9. Verde
La primavera pasó y llegó el verano. Jamie no volvió a ver a Bronco, pero en algún momento comenzó a recibir mensajes perturbadores sin firmar en su buzón, que pretendían, al estilo excéntrico del hombrecillo, poner en clave los avances de su investigación. Eran informes sin pies ni cabeza.
Y bueno, la primavera pasó y llegó el verano, y con él, nuevas oportunidades.
Heidi llevaba ya tiempo trabajando en la idea de construir una carretera hacia Portia, y había estado convenciendo a Trudy de que ahora era el momento. La carretera los acercaría mucho más a la ciudad vecina, facilitando el comercio de todo tipo de bienes, pero especialmente de agua.
El proyecto fue aprobado, y Trudy escribió a varios posibles inversores, además de al consejo de las Ciudades Libres. Musa, Magnate De Magnates, Gran Genio De Las Finanzas y El Hombre Más Rico Del Mundo, anunció su visita.
Mientras el calor sofocante del verano en el desierto se extendía, Musa llegó y fue recibido con gran fanfarria y regocijo. Trudy le enseñó todos los avances que habían logrado, incluido el famoso bosquecito. Hubo una fiesta y, haciendo honor al espíritu local, todo ardió bajo la primera chispa de caos que prendieron con gran entusiasmo, experiencia y de forma absolutamente literal.
La batalla campal en el salón fue legendaria, y se hablaría de ella —y de la cara atónita del señor Musa— durante los siglos venideros.
El señor Musa, que había estado a favor de invertir hasta ese momento, trataba ahora de recoger cable de forma extremadamente profesional. Llegó incluso a ofrecerles la oportunidad de abandonar un pueblo que, a sus ojos —y a los de cualquiera con sentido común—, agonizaba.
Nadie, a excepción de Arvio, quiso saber nada del plan de desarrollo del norte: un plan de repoblación de la frontera que pretendía disuadir a Duvos de posibles incursiones al estar habitada y operativa.
Con toda la educación de la que siempre se hacía gala en Sandrock, todos le dijeron al señor Musa por dónde se podía meter su plan. Y, curiosamente, eso fue lo que volvió a meterlos en el bolsillo de su traje hecho a medida, justo el que llevaba sobre el corazón.
Y, por supuesto, como las cosas no pueden salir mal de una en una, se mascó la tragedia el día en que algunos vecinos se volvieron verdes.
Verdes.
Todo empezó con Pebbles y luego fue mucho más allá. Ni Jamie ni Andy —muy a su pesar, ya que la posibilidad de ser verde era algo que el niño acogió con gran entusiasmo— cambiaron de color. Tras un estudio inicial, Fang aseguró a todos que el extraño tono de piel no era más que eso: un extraño tono de piel. Uno que desaparecería cuando el organismo expulsara lo que lo había causado. Probablemente, en unos días.
Y, para rematar, Musa seguía aún en el pueblo, ansioso por ver cómo iban a lidiar con aquella nueva crisis que Ernest bautizó en todas sus publicaciones como El Verdeo.
Dan-bi, con un embarazo ya muy evidente, hizo las maletas para marcharse, alegando que no podía criar a su hijo en Sandrock. Trudy fue a la estación a detenerla.
—No puedo criar a mi hijo en Sandrock —dijo Dan-bi.
—No digas tonterías —dijo Trudy—. Lo solucionaremos.
—Y luego surgirá otro problema —dijo Dan-bi.
—Pues lo solucionaremos también —dijo Trudy.
—No va a funcionar —dijo Dan-bi.
Ambas mujeres discutieron bajo la atenta mirada de Rian —y de Cooper, a lo lejos, que nunca se perdía una buena discusión y que se lo contó a Mabel, que se lo contó a Krystal, que se lo contó a Rocky y a Vivi, que se lo contaron a Heidi y a Hugo, que se lo contaron a...—. Al terminar, Dan-bi regresó a su casa, dejando que su marido —que parecía no entender nada de nada— acarreara todas las maletas.
Afortunadamente, ninguno de los tres era verde, pensó Jamie cuando se lo contaron. De haberlo sido, Trudy lo habría tenido bastante más difícil para convencerla.
El cuerpo civil en su totalidad, con la ayuda del director Qi, investigó de dónde venía el Verdeo, hasta descubrir que el foco se encontraba en el Valle de los Susurros. Un lugar en ruinas y olvidado, a medio camino entre la superficie y el fondo del barranco de Shonash. Unas fugas de gas verdoso, que escapaban de unas tuberías agujereadas, cubrían ya toda la zona.
El Valle de los Susurros era un lugar inhóspito, tácitamente vedado desde antes de la fundación de Sandrock. Se presumía que estaba contaminado, como las fugas detectadas confirmaron, y se especulaba que había sido un sitio donde el Viejo Mundo experimentó con cosas muy peligrosas: genética, productos químicos industriales, residuos tóxicos… incluso radiación. La elevada presencia de animales mutados en las cercanías convertía cualquier conjetura en realidad, y era el elemento disuasorio más importante.
Se trazó un plan: una de las dos constructoras bajaría a soldar las tuberías dañadas, acompañada por Justice y Unsuur.
Jamie y Mi-an se habían mirado mientras Trudy daba los detalles. Habría que bajar con un traje de protección que impidiera el contacto con el gas, a pie —ya que los caballos no podían exponerse—, cargados con el equipo necesario para sellar los agujeros y armados, por si había algo más de lo que encargarse. Entrar y salir. Todo atado y bien atado.
¿Qué podía salir mal?
Ella y Mi-an se habían mirado, y para entonces Jamie ya había decidido que iría. En los ojos de la constructora de Cieloalto encontró terror y la certeza de que ya había adivinado sus intenciones. A ambas se les había advertido, enfáticamente, que no bajaran allí en busca de materiales. Era una zona cerrada desde hacía mucho tiempo. Cerrada y peligrosa. Alguien —puede que Hugo— le había contado en su momento que no se sabía qué, además de los bichos habituales, rondaba ahí abajo. Monstruos, quizás. Quizás algunos que aún no se habían visto. Ni Howlett ni Logan se habían adentrado en el Valle mientras vivían en el pueblo, le habían dicho. No había necesidad ni motivos.
Hasta ahora.
Necesidad y motivos, bañados en una fina capa de prudencia, que se rompería con facilidad ante lo desconocido.
Si se daba el caso.
En eso pensaba Jamie cuando se ofreció, viendo el alivio inmediato en los ojos castaños de su compañera de trabajo y en los del sheriff. También pensaba en Andy. Y, por primera vez en su vida, sintió que lo que hacía podía tener consecuencias no solo para ella. Y no le gustó. Pero no le quedó más remedio que aceptarlo. Y confiar.
Confiar en que Justice sabía lo que hacía. Que ella y Unsuur estarían en sus capaces manos una vez abajo. Pensándolo fríamente, si tenía que poner su vida en manos de alguien, sería sin dudarlo en las de Justice. Y sería la segunda vez, se recordó.
—Después de todo, soy miembro del cuerpo civil —le dijo Jamie a Trudy.
—Miembro honorario —matizó Justice, carraspeando.
Jamie estaba segura de que el sheriff se alegraba de no haber tenido que pedírselo. Estaba segura de que no se habría llevado a Mi-an bajo ningún concepto, pudiendo ir con ella. No después de lo de la estación.
—Me siento bastante mal —dijo Mi-an cuando se quedaron a solas.
—¿Por qué?
—Estoy muy aliviada por no tener que ir ahí abajo, y eso me hace sentir muy culpable por dejarte sola.
—Oye, solo iba a bajar una de las dos, y sabes que soy la opción más lógica.
Mi-an solo tenía formación de combate básica y ni siquiera pisaba las ruinas, a menos que Jamie la acompañara. Jamie recogía materiales para ambas cuando se adentraba, para que ella no tuviera que hacerlo.
—Vas a tener cuidado, ¿verdad?
—Claro —le aseguró—. Muchísimo cuidado.
—No vas a hacer locuras, ¿no?
—No. Ninguna.
—¿Me lo prometes?
—Sí, mamá.
—Eres tontísima. Hablo muy en serio.
—Lo sé. Nada de subirme a un tren en marcha —Jamie alzó dos dedos y se los cruzó sobre el pecho—. Prometido.
—Eso no tiene gracia.
—Solo tiene gracia si la broma la hago yo.
—Soy un lastre.
—No digas sandeces.
—Debería bajar Yan.
—Eso estaría bien —resopló Jamie, echándose a reír—. Pero no va a bajar.
—No va a bajar.
Cuando se despidieron y Jamie vio alejarse a Mi-an, supo que lo hacía con la estación Gecko aún dando vueltas en la cabeza.
Ella tampoco podía dejar de pensar en aquel día desde que la reunión había comenzado.
Cosas que pasaron en los tres días posteriores, mientras los dos miembros y medio del cuerpo civil se preparaban para abordar el problema desde dentro:
Andy y Jasmine colocaron un cartel de madera en la estación que decía: Área de cuarentena restringida. Permitido el paso solo a mutantes. Jamie los escuchó discutir sobre ortografía, y afortunadamente, ganó Jasmine.
Andy y Jasmine se pintaron de verde con una tintura que él mismo fabricó, junto con una cola y una cresta de escamas de cartón que descendía de forma completamente aerodinámica por sus espaldas. Tras tres baños restregando la tinta del cuerpo de los niños, quedaron a corros descoloridos de distintos tonos de verde.
Andy decidió, ese mismo día, que sería muy divertido que las gallinas de Cooper también fueran verdes, así que usó la misma tinta con ellas. Cooper no estaba contento, y las horas de Andy de trabajos comunitarios en el rancho se multiplicaron como los granos de arena del desierto de Eufaula.
Cooper y Hugo se contagiaron y discutieron sobre cuál de los dos era más verde. Terminaron destrozando cosas, pero eso era lo de siempre, así que nadie se sorprendió.
Andy y Jasmine convencieron a Owen —que volvía a ser el encargado del evento por segundo año consecutivo— de que abriera una categoría de parejas para el concurso de baile.
La tarde anterior a bajar al valle, Justice, Unsuur y Jamie estaban en el Salón de Jade.
Catori había llamado así a la sala de mahjong. Se había lanzado de cabeza a otro préstamo para abrirla junto a la Oca Dorada, decorándola con una imitación de madera reciclada que se hacía pasar por bambú, farolillos rojos, toneladas de plástico que se hacía pasar por jade, jarrones ornamentales y molduras de búhos. Todo un trabajo combinado de las dos constructoras. Contrariamente a lo que muchos pensaron al escuchar la idea, el Salón de Jade quedó precioso. Encantador, en palabras de las matronas. Sobrio y elegante, en las de Heidi —que fue la diseñadora—.
Cuatro mesas de mahjong, varios biombos para dar más sensación de intimidad. Reservas para fiestas o cumpleaños. Sandrock estaba viviendo una auténtica fiebre del mahjong y no había vecino que no hubiese pasado por allí y repetido. Muchos habían instaurado partidas fijas ciertos días de la semana, y los sábados —a excepción de la hora de las historias de Owen— y domingos había que reservar con antelación. Qi y Unsuur —nadie sabía dónde había aprendido Unsuur a jugar, pero era imbatible— enseñaban a los demás, y Jamie convenció a Fang —que también conocía el juego de su Seesai natal— de participar y aconsejar a los jugadores inexpertos, aprovechándolo para crear vínculos y relacionarse... aunque ella se lo vendió de una forma completamente distinta.
Justice, Unsuur y Jamie estaban solos esa tarde de martes, tomando un refrigerio sin alcohol y dejando que Unsuur, que había hecho hincapié en la importancia estratégica del juego, tratase una vez más de enseñarles —probablemente en vano—, mientras perfilaban el descenso al valle del día siguiente.
Jamie no estaba contenta. El concurso de baile era el miércoles y el jueves, y quería ver participar a Andy, pero se lo iba a perder. El primer evento importante que pasaban juntos —el Día del Sol Brillante no contaba— y ella no estaría allí.
Se lo iba a perder.
Arrojó una ficha encima de la mesa y suspiró con impaciencia; la fiebre del mahjong no había hecho mella en ella, era una jugadora lamentable.
—Jamie —dijo Unsuur—, estoy intentando transmitirte la sutil poesía del mahjong. ¿Guardaste tus notas de las otras veces?
—Ahí lo tienes, sutil poesía —Jamie frunció el ceño, sacó una libreta plagada de viñetas cómicas de muñecotes de los tres jugando al mahjong y la lanzó junto a sus fichas.
—¿Vamos a tener que empezar otra vez desde el principio? —protestó Justice, frotándose los ojos.
—¿Por qué estamos haciendo esto? —preguntó Jamie por tercera vez en cinco minutos.
—Estrategia táctica. Conocer la mente de tus compañeros. Quien entiende el mahjong, entiende la vida —dijo Unsuur sin cambiar la expresión en ningún momento—. También se ha demostrado que mejora las habilidades cognitivas.
Justice y Jamie intercambiaron una mirada.
—¿Deberíamos apuntar eso? —preguntó Justice, confuso.
—Sí. Nos olvidaremos de turnos y reglas esta vez, nos centraremos en observación y adaptabilidad —explicó Unsuur—. Apunta eso también. Y ahora todos nos movemos una silla a la izquierda. Recordad cuáles de vuestras fichas eran las más peligrosas. Como ya he visto las tres manos, os informo que el sheriff tiene más probabilidades de ganar… si logra entender por qué.
Justice abrió la boca solo para cerrarla de nuevo al instante. Jamie arqueó las cejas. Si cambiaba a Unsuur por Qi, así se sentía ser Andy cinco días a la semana, pensó.
—Los trajes y el calor —respondieron los dos hombres al mismo tiempo.
El traje era voluminoso y rugoso al tacto, con una textura plástica mate que reflejaba la luz del desierto. Un visor polarizado cubría por completo el rostro, conectado a una máscara con filtros de alta capacidad. Las costuras estaban termoselladas, y el zumbido constante del sistema de ventilación interna sería el único sonido que acompañaría al portador en su descenso al Valle de los Susurros. No era cómodo, pero era lo único que separaba al usuario de una muerte lenta por envenenamiento.
Jamie se lo había probado tres veces y ya lo odiaba.
El miércoles, Andy madrugó tanto como ella.
Había que salir antes que el sol. Antes de que el calor terminase derritiéndolos a los tres.
Andy y Jasmine seguían siendo de un verde desvaído en gran medida —con grandes cercos más claros aquí y allá—. Habían compuesto dos coreografías distintas para el concurso, una para cada día, aprovechando los restos de la ocurrencia. Jamie les había buscado, en su repertorio del Viejo Mundo, un par de temas de música electrónica muy bailables, y se iban a disfrazar de extraterrestres. Eso le había conseguido a Andy una tregua con Cooper, quien los ayudó a documentarse.
Jamie había procesado cantidades industriales de aluminio para trabajar en los dos trajes y en un platillo volante que, afortunadamente, ya tenía casi listo antes de la reunión con Trudy.
También había desempolvado su cámara de fotos —la había montado a las pocas semanas de llegar al pueblo, la había usado bastante para enviar fotos a Nia y luego, gracias al exceso de trabajo, se había olvidado de que la tenía—. Convenció a Ernest de que les hiciese un buen reportaje a los críos; si no podía verlos en directo, al menos los vería en papel.
Trudy, Heidi y ella habían estado durante los ensayos, y las tres estaban seguras de que iban a ganar.
Si todo iba bien, podría ver la segunda ronda. Trudy le había dicho que se quedaría con Andy mientras ella estuviese fuera, y eso estaba muy bien.
Pero hubiese querido ser ella.
—¿Estás nervioso? —le preguntó al niño mientras empaquetaba todo lo que pensaba que iba a necesitar, bajo su atenta mirada.
—No mucho —respondió él, tendiéndole tres bengalas.
Andy se había levantado demasiado temprano solo para despedirla y quería comérselo a besos, pero no lo haría.
—Si te pones nervioso, mira solo a Jasmine. No pasará nada, lo habéis ensayado mil veces. Y recuerda por qué lo hacéis —añadió.
—¡Sí, para machacarlos a todos y que muerdan el polvo!
—Y para divertiros, Andy —dijo, echándose a reír ante semejante despliegue de entusiasmo.
—¡Sí, para divertirnos machacándolos a todos hasta que muerdan el polvo!
Terminó de recoger sus cosas y ató todo lo que no cabía en las alforjas sobre la grupa de Brego. Llevarían los caballos hasta el final de la pendiente, y luego Elsie los volvería a subir y los esperaría allí. Cargar con los trajes y todo el equipo sin ayuda sería imposible, y más con el calor. Andy la seguía, haciéndole preguntas sobre el lugar y lo que harían allí.
—Tendrás cuidado, ¿verdad? —le preguntó, tratando de no parecer preocupado.
—Claro, cachorrito. Siempre.
—Prométeme que volverás y que no va a pasarte nada…
Y eso la mató un poco por dentro. Si le pasaba algo, tendrían que decirle que estaba solo otra vez. Se agachó para ponerse a su altura y le sonrió, tratando de tranquilizarlo igual que había hecho ese primer día. Y, al igual que entonces, esperó que funcionase.
—Te prometo que haré todo lo que esté en mi mano para volver y que no me pase nada.
Y le tendió el puño, que Andy chocó tras unos segundos de mirarla muy serio, de una forma totalmente nueva.
No era lo que le había pedido, pero ella le aseguró —ese primer día— que jamás le mentiría.
Justice, Unsuur y Elsie ya la esperaban al principio de las vías, montados en Verdad, Roca y Belle. Jamie les dio un par de cosas para repartir un poco la carga, y ellos las guardaron en sus propias alforjas. Era temprano, pero el calor ya se escurría por su espalda mientras avanzaban.
Descendieron ese escarpado camino en un silencio roto únicamente por el sonido amortiguado de los cascos de los caballos sobre la arena. Al llegar abajo, el ambiente se volvió aún más pesado y caliente, mientras un extraño olor desconocido lo envolvía todo. Era dulzón y almizclado, y se les metió tan profundamente en la nariz que Jamie llegó a pensar que no volvería a oler otra cosa en su vida. A lo lejos, tras una verja de metal desvencijada que marcaba la entrada, pudo distinguir el comienzo de la densa niebla verde que producía el gas.
Los caballos corcovearon nerviosos mientras trataban de descargarlos, y ni las suaves palabras de Elsie lograron tranquilizarlos. Si necesitaban una razón más para dejarlos ir, la posibilidad de caer al suelo era una muy buena. Elsie no esperó a que ellos se preparasen para entrar, los sacó de allí de inmediato.
—Sheriff, el gas aún está lejos. Quizá podríamos ponernos los trajes un poco más adelante. Hace demasiado calor —dijo Unsuur, palpando el tejido grueso y antitranspirante de su traje.
—Socio, ¿sabes por qué soy el sheriff desde hace tanto tiempo?
—¿Porque trabajas muy bien bajo presión? ¿Por tu actitud positiva? ¿Porque siempre defiendes a los débiles? No sé…
—No, Unsuur. Porque tengo mucho cuidado —respondió Justice tras mirarlo con una paciencia que jamás tenía límites.
Jamie se ajustó el traje mientras observaba cómo Elsie se alejaba por la pendiente, echando la vista atrás ocasionalmente, tan nerviosa como los propios animales.
Ya no estaba a la vista cuando terminaron, comprobándose unos a otros para asegurarse de que todo estaba bien cerrado. Respirar ahí dentro era agobiante, y descubrió, muy a su pesar, que el cristal del casco se empañaba ligeramente en cuanto empezaron a sudar dentro de él con ganas. Para añadirle más emoción, manejar las armas o sus herramientas con esos guantes no iba a ser fácil. Pero si lo fuese, pensó con un poco de amargura, no sería su vida, sería la de otra.
Cuando se internaron en la niebla, a duras penas podía ver nada.
*Notas:
Bueno, este capítulo abre el asunto del Valle de los Susurros. Es una zona que, en el juego, me gustó bastante, pero que he cambiado a mi antojo porque sí.
También quería rozar levemente el evento del concurso de baile, que me encanta.
No tengo gran cosa que decir esta vez, salvo que la escena del Salón de Jade la escribí hace poco y la llevé en la cabeza como meses. Puede que haya sido la única que no haya quedado pegada a una de las mil notas. No sé cuantas veces pensé en escribirla antes de escribirla, diciéndome que se me olvidaría y que luego haría una verdadera chapuza. No es que sea nada del otro mundo, pero me encanta porque Unsuur brilla como un diamante, que es lo que es :D
El jueves tendremos el capítulo 10 y el 11 y cerraremos esta fase de permadoblete.
Hoy solo cuatro capturas: La fiesta, Pebbles en verde, una que he conseguido de los tres personajes con sus trajes (la he sacado de una imagen de este video, porque yo no tengo ninguna captura de ese momento y me hacía gracia añadirla) y la entrada al Valle de los Susurros, con su verja y todo.