Capítulo 6

 De cuando Nia trata de afrontar dos certezas incómodas (especialmente para ella)

 

     —¿Me estás diciendo que este tío se va al polo norte a traerte un iPod que se quedó obsoleto hace cien años y tú no eres capaz de preguntarle cómo se llama? —dice Jamie, resoplando indignada mientras camina junto a ella por la acera, rumbo a esa cafetería que les encanta en busca de sus croissant favoritos, y arrastrándola del codo cada vez que está a punto de tropezar con alguien o con algo.
     Jamie se ha autoproclamado la defensora del increíble hombre moreno. Prácticamente ha fundado su club de fans. A Nia le rechinan los dientes un poco. Solo lo justo.
     —Oye, se me olvidó, ¿vale? Estaba demasiado ocupada flipando, discúlpame.
     —Te dio su teléfono… ¿Por qué no le preguntas como puñetas se llama y ya está?
     —No puedo. Es lamentable que no lo sepa, joder. ¿Por qué no le preguntas al otro tío?
     —El otro tío se llama Logan, Nia. Y si me dices que ya lo sabías te adelanto que no me lo creeré, así que ni te molestes.
     —No me acordaba. Deja de juzgarme.
     —Eres un gusano viscoso y resbaladizo.
     —Sí, y espero estar lo suficiente viscosa y resbaladiza para ese tío en algún momento a muy corto plazo.
     —No pienso preguntarle a Logan como se llama su amigo para salvarte el culo.
     —Me conformaría con que también te pusiese viscosa y resbaladiza, sinceramente.
     —Nia…
     —¿Qué? Dime que cuando te lo encuentras tus ojos no se quedan pegados a ese cuerpo. Oye, lo entiendo —añade después de escuchar a Jamie resoplar—, es como una puta escultura griega… Como si la Barbie y un Gi Joe hubiesen tenido un hijo… Es hasta ridículo lo asquerosamente guapo que es. Debería estar prohibido ir por ahí siendo así de obscenamente guapo, deberían tenerlo encerrado en alguna parte.
     —Bueno, he oído que realmente estuvo encerrado en alguna parte, así que intenta no decirle eso a él. Y estábamos hablando de ti, deja de escurrir el bulto. Y no —dice Jamie levantando una mano para detener a Nia, que ya está abriendo la boca de nuevo—, no me digas que ya estás pensando en escurrírselo, puedo escuchar todo lo que tienes en la cabeza aunque no quiera hacerlo. ¿Hasta qué punto te gusta? ¿En plan Bryan, de “no repito nunca pero haré una excepción un par de veces”?
     —Me gusta mucho. Mucho más que cualquier otro hasta ahora, y eso que ni siquiera sé cómo mierdas se llama. Es posible que me haya enamorado un poco —dijo con un tono que dejaba claro que prefería contagiarse de un herpes genital.
     —¿Seguro que no es solo la impresión del enorme y desproporcionado gesto de ayer?
     —No. Ya me gustaba enfadarme con él antes de eso. Es algo diferente. No sé.
     Nia piensa en el momento exacto en el que la mano del hombre apretó su antebrazo, evitando que se cayese de narices al salir del ascensor y empeorando en un mil por ciento toda la escena. No había querido mirarlo porque sabía que estaba roja como un tomate —y no solo por el ataque de pánico—.
     Nia había tenido dos falsos positivos en cuanto a enamoramientos. O sea, ella creía firmemente que había estado enamorada de esos dos chicos, pero luego resultó que no lo estaba.
     La primera vez, Nia tenía catorce años y se estaba besando con Thomas en los baños de chicos del instituto. Ella sintió una sensación extraña en la tripa y recordó que todos decían que es lo que se debe sentir si uno está enamorado. No era amor, solo una pasa gastrointestinal.
     La segunda vez, Nia llevaba dos semanas enteras tonteando con… mierda, ¿cómo se llamaba? Bueno, es igual. Dos semanas tonteando con un chico que le gustaba mucho. MUCHO —aunque ahora mismo fuese incapaz de recordar su nombre—. Lo invitó a casa —y mandó a Jamie a dormir a casa de otra amiga, porque en ese momento vivían juntas y Nia ya era la persona repugnante que es ahora, solo que algo más joven y con permanente—, se besaron y el chico sabía cómo hacerlo. Se besaron más y estaban calientes como el infierno, todo manos y más manos y bocas y lenguas y dientes que chocaban a veces porque, de repente, tenían mucha prisa. Y luego el chico se quitó las zapatillas y Nia lo echó de su casa sin darle ni tiempo a que se las pudiese poner de nuevo. El amor no sobrevive a ese olor de pies. Falsa alarma.
     Y se había sentido aliviada. Tanto como te debes sentir cuando piensas que estás embarazada, odias la idea y te llega la regla de repente. Aliviada hasta el extremo. Por eso ahora sabía que era distinto porque, para empezar, esa sensación de angustia existencial no estaba tratando de morderle la cara.
     Cuándo Nia mira a Haru —de momento, el increíble hombre moreno para ellas— o piensa en él —y ha pensado en él, con su mano, durante gran parte de la noche—, está casi segura de que sería capaz de resistir y vadear ése escollo.
     Y eso tiene que significar algo.
     Pero, joder, por favor, por favor, Nia estaría muy agradecida si no tuviese que poner a prueba su teoría. Ojalá no le huelan los pies, rezaba con creciente fervor —también mientras se tocaba—. Si el hombre tenía que tener un defecto, que no fuese ése. Que fuese… ¡una mancha asquerosa de nacimiento!
     No, eso tampoco. Demasiado asqueroso.
     Que fuese… ¡tres pezones!
     No, demasiado inquietante.
     Que fuese... ¿acné en la espalda? No, eso tampoco.
     ¿Exceso de vello corporal? No, ella ya se había fijado en eso, no había exceso que apareciese por el cuello de sus camisetas. Y pensándolo fríamente… tampoco podría con eso.
     Pero, ¿por qué tiene que tener un defecto? ¿Es que no puede ser simplemente perfecto?
     Nia decide, en ese momento, que si el chico es perfecto en todos los sentidos imaginables, ella hará una obra de caridad inmensa. Quizá se apunte de voluntaria en un comedor social…
     No, buff, no quiere repartir comida que huele mal, en un sitio que huele mal, con personas que huelen mal. Nia no tiene nada en contra de esas personas, pero no necesita alimentarlas.
     Bueno, si el muchacho es perfecto, donará dinero para un orfanato o algo así. Puede hacer eso.
     —Estás pensando en William —dice Jamie a su lado. Mierda, ¡sí que podía escucharla pensar! Y… ¡William! ¡Pies apestosos se llama William! A Nia no le extraña nada haber olvidado ese nombre anodino y común —por favor, por favor, por favor, que no se llame William—.
     Nia empieza a tener náuseas. No sabe su maldito nombre y puede que esté un poco enamorada…
     Jamie está diciendo algo más pero ella no la escucha. No quiere hacerlo.
     Nia se alegra de no haber sacado ningún lápiz del laboratorio.
     Espera…
     Nia palmea el bolsillo donde había metido el último justo antes de salir. No encuentra nada.
     Mierda.


Siguiente capítulo