Capítulo 8

En el que Andy descubre que puede gustarle una película en la que no salen superhéroes o dinosaurios

 

Jamie decide utilizar sus propios recursos para averiguar dónde vive Andy preguntándole a Trudy. Ella se lo dice —Trudy cree en este momento que Jamie le va a preguntar cómo se llama Haru y se estaba preparando para ganar el bote. Se le da bien ocultar la decepción—.
     El sábado a las cinco menos cinco, Jamie está saliendo del ascensor de la planta cien, la planta de los apartamentos de la gente que trabaja y vive en el complejo. Logan y Andy viven en el número siete. Cuando toca el timbre, Andy tarda escasos dos segundos en abrir y parece muy emocionado.
     —Bienvenida —dice—. Hemos limpiado un poco para que no pienses que somos unos completos desastres. 
     La arrastra por la casa, hasta que Logan aparece en la entrada de lo que, posiblemente, es su habitación —descalzo, justo para ganarse el título de los pies más sexys—. Le está gritando a Andy que no corra, que no diga palabrotas, que no la arrastre indiscriminadamente por la casa y varias cosas más que Jamie no llega a escuchar y Andy tampoco. Se detienen en la habitación de Andy, dos puertas más allá de la que está usando Logan para apoyarse —sí que era su habitación, confirma Jamie cuando pasa por allí remolcada por Andy y ve la cama grande—.
     A Jamie le encanta el cuarto del niño. En su cama tiene una colcha con la calavera de The Punisher. Una lámpara de lava en su mesilla de noche, un millón de juguetes, libros y cómics tirados por el suelo y un escritorio lleno de piezas para el robot que están montando durante sus clases. Ayer le pidió permiso para traerlo y ahí está, descuartizado sobre la mesa y con aspecto de haber recibido bastantes atenciones. Hay posters y dibujos suyos por todas partes, hasta el punto de que las paredes son casi invisibles.
     —Mierda, chico, te dije que ordenases la habitación si querías enseñársela… —dice Logan entrando detrás de ellos.
     —Oye, la he ordenado —se defiende Andy cruzándose de brazos—. La he ordenado mucho, mírala bien, no hay calcetines sucios ni restos de comida a la vista.
     —Oh, sí, ya lo veo. Ni calcetines ni comida. Vamos a tener que redefinir los términos en algún momento —dice Logan justo antes de salir de la habitación, dejándolos solos.
     —Se ha puesto muy pelmazo con lo de la limpieza —susurra el niño—, yo diría que le gustas bastante… 
     —¿Tú crees?
     —Seguro. Creo que tienes muchas posibilidades, si las quieres. ¿Las quieres?
     —¿Siempre le haces de celestina?
     —No sé lo que significa eso —dice Andy arrugando la nariz.
     —Hacer de celestina significa intervenir para que dos personas se junten, ya sabes.
     —Ah. Entonces sí, le estoy haciendo de celestina y no, no lo hago siempre. Esta es la primera vez. O al menos lo intento, porque es terriblemente terco, ya lo irás viendo tú misma…
     Jamie no puede evitar sentirse un poco especial mientras trata de no reírse. Logan le gusta como muchísimo, pero el crío es un extra de lujo por tantas razones que ni siquiera puede empezar a enumerarlas.

     —¿Vamos a ver la peli? —pregunta Jamie después de un buen rato. Han hablado de libros y cómics. También han tenido una larga e inesperada charla sobre la muerte en general, y sobre la de la madre de Andy y sus propios padres en particular. Andy también le muestra un millón de cosas que ni siquiera estaban a la vista, pero de las que se siente muy orgulloso, porque en su gran mayoría, las ha hecho él. Y Jamie no tiene que fingir que se maravilla con todas ellas, porque está maravillada de verdad. Casi tanto como Andy de enseñárselas.
     Han pasado más de una hora ahí dentro y, cuando salen, Jamie está tan encoñada del crío como lo está de su padre. Honestamente, puede que más. Aunque Logan los ha dejado a su aire y eso es algo que, a sus ojos, le hace sumar muchos puntos.
     —¿Qué película has traído? —pregunta Andy mientras se dirigen al salón.
     —La princesa prometida —Jamie saca el DVD de la chaqueta que le cuelga del brazo.
     —Sabía que no debía dejarte elegir, maldita sea.
     —Oye, espera a terminarla para juzgarla.
     —No necesito terminarla con ése título, Jamie —dice cabizbajo, hundido por una tarde de cine aplastada bajo el aburrimiento inminente.
     —Es una película de espadas, luchas, torturas, venganzas, gigantes, monstruos, huidas y persecuciones. Amor verdadero y milagros.
     —Todo eso, ¿eh?
     —Todo eso.
     —¿Me lo prometes?
     —Te lo prometo.

Logan hace palomitas en el microondas y la ponen.
     Resulta que él tampoco la ha visto y parece casi tan reacio como Andy, aunque lo disimula un poco mejor.
     Cuando empieza, Andy se identifica inmediatamente con el nieto. Le divierte mucho compartir sus propios temores con el actor. Se siente intrigado cuando el abuelo repite exactamente las mismas palabras que han salido de boca de Jamie antes, cuando le explicaba al niño de qué va la película, y la mira de reojo. Jamie le sonríe y Andy le sonríe a ella. Logan los mira a los dos y trata de no hacerlo pero le sale mal. Andy protesta con el primer beso de los protagonistas y sigue exactamente del lado del nieto en cada escena en la que aparece. Tal y como sabía que sucedería, Andy se enamora de Íñigo de Montoya y de su sable. Pasa un buen rato haciendo sus propias rimas como Fezzik —pasarán unos días antes de que ese efecto en concreto se disuelva, para tormento de Logan y Jane—. Al llegar a las tres pruebas, Jamie escucha la risa baja de Logan cuando Fezzik le dice a Íñigo que tenga cuidado con los enmascarados porque no son de fiar. Para cuando Vizzini cae envenenado, Jamie ya sabe que los dos están disfrutando de lo lindo. La película es un éxito rotundo.

     —¿Y bien? —le pregunta Jamie a Andy levantando una ceja.
     —Está bien, me ha gustado, ¿contenta?
     —¿Solo eso?
     —Me ha gustado mucho…
     —Lo acepto.
     —Logan, ¿puedes apuntarme a clases de esgrima?
     —Supongo que sí, si estás interesado —responde Logan tras evaluarlo un momento con esos ojos azules suyos.
     —Puedo darte clases, si quieres —ofrece Jamie.
     —¿En serio? —preguntan los dos.
     —Sí. No soy medallista olímpica, pero no se me da mal. Podría pedirle a Trudy uno de los espacios vacíos en los laboratorios, hay unas cuantas salas libres del tamaño adecuado. Y puedes preguntarle a Jasmine si quiere venir también.
     —¿Podemos hacer eso, Logan? —le pregunta Andy con ojos brillantes.
     —¿Estás segura? —le pregunta Logan a ella.
     —Claro, creo que estaría muy bien.
     —¡SÍ! —grita Andy saltando.
     —¿Desde cuando haces esgrima? —le pregunta Logan, que de repente parece tan interesado como Andy.
     —Empecé después de ver esta película. Tenía ocho años.
     —Oh, mierda, Jamie, ¡somos almas gemelas!
     —¡Cristo, Andy, esa boca!
     —¿Traerías otra el sábado que viene?
     —El sábado que viene, ¿eh?
     —No tienes que decirle que sí a todo —dice Logan con un tono de disculpa bajo las palabras.
     —¿Siempre veis película los sábados?
     —Si estoy con él, sí.
     —En ese caso, y si a ti también te parece bien, puedo venir el sábado que viene.
     —Me parece bien —dice Logan, con uno de esos amagos de sonrisa asomando por la comisura de sus labios y amenazando con caerse de allí.
     —Muchas posibilidades —gesticula Andy cuando Logan se da la vuelta para llevar el bol vacío de las palomitas de regreso a la cocina.
     —Entonces, ¿qué vamos a cenar?
     —Ah, no vamos a cenar aquí —aclara Andy—. Cenaremos en la sala común con los demás, es sábado.
     —¿En la sala común?
     —Sí, Nia también estará allí, ha quedado con… mi tío.
     Jamie sabe a quién se refiere, por supuesto. Sabe quién es su tío.
     Su tío, el que ha quedado con Nia para cenar en la sala común.
     El hombre sin nombre.


Siguiente capítulo