22. Código de seguridad HQ3007
La mañana
amaneció turbia. No en colores, el desierto seguía apuntalado por los
anaranjados que el sol dejaba sobre el paisaje. Turbia porque eso es lo que la
muerte deja tras de sí. Una gama de grises, confusión y, a pesar de los últimos
acontecimientos, también algo de dolor.
Miguel estaba muerto. Así
lo encontró Justice en su celda: tumbado en el camastro, con el rostro en paz,
aunque el tono de su piel confirmaba que no había nada de pacífico en su
muerte. Pen se había dejado esposar a los barrotes para que él entrase, y aun
así un escalofrío recorrió al sheriff al darse cuenta de que le daba la
espalda.
—¿Qué ha pasado aquí?
—Se durmió y ya no se ha
despertado —dijo Pen, con ese tono casual que siempre llevaba puesto.
Justice miró a Yan, que
observaba la escena desde su propio catre con cautela. El hombrecillo se
encogió de hombros, hizo el gesto de cerrar con llave una cremallera imaginaria
sobre su boca y lanzó la llave al pozo más profundo.
—Ya veo… —susurró el
sheriff.
Vaya día de mierda. Y con
resaca.
Decidió dejar a Pen
esposado a las rejas para evitar problemas en el futuro, como sus manos en la
garganta. Cubrió a Miguel con la manta y avisó a Trudy, a Unsuur y a Grace. La
conmoción estaba servida.
A Grace no le gustó nada
este desenlace, y así lo hizo saber. Habló de sus avances con toda esa
jerigonza de la encriptación de frecuencias que habían descubierto el día
anterior y de la necesidad de intervenir sus líneas. Estaba casi segura de que
podrían interceptar sus conversaciones con el código que tenían si lograban
montar un triangulador de señales en puntos estratégicos. También creía que
podrían averiguar su localización, si tenían una base aquí, a través de las
antenas, permaneciendo en contacto el tiempo suficiente y con la ayuda de Qi. A
esas alturas, todos querían contactar con la Alianza, pero Grace insistía en
que lo suyo debía hacerse antes de dar aviso. Decidieron confiar en la opinión
de una profesional. Jamie era la persona adecuada para montar y colocar las
antenas, así que acordaron llamarla para ponerla al corriente, con la ventaja
de que ya estaba al tanto de prácticamente todo. Solo faltaba informar a Qi.
*
* *
Esa misma
mañana, Jamie se levantó antes del amanecer. Preparó los ungüentos de Fang,
toallas, ropa limpia y una palangana, y se dirigió a la habitación donde Haru
intentaba dormir. Llamó a la puerta con suavidad y entró cuando recibió
respuesta. Vio el futón enrollado, igual
que la noche anterior: Logan no había vuelto, o tal vez se había quedado con
Andy otra vez.
Haru ya estaba completamente
despierto, como sospechaba, y le hizo un gesto para que pasara, apartándose
hacia un rincón de la cama para dejarle sitio.
—¿Has dormido algo?
—preguntó.
—Un poco, mejor que ayer.
Solo llevo despierto un par de horas.
Los hematomas de su cara
seguían oscuros y tardarían en irse pese al ungüento, pero la herida del labio
se estaba cerrando bien. El vaso con la infusión para el dolor y el sueño
estaba vacío en la mesilla.
—Dame el algodón, vamos a
poner uno nuevo.
Haru se quitó el algodón
del oído y lo tiró en la papelera, donde ya se amontonaban gasas y vendas de
otras curas.
—¿Te duele? —preguntó
Jamie.
—No demasiado —contestó,
con una mueca.
—¿Oyes algo?
—No. Silencio, ahora que
ya no está ese pitido. No creo que vaya a recuperarlo. Pero bueno, como dijo
Pen, aún tengo el otro —añadió resignado.
Jamie sumergió un algodón
limpio en la crema cerosa de Fang y se lo pasó para que se lo colocara.
—Vamos a asearte un poco
también.
Salió a buscar agua tibia
y jabón, y al volver le limpió con cuidado los restos aceitosos de la cara con
una gasa, solo para volver a untarlo de crema después de secarlo bien.
—Quítate la camiseta,
deja que te vea esas costillas.
Haru obedeció sin
protestar. Jamie le quitó con cuidado las vendas que sujetaban el desastre y
repitió la rutina: limpiar, secar, aplicar el ungüento con un masaje suave
sobre los cardenales y vendar de nuevo.
—¿Demasiado apretadas?
—preguntó.
—No, están perfectas,
gracias.
Jamie le dio una palmada
en la rodilla, recogió los paños y cambió la bolsa de la papelera. Luego lo
ayudó a ponerse la camisa de lino limpia que le había traído.
—Voy a buscar otras
sábanas. Te he traído ropa interior para que te cambies, ¿crees que podrás?
—Sí, creo que sí
—respondió con una sonrisa cansada.
—Cuando vuelva, te lavaré
el pelo —dijo Jamie, viendo cómo le caía sobre los ojos, pegado al bálsamo de
la cara.
—Eso sería genial —respondió Haru.
Lo dejó solo un rato,
dándole privacidad para que se cambiara con calma.
Cuando regresó, empezaron
con el pelo, que lavó con cuidado, aclarando al borde de la cama sobre unas
toallas.
—Se te da bien todo esto.
—Soy experta en dar baños
en la cama a gente que pende de un hilo —dijo, escurriendo el exceso de agua
mientras le masajeaba el cuero cabelludo con delicadeza.
Haru asintió, agradecido.
Seguía exhausto y entumecido, pero el segundo día ya pintaba mejor que el
primero, y sentirse limpio le ayudaría.
Después, Jamie le
demostró que también sabía cambiar la ropa de cama sin obligarlo a levantarse.
—¿Ha vuelto? —preguntó
Haru, refiriéndose a Logan, cuando terminaron.
—Creo que no.
—Tranquila, estará bien.
La primera vez que vio a
Haru, Jamie pensó que era un chaval. Tenía un aire aniñado y desaliñado que
engañaba. Pero si te detenías a mirarlo, descubrías que, en realidad, ya había
dejado atrás la juventud. Ahora, con los ojos entornados por el cansancio y el
dolor, y una ligera barba incipiente que hundía un poco sus mejillas, Jamie
calculó que no debía de ser mucho más joven que Logan. Unos años, tal vez.
—No me preocupa. Se fue
con Owen, aunque estaba realmente furioso… No debería preocuparme, ¿no? —añadió
tras pensarlo un momento.
—No. Ellos tienen su
propia forma de comunicarse. Aunque cuando regrese, es posible que necesite un
poco de todo esto —dijo Haru, señalando los ungüentos y frascos que ocupaban la
cómoda.
Haru tenía la sombra de
una sonrisa en los ojos. Era curioso, pensó Jamie, lo fácil que era leer en
ellos. Su rostro solía mantenerse sereno, casi imperturbable, y sin embargo, al
mirarlo a los ojos, sabías exactamente lo que pasaba por dentro. Y siempre eran
cálidos y amables, sobre todo cuando miraban a Logan, a Andy, o a ella misma,
como ahora.
—Bueno —dijo Jamie,
levantando la palangana para vaciarla de camino a la cocina—, quédate tumbado
mientras preparo algo de desayunar. Te lo subiré para que descanses un poco más
hasta la hora de comer, ¿de acuerdo? No quiero que estés sentado más de la
cuenta. Y si veo a tu hermano, le diré que estás despierto.
—Va a tener una resaca
espantosa.
Cuando
salió al patio, estaba amaneciendo. Casi no lo vio al pasar hacia la zona del
taller. Estaba tumbado en el sillón del porche, descalzo, con un brazo sobre
los ojos y las piernas cruzadas, un tobillo sobre el otro. Parecía dormido,
aunque, cuando se acercó, él apartó el brazo y la miró antes de volver a
adoptar la misma posición. El hematoma de la nariz le cubría la parte inferior
de los ojos, y se veían con claridad otros golpes. Al mirar la mano que
descansaba sobre su pecho, Jamie trató de imaginar la cara de Owen. Estaba
desgreñado y se había remangado la camisa, que estaba manchada de sangre. Era
la primera vez que le veía los antebrazos, y no pudo apartar los ojos de las
marcas que había en ellos. Mordiscos y cortes de todos los tamaños. Los brazos
de un cazador. Las piezas de protección que le había visto usar en esa zona
cobraban mucho más sentido ahora. Uno de los mordiscos era profundo, y le
faltaba un buen trozo de carne allí. La lobera, recordó. Se lo veía
extrañamente satisfecho y algo más relajado de lo que había estado desde que lo
conocía. Sonreía.
—Estás hecho una mierda
y, aun así, te ves mejor que ayer. ¿Cómo puede ser?
La sonrisa se hizo más
amplia.
—Estoy mejor que ayer.
—Voy a tener que pedirle
a Fang un descuento por compra al por mayor…
Logan se incorporó
despacio, sentándose en el sillón para calzarse las botas.
—Dios, no recordaba lo
duros que tiene Owen los puños —dijo—. Espero que ahora mismo se sienta tan
destrozado como me siento yo. Me está matando la cabeza.
—En la cocina queda un
poco de la infusión de tu hermano, tómatela. Le haré más en cuanto arranque
todo esto —dijo, haciendo un gesto hacia el taller.
—Yo me encargo. La hago
después de cambiarle los vendajes.
—Ya está listo, pero
puedes ir preparando algo de desayuno con lo que hay en la nevera.
—Claro. Gracias por
cuidar de él…
—No tienes que dármelas,
para eso soy de la pandilla, ¿no?
—Sí, lo eres. ¿A qué hora
te levantas? —preguntó, un poco asombrado al mirar al cielo y darse cuenta de
lo que se le había pasado inadvertido.
—No suelo hacerlo tan
temprano a menos que tenga trabajo acumulado, pero estaba despierta y sabía que
Haru también lo estaría.
—¿Quieres que levante a
Andy?
—No, hoy tampoco habrá
clases. Deja que duerma un poco más, está agotado.
—Vale, infusiones y desayuno,
entonces.
—Pero lávate antes de
nada —le dijo, dándole en el hombro con el trapo sucio que llevaba siempre en
la cinturilla del mono—, hueles a culo de yak.
—Me siento como si
hubiese besado uno y lo hubiese invitado a dormir —respondió, arrugando la
nariz y haciendo un gesto de dolor justo después.
—Cooper te va a dar la
mañana —dijo Jamie, sin poder evitar la risa.
Logan gimió mientras se
ponía en pie.
*
* *
La
noticia de la muerte de Miguel corrió como la pólvora en un pueblo pequeño.
Antes de las ocho, casi todos se habían congregado en la plaza, esperando saber
los detalles, pero el Cuerpo Civil no había dado ninguno. Trudy invitó a Jamie
a pasar al ayuntamiento con el pretexto de hablar sobre asuntos del gremio y
las futuras comisiones. Dentro estaba Grace, quien le explicó el plan del
triangulador de señales. Tenía todos los materiales para las antenas; el parón
en las comisiones le había permitido salir a recoger lo que más escaseaba, que
no era mucho. Su almacén siempre estaba lleno.
—¿Qué ha pasado con
Miguel? —preguntó sin rodeos.
—Pen lo ha estrangulado
—respondió Grace—. Necesitamos que todo esté listo lo antes posible. Esos dos se
ven demasiado relajados para estar en una celda, y eso no me gusta.
—Vale, no me llevará
mucho, dame hasta última hora de la tarde. ¿Estáis seguras de esto?
—Yo no estoy segura ni de
cómo me llamo —repuso Trudy, retorciéndose las manos con aprensión—, pero no
queda otra.
—No deberíamos llamar a
la caballería sin saber qué están tramando —dijo Grace—. Podría no ser nada, o
todo lo contrario… No quiero arriesgarme.
Cuando
Logan la vio salir, Jamie le hizo un gesto para que la acompañara y le contó el
resultado de su reunión.
—¿Y Andy? —preguntó
Jamie.
—Está en la casa, con
Haru.
—Escucha —susurró,
echando un vistazo rápido a ambos lados de la calle—, esto no me gusta. No lo
pierdas de vista, ¿vale?
—No lo haré. ¿Necesitas
ayuda para colocar las antenas?
—No, es un montaje sencillo
y no van a pesar casi nada.
*
* *
Con las
antenas listas en un tiempo récord —la última hora de la tarde pasó a ser la
primera—, Grace esperaba en el ayuntamiento con Trudy. No era propensa al
miedo, a los nervios o a esa desagradable sensación viscosa y fría que atenaza
el pecho cuando las cosas no salen como uno quiere. En su mundo, cuando las
cosas no salían como uno quería, podía significar terminar tumbada de lado,
como Miguel.
Grace estaba padeciendo
un poco de todo eso mientras veía a la menuda alcaldesa subir y bajar, entrar y
salir, sentarse y levantarse.
Justice había ido a
buscar el telégrafo que habían tenido escondido en el almacén, y ahora Grace lo
miraba como si fuera un billete a la luna. Lo contemplaba con la absurda
sensación de que todas aquellas historias de Cooper sobre conspiraciones
espaciales, hombres lobo y mutantes invasores podrían hacerse realidad con solo
pulsar el botón de emisión. Estaba tan tensa que, si se doblaba, se partiría en
dos.
No le gustaba nada
sentirse así.
Cuando todo estuvo listo,
Grace sintonizó la frecuencia y se preparó para lanzar su miguita. Justice, Qi,
Trudy y Jamie la observaban con inquietud.
—Aquí Duvos, informen.
Nada.
Solo ruido blanco. Qi le
hizo un gesto indicando que había señal. Se inclinó sobre el telégrafo,
ajustando el aparato que conectaba con los trianguladores, frunciendo los
labios mientras se concentraba.
—Aquí Duvos, informen,
cambio.
—SD, extracción en el
paso final, esperando órdenes, cambio —respondió por fin una voz al otro lado.
Todos la miraron.
—Tiger, responda, cambio.
Grace no contestó.
—Verifique código de
seguridad, Tiger, cambio.
Grace miró a Qi, que,
tras unos segundos que parecieron interminables, asintió. Tenía señal, y como
ya había quedado claro, también había una base. Estaban cerca, en las
inmediaciones del pueblo.
—Código de seguridad
HQ3007, SD, cambio —dijo Grace.
—Copiado, Tiger. Ballena
express en ruta. Comunicación interrumpida a las cero seis cero cero. Corte de
conexiones ferroviarias previsto en doce horas.
—Copiado, SD. Corto y
cierro.
Grace cerró los ojos y
trató de respirar. Doce horas.
Todos la miraban. Jamie y
Trudy, sin entender. Justice, solo en parte. Y en los ojos de Qi, ese terror
frío que decía que, como siempre, el hombre iba un paso por delante.
—Están al norte, no muy
lejos de aquí —dijo Qi, comprobando sus datos con verdadera angustia.
Sabiendo que era inútil,
Grace intentó contactar con su agente en la Alianza por otra frecuencia. No lo
consiguió.
—Van a invadirnos
—sentenció—. Han cortado las comunicaciones esta mañana. Hay una aeronave de
camino y, cuando llegue, cerrarán las vías para que no entre ni salga ningún
tren. Estamos atrapados, sin posibilidad de avisar a nadie… pero al menos
sabemos que vienen.
Se hizo el silencio.
Todos trataban de asimilar las implicaciones de lo que acababa de decir.
—Joder… Mierda, mierda,
mierda —dijo Justice, enlazando las manos en la nuca y mirando al techo—…
¡Mierda, joder!
—Tenemos que avisar a
todo el mundo —dijo Trudy, recuperando el control y poniéndose en marcha. Grace
podía oírla pensar con la velocidad de uno de esos trenes que no iban a
llegar—. No hay tiempo para entrar en pánico, nos defenderemos. Justice, Logan,
Unsuur y tú os encargaréis de aquellos que sepan usar armas, del tipo que sea,
y quieran hacerlo. Los que no, se quedarán en el templo. Es la zona más alta y
la más alejada de todas las posibles entradas. Formaremos una milicia. Los que
sepan disparar, a los tejados. Quiero patrullas recorriéndolos desde ahora
hasta que lleguen. Y alguien tiene que salir YA hacia Atara para dar el aviso.
No
perdieron el tiempo: el cuartel general se estableció en el ayuntamiento. En la
mesa situaron un mapa enorme del pueblo, que Logan, Justice y Grace estudiaban.
Los voluntarios para el
viaje a Atara fueron Rian y Arvio, ambos tratando de ser útiles de alguna forma
en una situación que los superaba. Grace había dicho que era mejor mandar a dos
personas, por si acaso, y les había entregado una carta sellada para que la
llevaran a la Sede Central del Ejército de la Alianza, preferiblemente al
comandante Avery.
—No la perdáis, o una vez
que os hagan entrar no saldréis a tiempo —les advirtió.
Y partieron, espoleando a
los caballos bajo las aterradas miradas de Dan-bi y Amirah, que en ese momento
se arrepentían de no haber salido de aquel pueblo cuando tuvieron la ocasión. Y
aún se arrepentirían mucho más, a medida que las horas avanzaran formando un
día entero.
Pero no nos adelantemos, aún no hemos llegado a eso.
—¿Os dais cuenta de que
hemos mandado con nuestras últimas esperanzas al más vago y al más cobarde?
—preguntó Cooper a nadie en particular, chasqueando la lengua mientras los veía
desaparecer en una nube de polvo, guardando una respetuosa distancia de las dos
llorosas mujeres.
Nadie respondió, pero
todos pensaban lo mismo. Todos, menos Grace. Al aceptarlos, le había dicho a
Justice que, en momentos como ese, la gente terminaba por sorprenderte para
bien.
Especialmente si estaban
motivados, como era el caso.
Con los caballos más
veloces de Cooper, tratados con sumo cuidado —algo en lo que el ranchero había
insistido, recordándoles que no se llega a ninguna parte si matas a tu montura
en mitad de la nada—, el trayecto hasta Atara les llevaría algo más de dos días
de viaje. Eso significaba que ellos tendrían que resistir al menos dos días más
y, aunque el tiempo se quemaba a la velocidad de la luz, todavía les quedaban
esas doce horas antes de que cerraran las vías y se presentaran en el pueblo.
Doce horas menos que aguantar.
Técnicamente, con la
preparación adecuada, podían hacerlo.
El asunto de las vías era
irrelevante, ya que no se esperaba ningún tren hasta el expreso de la mañana,
que no aparecería. Durante esas doce horas de gracia, no habría tren al que
subir para salir de allí.
La gente bien podría
haberse ido por su cuenta en las carretas, huir, pero nadie quiso abandonar el
pueblo.
*
* *
Jamie,
Mi-an y Qi pensaban en algo absolutamente genial que los sacara de esta. Algo
que les diera esos dos días, o que ayudase activamente a conseguirlos.
—¿Por qué no fabricas un
cañón? —dijo Andy, acercándose. Logan se había tomado muy en serio lo de no
quitarle los ojos de encima, especialmente con el revuelo que había fuera en
ese momento.
—Un cañón sería una idea
genial, pero destrozaría el pueblo. No tiene la precisión necesaria y es
demasiado para el espacio que tendría que cubrir —dijo Mi-an, valorándolo de
verdad. Jamie la miró con la boca abierta—. ¿Qué? Solo quiero contemplar todas
las opciones, ¿vale?
Quería besarla y
abrazarla. La constructora de Cieloalto había estado a punto de desmayarse al
enterarse de todo y, sin embargo, allí estaba, contemplando todas las opciones.
—Sería genial si fuera un
cañón que no disparase munición tradicional… —pensó Qi en voz alta.
—¿Qué quieres que
dispare, hombre? —dijo Andy, riéndose—. ¿Algodón de azúcar?
—Eso conservaría las
infraestructuras —repuso Mi-an, tirándose del pelo, nerviosa.
—¡Eso es! —gritó Qi—. He
tenido una epifanía. Jamie, ven conmigo. Fabriquemos un cañón.
—¿Un cañón? —preguntó
Trudy, que pasaba por allí cargando una pesada caja en brazos.
—Alcaldesa, ahora podría
ser el momento para que me absuelva retroactivamente de cualquier crimen
tecnológico que, hipotéticamente, pueda haber o no cometido en los últimos…
seis, no, siete años —dijo el director, reajustándose las gafas.
—¿En serio? —preguntó
Andy, estupefacto—. ¿Puedo ir?
—Sí, estaremos mejor en
el taller. Logan va a estar muy ocupado con lo suyo —ella lo miró y lo vio
allí, pasando los dedos por encima del mapa. Se había vuelto a poner todas las
piezas de metal y cuero, y ya no mostraba nada de piel. Pronto, su cara
volvería a estar cubierta por el pañuelo, que descansaba en torno a su cuello,
como cuando aún era un fugitivo. Además del revólver, llevaba al hombro un
fusil de precisión, bastante distinto a los del Cuerpo Civil. Como si
percibiera sus pensamientos, Logan levantó la vista del mapa y escaneó la
habitación hasta detenerse en ella. Se miraron un momento; él asintió y volvió
al mapa.
—¿Y yo qué hago?
—preguntó Mi-an.
—Munición —dijo Jamie,
sin pensar—. Pídeles a Justice y a Logan que te hagan una lista con lo que
necesitan, y trata de hacer mucho más.
—Buena idea —dijo la
mujer, contenta de tener un propósito. Quizás el más importante de todos.
Jamie se acercó a la mesa
para hablar con Logan.
—Voy a estar en el
taller, me llevo a Andy conmigo, ¿de acuerdo? Cuando estemos listos para
volver, lo haremos con Haru.
—Haru puede montar
algunas bombas de humo sin levantarse de la cama. Nos irían genial, y Andy
puede ayudarlo, lo ha hecho antes. Así estará entretenido y fuera de
circulación.
—Suena como un plan.
—No le pidas nada que
mate —le dijo Logan en un susurro tenso—. De eso ya nos encargaremos los demás.
Jamie asintió, entendiendo exactamente de qué hablaba—. He pasado estos dos
años tratando de mantener sus manos tan limpias como me ha sido posible, y
pretendo seguir haciéndolo, aunque todo esto se vaya al infierno. Los demás
luchan por su pueblo, por su familia. Él solo lo hace por cubrirme las espaldas
a mí. Por el niño, por Grace y por ti. En cierto modo, me alegro de que no
pueda salir esta vez, aunque la razón sea que le hayan dado una paliza. Mejor
unas costillas rotas y un tímpano perforado que un tiro en la cabeza.
Jamie sintió un
escalofrío. Era consciente de la realidad a la que se enfrentaban, pero
escucharlo en voz alta… era muy distinto.
Cuando
llegaron al taller y puso al corriente a Haru, este se movilizó de inmediato.
Hizo una lista de materiales que Andy acarreó para él desde su almacén. Después
de eso, no volvió a verlos hasta que el niño les llevó algo de cenar a Qi y a
ella.
Habían trabajado en el
diagrama, y la epifanía de Qi había resultado ser algo increíblemente ingenioso
y útil. Ya había montado el pie del cañón, que instalarían en la plaza del
pueblo, y tenía el resto en la estación de ensamblaje mientras Qi realizaba sus
propios ajustes.
Hicieron la pausa para
cenar allí mismo y Jamie miró a su alrededor, distinguiendo varias figuras en
los tejados, recortadas contra la luz de la luna, que ya se alzaba enorme sobre
el cielo del desierto. Una de ellas, la más alta, lucía un sombrero con
cuernos.
A primera
hora de la mañana, tenían un cañón de aire comprimido completamente funcional.
Conservaría las infraestructuras, o al menos no las dañaría en exceso y, aunque
no fuera letal, haría papilla a todo lo que se le pusiera delante.
Subió a buscar a los
chicos y los encontró dormidos. Las bombas de humo estaban por todas partes, y
mandó a Qi a por una de las carretas tiradas por yaks.
Cuando se iban, cogió el
futón para Haru, sus propias armas y una caja de herramientas, por si acaso.
Cargaron el carro con el cañón y las bombas, y salieron hacia el ayuntamiento.
Miró atrás, hacia las puertas dobles de su taller, y se preguntó cómo habían
llegado a esto y si serían capaces de salir. No había tenido tiempo de pensar,
y eso había estado bien, pero ahora… ahora la cabeza llevaba un ritmo frenético
y no podía pararla.
Se iba a desatar una
batalla campal. Una guerra. Había fabricado un cañón.
Tenía miedo. Por ella,
por Andy, por Haru y Logan, y por toda esa buena gente que se había ofrecido,
sin pensarlo, a defender un pueblo moribundo en medio del desierto.
Y estaba enamorada.
Lo supo al verlo en el
tejado, vigilante, como siempre lo había estado. Y esa idea la aterraba igual
que las demás. ¿Por qué no podía apagarlo todo sin más? Se imaginó que sus
sentimientos eran como un trozo de mineral que podría moldear para darle una
forma más manejable.
No funcionó.
Jamie ha
besado a la muerte más veces de las que ha besado a otras personas, así que no
sabe qué hacer con lo que siente.
La
milicia se compuso de dos grupos. Los tiradores, repartidos en los tejados:
Logan, Justice, Unsuur, Cooper y Owen. El resto —Hugo y Heidi, Rocky, Krystal y
sus chicos de las perforaciones (Venti, Fei y Peck), Trudy, Grace, Mi-an, Zeke
y Catori— se dividirían en dos y limpiarían las zonas que intentaran tomar, asistidos
desde el aire por Elsie y Daisy, que bombardearían con lo que Haru les había
proporcionado para restar visibilidad a unos y dar ventaja a otros.
Jamie controlaría el
cañón, ya que, si se atascaba, podría solucionarlo. Qi había dejado claro que
no pensaba participar en ninguna lucha y que, ni por pilotar el robot,
cambiaría de idea. Venti se ofreció a hacerse cargo de la mole mecánica, de ser
necesario, reservándola para el caso de que trajeran algún tipo de maquinaria
de guerra —estas dos palabras ensombrecieron el ambiente considerablemente—.
Nadie quería a Qi en el robot, pero se alegraron de no tener que recordárselo
esta vez.
El resto, junto con los
niños y los dos heridos, Haru y Matilda, permanecerían en el templo. Haru había
protestado mucho; no quería dejar a Logan y a los demás, pero Logan había sido
inflexible y tuvo el apoyo de todos.
Cuando
llegó la hora de despedirse, Andy no quería irse, aunque Jasmine lo estuviera
esperando —había subido al templo con Vivi a primera hora para ayudar a
acondicionar el lugar y abastecerlo de comida y agua—. Jamie y Logan tampoco
querían separarse de él.
—Chico —dijo Logan,
hincando una rodilla en el suelo y apoyando las manos en sus hombros—, todos
tenemos que desempeñar ahora el papel que nos ha tocado. No el que hubiésemos
querido, ese suele ser para otros, pero lo haremos igualmente, como hemos hecho
siempre… Y el tuyo es ser valiente y cuidar de los que se quedan contigo en el
templo, como ellos cuidarán de ti, porque así es como hacemos las cosas aquí,
¿entiendes?
—Sí, señor —dijo Andy,
tratando de contener las lágrimas que tenían prisa por salir, apretando el
colmillo en su mano mientras los dos se miraban. Y luego se abrazaron.
Si Jamie no se hubiera
dado cuenta de lo que sentía por él antes, lo habría hecho en ese momento,
viéndolos así.
—Oye, mira eso —le dijo a
Andy cuando se separó del cazador, señalando el cañón—. Es muy posible que
hayas vuelto a salvar el momento, ¿sabes?
Andy pareció un poco más
animado. Solo un poco.
—Tendréis cuidado, ¿verdad?
—le dijo el niño, lo mismo que aquella otra vez.
—Claro, cachorrito,
siempre.
—Siempre —repitió Logan a
su lado.
Andy le tendió el puño y
ella lo chocó. Y también se abrazaron. Y lo respiró con fuerza, tratando de
llevárselo de alguna forma con ella.
Mabel le tendió la mano y
el niño la tomó. En la otra llevaba a Pebbles. Rocky y Krystal estaban allí
también, y los cinco adultos se miraron. La hija de Mabel bombardearía las
calles horas después bajo el fuego enemigo, pero Mabel cuidaría de los niños, porque
ese era el papel que le había tocado a ella.
Las nubes
de tormenta habían llegado. Algo estaba a punto de caer como la lluvia, y no
serían flores.
Ya no había vuelta atrás.
*Notas:
No tengo grandes reflexiones para hoy (tampoco pequeñas). Me viene a la mente un viejo logro del juego World of Warcraft: Preparándote para el desastre.
Solo una imagen: Sandrock se prepara.
