11. Terminar lo que empiezas
Fang pasó toda la semana siguiente
visitando a la constructora en su casa. La herida estaba curando bien y, por
una vez en su vida, Jamie estaba haciendo caso de sus recomendaciones.
Era la mayor muestra de la gravedad
de la situación.
Ella se había negado a permanecer en la clínica, aun cuando los primeros
días le subió la fiebre. Aquí, allí… no era importante, así que él aceptó que
la llevasen de vuelta al taller.
Fang volvía a tener frío. Sus manos estaban heladas.
Lo había vuelto a sentir desde que la tumbaron sobre la camilla, abierta
como una boca hambrienta.
Había sido un milagro que no se desangrase. Que ella hubiese podido
aplicarse el hemostato y hacer presión con la cinta aislante antes de salir del
valle había marcado la diferencia.
Ahora que iba a retirarle los puntos externos, ahora que el peligro
había pasado y su trabajo había concluido, es cuando se daba cuenta de verdad
de lo a punto que había estado de perderla y de lo importante que era la
constructora para él.
Fang volvía a tener frío, y trató de
pensar en cuánto hacía desde la última vez que se sintió así.
Cuando enfermó y fue ella la que lo cuidó.
Cuando lo visitó su padre.
No lo sabía con certeza, y que hubiera pasado tanto tiempo como para que
no fuese capaz de recordarlo era bueno, porque antes, antes de ella, todo era
muy distinto.
》 Es solo una cena. Es
solo algo de comida.
La comida es una necesidad
humana básica, piensa cuando la constructora lo invita por primera vez.
Puede hacerlo.
Se recuesta boca abajo
sobre sus mantas, bajo un rayo de sol que se filtra por la ventana. El calor se
hunde en su piel, aliviando sus músculos tensos. No hay pesadillas en el calor,
solo recuerdos agradables de descansar sobre el regazo de su madre mientras
ella le lee en voz alta.
Es el frío el que lo
mantiene despierto; con él llegan otros recuerdos.
Ataduras.
X en la jaula.
Soga,
acolchado fino, miedo espeso en la garganta extendiéndose como escarcha en sus
pulmones.
Fang se
mueve sobre sus mantas con el corazón latiendo fuerte e intenta respirar a
través de él.
No
puede.
El
olor de la comida, de las especias, lo tranquiliza. Mientras hornea, se
entretiene limpiando y ordenando, y tomando algún apunte ocasional en su
cuaderno, con su caligrafía siempre meticulosa. Su madre le enseñó que la
limpieza y los detalles son importantes.
No
logra dormir.
Su
mente se descontrola mientras camina por la clínica esperando la caída. Se
estruja el cerebro en busca de detalles que puede haber pasado por alto o no
haber visto. Un detonante. Tiene que conocerlos todos si quiere evitar que las
cosas se salgan de control.
Fang se sobresalta, las
piernas enredadas en sus mantas.
El suelo está helado y
tiembla, apretando los dientes contra los recuerdos no deseados.
Se está rompiendo de nuevo.
El suelo se abre y va a tragárselo otra vez.
Recuerda sus manos duras,
metal frío, una puerta pesada.
El olor de la medicina y el
sonido rítmico del mortero que la mezcla.
Una risa de mujer falsa.
—Oye, chico, deja que tu
hermano te cuide —le dice—. Déjame cuidarte. Esta vez no te dolerá.
Vomita.
Gimiendo, Fang se hunde de
nuevo sobre sus rodillas. Rodillas desnudas sobre madera dura.
Su casa, no la de ellos.
Está a salvo.
Se limpia la cara con la
camisa. La cabeza le palpita de dolor. La garganta le arde. Necesita más
mantas.
Abre el frigorífico y
destapa las sobras de Mapo Tofu que la constructora cocinó para él. Huele igual
que el de su madre.
El olor es demasiado.
Demasiado.
Todo es demasiado.
Lo deja a un lado y toma
otra cosa en su lugar. Algo que no le recuerde a ella.
Come porque su cuerpo lo
necesita.
Duerme porque debería.
Trabaja, trabaja, trabaja,
trabaja.
Siente que es todo lo que
tiene.
A veces no es suficiente.
Se siente en carne viva.
Tiene frío.
Le sube la fiebre. 《
Antes de que ella llegase, sus
vecinos no tenían nombre, eran solo caras que iban y venían. Antes de ella,
Fang no salía de casa, salvo para recoger sus plantas medicinales. Antes de
ella, no podía juntar dos palabras seguidas sin sufrir un dolor desgarrador. Antes de ella, solo había frío y la húmeda sensación de un vacío sediento en
medio del insoportable calor del desierto.
Fang trabajaba traduciendo algunos
estudios interesantes de su Seesai natal cuando escuchó la puerta. No
necesitaba verla para saber que era ella. Podía saberlo, aun sin el revuelo
histriónico de X, graznando de impaciencia esperando su regalo brillante, que
no tardó en llegar. Jamie guardaba en sus bolsillos fragmentos de gemas,
cristales o incluso alguna piedra de valor para él. Que X se hubiese dejado
sobornar desde el principio debería haberle dado una pista de que la
constructora iba a poner su vida del revés —aunque, en su caso particular,
sería más justo decir que la había enderezado—.
—Vas a bajar otra vez… —dijo, sin volverse a mirarla. Fang hablaba poco,
pero escuchaba siempre.
—Tengo que ir.
—Aún… no estás recuperada… El hemostato ayuda… pero no hace… magia.
—Hay que ir, Fang. Hay que terminarlo.
Jamie se lo había contado todo a lo largo de esa semana, cuando iba a
revisar su herida y a hacerle las curas, mientras esperaban a que la infusión
de hierbas para dormir se enfriase. Fang había guardado silencio mientras las
palabras se le caían de los labios sesión tras sesión. Entrega de terror por capítulos, había llamado ella a esos momentos
tensos. Era muy acertado, pensaba él. Jamie le había dicho que, tras su
particular descenso a los infiernos, él era la persona más indicada para
escuchar esa historia. Se lo debía, le había dicho.
Jamie era la única que conocía todo de él. Su pasado, su familia. La
única que había visto las cicatrices de su cuerpo. Cicatrices que él había
sentido como heridas supurantes antes de que ella llegase al pueblo. Jamie
había dicho que, tras todo ese asunto, podía comprender mucho mejor que hablar
le hubiese costado tanto —casi todo—. Cuando trataba de hablar del valle en voz
alta, sacándolo del resguardo oscuro donde trataba de encerrarlo, el corazón se
le aceleraba, la herida le ardía, las frases se quedaban inconclusas y las
palabras, cortas.
Le llevó cuatro días darle los detalles de las sensaciones en las que se
había bañado allí abajo. Y se esforzó tanto porque, en su momento, ella había
valorado enormemente que Fang hubiese sido capaz de hacer lo mismo. Una deuda.
Él había escuchado paciente y sin intervenir, tal y como ella sabía que
haría. Había escuchado asintiendo, mientras Jamie desgranaba cada dolorosa
parte de ira, miedo y culpa que se había atrincherado en su pecho, con la misma
dificultad con la que los tres habían logrado sobrevivir ese día a ellos
mismos.
A sí mismos.
—Está… bien.
—No voy a trabajar, será solo un paseo. Tendremos mucho cuidado, en
serio —añadió. Jamie podía leer muy bien lo que estaba pensando. Lo había
ayudado a usar las palabras, pero con ella no las había necesitado nunca—.
Además, no es como si fuésemos a ir mañana mismo. Van a pasar días y estaré aún
mejor. No volveré a ser imprudente, ahora tengo que pensar muy bien las cosas.
Fang sabía por qué. Andy había conseguido lo que él no había podido.
Fang había sentido un afecto inmediato por el niño, y aún más por Jamie cuando
se lo quedó.
Fang fue un niño que nunca tuvo
suerte.
Asintió y le dio un paquete que ya tenía preparado. Más hierbas para
dormir.
Jamie las aceptó sin protestar.
*
* *
La versión oficial de todo el asunto,
a falta de una palabra mejor, había sido la parte de las repulsivas criaturas.
Habían contado cómo fueron atacados por ellas, omitiendo todo lo demás. No
podían explicar ese día ni medirlo en tiempo, así que ni siquiera trataron de
intentarlo. Aparte de eso, Logan había pasado a ser el principal sospechoso, aunque
Justice solo lo había comentado con Trudy. No podían estar seguros, y Jamie
agradecía la prudencia del sheriff frente al delicado asunto.
Seguía dudosa respecto al forajido, pero en el fondo sabía quería
creer que no había sido el responsable. Se negaba a escarbar en ese agujero,
comprendiendo que ya era demasiado tarde para eso. Indirectamente y sin
pretenderlo, había hecho exactamente lo que Hugo le pidió que no hiciera el día
que le preguntó por Logan: se había implicado.
Esa primera semana de baja, Mi-an
acudió cada día llena de remordimientos, y cada día, Jamie daba gracias por ser
ella, y no la alegre y dulce constructora de Cieloalto, quien bajó al valle.
Ese día, de haber sobrevivido, la habría cambiado para siempre. Y eso sí que
hubiese sido una verdadera tragedia…
Durante esos primeros días, Mabel y Vivi también estuvieron muy
pendientes. Aunque nadie tanto como Andy. Él le llevaba las comidas a la
habitación y la ayudaba a lavarse, como cuando ella lo ayudó a él cuando se
rompió la pierna. El niño no permitió a nadie ocupar su lugar mientras estuvo
en casa, y era increíble lo bien que se le daba todo y con qué seriedad se lo
tomaba. No se separó de ella más que para ir a sus clases. Después, Jamie no
consiguió que se fuese a jugar por ahí ni un solo día.
Por otra parte, Qi había sintetizado
el moco y había hecho cosas con él. Junto a Fang, habían conseguido que Unsuur
regresase a casa al tercer día con un pinchazo en el culo, y que por fin todos
recuperaran su color normal con un brebaje que sabía tan asqueroso como parecía. Qi
trabajaba ahora en una solución definitiva para la podredumbre que habitaba en
el valle. Justice, Unsuur y ella hablaban a ratos sobre la importancia de que
lo consiguiese. De momento, el lugar había quedado sellado tras una enorme
puerta de aleación con la que Mi-an había sustituido a la desvencijada verja.
La buena noticia era que no tendrían que volver a posar
los ojos sobre esas rejas oxidadas. Los tres habían soñado con que las
cruzaban, sabiendo a dónde los conducirían, sin ser capaces de evitarlo. Antes
del incidente, Jamie apreciaba a los dos hombres. Justice y ella habían sudado
bastante el día de la estación Gecko y se habían salvado mutuamente el pellejo
en el proceso, pero después del Valle…
Después del Valle no había ni un
solo día en el que no sintieran la necesidad de juntarse los tres unos
momentos, aunque fuesen breves.
Ésa noche, tras quitarse las costuras
y ya sin la venda, Andy le había pedido que le enseñase la cicatriz. Ella lo hizo.
El niño pasó un dedo por la piel rugosa y rosada contando los puntos. Había
treinta y nueve. Meticulosamente separados para no comprometer la
vascularización de la zona, en palabras de Fang.
—Jo… Sí que es una buena cicatriz —susurró entre la sorpresa, el miedo y el respeto—. Es enorme…
—Sí, pero ya se ha cerrado —dijo sin mencionar los diecinueve puntos
internos absorbibles que aún llevaba—. Las cicatrices sirven para recordarnos
que tengamos cuidado y para que sepamos que pueden hacernos daño si no lo
tenemos.
—Logan me dijo algo así una vez. Él tiene muchas, ¿sabes? Por su trabajo
y eso.
—¿Hablamos del Logan forajido o del Logan cazador?
—Supongo que de los dos —dijo muy serio tras pensarlo un momento—.
¿Quieres que me quede contigo esta noche?
—Claro. ¿Te apetece contarme alguna historia de las que él te contó?
—Claro.
Cuando el niño hablaba de él había un sutil cambio en su actitud. Sus
ojos brillaban llenos de admiración y cariño, pero también de nostalgia. A Andy
le gustaba mucho contarle las historias de caza que Logan le había contado en
la cueva. Le habló de Howlett y de cómo, cuando era sólo un niño, como él, lo
dejaba acompañarlo a veces en sus aventuras. Y eran muy extensas y variadas.
Todas desprendían el amor por la naturaleza de dos hombres que llevaban la
arena del desierto de Eufaula corriendo por sus venas. También de las veces que
tuvo que quedarse atrás, en casa de la abuela Vivi, aunque no quisiera.
Jamie entendió muy bien, después de sus historias, el dolor en los ojos
de la vieja mujer cuando Logan clavaba con saña los últimos clavos de su ataúd,
enterrándose vivo para toda su comunidad. En las historias de Andy no había
ningún loco trastornado. El Logan que había cuidado del niño no se ajustaba
para nada a esa imagen. Esa imagen vivía solo en las cabezas de los vecinos,
como mecanismo de defensa para justificar algo que no podían entender. Y Jamie
sentía compasión por las dos partes, aunque las noches como esta, junto al
niño, la llevasen inexorablemente a involucrarse e inclinarse más en una
dirección que en la otra. Y entendía mejor por qué, en el nombre de la
santísima Luz, todos llevaban dos años sin resolver el problema. Un problema
que, de ser otra persona y no Logan, hubiese quedado zanjado en nada. Porque era
difícil dar con dos personas en el desierto, pero no imposible. Faltaban ganas,
y su mente regresaba una y otra vez al sheriff y esa reticencia que ocultaba
bastante bien… Si no lo conocías, claro. Logan era sospechoso, pero Justice le
había pedido a Trudy que en la versión oficial no se mencionase al forajido; en
ese informe, las tuberías se habían erosionado por el paso del tiempo.
Jamie llevaba ya un tiempo dándole vueltas a todo sin terminar de
encontrar la pieza del puzle que le faltaba. ¿Por qué? ¿Por qué Logan había
atentado reiteradamente contra el pueblo? ¿Había roto las tuberías? ¿Sería
cierta la versión de que culpaba y despreciaba a sus antiguos vecinos por lo
que le pasó a su padre? Ella tampoco vio el reflejo de ese desdén en el niño,
aparte de su propia aversión justificada hacia el ministro, que parecía ser
mutua… ¿Por qué Logan se había contenido de esa forma cuando lucharon en la
cueva el día del secuestro de Matilda, y qué era toda esa historia del robo de
agua? ¿Por qué se había contenido ella? —esa respuesta comenzaba a tomar la
forma difusa de un esbozo, y venía del mismo sitio en el que se había prometido
no entrar—. Como siempre, sus preguntas solo llevaban a otras preguntas.
Andy se quedó esa noche en su cama. Lo había hecho algunas más a lo
largo de esa semana. Y ella había agradecido la compañía, porque por la noche
la mente vagaba y siempre llegaba a la misma puerta en ruinas. Jamie había
tenido pesadillas y Andy, por supuesto, no la había despertado. Andy dormía
como un tronco a menos que sus propios miedos lo despertasen. Si algo había
aprendido desde que vivían juntos es que, cuando un niño se duerme por fin, lo
hace a conciencia. Y estaba muy bien porque, por supuesto, despertarlo era lo
último que ella pretendía. Lo que necesitaba de Andy era sentir su plácida
respiración, el vaivén de su pijama de cactus y yaks subiendo y bajando
rítmicamente bajo el ligero peso de su abrazo sobre él. Sus pies clavados en
alguna parte incómoda muchas veces y el olor de su pelo salvaje. Saber que
estaba bien y que era capaz de dormir así en el sosiego de su noche. Eso era lo
que la ayudaba a dormir a ella.
*
* *
El director Qi no tardó demasiado en
terminar de procesar lo que fuera que procesaba. Otro puñado de días. En una reunión
en el ayuntamiento, les explicaron a Justice, Unsuur y a ella cómo se proponían
limpiar el valle de forma fácil y definitiva. Se miraron, y pasó un ángel.
Puede que dos. La idea de volver, aunque creían que ya estaba asumida, los hizo
sudar, y Trudy preguntó, mientras se secaban la frente con el dorso de la mano,
si podía hacer algo para facilitar las cosas.
—Nadie más bajará con nosotros —manifestó Justice rápidamente.
Los tres sabían que era lo mejor. Jamie estaba completamente de acuerdo
con el sheriff, y Unsuur asintió también, aunque no fuese necesario.
—Prepararé el aspirador y el filtro; estará listo mañana a primera hora
—dijo ella.
—¡No es un aspirador! —protestó Qi.
—Director, ¿no es acaso un aparato que va a succionar los charcos de
baba y moco? —le preguntó Jamie, con la clara intención de provocarlo un poco.
—Bueno… técnicamente sí, pero… es mucho más complejo que todo eso…
Podría explic…
—No será necesario, director —intervino Justice antes de que el hombre
comenzase una de sus tediosas disertaciones—. Dale el diagrama, y cuando estén
preparados arrastraremos esos dos aparatos para terminar con esto de una
maldita vez.
—Yo me encargaré de montar las dos cosas —intervino Mi-an—. Jamie aún
está de baja. Debería descansar antes de arrastrarse nuevamente por el mismo
lugar del que casi no vuelve.
Jamie sonrió con cariño a su compañera, y ella le devolvió otra sonrisa,
un poco más tensa.
—Me parece muy bien —contestó Justice—. Te encargas tú del aspirador.
Qi se ajustó las gafas por enésima vez y, por enésima vez, volvió a
tirar de su corbata con la absoluta frustración que le producía tratar con
mentes simples y planas. Mentes carentes de visión e intelecto, sin avidez
ninguna por cualquier tipo de conocimiento. Mentes que se dedicaban
exclusivamente a comer, dormir, aparearse siempre que podían y a darse golpes
de vez en cuando. Mentes que leían la suya como si fuese un libro abierto, pero
que tendrían la delicadeza de salir fuera del centro para reírse, y la
educación necesaria para no hacer escarnio. Mentes simples y planas que, para
su total sorpresa, apreciaba bastante más de lo necesario.
Y cuando salió de la reunión, lo hizo pensando en la clase con ese niño,
Andy. Tres horas. El mejor ayudante que había tenido. También el más molesto,
decidió con una curva ascendente en sus labios.
*
* *
No era necesario ponerse los trajes,
dado que habían sellado los focos de salida del gas y éste había comenzado a
dispersarse. Aunque el ambiente se veía ligeramente nebuloso, ya no era la
densidad verdosa que habían atravesado ese día de horrores indescriptibles. Y
si las cosas volvían a ponerse feas, serían más un estorbo que una ayuda, como
ya sabían.
Ninguno de los trajes impidió que las voces se colasen dentro…
Qi había sintetizado también un vial que les obligó a tragar como medida
preventiva. Era un pequeño alivio ante la tarea que tenían por delante: entrar,
comprobar las soldaduras, limpiar la pringue, colocar el purificador en el
lugar designado y salir.
Trudy y Musa esperaban en lo alto, vigilantes, con el resto del pueblo.
Con un poco más de suerte, el empresario se iría del pueblo en el primer tren,
dejando atado todo el plan de la carretera a Portia. Jamie tenía que reconocer
que, al final, el Magnate le había caído bien y que tenía una mente visionaria
que podía cambiar muchas cosas.
—¿Qué haremos si eso vuelve?
—preguntó Unsuur, entrecerrando los ojos.
—Si eso vuelve… te pegaré tan fuerte
que tendrán que volver a arreglarte la dentadura. Y espero que vosotros hagáis
lo mismo conmigo —repuso el sheriff, pasándose la mano por el cuello.
Jamie había escuchado la historia del primer disparo de Unsuur, mientras
practicaba tras unirse al cuerpo. El retroceso le había dado un golpe tan
fuerte que le saltó un diente.
—Vamos a imaginarnos que lo que nos hemos bebido funciona —dijo ella,
tratando de evitar un escalofrío.
—Claro. En mi imaginación está funcionando perfectamente. ¿Estáis
listos? —preguntó Justice una vez hubieron cruzado la nueva puerta, y esta se
cerró con un gemido lastimero a sus espaldas.
—No —respondieron Unsuur y ella a la vez.
—Pues adelante entonces.
El ambiente, mucho más claro, los tranquilizó en parte, al menos hasta
que vieron los restos que dejaron atrás la vez anterior: cuerpos esparcidos
pudriéndose —aún más de lo que ya lo hacían antes— al sol del verano. Olía,
pero no como ninguno de los tres recordaba. No había nada a la vista. Nada se
escuchaba salvo cualquier sonido que ellos mismos hicieran.
Las tuberías rotas seguían selladas, tal y como se esperaba. La máquina
de Qi devoró inclemente los restos de mucosidad esparcidos por el suelo sin
dejar ni una sola gota, siendo meticulosos como fueron rastreando hasta la
última. Después, colocaron el purificador y lo encendieron. El suave olor a
bayaestrella lo inundó todo, y Jamie pensó en ese momento que, cuando volviese
a ver a Qi, saltaría sobre él para besarlo.
—¿Bayaestrella? —dijo Justice arqueando las cejas, con la misma cara de
sorpresa que ella.
—Una guinda completamente innecesaria que tendremos que agradecer a
nuestro querido director como es debido.
Y los tres estuvieron muy de acuerdo, mientras dejaban que el agradable
aroma se expandiese y se llevase gran parte de la tensión que habían
arrastrado.
Antes de regresar, apilaron los
cuerpos en una pira improvisada que montaron tras internarse un poco más, y les
prendieron fuego. Fue catártico, y se alegraron de haber ido los tres juntos,
como la primera vez. Nadie más que ellos cabía en el silencio que los envolvió
mientras las abominaciones ardían. No se fueron de allí hasta que solo quedaron
cenizas.
Cuando regresaban, Justice encontró su 38mm semienterrada en la arena.
Todo vuelve a su lugar.
*
* *
Una semana después de esto, Elsie se
fue del pueblo sin dejar rastro tras un incidente con un enorme pato de Martle.
El pato en cuestión había tratado de llevarse a su madre volando, tras un
terrible malentendido con la escopeta de Cooper. Mabel terminó con un brazo
roto, Cooper con un cabreo monumental y Elsie haciendo a escondidas las
maletas.
Cooper había arrojado por el barranco uno de los libros ilustrados de
Howlett, echándole la culpa de todo por despertar esos intereses aventureros en
Elsie. Jamie lo odió un poco por eso. Había visto el libro. Había acariciado
esos dibujos del cazador. Eran preciosos… Y Cooper, en su ignorancia, los había
tirado como basura, y ella no podía creérselo. Tampoco quería creer que le
preocupase, como lo hacía, que Logan hubiese perdido otra parte importante de
su padre de esa forma tan descuidada.
Al día siguiente de la marcha de
Elsie, Jamie recibió una nota suya en el buzón. Se reunió con ella en una cueva
en la que ya habían estado anteriormente las dos, donde sabía que la muchacha
había estado acumulando dinero y suministros.
Elsie le había dicho mil veces que se ahogaba en el pueblo. Que sus
padres no la tomaban en serio. Que en Sandrock nunca dejaría de ser una niña. Que
quería encontrar su propio camino. Que odiaba trabajar en el rancho y más aún
quedarse atrapada en él.
En su discurso, nunca mencionó a Logan, pero Jamie sabía que también
había una parte de eso junto a todas las demás.
Jamie nunca imaginó que pudiese irse de verdad, pero Elsie lo había
hecho.
Jamie no sabía qué pensar. Estaba claro que su amiga ya no era ninguna
niña, aunque a veces se comportase como tal. Ella le pidió que no dijese nada,
y no lo hizo. No lo hizo aun cuando Justice le preguntó directamente. No le
dijo que no sabía dónde estaba, solo que no podía contárselo. Jamie odiaba
mentir.
Cuando su madre también acudió a ella en busca de respuestas, Jamie tuvo
que decirle exactamente lo mismo. Tuvo que meterse donde no la llamaban y
decirle a Mabel que debía confiar en su hija, que solo trataba de encontrar un
lugar para ella en medio del desierto que amaba. Que debían entender que,
cuando se trata de trabajo, cada uno tiene que hacer aquello que le llena, y no
solo lo que los demás esperan que haga. Que Elsie estaba cansada de discutir
con su padre cuando él cerraba la puerta a todas las opciones que las palabras
les brindaban.
Tuvo que decir todo lo que Elsie no había podido decir, porque todo
aquello sonaba extraño cayendo de su boca de niña.
Y Mabel lo había entendido. Cuando ese discurso que Jamie no había
querido dar entró con la profundidad y la fuerza de una enorme excavadora en su
cabeza, Mabel entendió por fin a su hija.
Y Jamie deseó que no fuese demasiado tarde.
*Notas:
Bueno, aquí tenemos una introspectiva de uno de mis personajes favoritos, que es Fang. Sé que sale poco, muy poco, pero es porque me resulta terriblemente complicado escribir sobre él. Fang es un personaje profundamente traumatizado. Os hago un ligero resumen de su vida, tal y como Jamie la conoce: De niño vivió con su madre hasta que falleció de una enfermedad. Su padre, que tenía otra familia, lo llevó a su casa, donde su madrastra y su hermanastro le hicieron la vida imposible. Aún siendo muy joven, Fang huyó y vivió en la calle, alimentándose de ratas (es la razón que te da cuando te explica que no come carne). En el juego, es el romance más complicado. No quiere regalos, ni puedes hablar con él o hacer nada de lo que haces con los demás. Es a través de X, su cuervo, que te lo vas ganando. Sus diálogos son breves y llenos de puntos suspensivos, y eso cuando todo comienza a mejorar.
No lo he tenido de pareja en ninguna de mis partidas, solo porque en todas ellas he tenido la misma (quien será... que misterio más misterioso... completamente imposible de resolver...), pero he visto todos los vídeos que trae como contenido exclusivo de romance. Su padre, que se supone que lo está buscando y es un tío de lo más poderoso que pertenece a la realeza (toma ya) se presenta en el pueblo para llevárselo, pero Fang lo manda a la mierda, aunque antes tiene que salvarle la vida porque de la impresión le da un patatús.
También estamos a punto de matarlo de un recuerdo, cocinándole el maldito Mapo Tofu que le hacía su madre.
No sé si más adelante tendremos algo más personal sobre él. Algo que no sea un entrar y salir de escenas ajenas, que es un poco lo que hace, exceptuando este. Veremos.
Y el cierre definitivo del arco del Valle. Me encantaría saber a qué cojones huele la Bayaestrella, en serio. En mi mente, es el mejor olor del mundo.
Elsie se ha ido, porque está hasta la coronilla. ¿Quién no se ha sentido así alguna vez? Necesita encontrar su lugar en el mundo.
El domingo tendremos ya un solo capítulo, y seguiremos con la rutina de uno cada domingo hasta nueva orden.
Capturas de hoy: el purificador purificando bajo la atenta mirada de la constructora (en traje), Justice, Trudy y el señor Musa. Justice y Jamie posando con Unsuur de fondo (en su característico gesto, que adoro, de cogerse una muñeca). Y Fang...