6.
Sin certezas ni garantías
Al
día siguiente, despertaron con la perspectiva de otra tormenta de arena. Mientras desayunaban, el horizonte se
oscureció repentinamente. El viento, que hasta entonces era una brisa ligera,
se volvió más fuerte, y percibieron cómo se acortaba el intervalo entre las
rachas, marcado por la veleta del tejado, que giraba como si estuviera poseída.
La temperatura descendió, y pronto las ráfagas se volvieron frías. El aire se
impregnó del característico olor a polvo y tierra que precedía al
peculiar fenómeno meteorológico.
Jamie llevaba el tiempo suficiente en
Sandrock como para detectar las señales antes de ver la pared marrón
aproximarse —en ese
punto, solo se cuenta con un margen máximo de cinco minutos para ponerse a
cubierto—.
La campana del templo de la Iglesia de la Luz comenzó a sonar, dando la
alerta de la tormenta.
El comienzo de las obras quedó aplazado.
Jamie salió hasta la valla, subiendo el muro
protector que Heidi había ideado y ella misma había construido. Cada vez que se
elevaba, poniendo distancia entre los fuertes remolinos de la vorágine y el
interior de su taller, pensaba que esa había sido, sin lugar a dudas, la mejor
idea de la arquitecta.
Andy corrió tras ella y miró, maravillado, cómo el muro ascendía dos
metros más allá de su tamaño habitual. ¿No era eso lo mejor de ser niño, esa
capacidad incombustible para deslumbrarse con todo? ¿Esa sensación inagotable
de que todo es nuevo y está por descubrir?
Recordaba algo de eso si caminaba por las retorcidas periferias de su
mente.
¿Cuándo dejas de sentirte así y pasas a darlo todo por sentado?
Cuando los adultos dicen, muy serios, que los niños rejuvenecen, se
refieren exactamente a esto.
Vio a Bronco acercándose a la puerta de su
taller mientras comprobaba el perímetro y se aseguraba de que la arena no pudiese
dañar ninguna máquina. Se detuvo al llegar y llamó, sacudiendo el puño con
fuerza y sin compasión sobre la madera barnizada. De no haber estado ella mirando,
el sonido del vendaval incipiente le habría impedido escuchar los golpes.
No llevaba ninguna clase de equipo ni iba
preparado para lo que se avecinaba, así que otro fatídico día comenzaría a
desplegarse ante él en menos de una hora si no regresaba a su habitación en la Luna
Azul.
Abrió, con el crío saltando sobre sus muletas,
pegado a los talones.
—¡Constructora! —exclamó el cazarrecompensas,
tratando de hacerse oír por encima de las ráfagas cargadas de tierra y residuos—.
¡Vengo a darle uso a mi autoridad pidiéndote que me ayudes a completar mi
investigación!
—¿¿Yo??
¿No deberías hablar con el sheriff?
—Ya me han mandado a hacer gárgaras él y el
increíble hombre roca. Y la alcaldesa. Y el sonriente tabernero. Y el animado caballero
del rancho. También el musculitos, aunque su afable secuaz accedió—añadió,
refiriéndose a Burgess casi con seguridad—. Pero tuve que rechazarlo
cortésmente debido a su falta de empaque. También he recurrido a la camarera
cargada de ironía, al herrero, al alegre tendero inmigrante y al científico
grosero. Necesito a alguien competente que pueda interrogar a las mascotas por
mí.
Jamie
lo miró fijamente durante unos segundos que parecieron mucho más largos de lo
normal.
—¿Interrogar a las mascotas, dices? —podía
escuchar perfectamente la risa de Andy a su espalda, atravesando los primeros
ecos de la tempestad que se avecinaba.
—Por supuesto —repuso muy serio, erguido en
toda su estatura de forma cómica—. Los animales pueden ver mucho más allá que
las personas, y nadie les presta atención. Ellos saben todo lo que pasa por
aquí…
—¿Y quieres que les pregunte…? —dejó la frase
en el aire, esperando que él la completase, porque se sentía bastante perdida.
—Si han visto al intrépido forajido, claro.
—Claro —repitió Jamie, convencida de que
el tipo había perdido todos los tornillos—. Va a haber tormenta, vuelve a tu
habitación y no salgas hasta que pase.
Cerró la puerta en sus narices sin querer ni
esperar más explicaciones. Desde la diminuta ranura que quedaba entre la puerta y el resto de la
valla, vio cómo el hombrecillo dudaba unos momentos al otro lado, asegurándose,
quizás, de que no se había cerrado por accidente. Tras no recibir respuesta,
Bronco siguió su camino en busca de otra posibilidad.
Andy se apoyó en la gruesa valla,
doblándose por la mitad con lágrimas en los ojos. En parte de tanto reírse, en
parte por la arena que había volado, formando espirales, en cuanto abrió la
puerta.
—¿Por qué no se os ha ocurrido antes?
—preguntó, muerto de la risa—. Apuesto a que Banjo, Macchiato o Capitán saben
muy bien lo que pasa por aquí. O Sandy. ¡O X!
—Oye, poca broma con Capitán o X…
El niño dejó de reírse para analizar ese
dato. No llevaba ni cinco minutos en el pueblo, pero ya habían sido suficientes
para que se diese cuenta de que ni Capitán, el gato ayudante del sheriff, ni X,
el cuervo de Fang, eran animales corrientes.
X hablaba, algo típico en ciertas aves,
pero era tan inteligente como cualquier persona —puede que bastante más, según
con quien se lo comparase—. En cuanto a Capitan… Capitán no hablaba, ni falta
que le hacía, pero se comunicaba perfectamente de otras formas. Generalmente,
con indiferencia.
Jamie estaba segura de que, si había
alguien en todo el maldito pueblo que supiese oscuros secretos, ese era
Capitán.
—¿Qué
hacéis por aquí cuando hay una tormenta de arena? —preguntó el niño, tras
encogerse de hombros.
—Esperamos
a que pase.
—¿Crees
que durará hasta la noche?
Andy la miraba muy serio. Jamie sospechaba
que podía resistir una tormenta durante el día, aunque todo se oscureciese de
tal forma que pareciese de noche. Por la noche, en cambio… Ella sabía que la
idea de meterse en la cama y escucharla fuera le daba pavor.
—No lo creo, pero si así fuese, podrías
hacerme compañía. No me gusta demasiado estar sola en la habitación cuando la
arena empieza a rascar las contraventanas.
No es que fuese una mentira total.
Realmente, no le hubiese molestado la compañía del niño si la escuchaba aullar
al otro lado de los gruesos paneles del vallado. Los paneles que la mantenían
fuera y que permitían que, dentro del recinto del taller, todo estuviese a
resguardo.
—Vale, puedo hacerte compañía, sí —dijo
muy deprisa y aliviado.
Jamie comenzó a mover los diversos
materiales por las máquinas, que ya llevaban varias horas en marcha. El niño
iba tras ella haciendo preguntas y estudiando con atención lo que cada una
escupía al terminar los diferentes procesos.
—Cuando acabe aquí, vamos a tener el día
libre. No podemos salir, pero hay muchas cosas que podemos hacer. Podemos
pensar qué hacemos con tu habitación.
—¿A qué te refieres?
—Hay
que mejorarla, hacerla tuya, ya sabes.
—¿No
es mía? —volvió a preguntar, confuso.
—Claro que es tuya, pero no lo parece, a eso
me refiero —trató de explicar—. Necesitamos darle más personalidad. Que, si
alguien entra, sepa que es allí donde duermes sin que tú se lo tengas que
decir. Eso es importante, no querrás dormir en un sitio que no tiene alma, ¿no?
—Supongo
que no… —dijo, dudando aún—. Creo que entiendo lo que quieres decir. En el escondite
tenía un espacio para mí y era diferente al de los demás. Había cosas que me
gustaban, como la máquina Puñotrón que me arregló Haru.
Una sonrisa triste apareció en sus labios, muy
distinta de las que ella veía tan a menudo. Andy no se dio cuenta del desliz o,
si lo hizo, no pareció importarle. El
escondite. Justice tenía razón: no se estaban moviendo. Estaban en alguna
parte, donde Haru le había arreglado al niño un Puñotrón.
—¿Sabes que puedo montarte un Puñotrón
ahí dentro? —le preguntó, dejando todo eso a un lado porque le resultaba
indiferente.
—¡¿En serio?! ¡Eso sería BRUTAL! —gritó
complacido, ya recuperado del recuerdo punzante.
—Lo primero sería asegurarnos de que esa
es la habitación que te gusta, porque hay varias que tengo vacías. Una es incluso más
grande.
Cuando Nia había estado de visita la segunda vez y vio lo que Heidi y
ella habían levantado, había dicho que la casa parecía un palacete hecho con
materiales reciclables. Era una definición muy acertada. Jamie había estudiado
a fondo temas desfasados en otras ciudades, como plomería sostenible, ahorro y
reciclaje de agua, eficiencia energética… Tras su primera semana en Sandrock,
había buscado información y hecho una tesis en torno a todo eso para adaptarse
a las necesidades del lugar.
Mi-an se había unido a ella poco después y, juntas, habían solucionado
todos los problemas que se presentaban. La casa había sido una especie de
experimento para poner todo eso a prueba, y había funcionado muy bien. Se había
gastado un dineral en placas solares, y Heidi las había colocado de tal manera
que no pudieran volar por los aires en la primera tormenta de arena. Así pues,
también había placas de contención alrededor de su tejado, con excepción del
balcón en el que le gustaba cenar.
La casa tenía la entrada principal y otra en la parte de atrás. Ambas
contaban con dos recibidores lo suficientemente grandes como para dejar las
herramientas, la ropa de trabajo, las botas y un par de cubos para la basura y
la ropa sucia de picar en las ruinas que no iba a meter en casa.
La salida trasera daba a la cocina, lo bastante amplia como para cocinar
y comer —con una mesa que casi igualaba en tamaño a la del salón—, y también al baño de la planta
baja, ubicado allí especialmente para poder quitarse la mugre de encima sin
arrastrarla por el resto de la casa.
Había un salón enorme, con una mesa gigantesca en un extremo, donde se
habían organizado algunas noches de chicas bastante memorables.
Arriba, otro baño, tan grande como el de abajo —ambos con enormes
bañeras de forja y desagüe conectado a las recicladoras—, y cinco espaciosas
habitaciones. La más grande era la suya, y había dejado a Nia la del final del
pasillo para darle mayor sensación de intimidad.
De las tres restantes, una se había convertido en una especie de
estudio/despacho: un cuarto lleno de herramientas, componentes que se
estropearían de estar a la intemperie, y estanterías abarrotadas de discos de
datos, esquemas, piezas… y más piezas. Y componentes. Y más discos de datos. Y
aún más componentes.
Allí ensamblaba, sentada a su mesa y sudando a mares, las cosas
demasiado pequeñas y delicadas para la mesa de trabajo que tenía montada fuera,
junto al taller.
Las dos habitaciones sobrantes
estaban llenas de cosas destinadas al almacén.
Había instalado a Andy en la habitación de Nia solo porque era la única
que tenía cama.
—Me gusta la que tengo, ya me he
acostumbrado.
—Vale, pues mejor, porque así no tengo que
despejar las otras… Empezaremos pintando. Cuando terminemos, podemos ponernos
con el escudo o con el Puñotrón.
Creo que tengo todo lo necesario —pensó, dirigiendo su mirada a las filas de
cajas desparramadas en torno a la choza que llamaba almacén.
—Quiero empezar por el escudo... aunque nadie
vaya a utilizarlo de momento.
Y Jamie sabía que cuando dijo nadie, estaba diciendo Logan.
Se cerró la cremallera del mono y se puso
los guantes protectores, que se había quitado para abrir la puerta. Daría de
desayunar a las máquinas mientras Andy limpiaba la cuadra de Brego, rellenaba
el abrevadero y el pesebre, y lo cepillaba —Andy tenía buena mano con el
caballo y había querido encargarse de esa tarea; parecía que ambos se habían
hecho amigos—, y luego prepararían la pintura.
Pensó
en escribir a Nia para pedirle que enviase algunos de los libros que Ada le
había legado. Viaje al centro de la
tierra, de Julio Verne —la historia que ella le contaba por las noches—,
estaría entre ellos. Había
unos cuantos más del mismo autor, y algunos otros que se encontraban entre sus
favoritos. Estar cerca de ellos, volver a tenerlos en las manos, dejar que Andy
los disfrutase del mismo modo que los había disfrutado ella… Todo eso sería
genial.
Y a
pesar de la tormenta de arena, hoy sería un gran día.
Por la tarde, mientras la pintura se
secaba, Andy y ella se embarcaron en el proyecto del escudo Super Shock. La clase de forja fue
genial y refrescante; le recordó cómo se había sentido ella misma cuando empezó
a ensamblar cosas. Vio la ilusión en el rostro de Andy cuando su dibujo cobró
vida. Le enseñó a manejar el soldador, y él gritó extasiado cuando le colocó
los protectores, la máscara y los guantes. Se lo tomó muy en serio, haciendo un
trabajo de gran calidad. Era la primera vez, y ella se quedó impresionada con
su habilidad.
Colocaron el escudo en la pared de su habitación recién pintada —un
azul aciano, tan intenso como el propio niño—, sobre su escritorio. Justo al lado puso el esquema,
en un marquito de madera que él pintó de blanco. Juntos, miraron su obra con
gran satisfacción y decidieron que era la hora de ir a por su cena y salir al
tejado.
—Tengo unas reliquias sin montar. Igual te gustaría
ayudarme con eso también… —dijo Jamie, cogiendo otro rollito de verduras—. Hay
una que creo que brilla en la oscuridad y que podría quedar genial en tu habitación.
Se trataba de una lámpara de lava verde
que Jamie se moría por ver encendida. También tenía un atlas estelar que
proyectaba una carta celeste en el techo y la pared, con luz suficiente como
para que el niño durmiese sin estar en total oscuridad. Qi la mataría si
supiese que tenía algo así y que se lo iba a regalar al crío. No le importaba:
la cara de Andy cuando lo viese no tendría precio.
—¡Me encantaría montar reliquias! —gritó
entusiasmado, casi volcando un par de platos vacíos—. Cuando ya no tenga el
yeso, ¿podría acompañarte a las ruinas alguna vez?
—Claro —contestó Jamie echándose a reír—.
Cuando peses más que el pico que necesitarás para abrirte camino ahí dentro.
—¿Cuánto pesa ese pico exactamente?
—preguntó el niño, entornando los ojos de esa forma que activaba todos los
sistemas de alerta de su cerebro.
—Pesa como toda una década.
—¿Una década? ¿En serio?
Al día siguiente, de regreso a la
normalidad tras la tormenta, Heidi se presentó a las siete de la mañana con su
equipo para comenzar a allanar el terreno. Estuvieron un buen rato discutiendo
quién de las dos le comunicaría a Qi que iban a sacar el robot del laboratorio
para acelerar la tarea. Jamie había integrado unos brazos intercambiables para
diversificar funciones, y una de las piezas extra era una apisonadora que les
había hecho la vida mucho más fácil a todos cuando reconstruyeron el puente de
Shonash. Qi intentó pilotarlo entonces.
No salió bien…
El robot no era suyo, aunque el diagrama sí lo fuese. Pertenecía al
pueblo como bien común, y Jamie había intercedido para que él pudiera
conservarlo en un lugar seguro, firmando un montón de papeles que especificaban
que no lo pilotaría de nuevo bajo ninguna circunstancia. Nunca más —había mucho rotulador fluorescente
resaltando esa parte—.
Aun así, el carácter posesivo, coleccionista y extravagante del director
les había complicado mucho las cosas cuando intentaron arrebatarle a su
preciado bebé, argumentando que el laboratorio era el segundo lugar más seguro
para él —el primero era la cárcel, y Justice no iba a tener allí dentro la
réplica del Gungam—.
Jamie había logrado alcanzar el acuerdo actual: el robot se hospedaba en el laboratorio, pero Qi no
podía usarlo más que como elemento decorativo. También estaba obligado a
entregarlo cuando hiciese falta… pero otra cosa era que alguien se atreviera a
pedírselo.
Tras algunas extorsiones, amenazas, reproches, críticas y censuras,
acordaron que sería Heidi la afortunada.
La agraciada. La bienaventurada. La dichosa. La suertuda.
La portadora de…
—¡Ay, mortales, congregaos ante mí y escuchad con pesar las
palabras que emergen de los abismos más lóbregos de la existencia! La luz se ha
extinguido en su resplandor, y la sombra voraz ha consumido aquello que fue
glorioso. Soy la portadora de susurros fatídicos en la brisa de un amanecer
marchito. ¡El destino, con su mano impía, ha trazado un sino cruel! La
esperanza yace despojada de su manto, y el eco de su agonía resuena en los
rincones de este mundo que se desmorona. ¡Que los corazones frágiles se
preparen, que los valientes flaqueen! Lo que una vez fue… ya nunca más será —recitó
Pablo, que pasaba por allí en su paseo matutino, gesticulando dramáticamente.
—¿Qué? —preguntaron Heidi y Jamie a la
vez, girándose para encararse con el estilista.
—Nada, buena suerte con eso, Heidi
—resumió, despachándolas con un gesto de la mano.
Y siguió caminando con indiferencia,
fumándose un cigarrillo de clavo con ojos entornados, entre volutas de humo
—Pablo siempre tenía los párpados a media asta, lo que agravaba su eterna
expresión de hastío—.
—Tú le pides el robot a Qi —recapituló
Jamie, volviendo a centrarse en Heidi—; yo hablo con Rocky para que nos preste
a Venti. Es la que mejor lo maneja. Puedes acompañar a Andy de paso, tiene
clase con él ahora.
—¡Bua! —gritó el niño—. ¡Lo vais a poner
furioso y me vais a dejar abandonado a mi suerte!
—Estaré en el taller hasta la hora de las
clases —le dijo Heidi a Jamie—. Mientras estoy con los críos, mi equipo seguirá
trabajando, ya saben lo que tienen que hacer.
Jamie ya los conocía, había trabajado con
ellos en el puente y sabía que podía dejarlos a su aire. Mientras ellas
discutían los pormenores, los peones ya se habían puesto manos a la obra con
las herramientas tradicionales.
—¿Cuánto tiempo tardaréis?
—Con el robot, una semana para limpiar,
allanar y colocar la cerca antitormentas en el perímetro. Después desmontaremos
la que tienes, tiraremos el cobertizo y comenzaremos en serio. Tendrás que
mover todas las máquinas y llevarte todo ese caos a otra parte.
—Meteré en casa lo que pueda y el resto lo
apilaré en la parte de atrás.
—Para el almacén, el invernadero y la
armería… Podríamos tenerlo en un mes, si no hay imprevistos —dijo Heidi, tras
meditarlo un momento—. Levantaremos el almacén primero para que puedas
guardarlo todo. Dejaremos el tanque de agua junto a la pared del extremo y las
máquinas en la lateral; así las tienes cerca de la estación y no pierdes el
tiempo en viajes innecesarios.
—Me parece perfecto. Mientras tanto… nos
apañaremos.
—Eso dicen todos —repuso Heidi.
Jamie se preparó un café triple para
llevar antes de ponerse con el extra de comisiones por desperfectos tras la
tormenta, que no había sido de las peores. Algunas contraventanas viejas que
convenía sustituir antes de la próxima, otra sección de la valla de Cooper —que
no tendrían que reparar si el ranchero hubiese dejado que Mi-an o ella la
cambiasen por una completamente nueva la primera vez—, montar las aspas del
molino de harina, restituir o arreglar algún generador y limpiar o cambiar la
gran mayoría de las baterías de las células de energía —dos habían sido
arrastradas durante la noche y nadie las había vuelto a ver—.
Andy fue a sus clases, ella trabajó, trabajó y trabajó.
Comieron y, después, montaron y colocaron el Puñotrón en el hueco
que le habían designado. Enseñó a Andy como pintar con el aerógrafo, y la cara
del lobo —que miraba desafiante a quien se atreviese a probar suerte— quedó espectacular.
Luego, ella siguió trabajando un poco más y Andy salió a reunirse con
Jasmine.
Bronco apareció otra vez, poco
después, a última hora de la tarde, muy nervioso, en la puerta de su taller.
—¿Qué pasa ahora, por todos
los jodidos infiernos?
—He conseguido un orbe Feng Shui de
radiestesia que me indicará donde se encuentra, exactamente, esa sabandija
escurridiza en cuanto lo active, y necesito la ayuda de alguien por si acaso
—disertó sin vergüenza.
—¿Por
si acaso qué?
—Pues por si acaso funciona, claro. Necesitaré
apoyo logístico, y estoy tratando de reclutarte para mi programa de conciencia
ciudadana.
—¿No te pagan a ti para que te encargues
precisamente de eso?
—Bueno… sí, verás… —dijo, retorciéndose las
manos mientras miraba a un lado y al otro, plantado como estaba en su puerta.
—Tienes miedo.
—¿Qué? ¿Miedo? ¿Yo?... Sí —admitió, rotundamente
y desmoronándose al fin.
—Vaya
por Dios —rezó ella, tratando de no reírse y contando mentalmente las veces que
no lo había conseguido en los últimos dos días —. Iré contigo, pero solo por
curiosidad, no porque crea de verdad en toda esa mierda de un cacharro que
predice, exactamente, donde está Logan.
—Me sirve —aceptó con entusiasmo —. Lo haremos
aquí mismo.
—Espera, espera… ¿tiene que ser ahora?
—Pues claro, no podemos demorarnos ni un
segundo más.
Y,
dejando su enorme mochila en el suelo, comenzó a hurgar en ella, sacando un
sinfín de porquerías.
—¡JA, eureka! —exclamó, lleno de ansia, extrayendo
del pozo sin fondo una especie de plato de madera tallado con unos símbolos que
parecían inventados, y una manija que, presuntamente, apuntaría a cualquiera de
ellos. Lo hizo girar en sus manos varias veces, sin saber muy bien qué hacer
con él.
—¿Estás seguro de que no lo tienes al revés?
—le preguntó, tras unos momentos más, cuando pareció que había localizado la
posición correcta.
—Sí, pero solo te estaba poniendo a prueba.
Para ver si estabas atenta y todo eso, ya sabes.
Lo giró nuevamente, y el
cachivache comenzó vibrar mientras la manija giraba frenética, hasta que se
detuvo en seco, apuntando en dirección al barranco que había algo más allá de
su casa.
—¡Vamos, no te quedes
ahí como un pasmarote, atrapemos a ese bandido de medio pelo! —gritó, mientras
salía al galope montado sobre sus cortas piernas.
Y, parpadeando una sola vez, volvió a
pensar que aquel hombrecillo se movía realmente rápido.
La excursión terminó enseguida, y se
detuvieron tras unas rocas mientras Bronco recuperaba el aliento. Resollaba
como un animal moribundo, sudando profusamente por cada uno de sus poros.
Los últimos rayos del sol se recortaban en el horizonte cuando Jamie
alzó la vista.
Allí, a una carrera de distancia,
dos figuras hablaban semiocultas entre la escasa maleza del desierto. Una de
ellas era Andy, que negaba con la cabeza mientras lloraba.
La otra, con una rodilla en el suelo frente a él, le decía algo.
Jamie reconoció perfectamente el sombrero con cuernos.
Un sombrero que ocultaba en su sombra el rostro que aparecía en los
carteles que empapelaban hasta el último rincón del pueblo:
Se busca. Vivo o muerto.
En ese momento, Bronco lo vio también. Salió disparado en su dirección,
gritando algo que ella no alcanzó a oír, más pendiente del hombre que, ahora,
la miraba fijamente.
Logan silbó. Su montura apareció casi
de la nada, como una sombra fantasmal recortada en los últimos estertores del
atardecer.
La montó de un salto, con absoluta maestría, y hundió los talones en los
flancos del animal con desesperación.
Cuando la cabra se irguió sobre dos patas y giró, él la retuvo un
segundo más para mirar atrás. Para mirarla a ella, que ya caminaba —sin darse
cuenta— hacia el niño que quedaba a su espalda, desconsolado.
En ningún momento miró a Bronco, que no dejó de correr, pero quedó
rezagado cuando el forajido salió al galope.
El orbe Feng Shui de radiestesia había funcionado.
Échame humo por el culo y llámame arenque.
Se olvidó de la cena y de Jasmine. Se olvidó de Jamie, de su habitación y de lo mucho que había disfrutado con ella creando el escudo, de las noches de historias y de las cenas en el balcón. Se olvidó del sabor de las galletas de la abuela Vivi, de lo mucho que le había gustado que Heidi le dijera que era muy listo para su edad, y de cómo Qi había tratado de evitar decirlo a toda costa.
Se olvidó de todo.
Y no le importó nada más que el hombre que tenía delante.
Logan desmontó y se estampó contra él con urgencia, abrazándolo con tanta fuerza que nadie hubiese podido separarlos. Logan lo apretó también, temblando, y le susurró cosas que Andy no alcanzó a oír.
Estuvieron así mucho rato, o al menos eso le pareció a él. Lloró de nuevo en su hombro y, cuando se separaron por fin, vio que él también lloraba.
—¿Cómo estás, chico…? —preguntó sin preguntar, arrastrando las palabras roncas que apenas lograban atravesar el pañuelo con el que se cubría.
De repente, Andy fue consciente de que cualquiera podía verlos allí. Si lo hacían, intentarían apresarlo de nuevo.
—Vámonos al escondite antes de que alguien nos vea, Logan —suplicó, tirando de su brazo.
Él no se movió; solo volvió a rodearlo en un abrazo salvaje.
—No puedo llevarte, Andy. Tienes que quedarte aquí —susurró en su oído, mientras un frío que ya había sentido una vez volvía a recorrerle la espalda—. Es más seguro para ti, ¿entiendes?
—¡No, no, NO! —gritó, soltándose y llorando otra vez, con los puños apretados y los nudillos blancos—. ¡Quiero ir contigo, por favor! ¡Quiero estar en la cueva, somos una pandilla! ¡Tú lo dijiste, dijiste que la manada no se separa nunca!
—Lo sé, Andy, sé que lo dije —replicó, sujetándole la cara con firmeza para mirarlo a los ojos—. Pero ahora es mejor para ti que te quedes…
—¡¿Pues entonces a qué has venido?! —le preguntó furioso, golpeándolo en los hombros.
—Lo siento, lo siento, lo siento —susurraba una y otra vez Logan, dejándose golpear—. Yo… quería ver que estabas bien, chico. No quería esto, solo saber que tú estabas bien.
Y entonces, ese hombre, Bronco, había aparecido con Jamie y había echado a correr hacia ellos. Logan había montado a Rambo y se había ido, dejándolo atrás. No le dio tiempo de despedirse, ni de pedirle perdón por pegarle. Pensó, con miedo, en la última frase que le había gritado, y un nudo se formó en su estómago. Le entraron ganas de vomitar. Quería borrarlo todo, regresar al momento en el que se habían abrazado sin más.
Jamie llegó enseguida, agachándose en el mismo lugar donde Logan se había agachado antes. Lo apretó contra ella, sujetándolo con fuerza, ya que él era incapaz de sostenerse por sí mismo.
—No quiere que vaya con él —le dijo entre hipos, absolutamente derrotado—. Ya no quiere que esté con ellos. Creía que lloraba porque se alegraba de verme, pero no era así.
—No digas eso, cachorrito… —Andy se hundió más en su cuello, incapaz de soportar nada más, y ella le acarició la espalda—. Estoy segura de que lloraba porque dejarte aquí le ha roto el corazón.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque lo sé. Porque es imposible que, después de ver cuánto lo quieres, no te quiera él aún más. Solo trata de protegerte, Andy. Solo eso. A veces tenemos que hacer cosas que no queremos, y él no quería dejarte atrás. No quería dejarte, Andy, pero ha tenido que hacerlo…
Logan le dijo que sería más seguro si se quedaba. Quizá Jamie tenía razón. Quería creer que tenía razón más que nada en el mundo.
—¿Podemos irnos a casa?
—Por supuesto que podemos. Podemos saltarnos las sobras y pedirle a Owen cualquier cosa que te apetezca.
—No tengo hambre… ¿Puedo irme a la cama?
—Sí.
—¿Te quedarías conmigo? Toda la noche, quiero decir. No solo para la historia.
—Sí.
—Seguramente voy a llorar… ¿Te quedarás aunque lo haga?
—Sí. Y puedes llorar todo lo que quieras, hoy y cuando lo necesites, nunca se lo contaré a nadie.
—¿Y si tengo una pesadilla horrible, me despertarás?
—Cuenta con ello.
—¿Por qué te portas tan bien conmigo?
—Porque tengo debilidad por los cabroncetes.
Sintió el calor de una sonrisa tímida que se le escapaba, y otra idea cruzó su mente al pensar en Bronco.
—¿Crees que lo atrapará, Jamie?
—Lo dudo mucho, cachorrito.
Andy recogió las muletas del suelo, y Jamie lo instó a subirse a su espalda. Caminó con él a cuestas de regreso al taller. De regreso a su habitación, que ahora olía a pintura. Se sentía mal. Aplastado de una forma desconocida hasta entonces. Aplastado en todos los sentidos. Quizás le iría bien darle unas rondas a su nuevo Puñotrón antes de acostarse, decidió.
—Me hubiese ido con él, Jamie —se atrevió a decir en voz baja, casi esperando que ella no lo hubiese escuchado.
—Lo sé.
—¿Y no te importa?
—Sí, me importa. Porque me gusta mucho que estés aquí, conmigo. Quiero que estés, pero lo único que me importa de verdad es que tú quieras estar.
Y esa respuesta lo hizo pensar.
Un buen rato después, ya en la cama y tras un baño con extra de espuma, Andy descubrió que no iba a llorar tanto como imaginaba. Solo unas lágrimas furtivas cuando ella apagó la luz, se acomodó a su lado, lo abrazó y le dejó un beso en la coronilla. No quiso continuar con la historia, porque era una que le gustaba mucho y no creía que fuera a enterarse de nada. En lugar de eso, hablaron de otras cosas. Anécdotas divertidas sobre la gente del pueblo, en su mayoría. Historias simples del día a día que lo hicieron reír. A Jamie se le daba especialmente bien hacerle reír, incluso cuando se sentía devastado. Incluso cuando el agujero negro amenazaba con tragárselo de nuevo.
En un momento dado, le rugieron las tripas, recordándole que no había cenado. Jamie bajó a preparar sus sándwiches de queso favoritos. Ella tampoco había cenado. Se los comieron sentados en la cama, pensando en qué reliquias restaurar primero, aparte de las que iluminarían la habitación. A él le gustaban los soldaditos, el avión y, sobre todo, el astronauta. Qi se pondría súper celoso cuando le contase que había ayudado a Jamie a montar su astronauta. Sería especial porque lo habrían hecho juntos, no como el del director, que fue simplemente una compra —una de la que se sentía extremadamente orgulloso y de la que no paraba de hablar—.
Jamie había sacado de su almacén, que parecía mucho más grande por dentro que por fuera, un par de lámparas de pie hechas con retales de chatarra. A Andy le encantaron. También le había colocado, al lado del escritorio, un chisme del viejo mundo donde podía ampliar sus diagramas. Junto al Puñotrón, tenía una librería, vacía de momento y lista para ser pintada a juego con su armario. Sobre las paredes azules, Jamie había colgado un par de dibujos que él había terminado. Viendo cómo estaba ahora, mientras masticaba su sándwich, e imaginando cómo colocaría las cosas que aún no habían montado, supo exactamente a qué se refería ella cuando dijo que tenía que hacer suya la habitación. Ahora sí, decidió. Echó otro vistazo y le gustó lo que vio.
Cuando finalmente se durmió, lo hizo pensando en Logan. Sabía exactamente cómo era su cara bajo el pañuelo cuando había llorado. Quiso creer que no quería dejarlo allí, que Jamie tenía razón y que no le había quedado más remedio. “Las cosas se van a poner feas por aquí, amigo”, le había dicho mirándolo muy serio poco antes de que él saliera por su cuenta, estropeándolo todo. “Todo se arreglará. En algún momento, de una forma o de otra, todo se arreglará. Pero antes tendrá que empeorar”.
No hubo pesadillas, solo sueños turbios en los que lo buscaba sin descanso, pero nunca lo encontraba. Escuchaba su voz en un túnel, pero, tal y como le había dicho aquella vez, solo le servía para alejarse aún más de él.
Logan consiguió llegar al escondite a
pesar de sentirse desconectado de la gravedad terrestre. Era como si Andy
hubiera cortado la cuerda que lo mantenía con los pies en el suelo, y en
cualquier momento fuese a flotar hacia el espacio para morir congelado.
Eso lo hacía sentir frágil y afilado, como un espejo roto.
Sentía hielo en las venas.
Vio al niño y el mundo entero giró sobre su eje y luego se desplomó bajo
sus pies. Fue como saltar de un puente. O como volar por los aires.
Había hecho ambas cosas una vez.
Tenía el organismo lleno de adrenalina, confusión y un terror gélido.
Respiró hondo antes de entrar. Le hubiese gustado poder dejarlo todo
fuera, ser capaz de desconectar, solo que su cerebro tenía un patrón que le
gustaba seguir. Uno que había aprendido a reconocer, aunque eso no le
facilitaba evitarlo o superarlo. O sentirse mejor cuando sucedía. Le gustaba
coger lo que le había hecho daño o sentirse más culpable e inventar maneras de
empeorarlo.
No había planeado encontrarse con el
niño. Había salido, como había hecho los días anteriores desde que él se había
ido, a tratar de distinguir su figura a lo lejos e interpretarla para
asegurarse de que estaba bien. De que las cosas iban bien para él.
No esperaba a que se hiciese de
noche porque no podía esperar tanto. Se asomaba agazapado y observaba a través
de los binoculares hasta que lo veía ir y venir en algún momento, casi siempre
junto a la nueva constructora, saltando sobre sus muletas.
No le había sorprendido saber que se rompió la pierna el primer día, arrojándose
de un tejado. Los había vuelto absolutamente locos en la cueva, tratando de
evitar que se despeñase por cualquiera de los mil agujeros, que quedase
atrapado en las atracciones olvidadas o que se perdiese alejándose demasiado
mientras jugaba.
Andy parecía contento, y eso lo aliviaba mucho... y le dolía más.
Lo echaba mucho de menos.
Los había visto cenando en ese tejado cada noche, desde que el niño
llegó al pueblo. El niño se reía y parecía tranquilo, y él se alegraba pensando
que, tal vez, no le había jodido la vida tanto como creía. Pensando que quizá
no era demasiado tarde para que le cogiera el gusto a ser parte de algo que no
fuese una banda de forajidos. Algo normal y corriente a lo que poder
acostumbrarse.
Se repetía que era lo mejor —porque lo era—, pero dentro de él, su parte
egoísta lamentaba su pérdida.
Habían pasado un año solos, exceptuando a Grace, que llegó un puñado de
semanas después de lo del templo, mientras él aún no podía caminar del todo.
Otro año con el crío cuando lo encontró. Andy había sido capaz de sobrevivir
solo en el desierto, a una tormenta de arena. Solo en el desierto, a duras
penas, durante días, acampado cerca de un pozo de agua local. Tenía seis años
entonces.
Los colonos lo habían tomado por un monstruo y no querían acercarse al
lugar, pagándole a él algunos oros para que se ocupara del asunto. Lo encontró
desnutrido y deshidratado, cubierto de mugre y muerto de miedo. Y, aun así, con
la fuerza suficiente para apretar los puños y enfrentarlo erguido cuando se le
acercó.
Andy no tenía a nadie más. Lo supo cuando halló lo que buscaba, poco
después de dar con el niño. Ya no tenía a nadie más.
Él tampoco, así que se lo quedó.
Encajó tan perfectamente con ellos que la idea lo asustó. Lo
aterrorizaba ser responsable de otra persona. Otra vida que hundiría con la
misma facilidad con la que encendió la mecha de aquella maldita bomba.
Sin embargo, y en contra de toda lógica, Andy también encendió algo
dentro de él. Algo que creyó que había muerto con su padre aquella noche. Le
ayudó a sobrellevar el dolor que le embotaba la cabeza desde entonces, a
aflojar la soga en la garganta, a liberarlo un poco de la terrible presión que
le aplastaba el pecho. Hizo de él algo más que la pálida sombra enfermiza que
caminaba, comía y hablaba de forma mecánica.
Le dio a su vida un nuevo sentido, más allá del propósito que lo cubría
todo como una niebla espesa e imposible de atravesar. Le permitió apartar
aquella idea que a veces acariciaba en la oscuridad, mientras miraba dormir a
su hermano: la idea de que, si aquella primera noche se hubiese metido una bala
en la cabeza, todo habría sido mucho mejor para todos. Incluso para él.
No era una idea real, por supuesto. No lo era porque tenía que cumplir
la promesa que le hizo a su padre, mientras se desvanecía entre estertores en
sus brazos, exhalando los dolorosos gorgoteos que fueron sus últimas palabras.
El olor de la sangre y la pólvora llenaba sus fosas nasales de forma
constante. Los oídos le volvían a pitar, como después de la explosión. Incluso
en el pie, ya curado, sentía el mordisco de la muerte de su padre tan a menudo
que le era imposible olvidar ni el más mínimo detalle. Recordaba cómo había
agradecido ese terrible dolor sordo de huesos prensados que le impedía pensar aquellos
primeros días.
Hasta que Andy llegó, solía limpiar el revólver a la luz temblorosa de
las brasas, mientras le daba vueltas a lo fácil que sería deshacerse de todos
esos recuerdos. Tan fácil como apuntar y apretar el gatillo. Tan fácil como
respirar.
Pero él nunca había sido de tomar el camino fácil, se repetía una y otra
vez. Era muchas cosas: imprudente, temerario, egoísta, extremadamente estúpido
y un completo imbécil la mayoría de los días… pero no un cobarde.
Así que aquella idea que acariciaba en la oscuridad —antes de Andy— se
quedaba solo en eso.
Hoy, después de haberle infringido ese dolor al niño sin ninguna
necesidad, la idea volvía a él como el susurro de una amante que te ha hecho
daño, pero a la que sabes perfectamente que no vas a dejar.
No había querido encontrárselo directamente, pero Andy lo había visto
primero. En su ansia por templar el pulso con el destello rojo de su capa a lo
lejos, se había acercado demasiado.
Oh, sí, había sido estúpido y egoísta, tratando de acallar los susurros
al acercarse para ver el chispazo de su risa. Una risa por la que mataría con
tal de volver a escucharla cada día. Por calentar, aunque fuera un poco, esos
rincones oscuros e inaccesibles que arrastraba por la arena.
Porque era un egoísta, y el niño aliviaba esa desesperación opaca que
siempre usaba como una lupa con la que mirarlo todo.
Pero se había ido, sin querer, y eso era lo mejor. Se lo repitió una y
otra vez en la cabeza, como un
mantra, y con esa idea resbaladiza entró en la cueva.
Haru esperaba pacientemente, como
siempre. Esperaba a que él decidiese volver después de desahogarse de
cualquiera de las formas que hubiese escogido, según el día. Su hermano estaba
delgado, y la ropa, remendada hasta el extremo, le colgaba suelta, como los
harapos de un espantapájaros. Él debía de tener el mismo aspecto. ¿Qué clase de
vida era esa que le estaba dando?
Haru lo miró fijamente y no dijo nada. Solo lo miró, y lo supo. Logan se
desplomó a su lado en el sillón, que estaba tan desgastado como ellos. Su
hermano apoyó una mano ligera en su hombro. No le importaba que él lo tocase,
pero sentía el cuerpo entero como un cable de alta tensión, deshilachado y
echando chispas. No estaba seguro de que un simple roce no lo hiciese estallar.
Dejó que sus ojos vagaran por la cueva, buscando una distracción que lo
sacase de la conversación antes de que diese comienzo. Antes de que Haru empezase
a escudriñar en la parte rota de él.
Levantó el pie y lo apoyó sobre el talón de la bota para aliviar el
peso. Intentó respirar hondo y se preguntó si su hermano se daba cuenta de lo
jodido que estaba en realidad. Seguía lanzándole miradas preocupadas
disfrazadas de neutralidad, aunque permanecía en silencio, esperando.
Logan solo necesitaba volver a sentir las botas sobre la tierra firme.
—La he jodido bien, Haru. Esta vez la he jodido de verdad… —dijo, con la
sensación de estar echando abajo un dique que ni siquiera sabía que existía.
—¿Qué ha pasado?
Haru lo observaba con el ceño fruncido, concentrado, pero con esa calma
tan suya que le impedía siquiera parpadear. Como si nada de lo que le contara a
continuación pudiera sorprenderlo, aunque Logan estaba bastante seguro de que
ya nada de lo que dijera o hiciera podría hacerlo. Es lo que sucede cuando
pasas tanto tiempo con alguien, prácticamente aislado de todo lo demás. Y, aun
así, confiaba en haber ocultado la parte más oscura.
Logan exhaló y cerró los ojos, esperando que así fuera más fácil. Le
contó a su hermano sobre el breve encuentro, y cómo, justo cuando Andy empezaba
a adaptarse a su nueva vida, él lo había destrozado.
Le contó cómo se había aferrado al niño
llorando, como si le fuese la vida en ello, y como esa reacción los había
tomado por sorpresa a ambos.
Intentó tallar con palabras esa sensación
insidiosa que estaba a punto de ahogarlo.
Haru lo observó todo el rato, dejándolo
divagar.
—Ni siquiera tendría que haber salido del
escondite—dijo, apoyando los codos en las rodillas y cubriéndose la cara con
las manos.
Debería haberse olvidado de él después de
que Grace les dijo que estaba a salvo. Dejar de buscarlo para verlo de lejos.
Eso es lo que debería haber hecho… si no fuese la persona más estúpida del
mundo.
Si usase la cabeza para pensar, en lugar de usarla como pantalla donde
proyectar cada momento fatídico que podría haber evitado en los últimos dos
años… Era un idiota, un idiota redomado, le dijo a su hermano. Un idiota
impenitente. Andy estaba enfadado, y tenía todo el derecho a estarlo. Jamás le
perdonaría esto, le dijo. No podía hacer nada bien, le dijo.
—Sí que eres realmente idiota —sentenció Haru al fin—. Si crees que Andy
no te va a perdonar jamás y que esta es otra de esas cosas sin solución, eres
aún más idiota de lo que crees.
—No creo que eso sea posible —murmuró contra las palmas de sus manos,
con la garganta apretada.
—Vamos, seguro que sí. Date un par de minutos más y verás cómo tengo
razón…
Giró la cabeza por primera vez desde que se sentó y miró a su hermano a
los ojos, buscando lo que sabía que iba a encontrar: esa media sonrisa suya,
que se reflejaba más en el profundo cobalto de su iris que en la comisura de
sus labios.
—Dime que estará mejor allí que aquí —le pidió a Haru tras una pausa.
—Estará mejor allí que aquí —repitió
este, con una paciencia infinita—. No hace falta que te lo diga; lo sabes
perfectamente, Logan. Una cueva o el camino no es lugar para un niño, y somos
nosotros quienes lo necesitamos, no él a nosotros. Tenemos que centrarnos en
hacer lo nuestro. No es justo que él viva como un fugitivo sin serlo, sin
oportunidad de nada más. Sin opciones. Nosotros tomamos una decisión; Andy solo
se ha visto arrastrado porque, hasta ahora, no había nadie más. Está bien donde
está, Grace confía en esa mujer y tú deberías confiar en Grace.
Haru solo exponía en voz alta todos los argumentos que él se repetía en
su cabeza. Nada nuevo, pero necesitaba escucharlos desde fuera.
—Te he dicho mil veces que no deberías estar aquí, pero muy pocas que no
podría hacer esto sin ti.
—Pues claro que no podrías, maldito idiota. Probablemente estarías
vagando sin rumbo por el desierto hasta que toda esa idiotez te matara. Hay
tanta ahí dentro —dijo, señalándole la sien con un dedo—, que podrías
sumergirte en ella hasta ahogarte.
Logan suspiró. Dejó escapar el aire que había estado reteniendo sin
darse cuenta. Haru hacía que todo pareciera posible. De no ser por él, estaría
muerto. Así, sin más. Lo sabía con la misma certeza con la que sabía que el sol
sale y se pone cada día.
—Lo siento. No sé lo que hago... No puedo controlar nada de lo que pasa
a mi alrededor.
—Pues deja de intentarlo —Logan lo miró con los labios fruncidos, a
juego con el ceño. Apretados, como si eso pudiera impedir que más palabras se
le escaparan para arruinarlo todo—. Deja de intentar controlarlo todo, porque
ya ves que no está funcionando.
—Yo… no sé cómo hacer esto.
—Grace y yo estamos aquí para ayudarte, si nos lo permites, ¿sabes? En
cuanto a Andy —añadió—, no te atormentes. Te admira muchísimo y te quiere aún
más. No has jodido absolutamente nada, ¿vale? Aunque, cada vez que tratas de
cuantificar tu idiotez, te quedas muy corto.
—Tan idiota, ¿eh? —dijo, sintiéndose un poco mejor.
—Hasta el fastidio y más allá —respondió Haru, dándole un golpe ligero
con el puño en el hombro, dejando salir toda esa calidez tibia con la que solía
bañarlo cuando se portaba mal.
Grace
los visitó de nuevo al día siguiente. Nunca lo había hecho con tanta frecuencia,
y Logan sabía que sus últimos encuentros solo tenían un propósito: comprobar que
él estaba bien. Que no iba a tirarlo todo por la borda teniendo una crisis o
algo por el estilo. Lo estaba vigilando, como vigilaba a todos los demás en el
pueblo, salvo que, en su caso, se trataba de evitar que saltase por el
desfiladero, en lugar de tacharlo de su lista de posibles agentes enemigos.
Grace no parecía estar al corriente de su
última tontería y no iba a ser él el que se la relatase. Le había pedido un
millón de veces que no se acercase al pueblo, así que solo podía esperar un
rapapolvo que, en este momento, no necesitaba. Cuando habló del
cazarrecompensas, tampoco mencionó que la constructora hubiese informado de su
encuentro. No le había contado a nadie que lo había visto, y Logan se preguntó
por qué.
Pensó en la mujer. Al principio, habían pasado mucho tiempo observando a
las dos constructoras. Grace no se fiaba de nadie, y dos caras nuevas eran dos
preocupaciones más. Descartó a Mi-an durante la primera semana y se centró por
completo en Jamie. Tres estaciones después, Grace aún no la había excluido de
su lista de sospechosos. Su expediente estaba limpio, y el de su madre —agente
de la Alianza— era el de una veterana condecorada: los archivos tenían un palmo
de grosor y habían sido “redactados” parcialmente, lo que significaba que
estaban censurados en su mayor parte con tinta negra. En principio, no había
nada que indicase que trabajaba para Duvos, pero Grace no era buena en su
trabajo por dejar las cosas de lado a la primera de cambio.
Y mientras Grace bebía con ella y la observaba de cerca, él la observaba
desde la distancia. No hacía otra cosa aparte de trabajar. Trabajaba hasta la
extenuación. Un par de veces la vio quedarse dormida peligrosamente cerca de sus
máquinas. Otro par de veces la vio sumergir la cabeza en un cubo de agua y
dejarla allí, olvidada. ¿Cuánto tiempo podía aguantar sin respirar esa mujer, y
con qué propósito? Se lo había preguntado muchas veces. Y bebía en ese tejado
suyo con Grace o con Heidi, pero apenas comía nada.
Saber que Andy estaba con ella lo inquietó al principio.
Después, Grace les contó cómo Andy y ella habían encajado como piezas de
un extraño puzle.
Y él no dejaba de pensar en el día en que la torre de agua voló por los
aires y se encontraron por primera vez. No dejaba de pensar en sus ojos.
Logan los recordaba muy bien; lo habían atravesado como hierros
candentes. Se cruzaron solo un momento, un breve instante, pero él no podía
olvidarlos.
También recordó el día en que intercambiaron algunos golpes allí, en la
cueva donde había llevado a Matilda. Golpes rápidos, sin que ninguno de los dos
se decidiera a ir con todo. Él sabía por qué se contenía, pero ignoraba las
razones de ella. Entonces la miró a los ojos, por segunda vez: un efímero
destello antes de que la mujer lo empujara lejos. Llevaba en ellos la misma
determinación que había visto mientras trabajaba, y algo más que no consiguió
identificar, a pesar de que se creía muy bueno en eso. Podría ser la sombra de
la que Grace había desconfiado, o quizá otra cosa aún sin determinar.
Grace se quedó un rato más. Comió con
ellos y, cuando su hermano se retiró para meter la nariz en sus libros, salieron
de la cueva y se sentaron al sol, como tantas otras veces. “Esto ya es bastante
deprimente, no añadamos oscuridad de más”, decía ella ocasionalmente.
—¿Vas a contarme cómo estás de verdad o tendré que sacártelo a golpes?
—preguntó, tan directa como siempre, mientras se encendía uno de esos
cigarrillos que él, para mantener la cabeza y las manos ocupadas, le ayudaba a
liar a ratos. Como siempre, ella le ofreció uno y, como siempre, él lo rechazó.
No necesitaba más malos hábitos; su plato ya estaba lleno hasta los bordes.
—No hay nada que contar —respondió, lacónico.
—Ya estamos...
—¿Qué quieres que te diga, Grace? —dijo, sin poder evitar que el
fastidio comenzara a asomar. A veces, hablar con ella era un puto dolor de
huevos. En general, hablar sin más ya era un puto dolor de huevos últimamente.
Si esto duraba otro año, acabaría como Fang: sin poder terminar ni una sola
frase.
—Quiero que me digas que lo echas de menos y que has estado saliendo
cada día como el maldito loco que eres.
—Lo echo de menos y he estado saliendo cada día como el maldito loco que
soy.
Ella resopló, indignada, a su lado, dándole un codazo en las costillas
antes de meter un poco más de humo en sus pulmones.
—No puedo entender cómo te aguanta Haru, en serio. Si me viese encerrada
contigo en esta cueva, ya te habría mandado a cagar mil veces.
—¿Quién dice que no lo ha hecho?
Grace levantó una ceja y lo miró con ese interés escrutador y penetrante
con que observaba todo.
—Logan, estamos cerca. Esto terminará pronto… Solo tienes que confiar en
mí un poco más.
—¿Seguro? Estamos exactamente igual que el primer día. Todo son
sospechas y conjeturas. Sin pruebas de nada, sin rastro de Duvos. Sin certezas
ni garantías. Exactamente igual que el primer día, Grace. Confío en ti, pero ya
no me queda paciencia.
—Los dos sabemos que nunca has tenido de eso.
—Cierto.
Y estuvieron un rato en silencio. Uno especialmente largo, tanto que
Logan pensó que la conversación había terminado. Pero no era así.
—Oye, mira, sé que ahora mismo parece que todo es una mierda…
—No solo lo parece, Grace. Ahora mismo todo es una mierda.
—Está bien, pero si te pones derrotista no vamos a poder solucionarlo.
La actitud es el cincuenta por ciento del plan, ¿recuerdas?
—Ya no recuerdo nada —dijo hastiado, quitándose el sombrero y tirándolo
descuidadamente a un lado para apoyar la cabeza en la pared de piedra,
levantando la vista al cielo en busca de respuestas—. Nada que no sean cosas
que debería dejar de lado. Cada día tengo que repetirme qué coño estamos
haciendo aquí, y cada vez me cuesta más saber qué es exactamente.
—Bueno, vosotros levantáis el polvo mientras yo miro debajo. Ese es el
plan. Y no puedo ver con claridad si tengo que estar pendiente de que no te
desmorones.
—No voy a desmoronarme.
—¿Crees que no te oigo pensar? Estás forzando la cerradura de la puerta
de la muerte, Logan. No hagas ninguna estupidez, por favor.
—No voy a desmoronarme —repitió con firmeza. No antes de terminar, se
aseguraría de eso.
La mitad del tiempo, Logan ni siquiera sabía quién era. Dónde terminaba
el cazador y empezaba el forajido. Las dos partes de sí mismo se mezclaban en
su cabeza de forma confusa. Ya no recordaba cómo eran las cosas antes.
Antes de volar la mitad del templo.
Antes de matar a su padre.
—Oye —le dijo con esa voz dulce que usaba cuando pensaba que estaba al
límite—, Haru y yo te necesitamos. Andy también.
—Andy está mejor ahora.
—Sobre el papel, puede ser. Pero Andy te necesita de la misma forma que
tú lo necesitas a él, y lo sabes. Es tuyo desde el día en que lo recogiste en
el desierto. Y cuando hayamos resuelto esta mierda, todo encajará solo.
Mío, pensó, mientras la
certeza le hincaba los dientes en el cuello. Mío.
—Claro, cuando hayamos resuelto esta mierda llamaré a la puerta de esa
mujer para llevármelo conmigo a la cárcel.
Y para eso tendría que salir de esta con vida, pensó.
—Todo eso está por ver. Pero, en el posible escenario en el que las
cosas se resuelvan, siempre puedes ver esta situación como una ayuda extra para
cuidar del niño. Ser padre soltero seguro que es una putada.
Y no pudo evitar reírse ante semejante idea, porque, antes de que Andy
se fuese, había tratado de vislumbrar cómo haría las cosas en ese escenario que
Grace imaginaba. No sería lo mismo ocuparse del chico en el pueblo, con
obligaciones pendientes y posibles cuentas que saldar, que en la libertad del
desierto. Y se preguntó si habría una versión de la historia donde todo salía
bien a la primera. Fácil y sin obstáculos. Pero entonces no sería su vida,
sería la de otro.
—Vaya, Logan, ya os une un crío y ni siquiera habéis follado. Eso es lo
que yo llamo empezar la casa por el tejado.
—Vete a la mierda.
—Es algo tan propio de ti que me dan ganas de mearme encima, joder.
—Grace, vete a la mierda.
—Es casi poético, si lo piensas.
—No veo la gracia ni la poesía por ninguna parte.
—Claro que no, estás demasiado ocupado mirando hacia el pueblo. Oye, le
echaré un ojo por ti, lo sabes, ¿no?
—Pff —resopló—. Ya lo conoces, va a necesitar que le eches los dos.
* * *
Cuando Grace regresó ese día, lo hizo
sin saber cómo Logan juzgaba que había traicionado y pisoteado la confianza de
Andy sin pretenderlo.
Cuando se fue, le dejó un beso en la mejilla, y él la despidió con su
clásico toque educado y perezoso al sombrero. Todo tan normal y tan lejos de
serlo como siempre. Logan le había dicho que no se estaba desmoronando, pero
era mentira. Se desmoronaba como una casa con carcoma: aún en pie, pero hueca y
lista para ceder.
Grace sabía perfectamente cómo olían las mentiras, y a ella no se le
escapaba ninguna. O eso había creído siempre, hasta que las cosas se pusieron
realmente feas y, bañada en su propia sangre, descubrió que a todos nos la
pueden colar en algún momento.
Pero hoy no era ese día. Ese día se mantenía, todavía, a una distancia
inconcreta. Se escondía sibilino detrás de las nubes que amenazaban tormenta y
dejaban sabor a ceniza en la boca. Ceniza y sangre. Un sabor que algunos
—además de ella misma— estaban tan cerca de probar como esas nubes oscuras en
el horizonte.
Como había leído en uno de esos libros de poesía que una vez se vio
obligada a fingir que le gustaban… Algo
está a punto de caer como la lluvia, y no serán flores.
*Notas:
Tengo dos semanas de vacaciones y, aunque voy a salir días sueltos, tengo más tiempo para hacer mis cosas. Voy a publicar el domingo y el jueves de ambas, así que esta sería la primera de la nueva ronda doble. Llevo un buen ritmo de edición y el siguiente a revisar es el capítulo 25, así que tengo margen para poder hacerlo. El siguiente capítulo tenemos a Nia, alias la serpiente Nefanda...
Este ha sido un capítulo de los más largos, otra vez. También es el primer punto de vista de Logan desde el prólogo, con un poco de Haru y de la relación de los dos con Grace. Estoy pensando en añadir un índice de personajes, por si no los conoces.
Esta parte es un poco de el Logan de las tres frases.
Bueno, como me descuadra todo intentar añadir comentarios sobre las imágenes los dejo aquí:
1 y 2 - Un par de capturas de pantalla de Bronco y su placa.
3 - Logan dejando atrás a Andy.
4 y 5 - La réplica de Gungam (con Qi en la segunda).
El resto son de la habitación de Andy, en la que puse mucho empeño decorando. Tiene esas cosas que se mencionan, como el atlas estelar, el Puñotrón (en las capturas tiene la cabeza de lobo tapada por otros objetos, qué casualidad...), las reliquias de soldaditos o el astronauta... También la tienda de campaña, que aparecerá un poco más adelante y es uno de mis objetos favoritos.
El Puñotrón es una de esas máquinas que miden tu fuerza cuando le pegas un puñetazo. Es muy chula y si entro al juego haré una captura solo para añadirla.
Por último, Logan también se fija en la constructora en ese intercambio de miradas tras lo de la torre y saltan chispas. Literalmente. Es un momento muy recalcado por el juego. MUY recalcado, os digo. Solo soy una víctima...
