En el que Andy descubre que puede gustarle una película en la que no salen superhéroes o dinosaurios
Jamie
decide utilizar sus propios recursos para averiguar dónde vive Andy
preguntándole a Trudy. Ella se lo dice —Trudy cree en este momento que Jamie le
va a preguntar cómo se llama Haru y se estaba preparando para ganar el bote. Se
le da bien ocultar la decepción—.
El sábado a las cinco menos cinco, Jamie
está saliendo del ascensor de la planta cien, la planta de los apartamentos de
la gente que trabaja y vive en el complejo. Logan y Andy viven en el número
siete. Cuando toca el timbre, Andy tarda escasos dos segundos en abrir y parece
muy emocionado.
—Bienvenida —dice—. Hemos limpiado un poco
para que no pienses que somos unos completos desastres.
La arrastra por la casa, hasta que Logan
aparece en la entrada de lo que, posiblemente, es su habitación —descalzo,
justo para ganarse el título de los pies
más sexys—. Le está gritando a Andy que no corra, que no diga palabrotas,
que no la arrastre indiscriminadamente por la casa y varias cosas más que Jamie
no llega a escuchar y Andy tampoco. Se detienen en la habitación de Andy, dos
puertas más allá de la que está usando Logan para apoyarse —sí que era su
habitación, confirma Jamie cuando pasa por allí remolcada por Andy y ve la cama
grande—.
A Jamie le encanta el cuarto del niño. En
su cama tiene una colcha con la calavera de The
Punisher. Una lámpara de lava en su mesilla de noche, un millón de
juguetes, libros y cómics tirados por el suelo y un escritorio lleno de piezas
para el robot que están montando durante sus clases. Ayer le pidió permiso para
traerlo y ahí está, descuartizado sobre la mesa y con aspecto de haber recibido
bastantes atenciones. Hay posters y dibujos suyos por todas partes, hasta el
punto de que las paredes son casi invisibles.
—Mierda, chico, te dije que ordenases la
habitación si querías enseñársela… —dice Logan entrando detrás de ellos.
—Oye, la he ordenado —se defiende Andy cruzándose
de brazos—. La he ordenado mucho, mírala bien, no hay calcetines sucios ni
restos de comida a la vista.
—Oh, sí, ya lo veo. Ni calcetines ni
comida. Vamos a tener que redefinir los términos en algún momento —dice Logan
justo antes de salir de la habitación, dejándolos solos.
—Se ha puesto muy pelmazo con lo de la
limpieza —susurra el niño—, yo diría que le gustas bastante…
—¿Tú crees?
—Seguro. Creo que tienes muchas
posibilidades, si las quieres. ¿Las quieres?
—¿Siempre le haces de celestina?
—No sé lo que significa eso —dice Andy
arrugando la nariz.
—Hacer de celestina significa intervenir
para que dos personas se junten, ya sabes.
—Ah. Entonces sí, le estoy haciendo de
celestina y no, no lo hago siempre. Esta es la primera vez. O al menos lo
intento, porque es terriblemente terco, ya lo irás viendo tú misma…
Jamie no puede evitar sentirse un poco
especial mientras trata de no reírse. Logan le gusta como muchísimo, pero el
crío es un extra de lujo por tantas razones que ni siquiera puede empezar a
enumerarlas.
—¿Vamos a ver la peli? —pregunta Jamie
después de un buen rato. Han hablado de libros y cómics. También han tenido una
larga e inesperada charla sobre la muerte en general, y sobre la de la madre de
Andy y sus propios padres en particular. Andy también le muestra un millón de
cosas que ni siquiera estaban a la vista, pero de las que se siente muy
orgulloso, porque en su gran mayoría, las ha hecho él. Y Jamie no tiene que
fingir que se maravilla con todas ellas, porque está maravillada de verdad.
Casi tanto como Andy de enseñárselas.
Han pasado más de una hora ahí dentro y,
cuando salen, Jamie está tan encoñada del crío como lo está de su padre.
Honestamente, puede que más. Aunque Logan los ha dejado a su aire y eso es algo
que, a sus ojos, le hace sumar muchos puntos.
—¿Qué película has traído? —pregunta Andy
mientras se dirigen al salón.
—La
princesa prometida —Jamie saca el DVD de la chaqueta que le cuelga del
brazo.
—Sabía que no debía dejarte elegir,
maldita sea.
—Oye, espera a terminarla para juzgarla.
—No necesito terminarla con ése título,
Jamie —dice cabizbajo, hundido por una tarde de cine aplastada bajo el
aburrimiento inminente.
—Es una película de espadas, luchas,
torturas, venganzas, gigantes, monstruos, huidas y persecuciones. Amor
verdadero y milagros.
—Todo eso, ¿eh?
—Todo eso.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
Logan
hace palomitas en el microondas y la ponen.
Resulta que él tampoco la ha visto y
parece casi tan reacio como Andy, aunque lo disimula un poco mejor.
Cuando empieza, Andy se identifica
inmediatamente con el nieto. Le divierte mucho compartir sus propios temores
con el actor. Se siente intrigado cuando el abuelo repite exactamente las
mismas palabras que han salido de boca de Jamie antes, cuando le explicaba al
niño de qué va la película, y la mira de reojo. Jamie le sonríe y Andy le
sonríe a ella. Logan los mira a los dos y trata de no hacerlo pero le sale mal.
Andy protesta con el primer beso de los protagonistas y sigue exactamente del
lado del nieto en cada escena en la que aparece. Tal y como sabía que
sucedería, Andy se enamora de Íñigo de Montoya y de su sable. Pasa un buen rato
haciendo sus propias rimas como Fezzik —pasarán unos días antes de que ese
efecto en concreto se disuelva, para tormento de Logan y Jane—. Al llegar a las
tres pruebas, Jamie escucha la risa baja de Logan cuando Fezzik le dice a Íñigo
que tenga cuidado con los enmascarados porque no son de fiar. Para cuando
Vizzini cae envenenado, Jamie ya sabe que los dos están disfrutando de lo
lindo. La película es un éxito rotundo.
—¿Y bien? —le pregunta Jamie a Andy
levantando una ceja.
—Está bien, me ha gustado, ¿contenta?
—¿Solo eso?
—Me ha gustado mucho…
—Lo acepto.
—Logan, ¿puedes apuntarme a clases de
esgrima?
—Supongo que sí, si estás interesado
—responde Logan tras evaluarlo un momento con esos ojos azules suyos.
—Puedo darte clases, si quieres —ofrece
Jamie.
—¿En serio? —preguntan los dos.
—Sí. No soy medallista olímpica, pero no
se me da mal. Podría pedirle a Trudy uno de los espacios vacíos en los
laboratorios, hay unas cuantas salas libres del tamaño adecuado. Y puedes preguntarle
a Jasmine si quiere venir también.
—¿Podemos hacer eso, Logan? —le pregunta
Andy con ojos brillantes.
—¿Estás segura? —le pregunta Logan a ella.
—Claro, creo que estaría muy bien.
—¡SÍ! —grita Andy saltando.
—¿Desde cuando haces esgrima? —le pregunta
Logan, que de repente parece tan interesado como Andy.
—Empecé después de ver esta película.
Tenía ocho años.
—Oh, mierda, Jamie, ¡somos almas gemelas!
—¡Cristo, Andy, esa boca!
—¿Traerías otra el sábado que viene?
—El sábado que viene, ¿eh?
—No tienes que decirle que sí a todo —dice
Logan con un tono de disculpa bajo las palabras.
—¿Siempre veis película los sábados?
—Si estoy con él, sí.
—En ese caso, y si a ti también te parece
bien, puedo venir el sábado que viene.
—Me parece bien —dice Logan, con uno de
esos amagos de sonrisa asomando por la comisura de sus labios y amenazando con
caerse de allí.
—Muchas posibilidades —gesticula Andy cuando
Logan se da la vuelta para llevar el bol vacío de las palomitas de regreso a la
cocina.
—Entonces, ¿qué vamos a cenar?
—Ah, no vamos a cenar aquí —aclara Andy—.
Cenaremos en la sala común con los demás, es sábado.
—¿En la sala común?
—Sí, Nia también estará allí, ha quedado
con… mi tío.
Jamie sabe a quién se refiere, por
supuesto. Sabe quién es su tío.
Su tío, el que ha quedado con Nia para
cenar en la sala común.
El
hombre sin nombre.