De cuando Nia trata de afrontar dos certezas incómodas (especialmente para ella)
—¿Me estás diciendo que este tío se va al
polo norte a traerte un iPod que se
quedó obsoleto hace cien años y tú no eres capaz de preguntarle cómo se llama?
—dice Jamie, resoplando indignada mientras camina junto a ella por la acera,
rumbo a esa cafetería que les encanta en busca de sus croissant favoritos, y arrastrándola del codo cada vez que está a
punto de tropezar con alguien o con algo.
Jamie se ha autoproclamado la defensora
del increíble hombre moreno.
Prácticamente ha fundado su club de fans. A Nia le rechinan los dientes un
poco. Solo lo justo.
—Oye, se me olvidó, ¿vale? Estaba
demasiado ocupada flipando, discúlpame.
—Te dio su teléfono… ¿Por qué no le
preguntas como puñetas se llama y ya está?
—No puedo. Es lamentable que no lo sepa,
joder. ¿Por qué no le preguntas al otro tío?
—El otro tío se llama Logan, Nia. Y si me
dices que ya lo sabías te adelanto que no me lo creeré, así que ni te molestes.
—No me acordaba. Deja de juzgarme.
—Eres un gusano viscoso y resbaladizo.
—Sí, y espero estar lo suficiente viscosa
y resbaladiza para ese tío en algún momento a muy corto plazo.
—No pienso preguntarle a Logan como se
llama su amigo para salvarte el culo.
—Me conformaría con que también te pusiese
viscosa y resbaladiza, sinceramente.
—Nia…
—¿Qué? Dime que cuando te lo encuentras
tus ojos no se quedan pegados a ese cuerpo. Oye, lo entiendo —añade después de
escuchar a Jamie resoplar—, es como una puta escultura griega… Como si la
Barbie y un Gi Joe hubiesen tenido un hijo… Es hasta ridículo lo asquerosamente
guapo que es. Debería estar prohibido ir por ahí siendo así de obscenamente
guapo, deberían tenerlo encerrado en alguna parte.
—Bueno, he oído que realmente estuvo
encerrado en alguna parte, así que intenta no decirle eso a él. Y estábamos
hablando de ti, deja de escurrir el bulto. Y no —dice Jamie levantando una mano
para detener a Nia, que ya está abriendo la boca de nuevo—, no me digas que ya
estás pensando en escurrírselo, puedo escuchar todo lo que tienes en la cabeza
aunque no quiera hacerlo. ¿Hasta qué punto te gusta? ¿En plan Bryan, de “no
repito nunca pero haré una excepción un par de veces”?
—Me gusta mucho. Mucho más que cualquier
otro hasta ahora, y eso que ni siquiera sé cómo mierdas se llama. Es posible
que me haya enamorado un poco —dijo con un tono que dejaba claro que prefería
contagiarse de un herpes genital.
—¿Seguro que no es solo la impresión del
enorme y desproporcionado gesto de ayer?
—No. Ya me gustaba enfadarme con él antes
de eso. Es algo diferente. No sé.
Nia piensa en el momento exacto en el que
la mano del hombre apretó su antebrazo, evitando que se cayese de narices al
salir del ascensor y empeorando en un mil por ciento toda la escena. No había
querido mirarlo porque sabía que estaba roja como un tomate —y no solo por el
ataque de pánico—.
Nia había tenido dos falsos positivos en
cuanto a enamoramientos. O sea, ella creía firmemente que había estado
enamorada de esos dos chicos, pero luego resultó que no lo estaba.
La primera vez, Nia tenía catorce años y
se estaba besando con Thomas en los baños de chicos del instituto. Ella sintió
una sensación extraña en la tripa y recordó que todos decían que es lo que se
debe sentir si uno está enamorado. No era amor, solo una pasa gastrointestinal.
La segunda vez, Nia llevaba dos semanas
enteras tonteando con… mierda, ¿cómo se llamaba? Bueno, es igual. Dos semanas
tonteando con un chico que le gustaba mucho. MUCHO —aunque ahora mismo fuese
incapaz de recordar su nombre—. Lo invitó a casa —y mandó a Jamie a dormir a
casa de otra amiga, porque en ese momento vivían juntas y Nia ya era la persona
repugnante que es ahora, solo que algo más joven y con permanente—, se besaron
y el chico sabía cómo hacerlo. Se besaron más y estaban calientes como el
infierno, todo manos y más manos y bocas y lenguas y dientes que chocaban a
veces porque, de repente, tenían mucha prisa. Y luego el chico se quitó las
zapatillas y Nia lo echó de su casa sin darle ni tiempo a que se las pudiese
poner de nuevo. El amor no sobrevive a ese olor de pies. Falsa alarma.
Y se había sentido aliviada. Tanto como te
debes sentir cuando piensas que estás embarazada, odias la idea y te llega la
regla de repente. Aliviada hasta el extremo. Por eso ahora sabía que era
distinto porque, para empezar, esa sensación de angustia existencial no estaba
tratando de morderle la cara.
Cuándo Nia mira a Haru —de momento, el increíble hombre moreno para ellas— o
piensa en él —y ha pensado en él, con su mano, durante gran parte de la noche—,
está casi segura de que sería capaz de resistir y vadear ése escollo.
Y eso tiene que significar algo.
Pero, joder, por favor, por favor, Nia
estaría muy agradecida si no tuviese que poner a prueba su teoría. Ojalá no le
huelan los pies, rezaba con creciente fervor —también mientras se tocaba—. Si
el hombre tenía que tener un defecto, que no fuese ése. Que fuese… ¡una mancha
asquerosa de nacimiento!
No, eso tampoco. Demasiado asqueroso.
Que fuese… ¡tres pezones!
No, demasiado inquietante.
Que fuese... ¿acné en la espalda? No, eso
tampoco.
¿Exceso de vello corporal? No, ella ya se había fijado en eso, no había
exceso que apareciese por el cuello de sus camisetas. Y pensándolo fríamente…
tampoco podría con eso.
Pero, ¿por qué tiene que tener un defecto?
¿Es que no puede ser simplemente perfecto?
Nia decide, en ese momento, que si el
chico es perfecto en todos los sentidos imaginables, ella hará una obra de
caridad inmensa. Quizá se apunte de voluntaria en un comedor social…
No, buff, no quiere repartir comida que
huele mal, en un sitio que huele mal, con personas que huelen mal. Nia no tiene
nada en contra de esas personas, pero no necesita alimentarlas.
Bueno, si el muchacho es perfecto, donará
dinero para un orfanato o algo así. Puede hacer eso.
—Estás pensando en William —dice Jamie a
su lado. Mierda, ¡sí que podía escucharla pensar! Y… ¡William! ¡Pies apestosos se llama William! A Nia
no le extraña nada haber olvidado ese nombre anodino y común —por favor, por
favor, por favor, que no se llame William—.
Nia empieza a tener náuseas. No sabe su
maldito nombre y puede que esté un poco enamorada…
Jamie está diciendo algo más pero ella no
la escucha. No quiere hacerlo.
Nia se alegra de no haber sacado ningún
lápiz del laboratorio.
Espera…
Nia palmea el bolsillo donde había metido
el último justo antes de salir. No encuentra nada.
Mierda.