Capítulo 10

10.   El Valle de los Susurros

 

Justice respiró hondo al encabezar la marcha. Jamie iba justo detrás, seguida de Unsuur. La verja de metal quedaba ya bastante lejos, tanto que no la veía cuando se daba la vuelta para comprobar que los demás estuvieran donde debían. Los trajes llevaban intercomunicadores en el casco para poder hablar entre ellos, pero, de momento, lo único que Justice escuchaba a través del suyo eran las respiraciones pesadas de sus dos compañeros. Nadie tenía ganas de conversar mientras se arrastraban dentro de esas burbujas a más de cincuenta grados, cargados como mulas. Mientras caminaban, Justice pensaba en cómo puñetas iba a desenfundar su arma, de necesitarla, y más aún, en cómo apretaría el gatillo. Esperaba y rezaba para no tener que resolver el problema, porque la maza que colgaba pesadamente a su espalda siempre había sido la última opción. La maza significaba una cercanía que no deseaba en absoluto a la hora de matar.
     Un poco más allá —y toda una eternidad extra dentro de sus trajes—, el Valle de los Susurros se abrió ante ellos en todo su esplendor. Si no fuese por la densa niebla verde, las vistas habrían sido espectaculares. Justice recordaba haber estado una vez bastante cerca de ahí con su predecesor, B3 —William Bullwinkle Beauregard III—, mirando hacia el mismo punto, pero sin el gas. Era solo un muchacho por aquel entonces, pero había conseguido memorizar la forma en que los viejos edificios sobresalían de la arena como los huesos de una enorme bestia. Gigantescas columnas se alzaban hacia el cielo y hacían que se preguntase a cuánta profundidad se sepultaban en la tierra. Cuál habría sido, en realidad, el tamaño de aquellas moles en su momento de esplendor y gloria. Si el sol, tantos siglos antes, arañaría ya sus superficies, emitiendo esos brillantes destellos que hacían imposible mantenerles la mirada. Durante la fiebre de las reliquias, los buscadores habían excavado hasta el punto de crear ese barranco que desgarraba el desierto en dos. El barranco que perfilaba el contorno del valle desde su izquierda. Era una imagen que no se le olvidaría nunca, grabada en sus retinas como estaba, y que ahora contemplaba de nuevo muchos años después, con la misma sensación de ser una mota diminuta en el ojo de un titán.
     —¡Vaya, qué vista! —exclamó Unsuur. Dentro de su traje sonaba aún más monótono y metálico de lo habitual, dándole un toque artificial y siniestro que estaba totalmente fuera de lugar en él—. Al verlos de lejos, pensé que los pilares eran rocas.
     —Este cañón está hecho en su totalidad por la mano del hombre. Durante la fiebre de las reliquias cavaron y cavaron hasta dejar a la vista todas estas cáscaras del Viejo Mundo.
     —El poder del hombre es a la vez impresionante y aterrador.
     —¿Vas a ponerte filosófico ahora, socio? —dijo, agradeciendo que el casco empañado ocultase su sonrisa. Unsuur no parecía un filósofo, pero, posiblemente, su profundidad era mayor que las raíces de todos aquellos restos.
     —No sé cómo pudieron construir edificios de este tamaño, capaces de resistir tanto el Día de la Calamidad como el paso del tiempo.
     —Sí… eso es cierto.
     —Pero luego pienso en cómo apilo mis piedras —siguió Unsuur, sin dejar de mirar las ruinas con asombro— y todo cobra sentido.
     —¿Lo tiene? —le preguntó, sin ver ninguna relación.
     —Solo requiere tiempo y paciencia —respondió, comenzando a caminar hacia el valle.
     Unsuur era un hombre extraño, difícil de apreciar hasta que le quitabas las primeras capas. Lleno de matices, peculiaridades y excentricidades que lo hacían único, y con una obsesión por las rocas que rayaba en un problema. No tenía iniciativa, ni la tendría nunca, pero Unsuur no la necesitaba. No había nadie mejor que él siguiendo órdenes, y eso lo convertía en el mejor ayudante que un sheriff pudiese desear —y lo único a lo que Unsuur aspiraba—. Coincidiendo con su amigo, Justice pensaba que las grandes aspiraciones estaban sobrevaloradas. Aquí, en medio del desierto, la arena las devoraba tan pronto como asomaban la cabeza y terminaban enterradas bajo las dunas sin fin que bañaban el horizonte hasta donde alcanzaba la vista. B3 le dijo un día que era una sensación similar a la de contemplar el océano, pero Justice jamás había visto tanta agua junta y era incapaz de imaginarlo. En el desierto, cuando la prioridad es sobrevivir, no hay lugar para las grandes aspiraciones. Sí lo había, en cambio, para el placer de las pequeñas cosas, si sabías verlas. Y en Sandrock, todos tenían una vista muy aguda cuando se trataba de eso.

     —Parece que en esa zona hay una acumulación mayor de gas —dijo Jamie, rompiendo el silencio. Había estado tan callada que, por momentos, casi se le olvidaba que estaba con ellos.
     Justice forzó la vista a través del cristal empañado y de la niebla que los envolvía. Era verdad: donde la mano de Jamie apuntaba, la niebla se volvía más verde y espesa.
     —¿Estás bien? —le preguntó a la constructora. Aguantar el calor sería mucho más duro para ella que, aunque ya era su segundo verano en el desierto, no había nacido allí. Aclimatarse al calor podía llevar años, dependiendo del individuo.
     —Sí, solo algo agobiada —respondió con esfuerzo—. Me cuesta pensar con todo esto encima.
     —A veces te veo trabajando en el taller, cubierta de pies a cabeza con los protectores, bajo el sol del mediodía, con esa máscara de soldar siempre en la cara… pero supongo que esto es peor —dijo, terminando con una mueca que nadie vio.
     —La máscara me mata de calor, pero no es un casco cerrado. El mono es grueso, pero transpira. Además, puedo quitármelo todo cuando quiera. No poder quitarme este infierno de encima hace que sienta una necesidad extrema de quitármelo. ¿Tiene sentido?
     —Sí, a mí me pasa lo mismo, aunque creo que soy un poco claustrofóbico. Solo pensarlo me está haciendo sudar más; habré perdido ya como un cuarenta por ciento del sesenta de líquidos que componen el cuerpo humano.
     —Mi traje es como una piscina —apuntó Unsuur—. Nunca he sudado tanto, ni siquiera los tres días que caminé por el desierto hasta llegar a Sandrock.

Siguieron su camino en silencio, tratando de conservar fuerzas.
     No tardaron en ver la primera tubería rota. Más que por la tubería en sí, la detectaron por el vapor sibilante y el intenso color que salía de ella. Jamie la examinó antes de desplegar lo que había traído.
     —¿Qué opinas, colega?
     —Opino que alguien ha puesto mucho empeño en destrozar esto, Justice —le respondió, girándose. No podía verle la cara de lo empañado que tenía el cristal, pero no le hacía falta. Podía imaginarla con los labios fruncidos por el disgusto y la certeza de que, una vez más, alguien los estaba saboteando.
     —¿Logan? —aventuró Unsuur.
     —¿Para qué querría dejar suelta toda esta mierda aquí? —murmuró Justice.
     —¿Para qué haría todo lo demás? —replicó el otro hombre—. Si las ha roto alguien, tiene sentido pensar que puede ser la misma persona que ha estado encargándose del resto…
     —Bueno, no saquemos conclusiones precipitadas, socio. Lo de la estación Gecko no tenía nada que ver con él. Podría ser cosa de alguien más, y nos aseguraremos de averiguarlo antes de lanzar ninguna acusación, ¿de acuerdo?
     —Totalmente de acuerdo —dijo Jamie.
     —Solo hacía mis conjeturas. Es parte del trabajo, jefe.
     —Está bien, chicos, vamos a arreglar este puto marrón y nos largamos de aquí lo más rápido que podamos caminar —propuso la constructora, poniéndose ya manos a la obra mientras hablaba—. Podréis pensar en quién hizo qué sentados en la oficina, con una cerveza en la mano.
     —No bebo si estoy de servicio —aclaró Unsuur con absoluta sobriedad.
     —Pues con un vaso de leche fría como el hielo, bébete lo que te dé la gana, hombre —contestó ella, rompiendo la tensión con una carcajada.

Las dos tuberías restantes estaban cubiertas de una especie de mucosidad repulsiva y burbujeante.
     —Deberíamos llevarnos una muestra de esta porquería —dijo Jamie, señalando el charco de moco más cercano tras sellar el último agujero, recoger el equipo y repartirlo nuevamente entre los tres—. Estaría bien que Qi le echase un buen vistazo, por si acaso.
     —Sí, cierto —respondió él.
     Jamie sacó un pequeño botecito y, con mucho cuidado, ayudándose con una varilla de aluminio que sobresalía de la arena para evitar tocarlo o que quedasen restos fuera, metió algo de esa baba viscosa ahí dentro antes de cerrarlo a conciencia.
     —¿Sentís eso? —preguntó, muy quieta de repente, mientras lo guardaba.
     —¿La sensación de unión? ¿La euforia que surge al superar un desafío junto a buenos compañeros? ¿El sentimiento de amistad fluyendo? —intervino Unsuur, sujetándose la muñeca izquierda con la mano derecha en ese gesto suyo tan familiar.
     Justice había comenzado a comprender a qué se refería Jamie.
     —Sí, socio, eso también... pero, ¿no sientes nada más?
     Escaneó a duras penas un poco más allá, en busca del origen de esa sensación que seguía emergiendo con prisa y algo de furia. Le pareció ver por el rabillo del ojo una sombra. Se sentía observado por una criatura atávica que nadaba en las periferias de su visión, ocultándose cada vez que giraba la cabeza. Y no fue hasta que algo de eso se les echó encima que pudieron verlo. Lo vieron con la claridad que los molestos cascos les permitían. Y para Justice, fue mucho más de lo que hubiese querido ver.
     —¡Hostia puta! —gritó Jamie.
     —¡Me cago en todo lo que se mueve! —gritó él al mismo tiempo.
     Sin duda, ese era un buen resumen del panorama general.

Unas criaturas que en su día debieron ser humanas saltaron sobre ellos con agilidad. Una de ellas pegó la cara al cristal de su casco y abrió la boca. Una boca por la que asomaban empalizadas de dientes mellados y podridos, probablemente tan fétida que Justice creyó olerla a través de su respirador.
     Los legañosos ojos lo miraban sin verlo, opacos y sin vida, sujetos con dificultad a la carne que se desprendía sin ceremonia mientras se movía ansiosa sobre él.
     Trató de sacar su arma. Primero el revólver, y, tras pensarlo un momento, la maza que recordó tener sujeta a la espalda. Esa que no quería usar.
     Joder, ¿cuántas cosas de esas había?
     No podía saberlo. Sentía la mente turbia y la visibilidad era pésima, por no decir nula. Los nervios le aceleraban la respiración, que empañaba aún más el cristal del visor.
     No veía nada de lo que sucedía a su alrededor, aparte del caos desenfrenado que se había desatado. No podía hacer nada, salvo tratar de defenderse.
     Cayó de espaldas con la criatura sobre él, logrando asir el enorme martillo antes de que sucediese.
     Qué puto afortunado, pensó en ese momento, tendido ya en la arena, mientras sujetaba el mango cruzado delante del pecho para evitar las embestidas de la cosa, tratando de rodar para tener una ventaja que en esa posición no tenía. Intentando también volver a ponerse en pie, para ver si podía ayudar de alguna forma a sus dos compañeros.
     Empujó, rodó y logró su objetivo a duras penas, y con los restos del esfuerzo balanceó la maza, estrellándola contra la cabeza de la criatura, que se rompió con un chasquido húmedo que volvería a escuchar muchas noches cuando tratase de dormir.
     Al girarse, una sensación de rigidez se apoderó de él, reconociendo dentro del pecho esa furia que había venido a por ellos en primer lugar, antes de que las cosas lo hiciesen.
     Una furia que crecía en su interior como una onda expansiva, quemando y arrasándolo todo.
     Y fue entonces cuando escuchó las voces.
     Unas voces que provenían del interior mismo de su cabeza y trataban de arrastrarse a la superficie de su consciencia...
     Se deslizaban, ponzoñosas, por el linde de la cordura, dejando una fría estela de todo tipo de pensamientos desagradables a su paso. Pensamientos a los que le resultaba casi imposible resistirse. Lo acariciaban, pegajosos; lo envolvían, lo atrapaban como si de una gigantesca tela de araña invisible se tratase. Palpaban, deshuesándolo desde dentro. Se enroscaban y trepaban como zarcillos de una macabra enredadera.
     Caían unos sobre otros, produciendo sonidos que lo enloquecían por completo. Sonidos que sería capaz de sacar de allí con una bala, comprendió. Pero no querían que lo hiciese. No aún.
     Y de fondo escuchaba la estática del micrófono de su casco, alternada con jadeos y gemidos que provenían del interior de los otros dos trajes. Pero a Justice no le importaba ya, salvo por la necesidad imperativa de encontrarlos.
     Vio a uno de ellos, casi inmóvil un poco más adelante, rodeado de dos de esos cadáveres que aún coleteaban, y sintió el deseo irrefrenable de saber cómo sonaría su piel brillante de sudor al desgarrarse.
     El sonido de aquellos frágiles huesos al romperse bajo el contacto de sus manos.
     El sabor de su carne en la boca...
     La presión exacta de los dientes sobre ella…
     Oh, joder, si hubiese traído el cuchillo...
     Se pasó la lengua por los labios... y le pareció que tenía la garganta reseca...
     Oh, Luz... oh... si hubiese traído el cuchillo, pensó mientras avanzaba hacia el bulto amarillo.
     Para su regocijo, vio una de las dagas de la mujer en su mano, comprendiendo —en la distancia de su raciocinio— que se trataba de Jamie.
     Se arrodilló para quitársela, y ella no se resistió. No trató de impedírselo. Y eso lo llenó de dicha y de decepción.
     Un grito de euforia.
     Él.
     Voces. Voces en su cabeza que se mezclaban con otras, metálicas, en el casco.
     La mujer hablaba, pero él no escuchaba.
     Descargó un corte lateral con furia. El traje se rasgó, y de él brotó sangre oscura a la luz tenue del vapor.
     Metió la mano dentro, deseando haberse quitado los guantes primero para sentir mejor el calor tibio que se derramaba.
     El sonido de un disparo lo sacó de allí a medias.
     Podía escuchar a Unsuur, en alguna parte lejana. Lo llamaba. Podía oírlo... pero de una forma totalmente distorsionada.
     ¿Podía oírlo o solo lo imaginaba?
     Dejando la daga a un lado con reverencia, se puso en pie de nuevo y desenfundó el arma que llevaba en la cadera, pegándola a su pierna. Esperaba, con la cabeza ladeada, en un intento por concentrarse.
     Le costaba tanto concentrarse en algo que no fuesen las voces...
     Dos siluetas nuevas se abalanzaron sobre el traje que él había desgarrado. El de Jamie, pensó, distante.
     Jamie. Jamie. Jamie.
     La golpearon con una brutalidad salvaje, mientras ella gastaba las pocas fuerzas que le quedaban en un forcejeo feroz.
     La vio estirar la mano para agarrar el filo que él se había reservado para después.
     Quiso resistirse a aquel impulso que se abría camino en su interior.
     El impulso de unirse a los monstruos, convirtiéndose en uno de ellos.
     Parpadeó varias veces, intentándolo. Lo intentaba con todas sus fuerzas, mientras su mente se hacía pedazos.
     Luchaba contra la realidad.
     Y la realidad era que quería destrozar cualquier cosa que se le pusiese por delante.
     Levantó el arma y apuntó.
     Luz...
     Si no podía devorarla, necesitaba disparar...
     Lo deseaba tanto…
     En el último momento, alguien lo embistió, alejando el cañón de la mujer, que seguía bailando su propia melodía.
     El estallido de su revólver volvió a despejarlo unos instantes. Lo suficiente para ver que la figura que luchaba con él ahora era Unsuur.
     Rodaron por el suelo en un amasijo de extremidades y el arma se deslizó de su mano. Rodaron, y él terminó sobre Unsuur, que jadeaba junto a Jamie con frenesí metálico en sus oídos.
     Dejó salir todo aquello que llevaba dentro. Volcó en él, con furia, toda la violencia contenida, y fue como ver la escena de una película muda del Viejo Mundo. Una de esas que proyectaba Catori en el museo.
     Y ese pensamiento lejano, que provenía del rincón más profundo de su mente, intentó abrirse paso entre todo lo demás. Pero él no podía, o no quería, escucharlo.
     Y rodaron una vez más, salvajes. Rodaron hasta que nuevamente quedó sobre Unsuur y dio rienda suelta a sus puños sobre el cristal de su casco, agrietándolo.
     Hasta que alguien lo golpeó en la cabeza.
     Jamie.
     Lo golpeó con una de sus herramientas. Una y otra vez. Hasta que él se la sacó de encima, rodando de nuevo.
     Los acontecimientos se sucedían en un desfile delirante, uno tras otro, transcurriendo con una lentitud imposible. El tiempo se dilataba y se deshacía, pegándose a las yemas de sus dedos y resbalando junto a esa sustancia viscosa y granate que le manchaba las manos.
     Y el deseo.
     El deseo y la furia seguían allí, impidiéndole pensar con claridad. Le costaba respirar y jadeaba, agotado.
     O pensó que lo hacía, porque todo lo ajeno a la necesidad de destrozar le resultaba lejano, como un sueño febril.
     Hasta que Jamie lo sacó de allí con la fuerza de otro golpe bien colocado en su diafragma. Uno que lo dejó sin respiración y lo obligó a pensar otra vez.
     —¡Justice! —gritó Jamie por su micrófono. Y por primera vez, en lo que le pareció siglos, entendía las palabras—. ¡Justice, por lo más sagrado, escúchame!
     La mujer repetía su nombre una y otra vez mientras sangraba sobre él.
     —Tenemos que salir de aquí… —dijo, aturdido.
     El esfuerzo por escuchar y concentrarse en las palabras era el más grande que había hecho jamás.
     —¡Ayúdame a arrastrar a Unsuur antes de que esas cosas vuelvan!
     Su voz sonaba llena de desesperación, y al mirar en la dirección hacia la que ella caminaba con esfuerzo, vio a su amigo tumbado en el suelo y recordó.
     Y tuvo que esforzarse por no vomitar dentro del casco.
     Corrió lo más rápido que pudo por la arena, cayendo y levantándose igual que Jamie delante de él, siendo consciente entonces de diversos puntos de dolor en su cuerpo. Comenzaba a sentirlos como distantes mordiscos despertando de una mala anestesia.
     Cuando llegó al lado de Unsuur, no se movía. Su casco estaba roto, dejando pasar el gas que debía de llevar respirando un buen rato.
     Más adelante, cuando pensase en todo esto, en esas noches en las que no podría dormir, no recordaría nada de este momento en concreto. El momento en el que, sin saber de dónde, sacó fuerzas y se echó a su amigo al hombro, recorriendo —mientras resollaba— toda una vida en distancias, con Jamie a su lado murmurando palabras que no escuchaba.
     Solo su respiración pesada...
     Y lo que hacía que su paso se hiciese firme y feroz al final:
     la respiración de Unsuur, entrecortada y distante.
     Cada vez más de las dos cosas.
     Y así salieron, llegando hasta la verja y cayendo allí de rodillas, rezando oraciones que ni siquiera sabía que conocía. El sol se había puesto, y no llegó a comprender qué habían hecho con el resto del día.
     —Quédate aquí con él, Justice —le dijo Jamie con un hilo de voz—. Voy a buscar las bengalas.
     Su traje era rojo de cintura para abajo, y Justice recordó esa parte en particular, que parecía haber quedado al fondo del cajón sucio en el que se había convertido su mente en las últimas horas.
     Había estado a punto de matarla.
     Y a Unsuur.
     Jamie se quitó el casco y los guantes y los arrojó al suelo sin ceremonias, para rebuscar con impaciencia en el interior de su mochila.
     Justice podía ver el sudor en su cuello, el pelo húmedo encogiéndose sobre los hombros.
     Lo tenía empapado, y así no era de ese rojo intenso de siempre.
     Y lo agradeció, porque en ese momento la simple visión del rojo le arañaba los párpados.
     La bengala serpenteó hacia el cielo casi oscuro. Roja.
     Como el pelo de Jamie.
     Como la sangre.
     Como fauces abiertas.
     Como las entrañas descarnadas.
     Se tumbó al lado de Unsuur y cerró los ojos.

 

 *   *   *


Jamie se arrastró con dificultad junto a Justice y Unsuur una vez lanzada la bengala y también se tumbó —o puede que se dejase caer sin pretenderlo del todo—. Justice le tendió la mano y ella la tomó y se relajó por fin.

Puede escuchar el sonido de los animales invisibles del desierto: rascando, masticando, retorciéndose y respirando. El sol suena como un motor atascado. Tiene la garganta llena de metal que trató de doblegar. Su cuerpo es líquido, y ella escucha el oleaje en sus venas. Sube y sube hasta su cabeza, y allí parpadea y se apaga.
     Frío. Calor. Frío… Calor… Está al borde del abismo y siente cómo resbala. Se escurre sin dificultad y sin la posibilidad de impedirlo. Siente que se aleja de la realidad y quiere quedarse, permanecer despierta. Y también dormir. Está húmeda y pegajosa, y la piel morena de Justice, que la sujeta por el brazo, es arena seca. Párpados pesados como un cadáver. Justice está tumbado, inerte a su lado, a kilómetros de distancia.
     Quizá está muerto.
     Quizá, quizá, quizá.
     Los minutos se arrastran gateando con lentitud.
     Se reprende y se obliga a mantener los ojos abiertos y la distancia corta.
     Intenta evitar que la mente repase lo que ha sucedido ahí abajo. Trata de no recordar a esas cosas que se les han echado encima ni cómo ellos mismos se han vuelto unos contra otros en una monstruosa bacanal de frenesí. No quiere acordarse —ni ahora ni nunca— de cómo pensó en el sabor de la sangre en su boca y la carne en sus dientes. De cómo vibraba su cuerpo ante la idea, casi partiéndola por la mitad. De cómo Justice la sacó del letargo con dolor y de cómo le devolvió el favor del mismo modo. De cómo ha luchado por su vida mientras se le escapa a borbotones por el traje abierto, mientras lanzaba tajos a la hedionda carne que se balanceaba trémula sobre ella. Del olor, que se filtraba junto a la sangre, esparciéndose y llenándolo absolutamente todo. El olor a la mismísima muerte en descomposición, sabiendo con total certeza que ella misma terminaría oliendo así. Que la carne cianótica se desprendería de sus huesos como lo hacía la de aquellos desdichados que un día fueron humanos, pero que ya no lo eran. Que un día fueron como ella y caminaron bajo el sol, con la mano en la frente para ver mejor el horizonte. Trata de no pensar en nada de eso, ni en muchas otras cosas que se agolpan dentro de su cabeza y le oprimen el corazón, pero no lo consigue. No consigue traspasar el pálido velo de las dudas descarnadas, de la desazón, de la lóbrega e incierta sombra que se cierne con hambrientos pasos tras ella, aunque ya no la pueda escuchar. Percibiendo, miserable y abyecta, cada respiración que exhala con dificultad.
     Está sangrando por la herida del costado y por todas las que no son físicas, sintiendo cómo el aire se vuelve sólido en sus pulmones. Como si respirara a través de una apestosa gelatina. Siente cada hematoma que se forma en su torso apuñalado a golpes. Sus manos ya están verdes, piensa al verlas ante sus ojos. Quizá no sean suyas. Quizá sean de otro.
     Las manos de un muerto.
     Alguien gime a su lado.
     ¿Puede que haya sido ella?
     Distingue figuras que bajan por el camino y, aliviada, se deja ir por fin, esperando no estar imaginándolas también.
     Cuando Jamie y Nia iban a la piscina, allá en Fuerteviento, se inventaron un juego. Las dos se sumergían en el agua, y mientras una hablaba, la otra tenía que adivinar lo que había dicho. Los sonidos llegan lejanos y distorsionados dentro del agua.
     Así le llega ahora la voz de Elsie.


Cuando recuperó el conocimiento, estaba en la clínica. Palpó los tubos que salían de su nariz, sorprendiéndose con el color de su piel y recordando vagamente haberla visto antes, y los siguió con la vista hasta el respirador artificial en el centro de la estancia. Una máquina que le montó a Fang hace un tiempo, cuando el médico luchaba por salvar la vida de la persona que más detestaba.
     Trató de moverse para comprobar si estaba sola y vio a Unsuur en la cama de al lado, conectado al mismo aparato, su pecho subiendo y bajando pacíficamente. Justice estaba sentado en una silla en medio de los dos, con la cabeza colgando en una posición que le iba a pasar factura y el ceño fruncido en un gesto de dolor que tardaría días en desaparecer.
     Jamie estiró la mano para ponerla sobre la del hombre, que abrió los ojos al momento y se la apretó. Acercó la silla con cuidado de no hacer ruido y así se miraron, sin decirse absolutamente nada, durante muchísimo rato. En un momento dado, una lágrima se deslizó por la mejilla del sheriff y él la apartó de allí con rapidez, bajando los ojos avergonzado.
     —Lo siento mucho —murmuró con voz cansada y rota.
     —Escúchame bien, Justice —su voz sonó aún peor y casi no la reconocía como suya—... Lo que había dentro de esos trajes no éramos nosotros, ¿comprendes?
     —No comprendo absolutamente nada, ni siquiera cómo conseguimos salir de allí.
     —Porque los tres tenemos un trébol de cuatro hojas metido en el culo, Justice, así es como conseguimos salir de allí.
     —Pondré eso en mi informe.
     —Si tuviese que escribir un informe sobre el día de hoy… —reflexionó incorporándose un poco en la cama y arrepintiéndose en el acto—... no sabría ni por dónde empezar.
     —Empieza diciéndome que no estoy loco, porque lo necesito.
     —No creo que estés loco.
     —¿Y qué es lo que crees, Jamie? —preguntó mirándola con interés, apoyando los brazos en el borde de su cama para acercarse un poco más, sus manos, atrapando aún la de ella, bajo su barbilla. Sentía la barba raspándole amablemente los nudillos. Un tacto muy confortable en esos momentos.
     —Creo que allí abajo había algo. Algo más aparte de esas cosas muertas que querían llevarnos con ellas.
     —Pondré eso en mi informe.
     Los dos sonrieron por primera vez, y eso la calentó un poco por dentro. Después de aquel día no volvería a quejarse del calor, pensó.
     —¿Qué tal está Unsuur? —preguntó preocupada.
     —Se pondrá bien. Le di a Qi la muestra que recogiste, y es posible que ayude a acelerar un poco la recuperación. El gas no es mortal, a menos que te quedes respirándolo hasta asfixiarte. Parece que esa parte la hicimos bien.
     Jamie palpó su costado con cuidado, tocando la venda que lo cubría, recordando de repente el corte. Sabía que había sido profundo cuando sintió el cuchillo deslizarse sobre la piel, pero no tan profundo como para desangrarse rápidamente. El traje de protección le había salvado la vida. Justice se encogió visiblemente y se enderezó en la silla, soltándole la mano al fin.
     —Escucha, yo…
     —Justice, ha sido una caricia amistosa, no un pinchazo. Una caricia que me sacó del trance, como a ti las mías —y vio comprensión en los ojos del hombre—. Es aparatoso, pero lo suficientemente superficial como para que no sea una tragedia. Estará perfecto en unos días y me quedará una bonita cicatriz. ¿Te imaginas la historia que voy a contar cuando me pregunten?
     No era exactamente una caricia, pero Justice no necesitaba escuchar eso. No necesitaba otra razón para tener pesadillas o para dormir con los ojos abiertos. Necesitaba que ella le quitase hierro a esa parte de su escapada, y estaría encantada de hacerlo porque, joder, estaban vivos.
     Justice se echó a reír. Lo hizo de verdad, con ganas. Una risa tan agradable y genuina como las de siempre. Y ella pensó que, con un poco de suerte —o un poco más— volverían a ser ellos mismos. Casi no recordaba esa sensación.
     —Hey, chicos, ¿no podéis hablar algo más alto? —Unsuur levantó un poco la cabeza en su dirección y, aunque trataba de sonreír también, sus labios agrietados formaban una mueca extraña. Era el más verde de los tres—. Me cuesta bastante entender lo que decís si os ponéis a murmurar.
     —¿Cuánto tiempo llevas despierto? —le preguntó Justice.
     —Creo que desde lo del trébol en el culo, jefe. Solo quería decir que lo de hoy nos convierte oficialmente en hermanos a los tres —dijo muy serio—. Hemos vuelto a nacer.
     —Sí, es una buena apreciación, socio.
     —Siempre he querido tener dos hermanos con los que correr un peligro de muerte o dos cada cierto tiempo —añadió ella.
     —Igual es demasiado pronto para la broma —dijo Justice, arrugando la nariz.
     Habiendo salido ya, sintiéndose todo lo a salvo que podían sentirse en esos momentos tensos, extraños y difíciles, decidieron, sin la necesidad de ponerlo en palabras, que transitarían por aquellas regiones oscuras armados con humor.
     Al menos, nadie podía quitarles eso.

No consiguieron mandar a Justice a dormir a su casa, y los tres sabían exactamente por qué. Necesitaban permanecer juntos esa primera noche para confirmar con miradas que las cosas habían pasado tal y como pensaban que habían pasado. Tampoco es como si hubiesen podido dormir. Se mantuvieron despiertos charlando de otras cosas, como habían hecho tantas veces antes, tratando de alejar todo lo posible esas sensaciones pegajosas que los envolvían. Fang bajaba cada cierto tiempo a comprobar cómo estaban, y volvía a subir sacudiendo la cabeza ante su incapacidad de seguir unas sencillas instrucciones que solo incluían cerrar los ojos y quedarse muy quietos.
     Eso, en la mente de los tres, se parecía demasiado a estar muerto.

Por la mañana, a primera hora, aparecieron las primeras visitas. Andy llegó enseguida con Heidi y Trudy hecho un manojo de nervios. Jamie aún llevaba el respirador y estaba verde, pero por lo demás se sentía algo mejor que al despertar. Estaba cansada, empezaba a tener sueño, pero también apreciaba esas sensaciones como parte de estar presente.
     —Fang dice que yo me iré a casa esta tarde —les dijo a los tres, haciéndole sitio en la cama al niño, que se sentó junto a ella enseguida.
     —Si quieres, podemos quedarnos con Andy otra noche. Ya sabes que no nos importa.
     —¡No! —gritó Andy, bajando enseguida el tono de voz—. No, yo me quedo con ella.
     —Tranquilas, yo también prefiero que esté conmigo. Así puede ayudarme si me hace falta —añadió, tratando de que se sintiese importante.
     —¿Veis? Estaremos muy bien.
     El niño pareció más animado después de eso, aunque tuvo que convencerlo de que se fuese con las mujeres para participar en la segunda ronda del concurso.
     —No puedes dejar colgada a Jasmine, Andy —le dijo, intentando persuadirlo.
     —Está bien… pero después iré directo a casa.

Esa misma tarde regresó al taller acompañada de Mi-an, Elsie y Cooper, montada en uno de los carros de transporte. La cargaron con comida de Mabel y Vivi, que metieron en la nevera junto a todo lo demás que le habían traído. No iban a necesitar pasar por la Luna Azul en un tiempo considerable. Mi-an y Elsie terminaron de recoger y la dejaron descansando en la cama. Fang le había ordenado reposo absoluto los tres primeros días.
     Los habían bombardeado a preguntas que no habían sabido responder hasta que vieron que no les iban a sacar nada más. En algún momento tendrían que decidir qué iban a contar. No por no querer hacerlo, sino porque era simplemente demasiado como para ponerlo en palabras.
     Cuando Andy llegó, ella había conseguido quedarse traspuesta, despertándose cuando el niño se sentó al borde de la cama con cuidado, como había hecho en la clínica.
     —¿Habéis ganado o qué?
     —¿Caga el yak en el desierto?
     Ella se echó a reír y se encogió de dolor. El niño le acercó el trofeo dorado al que ella misma había dado forma, levantándolo para que pudiese verlo bien. Había montado una estrella grande rodeada de otras más pequeñas que parecían orbitar a su alrededor. Las estrellas estaban huecas y agujereadas de tal forma que, si lo colocabas cerca de una corriente, se moverían entrechocando, produciendo el suave sonido de un carillón de viento. Primer premio, habían grabado en la base. Por debajo había más detalles que dedujo que Mi-an había añadido, como los nombres de los dos niños y el año. Estaba bastante contenta con el resultado.
     —Sabía que los ibais a machacar a todos —dijo llena de orgullo.
     —Solo nos han dado un trofeo. Hemos pensado que nos lo vamos a turnar y Jasmine ha dejado que me lo quede primero para que pudieses verlo.
     —Eso ha sido muy considerado. Ya que me lo he perdido, me alegra poder verlo con vuestros nombres grabados.
     —Me gusta mucho. Pero mucho más porque lo hiciste tú. ¿Quieres que suba algo de comida? Podemos cenar aquí… He visto que había tarta de Mabel en la nevera —añadió, cambiando enseguida de tema con ojos golosos.
     Parecía preocupado, y el gesto no terminaba de desaparecer.
     —Sí, cachorrito, me muero de hambre.
     Era cierto. El día anterior no habían comido, y en la clínica, a pesar de los intentos de Fang, no habían sido capaces.
     Andy regresó enseguida con toda una selección. A estas alturas ya la conocía bastante bien y hay que añadir que fue una selección muy acertada. Cuando terminaron, ni siquiera tuvo que pedirle que se llevase las cosas a la cocina. Ella aprovechó para vomitarlo todo en el baño de arriba, tratando de hacerlo tan discretamente como fue capaz, convulsionando de dolor con cada sacudida. Cuando Andy volvió a entrar, ella ya se había lavado los dientes y secado el sudor. El niño, en su máxima eficiencia, se había puesto hasta el pijama.
     —Oye —le dijo—, ¿crees que podrías ser tú el que me hiciese compañía a mí esta noche?
     —¿Crees que podrías tener pesadillas?
     —Podría ser, sí. Me vendría bien que alguien me despertase si eso pasa.
     —Cuenta con ello —repuso, copiando sus propias palabras de una forma que le apretó un poco la garganta.
     Abrió las sábanas y el niño se coló dentro, acomodándose contra ella con mucho cuidado, como hacía cuando estaban en su cama, aunque en esta hubiese bastante más espacio.
     —¿Quieres contarme lo que pasó ahí?
     Y no pudo más que reírse de nuevo, abrazándolo, ante el inesperado intercambio de papeles.
     —No creo que ninguno de los tres pueda contarle nunca a nadie lo que pasó ahí, Andy —respondió en un murmullo, suspirando contra su pelo.
     —¿Me enseñarás la cicatriz cuando te la destapen?
     —Claro. Va a ser una buena cicatriz.
     Allí, en la penumbra de su habitación, pensó que la cicatriz, con forma de media luna, casi parecía un gran mordisco sin dientes. La forma de una sonrisa siniestra. Y la idea le produjo un escalofrío.
     Allí, en la penumbra de su habitación, la mano de Andy buscó la de ella y la encontró. Y sus dedos se enlazaron de una forma tan natural que dolía.


Jamie vivió un tiempo creyendo a ciencia cierta que en el Valle de los Susurros había pasado más miedo del que jamás volvería a pasar. Sería imposible superar ese día, pensaba. Absolutamente imposible.
     Pero no era así, como descubriría poco después. Cuando esas nubes, que arrastraban tambores de guerra, se acercaron lo suficiente como para cubrirlo todo.

Siguiente capítulo


 

*Notas:

Pues aquí tenemos el primero de los dos de hoy. No soy muy fan de las escenas de acción y los trompazos. Prefiero escribir dando vueltas a nada en concreto, las cosas cotidianas y más nada de nuevo, ya sabéis de qué hablo. Pero a veces toca mancharse las manos y mejor que sea de sangre y mucosidades. 

En el juego, la parte del Valle me gustó mucho. Me parece inquietante (dentro del contexto "para todos los públicos", claro). Quería darle otra vuelta de tuerca, un giro al abismo (y... si miras al abismo, el abismo te devuelve la mirada). 
Hace años escribí una historia corta. Si me conoces de entonces, sabrás a cual me refiero... Rebecca y Paul, En las entrañas de la tierra, se titula. Aquí he querido conectar esa... cosa que habita en el interior de la tierra y que se remueve a veces. Puede que sea la misma, o un pariente cercano. He querido añadirlo a las mutaciones muertas que tenemos por ahí dando vueltas, porque oye, el Valle de los Susurros se llamará así por algo, ¿no?
También he querido hacerlo desde el punto de vista de Justice y unir algunos momentos del propio Paul, como en una especie de reflejo que los une en el espacio/tiempo. Bueno, no pasa nada, eso no es como si necesitaseis entenderlo xD

¿Alguien dudaba de que Andy y Jasmine iban a ganar el concurso de baile? Espero que no.

Y algo importante: tuve un problema con el capítulo 9, "Verde" de la semana pasada. Me dejé un párrafo importante, la llegada de Musa. Por favor, tomates en la cara no. 
Esto me ha pasado por estar quitando y poniendo en capítulos ya escritos. En algunos borré prácticamente todo para volver a empezar. Por fortuna, había guardado la versión antigua de todos. Algo he hecho bien... 
El fragmento iría justo antes de que Pebbles aparezca siendo verde. Lo dejo aquí abajo, aunque ya he editado el otro capítulo para añadirlo. Cosas del directo, amigos...

También he puesto una captura de la fiestita y la Luna Azul requemada.

*  *  *

Mientras el calor sofocante del verano en el desierto se extendía, Musa llegó y fue recibido con gran fanfarria y regocijo. Trudy le enseñó todos los avances que habían logrado, incluido el famoso bosquecito. Hubo una fiesta y, haciendo honor al espíritu local, todo ardió bajo la primera chispa de caos que prendieron con gran entusiasmo, experiencia y de forma absolutamente literal.
     La batalla campal en el salón fue legendaria, y se hablaría de ella —y de la cara atónita del señor Musa— durante los siglos venideros.
     El señor Musa, que había estado a favor de invertir hasta ese momento, trataba ahora de recoger cable de forma extremadamente profesional. Llegó incluso a ofrecerles la oportunidad de abandonar un pueblo que, a sus ojos —y a los de cualquiera con sentido común—, agonizaba.
     Nadie, a excepción de Arvio, quiso saber nada del plan de desarrollo del norte: un plan de repoblación de la frontera que pretendía disuadir a Duvos de posibles incursiones al estar habitada y operativa.
     Con toda la educación de la que siempre se hacía gala en Sandrock, todos le dijeron al señor Musa por dónde se podía meter su plan. Y, curiosamente, eso fue lo que volvió a meterlos en el bolsillo de su traje hecho a medida, justo el que llevaba sobre el corazón.

*  *  *  


Las capturas de hoy no son mías y no sé de dónde las saqué (lo siento, lo siento). En la primera podemos ver a Jamie hurgando en la mierda (literalmente) y a Justice y Unsuur mirando lo bien que lo hace. En la segunda... el tipo de cosa que habita en el valle y la que me inspiró para este giro un poco más... ¿jugoso? Algunos de esos hijosdeputa llevan jeringuillas en las manos. ¿Qué clase de porquería es esa? ¡Un respeto, hombre!