegado a una de las paredes, Logan y Grace se miran
porque los dos quieren sentarse en la silla desde la que se ve todo el local.
Al final es Justice el que se sienta mirándolos a ambos con una sonrisa enorme.
—Vosotros y vuestras cosas de pros.
—¿Por qué no te sientas en el sillón con Heidi, Justice? —le pregunta
Grace sin tratar de ocultar el desdén en la voz.
—Porque tú quieres esta silla y él —dice señalando a Logan— quiere esta
silla, así que yo también quiero esta silla.
Se encoje de hombros como si fuese la explicación más lógica y se
arrellana plácidamente dejando claro que no va a moverse a corto plazo. Logan
se sienta junto a Jamie, que le ha hecho un sitio empujando un poco a Nia y Grace
ocupa otra de las sillas —la segunda mejor opción, aunque Logan ha decidido que
quiere sentarse junto Jamie porque su mano en el muslo compensa con creces no
tener una vista perfecta de todo el establecimiento—.
Cuando la camarera, una mujerona entrada en años y en carnes, se acerca
a rellenar sus tazas de café, Justice la llama Doris y ella sonríe. En la placa
de la camisa de Doris pone “Marsha”.
—No sabía que tuvieses amigos, querido —le dice a Justice, dándole una
palmadita maternal en el brazo.
—No los tiene —responde Grace haciendo una mueca.
Doris/Marsha regresa a la barra y Heidi mira fijamente a Justice.
—¿Por qué la llamas Doris si en su chapa pone Marsha? ¿Se llama Doris?
—Tiene cara de Doris —contesta Justice, encogiéndose de hombros de
nuevo.
—¡Maurice! Eso es lamentable hasta para ti…
—Heidi, no…
—¿Maurice? —preguntan Jamie y Nia a la vez.
—Así se llama.
—¡Heidi! —la cara afable de Justice/Maurice ha desaparecido y en sus
labios hay un mohín lleno de reproche.
—¿Qué? Te llamas así.
—¿Te llamas Maurice y lo cambiaste por Justice? —pregunta Nia, que ya se
está riendo de esa forma que provocaría sudores fríos al mismísimo Satanás—.
Maurice, chico, ya que ibas a cambiarlo, podrías haber elegido uno mejor… Uno
menos ridículo, ya sabes.
—¡Oye, eso sí que es grosero!
—¿Más que cambiarle el nombre a una camarera porque en tu cabeza tiene
cara de Doris?
—Primero: Justice no es un nombre ridículo, ¿vale? Es un nombre genial
que infunde respeto y que dice mucho de la persona que lo lleva. Segundo: la
camarera se llama Doris. Marsha es su compañera y no sé por qué Doris lleva su
camisa.
Heidi se levanta, obligando a todos a moverse, y se dirige a la barra,
contoneando sus caderas, sin dejar de mirar a Maurice en todo el trayecto hasta
llegar frente a la camarera.
—Disculpe —la oyen decirle—, ¿cómo se llama?
—Me llamo Doris, cielo. Llevo la camisa de Marsha porque una de las
máquinas está estropeada y me ha escupido café encima dos veces. Mis camisas
están sucias y Marsha no trabaja hoy.
—Entonces, ¿conoces a ese?
En la mesa todos tratan de no reírse, menos Maurice, que estaría rojo si
su piel oscura no lo ocultase tan bien como lo hace.
—¿A Maurice? Sí, viene a diario desde siempre. Es como el hijo que nunca
tuve, pero más listo y menos guapo.
Heidi se gira, mira a Justice otra vez y luego a Doris, y regresa a la
mesa pero no se sienta, solo mira a Justice, que la mira a ella y todo es muy
raro porque parece que alguien se está llevando todo el aire respirable. Heidi
va al baño y Justice la sigue.
—¿Qué ha sido eso? —pregunta Jamie.
—Joder, ¿se han ido a follar al baño? —pregunta Nia.
—Apuesto a que están discutiendo —apunta Grace, sentándose en la silla
de Justice.
—Van a discutir y luego… Las dos cosas, vaya —dice Unsuur muy seguro,
hablando por primera vez desde que salieron del complejo.
No ha hablado hasta ahora y Logan juraría que tampoco lo ha visto
parpadear. Nunca.
—¿Esto es normal? —pregunta Nia.
—Sí, completamente normal —responde Unsuur.
Los demás se miran como si no tuviesen ni idea de nada.
Quince minutos más tarde Justice y Heidi salen del baño y están rojos,
sudorosos, y la camisa de Heidi está algo más arrugada que antes y los botones
no coinciden en los ojales —aunque se nota que han tratado de arreglarlo y no
han podido—.
—Heidi, ¿quieres que le pidamos a Doris la segunda camisa de Marsha?
Parece que podrías necesitarla —dice Nia.
—Vete a la mierda —dice Heidi.
—¡Oye, mi silla! —dice Justice.
—Ahora es mi silla —dice Grace.
Unos minutos más, y Doris aparece con una ración de alitas picantes para
compartir —al parecer, las favoritas de Maurice—.
—Cortesía de la casa, Maurice —le dice—. Pero espero encontrar el baño
tal y como lo dejé, o también te traeré los utensilios de limpieza, ¿me
explico?
—Sí, señora —responde Maurice agachando la cabeza.
Logan sabe que vuelve a estar rojo, aunque nadie pueda verlo.
Después de eso, Unsuur les cuenta como una vecina ha tratado de
secuestrar a Capitán atrayéndolo con una lata de sardinas.
Justice les cuenta como ha pasado los últimos seis jueves siguiendo a
alguien a quien creían muy peligroso y que, en realidad, ha resultado ser un
optometrista.